– Harry, me da la sensación de que te dejo en la estacada. ¿Qué puedo hacer por ti?
– No puede hacer nada que no se esté haciendo ya.
Puso al día a Gandle de los registros y de la ausencia de hallazgos sólidos hasta el momento. También informó de que no había ninguna novedad sobre el paradero ni sobre los secuestradores de su hija. El rostro de Gandle se avinagró.
– Necesitamos un golpe de suerte -dijo-. De verdad que lo necesitamos.
– Estamos en ello.
– ¿Cuándo te vas?
– Dentro de seis horas.
– Vale. Tienes mis números. Llámame en cualquier momento, día o noche, si necesitas algo. Haré todo lo que pueda.
– Gracias, jefe.
– ¿Quieres que me quede aquí contigo?
– No, estoy bien. Iba a ir al GOP y pensaba dejar que Ferras se fuese a casa si quiere.
– Vale, Harry, infórmame si encuentras algo.
– Lo haré.
– La rescatarás. Sé que lo harás.
– Yo también lo sé.
Por fin, Gandle le tendió la mano de un modo torpe y Bosch se la estrechó. Probablemente era la primera vez que se daban la mano desde que se conocieron tres años atrás. Gandle se fue y dejó a Bosch examinando la sala de la brigada. Al parecer era el único que quedaba.
Se volvió y miró la maleta. Sabía que tenía que llevarla al ascensor y bajarla al almacén de pruebas. También el teléfono tenía que archivarse como prueba. Después de eso, él también se iría del edificio, pero no para pasar un fin de semana de ocio con la familia. Bosch tenía una misión, y nada lo detendría hasta verla cumplida. Incluso bajo la última amenaza de Eleanor. Incluso si salvar a su hija significaba no volver a verla.
Bosch esperó hasta que oscureció para entrar en el domicilio de Bo-jing Chang. Era una casa adosada con un vestíbulo de entrada compartido con el apartamento adjunto. Esto le ofreció protección para abrir la doble cerradura con sus ganzúas. Al hacerlo no sintió culpa ni vaciló ante la barrera que estaba cruzando. Los registros del coche, maleta y teléfono habían terminado en fracaso y Bosch se encontraba desesperado. No estaba buscando pruebas para construir un caso contra Chang; trataba de dar con cualquier cosa que pudiera ayudarle a localizar a su hija. Llevaba más de doce horas desaparecida y el allanamiento de morada -que ponía en peligro su medio de vida y su carrera- parecía un riesgo mínimo en comparación con lo que tendría que afrontar interiormente si no conseguía rescatarla sana y salva.
En cuanto se acopló la última ganzúa, abrió la puerta y entró con rapidez en el apartamento. Cerró y volvió a pasar la llave. Bosch sabía por el registro de la maleta que Chang no pensaba a volver. Aun así, no creía que el sospechoso lo hubiera metido todo en esa única maleta. Tenía que haber dejado cosas atrás, cosas de naturaleza menos personal para él, pero posiblemente valiosas para Bosch. Chang había imprimido su tarjeta de embarque en alguna parte antes de dirigirse al aeropuerto. Puesto que se encontraba bajo vigilancia, sabía que no había hecho más paradas. Bosch estaba convencido de que tenía que haber un ordenador y una impresora en la casa.
Harry esperó treinta segundos a que sus pupilas se adaptaran a la oscuridad antes de separarse de la puerta. Una vez empezó a ver razonablemente bien entró en el salón, pero tropezó con una silla y casi tiró una lámpara antes de encontrar el interruptor y encender la luz. Enseguida se acercó la ventana y corrió las cortinas.
Se volvió y examinó la sala. Era un pequeño salón-comedor con una ventanilla de servir que comunicaba con una cocina en la parte de atrás. A la derecha había una escalera que subía al dormitorio. En un primer examen, Bosch no vio nada de naturaleza personal. No había ordenador ni impresora, sólo los muebles. Examinó rápidamente el salón y luego pasó a la cocina, también desprovista de efectos personales. Los armarios estaban vacíos; no había ni siquiera una caja de cereales. Debajo del fregadero vio un cubo, pero estaba vacío y con una bolsa de basura recién puesta. Bosch volvió al salón y se dirigió a la escalera. Había un interruptor con regulador al pie de la misma que controlaba la luz del techo del piso de arriba. La puso a baja intensidad y volvió a apagar la lámpara del salón.
El piso de arriba estaba amueblado con una cama queen-size y una cómoda. No había escritorio ni ordenador. Bosch rápidamente pasó a la cómoda y fue abriendo y cerrando todos los cajones; estaban todos vacíos. En el cuarto de baño, la papelera estaba vacía y el botiquín también. Levantó la tapa del inodoro, pero tampoco encontró nada escondido allí.
Habían limpiado la casa, y tenían que haberlo hecho después de que Chang se marchara, llevándose tras él la vigilancia. Bosch pensó en la llamada de Tsing Motors que había encontrado en el teléfono del sospechoso. Quizás había avisado a Vincent Tsing para que se ocuparan del apartamento. Decepcionado y sintiendo que lo habían manipulado con pericia, Bosch decidió localizar la basura del edificio en un intento de encontrar las bolsas que debían de haberse llevado del apartamento. Quizás habían cometido el error de dejar la basura de Chang; una nota tirada o garabateada con un número de teléfono podía resultar muy útil.
Había bajado tres peldaños de la escalera cuando oyó una llave en la cerradura de la puerta de la calle. Dio la vuelta rápidamente, volvió a subir y se escondió detrás de una columna.
Las luces de abajo se encendieron y el apartamento enseguida se llenó de voces chinas. Con la espalda pegada a la columna, Bosch contó las voces de dos hombres y una mujer. Uno de los hombres dominaba la conversación y a Bosch le dio la impresión de que cuando alguno de los otros dos hablaba estaba haciendo preguntas.
Bosch se situó al borde de la columna y se arriesgó a mirar abajo. Vio que el hombre señalaba los muebles y a continuación abría la puerta del armario de debajo de la escalera y hacía un movimiento de barrido con la mano. Bosch se dio cuenta de que estaba mostrando el apartamento a la pareja. Estaba en alquiler.
Comprendió que antes o después las tres personas de abajo subirían. Miró la cama. Era un simple colchón encima de un somier que se apoyaba en una plataforma, a treinta centímetros del suelo. Era el único escondite posible. Rápidamente se echó al suelo y se metió debajo de la cama, con el pecho rozando la parte inferior del somier. Se colocó en el centro y esperó, controlando la visita al apartamento por las voces.
Finalmente, la comitiva subió por la escalera. Bosch contuvo la respiración cuando la pareja rodeó el dormitorio y ambos lados de la cama. Esperaba que alguien se sentara en ella, pero eso no ocurrió.
Bosch de repente notó una vibración en el bolsillo y se dio cuenta de que no había silenciado el móvil. Por fortuna el tipo que mostraba el apartamento estaba continuando con la charla sobre lo fantástica que era la vivienda. Su voz impidió que nadie reparara en la vibración grave. Bosch enseguida metió la mano en el bolsillo y sacó el teléfono para ver si la llamada era desde el teléfono de su hija. Tendría que responder esa llamada, fueran cuales fuesen las circunstancias.
Levantó el teléfono en el somier para poder verlo. La llamada era de Barbara Starkey, la técnica de vídeo, y Bosch pulsó el botón de rechazo. La localizaría más tarde.
Al abrir el teléfono se había activado la pantalla. La luz tenue iluminó la parte interior del somier y Bosch vio una pistola metida detrás de una de las tablas de madera del armazón.
Se le aceleró el pulso al mirar la pistola, pero decidió no tocarla hasta que el apartamento volviera a estar vacío. Cerró el teléfono y esperó. Enseguida oyó que los visitantes bajaban por la escalera. Al parecer echaron otro vistazo rápido por el piso de abajo y luego se marcharon.
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