– No lo sé. Sigue allí y no ha llamado. La cuestión es cómo te va a ti. ¿En criminalística han visto el vídeo?
– Barbara Starkey está trabajando con él ahora mismo. Ya he conseguido esto.
Bosch sacó del bolsillo de la chaqueta la hoja con la imagen de la ventana y la desplegó. Explicó a Gandle lo que pensaba que significaba y dijo que hasta el momento se trataba de la única pista.
– He oído que estabas reservando un vuelo. ¿Cuándo te vas?
– Esta noche. Llegaré allí a primera hora del domingo.
– ¿Pierdes un día entero?
– Sí, pero lo gano al volver. Tendré todo el domingo para encontrarla. Luego saldré el lunes por la mañana y llegaré aquí el mismo día. Iremos a la fiscalía y acusaremos a Chang. Funcionará, teniente.
– Mira, Harry, no te preocupes por un día. No te preocupes por el caso. Tú céntrate en encontrarla y quédate el tiempo que necesites. Nosotros nos encargaremos del caso.
– Bien.
– ¿Y la policía? ¿Tu ex los ha llamado?
– Lo ha intentado, pero no están interesados.
– ¿Qué? ¿Les has enviado ese vídeo?
– Todavía no. Pero ella se lo dijo y ni caso.
Gandle puso los brazos en jarras. Lo hacía cuando algo le molestaba o tenía que mostrar su autoridad en una situación.
– Harry, ¿qué está pasando?
– Creen que se ha escapado y que deberíamos esperar a ver si aparece. Y a mí me parece bien, porque no quiero que la policía participe. Todavía no.
– Seguro que tienen unidades enteras dedicadas a las tríadas. Tu ex probablemente llamó a un capullo burócrata. Te hace falta experiencia y ellos la tienen.
Bosch asintió como si ya supiera todo eso.
– Jefe, estoy seguro de que tienen sus expertos. Pero las tríadas han sobrevivido más de trescientos años y han preparado. No es algo que se consiga sin tener contactos directos en el departamento de policía. Si fuera una de sus hijas, ¿llamaría a un montón de gente en la que no puede confiar o lo manejaría usted?
Sabía que Gandle tenía dos hijas, ambas mayores que Maddie. Una había vuelto al Este a estudiar en la Hopkins y el teniente se preocupaba mucho por ella.
– Te entiendo, Harry.
Bosch señaló la copia impresa.
– Sólo quiero el domingo. Tengo una pista sobre el sitio y voy a ir allí a rescatarla. Si no puedo encontrarla, acudiré a la policía el lunes. Hablaré con su gente de la tríada, demonios, incluso llamaré a la oficina local del FBI allí. Haré lo que sea necesario, pero quiero el domingo para encontrarla yo. -Gandle asintió y bajó la mirada al suelo. Parecía que quería decir algo más-. ¿Qué? Deje que lo adivine: Chang me va a denunciar por tratar de estrangularlo. Tiene gracia, porque terminé recibiendo más que él. Ese cabrón es fuerte.
– No, no, no es eso. Aún no ha dicho ni una sola palabra. No es eso.
– Entonces, ¿qué?
Gandle asintió y cogió la hoja impresa.
– Bueno, sólo iba a decir que me llames si las cosas no se solucionan el domingo. Estos cabrones nunca van por buen camino. Ya sabes: otra vez, otro crimen. Siempre podemos pillar a Chang después.
El teniente Gandle le estaba diciendo a Bosch que estaba dispuesto a dejar marchar a Chang si eso permitía que la hija de Harry volviera a casa a salvo. El lunes podían informar a la fiscalía de que no se presentarían pruebas que apoyaran la acusación de homicidio y soltarían a Chang.
– Es usted un buen hombre, teniente.
– Y, por supuesto, no he dicho nada de esto.
– No va a ser así, pero aprecio lo que acaba de hacer. Además, la triste realidad es que puede que tengamos que soltar a este tipo el lunes de todos modos, a menos que encontremos algo en los registros del fin de semana.
Bosch recordó que le había prometido a Teri Sopp que le enviaría una tarjeta de huellas de Chang para que ella pudiera tenerlas a mano si surgía algo en el test de potenciación electrostática del casquillo recuperado del cadáver de John Li. Le dijo a Gandle que se asegurara de que Ferras o Chu le llevaban una tarjeta. El teniente contestó que se ocuparía. Devolvió a Bosch la impresión de la imagen de vídeo y le dijo lo que siempre le decía: que se mantuvieran en contacto. Luego se dirigió de nuevo a su oficina.
Bosch colocó la foto en el escritorio y se puso las gafas de lectura. También cogió una lupa de un cajón y empezó a estudiar cada centímetro cuadrado de la imagen, buscando algo que no hubiera visto antes y pudiera ayudarle. Llevaba diez minutos en ello sin descubrir nada cuando sonó su móvil. Era Ferras, que no sabía nada del secuestro.
– Harry, lo tengo. Tenemos aprobación para registrar el teléfono, la maleta y el coche.
– Ignacio, eres un escritor de primera. Sigues inmaculado.
Era cierto. Hasta el momento, en los tres años que llevaban de compañeros, Ferras todavía no había escrito una petición de orden de registro que un juez hubiera declinado por causa insuficiente. Podía estar intimidado por las calles, pero no por los tribunales. Sabía muy bien lo que tenía que poner en cada solicitud y lo que no debía mencionar.
– Gracias, Har.
– ¿Ya has terminado ahí?
– Sí, voy a volver.
– ¿Por qué no te desvías por el GOP y te ocupas de eso? Yo tengo el teléfono y la maleta aquí. Me pondré ahora mismo. Chu está presentando los cargos.
Ferras vaciló. Ir al Garaje Oficial de la Policía para ocuparse del registro del coche de Chang tensaba la cuerda psicológica en la sala de la brigada.
– Esto…, Harry, ¿no crees que debería encargarme del teléfono? No sé, acabas de recibir tu primer móvil multifunción hace un mes.
– Creo que puedo apañarme.
– ¿Estás seguro?
– Sí, lo estoy. Y lo tengo aquí mismo. Vete al garaje. Asegúrate de que miran en los paneles de las puertas y en el filtro de aire. Tuve un Mustang una vez; se puede meter una cuarenta y cinco en el filtro.
Bosch se refería al personal del GOP. Serían ellos los que desmontarían el coche de Chang mientras Ferras supervisaba.
– De acuerdo -dijo Ferras.
– Bien -señaló Bosch-. Llámame si encuentras oro.
Bosch cerró el teléfono. No veía la necesidad de hablarle a Ferras de la situación de su hija todavía. Ferras tenía tres hijos y un recordatorio de lo vulnerable que eran no sería útil en un momento en que Bosch contaba con que rindiera al máximo.
Harry se apartó del escritorio y giró en la silla para mirar la gran maleta de Chang que estaba en el suelo, apoyada contra la pared trasera del cubículo. Encontrar el arma homicida en la posesión o posesiones del sospechoso sería hallar oro. Bosch sabía que Chang se estaba dirigiendo a un avión, así que no habría suerte en la maleta. Si aún estaba en posesión del arma que había matado a John Li, lo más probable era que estuviera en su coche o en el apartamento. Eso si no había desaparecido hacía mucho.
Pero la maleta podía contener información valiosa y pruebas incriminatorias, una gota de sangre de la víctima en el puño de una camisa, por ejemplo. Aún podía encontrar oro. Bosch se volvió hacia el escritorio y decidió ir primero al teléfono móvil. Buscaría otro tipo de oro: oro digital.
Bosch tardó menos de cinco minutos en determinar que el teléfono móvil de Bo-jing Chang sería de escasa utilidad para la investigación. Enseguida encontró el registro de llamadas, pero contenía una lista de sólo dos llamadas recientes, ambas a números gratuitos, y una entrante. Las tres se habían realizado o recibido esa mañana. No había ningún registro más allá de eso. Habían borrado el historial del teléfono.
A Bosch le habían dicho que las memorias digitales duraban para siempre. Sabía que un análisis completo del teléfono podía resultar posiblemente en la recuperación de los datos borrados del dispositivo, pero a efectos inmediatos el móvil era un fracaso. Llamó a los números gratuitos y averiguó que pertenecían a Hertz Car Rental y a Cathay Pacific Airways. Probablemente Chang había estado verificando su itinerario y su plan de conducir desde Seattle hasta Vancouver para coger el avión a Hong Kong. Bosch también comprobó el número de la llamada entrante y averiguó que procedía de Tsing Motors, el patrón de Chang. Aunque no se sabía de qué habían tratado durante la llamada, el número ciertamente no añadía ninguna prueba o información al caso.
Читать дальше