– Estaba… Estaba mirando el vídeo en la sala de reuniones y se hizo tan tarde que no merecía la pena ir a casa. ¿Qué hora es?
– Casi las siete, pero eso todavía no explica por qué estás en mi oficina. Cuando me marché ayer, cerré la puerta.
– ¿De verdad?
– Sí, de verdad.
Bosch asintió y actuó como si todavía se estuviera aclarando las ideas. Se alegró de haber guardado sus ganzúas en la cartera después de abrir la puerta. Gandle tenía el único sofá de Robos y Homicidios.
– A lo mejor han pasado a limpiar y han olvidado cerrarla -propuso.
– No, no tienen llave. Mira, Harry, no me importa que se use el sofá para dormir, pero si la puerta está cerrada es por alguna razón. No puede ser que abran la puerta después de que yo la cierre.
– Tiene razón, teniente. ¿Cree que podríamos tener un sofá en la brigada?
– Lo intentaré, pero ésa no es la cuestión.
Bosch se levantó.
– Entiendo. En fin, vuelvo al trabajo.
– No tan deprisa. Háblame de ese vídeo que te ha tenido aquí toda la noche.
Bosch explicó brevemente que se había pasado cinco horas viendo los dos discos y que John Li había dejado de manera no intencionada lo que parecía una pista sólida.
– ¿Quiere que se lo prepare en la sala de conferencias?
– ¿Por qué no esperas hasta que llegue tu compañero? Podemos mirarlo juntos, pero antes ve a buscar un poco de café.
Bosch dejó a Gandle y cruzó la sala de la brigada, un impersonal laberinto de cubículos y mamparas. El aspecto general era el de una oficina de seguros, y la verdad era que en ocasiones a Bosch le costaba concentrarse con tanto silencio. Todavía estaba desierta, pero pronto empezaría a llenarse rápidamente. Gandle siempre era el primero en llegar: le gustaba dar ejemplo a la brigada.
Harry bajó a la cafetería; abría a las siete, pero estaba vacía porque el grueso del personal del Departamento de Policía todavía trabajaba en el Parker Center. El traslado al nuevo edificio de la Administración de la Policía progresaba con lentitud; primero algunas brigadas de detectives, luego el personal administrativo y después el resto. Era una apertura progresiva y el edificio no se inauguraría formalmente hasta dos meses más tarde. Por el momento esto significaba que no había colas en la cafetería, pero también que no disponían de un menú completo. Bosch pidió el desayuno del poli, dos dónuts y un café, y también cogió un café para Ferras. Dio rápida cuenta de los dónuts mientras echaba nata líquida y azúcar en la taza de su compañero y volvía a tomar el ascensor. Como esperaba, cuando volvió a la sala de la brigada, Ferras estaba en su escritorio. Bosch dejó uno de los cafés delante de él y se acercó a su propio cubículo.
– Gracias, Harry. Debería haber supuesto que llegarías antes. Eh, llevas el mismo traje que ayer. No me digas que has estado trabajando toda la noche.
Bosch se sentó.
– He dormido un par de horas en el sofá del teniente. ¿A qué hora van a venir la señora Li y su hijo?
– Les dije que a las diez, ¿por qué?
– Creo que tenemos algo que hemos de investigar. Anoche vi los discos extra de las cámaras de la tienda.
– ¿Qué has encontrado?
– Coge el café y te lo enseñaré. El teniente también quiere verlo.
Al cabo de diez minutos, Bosch estaba delante del equipo de vídeo con el mando a distancia en la mano. Ferras y Gandle se habían sentado al extremo de la mesa de la sala de reuniones. Bosch buscó la posición adecuada en el disco marcado «1-9» y congeló la reproducción hasta que estuvo preparado.
– Vale, nuestro asesino sacó el disco de la grabadora, así que no tenemos un vídeo de lo que ocurrió ayer en la tienda. Pero lo que sí dejó fueron dos discos marcados con las fechas del 27 de agosto y el 1 de septiembre. Éste es el del 1 de septiembre, es decir, justo una semana antes de ayer. ¿Se entiende?
– Entendido -dijo Gandle.
– Bueno, lo que el señor Li estaba haciendo era documentar a un equipo de ladrones. El punto en común entre estos dos discos es que en ambos días dos tipos entran; uno va al mostrador y pide cigarrillos, mientras el otro se va al pasillo de los licores. El primer tipo distrae a Li para que no vea a su compañero ni la pantalla de la cámara que hay detrás del mostrador. Mientras Li saca los cigarrillos para el primero de los tipos, el otro se guarda un par de petacas de vodka en los pantalones, luego coge una tercera y la lleva al mostrador para pagarla. El primer tío saca la billetera, ve que se ha dejado el dinero en casa o lo que sea y se va sin comprar nada. Esto ocurre los dos días con los tipos alternando sus papeles. Creo que por eso Li se guardó los discos.
– ¿Crees que estaba tratando de recoger pruebas? -preguntó Ferras.
– Quizá -contestó Bosch-. Si los tenía grabados, podía llevarlo a la policía.
– ¿Ésta es tu pista? -inquirió Gandle-. ¿Has trabajado toda la noche para esto? He estado leyendo los informes y creo que me convence más el tipo al que Li le sacó la pistola.
– Ésta no es la pista -dijo Bosch, perdiendo la paciencia-. Sólo estaba explicando la razón de que Li guardara los discos; los sacó de la cámara porque sabía que estos tipos pretendían algo y quería conservar una grabación. Inadvertidamente, también preservó esto en la cinta del 1 de septiembre.
Bosch pulsó el botón de reproducción y la imagen empezó a moverse. En la pantalla partida, los dos ángulos de cámara mostraban que la tienda estaba vacía, a excepción de la presencia de Li detrás del mostrador. La hora marcada en la parte superior mostraba que eran las 15.03 del martes 1 de septiembre.
Se abrió la puerta de la licorería y entró un cliente. Saludó como si tal cosa a Li en el mostrador y se dirigió a la parte de atrás. La imagen tenía grano, pero era lo suficientemente clara para que los tres espectadores vieran que el cliente era un hombre asiático de treinta y pocos años. Lo captó la segunda cámara cuando iba a una de las neveras del fondo y cogía una lata de cerveza, que llevó al mostrador.
– ¿Qué está haciendo? -preguntó Gandle.
– Sólo mire -dijo Bosch.
El cliente le decía algo a Li, que se estiraba hasta el estante superior y bajaba un cartón de cigarrillos Camel. Los ponía encima del mostrador y luego metía la lata de cerveza en una pequeña bolsa marrón.
El cliente era de complexión imponente; aunque era bajo, tenía los brazos gruesos y hombros musculosos. Dejó un solo billete en el mostrador; Li lo cogió y abrió la caja registradora. Puso el billete en el último espacio, luego contó varios billetes del cambio y le pasó el dinero por encima del mostrador. El cliente lo cogió y se lo embolsó. Se metió el cartón de cigarrillos bajo un brazo, cogió la cerveza y con la mano libre apuntó con un dedo a Li como si fuera una pistola. Apretó el pulgar como si disparara el arma y salió de la tienda.
Bosch detuvo la reproducción.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Gandle-. ¿Eso era una amenaza con el dedo? ¿Eso es lo que tienes?
Ferras no dijo nada, pero Bosch estaba casi seguro de que su joven compañero había visto lo que él quería que viera. Retrocedió la película y empezó a reproducirla de nuevo.
– ¿Qué ves, Ignacio?
Ferras se levantó para poder señalar directamente sobre la pantalla.
– Para empezar, el tipo es asiático, así que no es del barrio.
Bosch asintió.
– He visto veintidós horas de vídeo -dijo-. Es el único asiático que entra en la tienda aparte de Li y su mujer. ¿Qué más, Ignacio?
– Mire el dinero, teniente -dijo Ferras-. Recibe más de lo que da.
En la pantalla Li estaba cogiendo los billetes de la caja registradora.
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