Giorgio Faletti - Yo soy Dios

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Un asesino en serie tiene en vilo a la ciudad de Nueva York. Sus acciones no entran en los esquemas conocidos por los criminalistas. No elige a sus víctimas. No las mira a los ojos mientras mueren… No elimina a una persona en cada asesinato. Golpea masivamente. La explosión de un edificio de veinte plantas, seguida del descubrimiento casual de una vieja carta, conduce a la policía a enfrentar una realidad espantosa… Y las pocas pistas sobre las que los detectives trabajan terminan en callejones sin salida: el criminal desaparece como un fantasma.
Vivien Light, una joven detective que esconde sus dramas personales detrás de una apariencia dura, y un antiguo reportero gráfico, con un pasado que prefiere olvidar, son la única esperanza para detener a este homicida. Un viejo veterano de guerra llevado por el odio. Un hombre que se cree Dios.

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Ben siguió de espaldas y en silencio. Russell subrayó la gravedad de la situación recurriendo a los números:

– Han muerto más de cien personas, Ben. Y morirán otras. No puedo decirte cuántas, pero la próxima vez será una matanza más grande aún.

Sin volverse, el viejo empezó a hablar.

– Cuando conocí a Matt estaba en un reformatorio en el norte, en los límites del estado. Yo había conseguido un contrato para una reestructuración de ese lugar. Cuando llegamos y empezamos a levantar los andamios, los chicos nos miraban con desconfianza. Algunos nos tomaban el pelo. En cambio él no; estaba interesado en ver el avance de los trabajos. Me hacía preguntas, quería saber qué estábamos haciendo y cómo lo hacíamos. No me lo pensé dos veces y le pregunté al director si podía trabajar con nosotros. Después de insistir, el director dio por fin su conformidad, advirtiéndome que aquel interno era un tipo difícil. Sobre sus hombros pesaba una historia familiar que habría hecho estremecer a cualquier persona.

Russell advirtió que Ben estaba reviviendo un momento importante de su vida. Sin saber por qué, estaba seguro de ser la primera persona que tenía acceso a esa información y a esas emociones.

– Me encariñé con ese chico. Era sombrío y taciturno pero aprendía el trabajo deprisa. Cuando salió del reformatorio le hice un contrato de trabajo estable conmigo. Le cedí esa habitación en la nave de mi empresa. La primera vez que la vio le brillaron los ojos: era el primer lugar verdaderamente suyo desde que estaba en el mundo.

El viejo dejó la ventana y volvió a sentarse frente a Russell.

– Poco a poco, Matt se convirtió en el hijo que yo no tenía. Era mi brazo derecho. Fueron los otros trabajadores quienes le pusieron el nombre de Little Boss, pequeño jefe, por el modo en que dirigía los trabajos cuando yo no estaba. Si se hubiese quedado, le habría dejado la empresa en vez de vendérsela al gilipollas que la compró. Pero un día me dijo que se iba a Vietnam como voluntario.

– ¿Voluntario? No lo sabía.

– Ésta es la parte mala de la historia. Una de esas cosas que hace que te avergüences de ser un hombre.

Russell guardó silencio y esperó. Su interlocutor había decidido compartir con él un amargo bocado que durante todos esos años había digerido en soledad.

– Un día nos llamaron para trabajos de ampliación en la vivienda del juez del condado, Herbert Lewis Swanson, que Dios lo maldiga allí donde esté. En aquel tiempo Matt había conocido a Karen, la hija del juez. La primera vez que se vieron yo estaba presente, y enseguida supe que entre los dos había nacido algo. Y también supe que ese algo no traería más que problemas y desdicha.

El viejo sonrió mientras recordaba aquel amor. Russell pensó que esa sonrisa tierna era como la del fraile que conocía la historia de Romeo y Julieta.

– Empezaron a verse a escondidas. Creo, estoy seguro, que ésos fueron de los pocos momentos de felicidad en la vida de Matt Corey. A veces me hago ilusiones de que el tiempo pasado conmigo también haya sido feliz para él.

– Estoy seguro de que así fue.

El viejo hizo un gesto con los hombros dando a entender que el pasado era inútil, porque lo veíamos desde la fragilidad del presente.

– Pero sirvió de poco. Chillicothe es una ciudad pequeña y esconderse resulta muy difícil. Antes o después, todo el mundo se entera de todo. Y el juez supo que su única hija se estaba viendo con un chico. Después descubrió quién era el chico. La vida de Karen estaba programada. Era guapa, rica e inteligente. Un tipo como Matt no tenía sitio en los planes de su padre, que en sus tiempos era un hombre muy, pero que muy poderoso. Prácticamente toda la ciudad estaba en sus manos.

Ben bebió un nuevo sorbo de café. Parecía reticente a transformar los recuerdos en palabras, como si al hacerlo pudiera sufrir otra vez las mismas heridas.

– En aquella época se produjo un doble homicidio, cerca del río. Una pareja de hippies que acampaba al aire libre fue asesinada a puñaladas. Ni el culpable ni el arma del delito fueron encontrados. En aquellos tiempos el sheriff era un tal Duane Westlake, y tenía un ayudante llamado Will Farland. Los dos eran esclavos de la voluntad de Swanson, que los tenía bajo su férula a fuerza de dinero y privilegios. Dos noches después del hallazgo de los cadáveres, esos tipos irrumpieron en la habitación de Matt con una orden de registro firmada por el juez Swanson. Entre las cosas del muchacho encontraron marihuana y un gran cuchillo de caza que bien podría haber sido el usado para el doble homicidio. Matt me contó que emplearon la fuerza para obligarlo a poner sus huellas digitales en la empuñadura del cuchillo.

La voz del viejo rezumaba cólera, ese sentimiento que impide que las heridas cicatricen.

– Estoy seguro de que Matt nunca había tenido ni vendido a nadie un gramo de esa hierba. Y que nunca había comprado un cuchillo de esas características.

No es que Russell tuviera motivos para compartir esa convicción, pero lo hizo.

– Se lo llevaron a la oficina del sheriff. Le enumeraron todas las cosas desagradables con que se encontraría. Una acusación de uso y tráfico de estupefacientes y otra, más grave, de asesinato. La hierba la habían puesto ellos mismos en el cuarto de Matt. En cuanto al cuchillo, en fin, no llego al extremo de pensar que esos dos hayan matado a los hippies a propósito. Pero el sheriff fue el primero en llegar al lugar de los hechos, y hacer que el arma desapareciera habrá sido un juego de niños para un tipo como él. Por otra parte, dado que Matt estaba conmigo, esos dos bastardos le dijeron que podía involucrarme acusándome de complicidad y encubrimiento. Le hicieron una oferta alternativa al juicio y la cárcel: que fuera voluntario a Vietnam.

Ben se terminó el café.

– Y él aceptó. El resto ya lo sabes.

– Una historia vieja como el mundo.

Ben Shepard lo miró con sus ojos azules, una mirada que en ese momento mostraba una dolorosa rendición.

– El mundo es aún muy joven como para que no se repitan historias como ésta.

Russell tuvo la sensación de que había entrado con botas claveteadas en un lugar donde debía haberlo hecho de puntillas. Pero tenía que seguir por muchos motivos, uno de los cuales tenía el rostro de un ser humano.

– ¿Y Karen?

– No pudo creer en esa decisión. Después, la incredulidad se transformó en desesperación. Pero el pacto de Matt con el sheriff implicaba la promesa del silencio. Con ella y conmigo.

El viejo le sirvió más café sin preguntarle si quería.

– Después de un período de instrucción en Fort Polk, Luisiana, Matt volvió a escondidas a casa, por la licencia que el ejército concedía antes de partir para Vietnam. Vivió un mes prácticamente encerrado en la nave, esperando cada día el momento en que ella venía a verlo. Pasaron todo el tiempo posible en ese cuarto, y hoy espero que cada uno de aquellos minutos haya sido como años, aunque sé que no suele ser así.

»Un mes y medio después de la despedida, Karen me dijo que estaba embarazada. También se lo escribió al muchacho. No obtuvimos respuesta y poco tiempo después llegó la noticia de que había muerto.

– ¿Qué fue de ella?

– Karen es una mujer de mucho carácter. Cuando su padre supo que estaba embarazada, trató por todos los medios de hacerla abortar. Pero ella se mantuvo en sus trece, amenazando con contarle a todo el mundo quién era el padre del niño y que el juez le había dicho que abortara. Como su partido político no consentía el aborto, ese malnacido escogió el mal menor: el escándalo de que su hija fuera madre soltera.

– Pero Matt volvió…

– Sí, pero en él estado que sabes.

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