Las balas habían atravesado el pecho de la víctima y causado una enorme herida en el corazón y los pulmones. La sangre expectorada revelaba que la muerte no había sido inmediata; Li había tratado de respirar. Después de tantos años trabajando en casos de homicidio, Bosch estaba seguro de una cosa: no había una forma fácil de morir.
– No hubo disparo en la cabeza.
– Correcto -dijo Ferras-. ¿Qué significa?
Bosch cayó en la cuenta de que debía de haber musitado en voz alta.
– Quizá nada. Sólo parece que, con tres tiros en el pecho, el asesino no quería dudas. Pero luego no le disparó en la cabeza.
– Una contradicción.
– Puede ser.
Bosch apartó los ojos del cadáver por primera vez y miró a su alrededor desde el ángulo que le daba esa posición baja. De inmediato reparó en una cartuchera fijada en la parte inferior del mostrador y en la pistola que contenía. El arma estaba situada en un lugar que permitía acceder a ella con facilidad en caso de un atraco o algo peor, pero la víctima no la había sacado de la cartuchera.
– Tenemos una pistola ahí debajo -dijo Bosch-. Parece una cuarenta y cinco en una cartuchera, pero el viejo no tuvo oportunidad de sacarla.
– El asesino entró deprisa y le disparó antes de que pudiera alcanzarla -dijo Ferras-. Quizá en el barrio se sabía que el viejo tenía una pistola bajo el mostrador.
Lucas hizo un ruido con la boca, como si no estuviera de acuerdo.
– ¿Qué ocurre, sargento? -preguntó Bosch.
– La pistola ha de ser nueva -dijo Lucas-. Al tipo lo han atracado al menos seis veces en los cinco años que llevo aquí. Por lo que sé, nunca antes sacó un arma.
Bosch asintió; era una observación válida. Volvió la cabeza para hablar por encima del hombro al sargento.
– Hábleme del testigo -dijo.
– Bueno, en realidad no es un testigo -aclaró Lucas-. Es la señora Li, su esposa. Entró para llevarle la comida a su marido y lo encontró muerto. La tenemos en la sala de atrás, pero le hará falta un traductor. Hemos llamado a la UDA para que envíen a un chino.
Bosch echó otra mirada al rostro del hombre muerto, luego se levantó y las dos rodillas le crujieron sonoramente. Lucas se refería a lo que se conocía como la Unidad de Delitos Asiáticos. Recientemente había cambiado el nombre a Unidad de Bandas Asiáticas para atender a las quejas de que el nombre de la unidad mancillaba el honor de la población asiática de la ciudad al insinuar que todos los asiáticos estaban implicados en la delincuencia. Pero los perros viejos como Lucas todavía la llamaban UDA. Al margen del nombre o de las siglas, la decisión de llamar a un investigador adicional de cualquier clase debería haberse dejado a Bosch, como jefe de la investigación.
– ¿Habla chino, sargento?
– No, por eso he llamado a la UDA.
– Entonces, ¿cómo sabía que tenía que pedir un chino y no un coreano o incluso un vietnamita?
– Llevo veintiséis años en el trabajo, detective. Y…
– Y conoce a un chino cuando lo ve.
– No, lo que estoy diciendo es que me cuesta aguantar todo el turno últimamente, ¿sabe? Así que una vez al día paso por aquí para comprar una de esas bebidas energéticas que te dan cinco horas de estimulación. La cuestión es que conocía un poco al señor Li de entrar aquí. Me dijo que él y su mujer procedían de China, por eso lo sabía.
Bosch asintió con la cabeza y se sintió avergonzado de su intento de abochornar a Lucas.
– Supongo que tendré que probar una de esas bebidas. ¿La señora Li llamó a Emergencias?
– No; como le he dicho, casi no sabe inglés. Según me han informado, la señora Li llamó a su hijo y fue él quien llamó a Emergencias.
Bosch cruzó al otro lado del mostrador. Ferras se quedó un poco atrás y se agachó para tener la misma perspectiva del cadáver y la pistola que Bosch acababa de examinar.
– ¿Dónde está el hijo? -preguntó Bosch.
– Viene de camino, pero trabaja en el valle de San Fernando -explicó Lucas-. Llegará en cualquier momento.
Bosch señaló al mostrador.
– Cuando llegue aquí, usted y sus hombres manténganlo alejado de esto.
– Entendido.
– Y hemos de conservar este sitio lo más despejado posible.
Lucas entendió el mensaje y sacó a sus agentes de la tienda. Después de terminar su observación detrás del mostrador, Ferras se unió a Bosch cerca de la puerta de la calle, donde Harry estaba mirando a la cámara montada en el techo en el centro de la tienda.
– ¿Por qué no te fijas en la parte de atrás? -propuso Bosch-. Mira si el tipo se llevó de verdad el disco y echa un vistazo a nuestro testigo.
– Entendido.
– Ah, y encuentra el termostato y baja la temperatura. Hace demasiado calor y no quiero que se descomponga el cadáver.
Ferras se alejó por el pasillo central. Bosch miró atrás para asimilar la escena en su conjunto. El mostrador tenía unos cuatro metros de largo; la caja registradora se hallaba en el centro, junto a un espacio abierto para que los clientes dejaran sus compras. A un lado de ese espacio había un expositor con chicles y caramelos. En el otro lado de la caja se exponían otros productos, como bebidas energéticas, una caja de plástico que contenía cigarros baratos y un expositor de lotería. Encima había una estantería metálica para cartones de cigarrillos.
Detrás del mostrador se hallaban los estantes donde se almacenaban licores caros, que los clientes tenían que pedir explícitamente. Bosch vio seis filas de Hennessy; sabía que el coñac caro era muy apreciado por los miembros de las bandas. Estaba casi seguro de que el emplazamiento de Fortune Liquors lo situaba en el territorio de la Hoover Street Criminals, una banda callejera que había formado parte de los Crips, pero que luego se hizo tan poderosa que sus líderes decidieron forjarse su propio nombre y reputación.
Bosch se fijó en dos cosas y se acercó más al mostrador.
La caja registradora estaba torcida respecto a la mesa y revelaba un cuadrado de arenilla y polvo en la formica donde había estado situada. Bosch razonó que el asesino había tirado de ella al sacar el dinero del cajón. Era una hipótesis reveladora, porque quería decir que el señor Li no había abierto el cajón para darle el dinero a su atracador. Este hecho probablemente significaba que ya le habían disparado, por lo que la teoría de Ferras según la cual el asesino había entrado disparando podía ser correcta. Sería un dato significativo en caso de juicio para probar la intención de matar. Y algo más importante, le dio a Bosch una idea más clara de lo que había ocurrido en la tienda y de la clase de persona que estaban buscando.
Harry sacó del bolsillo las gafas que tenía para ver de cerca. Se las puso sin tocar nada y se inclinó sobre el mostrador para estudiar el teclado de la caja registradora. No vio ningún botón ABRIR ni ninguna indicación obvia de cómo se desbloqueaba el cajón. Bosch no estaba seguro de cómo funcionaba y se preguntó cómo lo había sabido el asesino.
Se enderezó de nuevo y examinó los estantes de botellas de la pared de detrás del mostrador. El Hennessy estaba delante y en el centro, con un acceso fácil para el señor Li cuando entraran los miembros de la Hoover Street. Sin embargo, las filas estaban bien alineadas y no faltaba ninguna botella.
Una vez más, Bosch se inclinó sobre el mostrador. Esta vez trató de alcanzar una de las botellas de Hennessy y se dio cuenta de que si apoyaba una mano en el mostrador para equilibrarse podía llegar al estante fácilmente.
– ¿Harry?
Bosch se enderezó y se volvió hacia su compañero.
– El sargento tenía razón -dijo Ferras-. El sistema de la cámara no tiene disco; no hay ninguno en la máquina. O lo quitaron o no estaba grabando y la cámara era sólo para asustar.
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