Ursula Le Guin - Tehanu

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Tehanu: краткое содержание, описание и аннотация

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El mal medra, y la magia se ha pervertido. En todas partes hay miedo e incertidumbre, y magos y reyes quieren que una mujer de Gont les muestre el camino. Tenar, sacerdotisa de Atuan, cuida de Therru, una muchacha que ha conocido el horror, y dedica toda su fuerza y sabiduría a proteger a la niña de sus perseguidores y llegar a entender un mundo que está cambiando de una manera misteriosa. A Tenar se le une Ged, en otro tiempo archimago de Terramar, y el hombre, la mujer y la niña descubren que se enfrentan a un enemigo que sólo podrá ser dominado con una nueva especie de poder…
Ganó el Premio Nébula como mejor novela en 1990, Premio Locus como mejor novela de fantasía en 1991.

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Miraron en torno, los muros de piedra, el suelo empedrado, la chimenea de piedra, la ventana soleada de la cocina de la Granja de los Robles, la casa del granjero Pedernal.

—Esa muchacha, esa mujer a la que mataron —dijo Alondra mirando sagazmente a Tenar—. Era la misma.

Tenar asintió.

—Uno de ellos me dijo que estaba preñada. De cuatro, cinco meses.

Las dos se quedaron en silencio.

—Atrapada —dijo Tenar.

Alondra se acomodó en la silla, con las manos apoyadas en la falda sobre los gruesos muslos, la cabeza derecha, el hermoso rostro quieto. —El miedo —dijo—. ¿A qué le tememos tanto? ¿Por qué permitimos que nos digan que tenemos miedo? ¿A qué le temen ellos? —Cogió la calceta que había estado remendando, la hizo girar en las manos, se quedó en silencio por un rato; al cabo dijo:— ¿Por qué nos temen?

Tenar siguió hilando sin responderle.

Therru entró corriendo y Alondra la saludó diciéndole:

—¡Aquí está mi preciosa! ¡Ven a abrazarme, mi niña preciosa!

Therru la abrazó apresuradamente. —¿Quiénes son los hombres que cogieron? —preguntó en su voz ronca, apagada, mirando primero a Alondra y luego a Tenar.

Tenar detuvo la rueca. Dijo lentamente:

—Uno era Diestro. Otro era un hombre que se llama Greñas. El que quedó herido se llama Merluza. —No apartaba la vista del rostro de Therru; vio la llamarada, la cicatriz que se iba enrojeciendo.— Creo que la mujer que mataron se llamaba Senny.

—Senini —musitó la niña.

Tenar asintió.

—¿La mataron de verdad?

Tenar asintió nuevamente.

—Renacuajo dice que vinieron aquí.

Tenar volvió a asentir.

La niña miró en torno, como habían hecho las mujeres; pero en su mirada había un gesto de profundo rechazo, porque no veía los muros.

—¿Los mataréis?

—Es posible que los cuelguen.

—¿Para que se mueran?

—Sí.

Therru inclinó la cabeza, con cierta indiferencia. Volvió a salir y se unió nuevamente a los niños de Alondra junto a la bodega.

Las dos mujeres no dijeron nada. Se quedaron hilando y remendando, en silencio, junto al fuego, en la casa de Pedernal.

Después de un largo rato, Alondra dijo: —¿Qué pasó con el hombre, el pastor, que los siguió hasta acá? ¿Halcón dijiste que se llama?

—Está durmiendo adentro —dijo Tenar, señalando con la cabeza el fondo de la casa.

—¡Ah! —dijo Alondra. El torno zumbaba.

—Lo conocía de antes.

—¡Ah! De Re Albi, ¿verdad? Tenar asintió. El torno zumbaba.

—Seguir a esos tres y atacarlos en la oscuridad con una horquilla, ¡vamos!, hay que tener valor para hacerlo. Y no es un hombre joven, ¿verdad?

—No. —Al cabo de un rato dijo:— Había estado enfermo y necesitaba trabajo. Por eso le dije que cruzara las montañas y le preguntara a Arroyo Claro si podía darle trabajo. Pero Arroyo Claro piensa que todavía puede seguir haciéndolo todo solo, así que lo mandó más allá de los Manantiales a pastorear durante el verano. Y venía de regreso.

—¿Tienes pensado que se quede, entonces?

—Si quiere… —dijo Tenar.

Otro grupo de aldeanos llegó a la Granja de los Robles, queriendo escuchar la historia de Goha y contar cómo habían participado en la gran captura de los asesinos, y mirar la horquilla y comparar sus cuatro dientes largos con las tres manchas de sangre en las vendas del hombre llamado Merluza, y volver a hablar de lo mismo desde un comienzo. Tenar se alegró cuando empezó a anochecer, y llamó a Therru y cerró la puerta.

Levantó la mano para echarle pestillo. La bajó y se obligó a apartarse de él, dejándolo abierto.

—Gavilán está en tu cuarto —le informó Therru al regresar a la cocina con los huevos que había sacado de la bodega.

—Pensaba decirte que estaba aquí…, lo siento.

—Lo conozco —dijo Therru, mientras se lavaba la cara y las manos en la despensa. Y cuando Ged entró, con los párpados hinchados y desgreñado, se le acercó sin titubear y alzó los brazos.

—Therru —dijo él, y la tomó en brazos y la abrazó. Ella se aferró a él por unos instantes, luego se escabulló.

—Sé el comienzo de La Creación —le dijo.

—¿Me lo vas a cantar? —Mirando una vez más a Tenar para pedirle permiso, se sentó en su lugar ante el hogar.

—Sólo puedo decirlo hablando. Él asintió y esperó, con una expresión más bien severa. La niña dijo:

La creación y la destrucción,
el fin y el comienzo,
¿quién podría distinguirlos con certeza?
Lo que conocemos es la puerta que los
separa,
por la que entramos al marcharnos.
Regresando sin cesar entre todos los seres,
el anciano, el Portero, Segoy…

La voz de la niña parecía un cepillo de metal frotado contra metal, era como hojas secas, como el silbido de llamas ardientes. Siguió hablando hasta el final de la primera estrofa:

Entonces desde la espuma surgió
resplandeciente Ea.

Ged asintió con un gesto de rápida y decidida aprobación. —Bien —dijo.

—Anoche —dijo Tenar—. La aprendió anoche. Parece como si hubiese pasado un año.

—Puedo aprender más —dijo Therru.

—Aprenderás más —le dijo Ged.

—Ahora termina de limpiar la calabaza —dijo Tenar, y la niña obedeció.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó Ged. Tenar se quedó en silencio, mirándolo.

—Necesito que alguien llene la tetera y la ponga al fuego.

Él asintió y partió con la tetera a sacar agua.

Prepararon la cena y la comieron y quitaron la mesa.

—Recita otra vez La Creación , todo lo que sabes —le dijo Ged a Therru junto al hogar—, y seguiremos desde ahí.

Therru recitó la segunda estrofa una vez con él, una vez con Tenar y una vez sola.

—A la cama —dijo Tenar.

—No le contaste a Gavilán del rey.

—Cuéntale tú —dijo Tenar, divertida ante ese pretexto para no ir a acostarse todavía.

Therru se volvió hacia Ged. Su rostro, mitad herido y mitad sano, con el ojo que veía y el ojo ciego, tenía una expresión atenta, apasionada. -—El rey vino en un barco. Tenía una espada. Me dio el delfín de hueso. Su barco volaba, pero yo me sentía mal porque Diestro me había tocado. Pero el rey me tocó aquí y la marca desapareció. —Le mostró el brazo redondeado y delgado. Tenar lo miró fijamente. Se había olvidado de la marca.

—Algún día me gustaría ir volando a donde vive. —Le dijo Therru a Ged. Él asintió.— Lo voy a hacer—dijo—. ¿Lo conoces?

—Sí. Lo conozco. Hice un largo viaje con él.

—¿Dónde fueron?

—A donde no sale el sol y las estrellas no se ocultan. Y regresamos de ese lugar.

—¿Volando?

Él negó con la cabeza. —Sólo puedo caminar —dijo

.

La niña se quedó unos instantes pensativa y luego, como si se sintiera satisfecha, dijo: —Buenas noches —y se marchó a su cuarto. Tenar la siguió; pero Therru no quería que le cantara para hacerla dormir—. Puedo recitar La Creación en la oscuridad —dijo—. Las dos estrofas.

Tenar regresó a la cocina y se sentó nuevamente frente a Ged, al otro lado del hogar.

—¡Está cambiando tanto! —dijo—. Demasiado rápido para mí. Estoy vieja para criar a un niño. Y ella… Me obedece, pero sólo porque desea hacerlo.

—Ésa es la única justificación de la obediencia —observó Ged.

—¿Pero qué voy a hacer cuando se le meta en la cabeza la idea de desobedecerme? Hay algo indómito en ella. A veces es mi Therru, a veces es distinta, inalcanzable. Le pregunté a Hiedra si querría enseñarle. Me lo sugirió Haya. Hiedra dijo que no. «¿Por qué no?», le pregunté. «¡Le tengo miedo!», me dijo… Pero tú no le temes. Y ella tampoco te teme. Tú y Lebannen son los únicos hombres a los que les ha permitido tocarla. Yo dejé que ese…, ese Diestro… No puedo hablar de eso. ¡Ay, estoy fatigada! No entiendo nada…

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