Giorgio Faletti - Yo soy Dios

Здесь есть возможность читать онлайн «Giorgio Faletti - Yo soy Dios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Yo soy Dios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Yo soy Dios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un asesino en serie tiene en vilo a la ciudad de Nueva York. Sus acciones no entran en los esquemas conocidos por los criminalistas. No elige a sus víctimas. No las mira a los ojos mientras mueren… No elimina a una persona en cada asesinato. Golpea masivamente. La explosión de un edificio de veinte plantas, seguida del descubrimiento casual de una vieja carta, conduce a la policía a enfrentar una realidad espantosa… Y las pocas pistas sobre las que los detectives trabajan terminan en callejones sin salida: el criminal desaparece como un fantasma.
Vivien Light, una joven detective que esconde sus dramas personales detrás de una apariencia dura, y un antiguo reportero gráfico, con un pasado que prefiere olvidar, son la única esperanza para detener a este homicida. Un viejo veterano de guerra llevado por el odio. Un hombre que se cree Dios.

Yo soy Dios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Yo soy Dios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El sacerdote se incorporó, con la expresión de quien siente que su alma se hunde en el abismo.

– La excomunión. La interdicción permanente para ejercer mi ministerio.

– Pero eso no ocurrirá. Porque nadie lo sabrá.

Vivien comenzó a explicar qué pensaba hacer. Y lo hizo pensando en el hombre que estaba con ella en aquella habitación blanca, y también en el bien de Joy. Y en lo que en esa casa se hacía jornada tras jornada por chicos como Sundance.

– No puedo poner un micrófono en el confesionario. No me lo permitirías. Pero hay algo que sí podrías hacer.

– ¿Qué?

– Si ese hombre vuelve, llámame al móvil y déjalo encendido para que pueda escuchar vuestra conversación. Así lo oiré sólo yo y dispondré el operativo para que lo detengan lejos de la iglesia.

Michael McKean, un sacerdote que había perdido toda certeza, vio que en el horizonte se insinuaba una tenue esperanza.

– Pero cuando lo atrapéis, ese hombre lo dirá todo, me delatará.

– ¿Y quién le creerá? Porque tú y yo lo negaremos todo. Tengo otra testigo, una persona que vio al tipo de la chaqueta verde en otro lugar, y puedo atribuirle a ella todos los méritos. Tú saldrías limpio.

El sacerdote se quedó en silencio, analizando la propuesta como si Vivien le estuviera ofreciendo la manzana prohibida.

– No lo sé, Vivien. No sé nada.

Ella le cogió los brazos y apretó con fuerza.

– Michael, yo no soy nadie para hacerte prédicas. Durante toda mi vida he ido a la iglesia poco y mal. Pero hay una cosa de la que estoy segura: tú estás salvando de la muerte a muchas vidas humanas… y el Cristo que murió en la cruz para salvar el mundo seguro que te perdonará.

La respuesta llegó tras un instante largo como la eternidad en la que el sacerdote enseñaba a creer.

– Está bien. Lo haré.

Vivien sintió gratitud y la liberación, y apenas si se contuvo de abrazar a McKean, que nunca como en aquel instante había estado tan cerca de los hombres, en un momento en que él creía que su alma se había alejado de Dios.

– Bien, salgamos al jardín. Tengo muchas ganas de ver a mi sobrina.

– Los chicos están por ir a comer. ¿Quieres quedarte con nosotros?

Vivien se dio cuenta de que tenía hambre. El optimismo le había abierto el apetito.

– Perfecto, Michael. La cocina de la señora Carraro nunca defrauda.

Salieron del dispensario y cerraron la puerta a sus espaldas.

Después de un momento la figura de John Cortighan salió de detrás del biombo. Se quedó mirando la puerta con los ojos hundidos y húmedos. Luego se sentó en la camilla y, como si ese gesto le costase un esfuerzo terrible, ocultó la cara entre las manos.

31

Russell esperaba sentado en un cómodo sillón rojo.

Estaba acostumbrado a hacerlo. Durante años había esperado sin siquiera saber qué esperaba. Acaso sin saber que estaba a la espera. En aquellos tiempos miraba el mundo como un espectador atemorizado que escondía su miedo detrás del sarcasmo, tan aturdido por una vida frenética como para ignorar que el único modo de olvidar los problemas es resolverlos. Por fin, el haberlo entendido le había proporcionado una seguridad nueva y, en consecuencia, una calma inusual. Y ahora, cuando la impaciencia podría llegar a alterarle la respiración, estaba tranquilo, sentado, observando con indiferencia cuanto lo rodeaba.

Estaba en la sala de espera de unas oficinas ultramodernas, proyectadas y decoradas por Philippe Starck, que ocupaban una planta entera en un elegante rascacielos en la calle Cincuenta. Cristales, cuero, dorados, una pizca de kitsch razonado y de locura voluntaria. En el aire, un aroma sutil a menta y cedro. Secretarias de aspecto agradable y ejecutivos con la pinta adecuada. Todo estaba colocado allí para acoger y sorprender al visitante.

Eran las oficinas de la Wade Enterprise, la empresa de su padre. Una compañía con sede central en Boston y con diferentes oficinas de representación en las más grandes ciudades de Estados Unidos y en algunas capitales del mundo. Los intereses de la corporación se ramificaban en múltiples direcciones, desde la fabricación y suministro de tecnología militar hasta las finanzas y el comercio de materias primas, en particular el petróleo.

Se entretuvo en mirar una moqueta color tabaco, con el logotipo de la sociedad, que seguramente había costado un ojo de la cara. O quizá sólo el coste de fabricación porque había sido confeccionada en alguna empresa del grupo. Alrededor de Russell todo era una silenciosa ceremonia de homenaje al dios dinero y sus adoradores. Los conocía bien, y sabía cuán fieles podían ser a su credo.

En cambio, a Russell nunca le había interesado mucho el dinero. Y ahora menos que nunca. Lo único que quería era no sentirse nunca más como un fracasado.

Nunca más.

Desde siempre, ésa había sido su vida. En todas partes se había encontrado a la sombra. De su padre, de su hermano, de su apellido, del gran edificio que servía de sede central de la empresa en Boston. Del ala protectora de su madre, que algunas veces había logrado superar el desagrado y la vergüenza que no pocas actitudes del hijo le habían provocado. Ahora había llegado el momento de salir de esa sombra y correr riesgos propios. No se había preguntado qué hubiera hecho Robert en esas circunstancias. Ya lo sabía. El único modo de contarle al mundo la historia que tenía entre manos era llegar hasta el final y después empezar por el principio.

Él sólo.

Cuando por fin había empezado a hacerlo, el recuerdo de su hermano había cambiado. Lo había idealizado tanto que le costaba verlo como una persona, con todas sus cualidades y unos defectos que durante años se había obstinado en no ver. Ahora no era más un mito, sino sólo un amigo cuyo recuerdo caminaba a su lado, un punto de referencia y no un ídolo encaramado en un pedestal demasiado alto.

Un hombre calvo con gafas y un impecable traje azul entró y se dirigió a la recepción. Russell vio que la secretaria que lo había recibido se levantaba para acompañarlo hasta la sala de espera.

– Bien, señor Klee, si tiene la bondad de aguardar un momento, el señor Roberts lo recibirá enseguida.

El hombre hizo un gesto de asentimiento y con la mirada buscó un lugar donde sentarse. Cuando vio a Russell, echó un vistazo reprobador a su ropa arrugada y se sentó en la butaca más alejada. Russell sabía que su presencia en esas oficinas desentonaba en aquel reino de armonía y buen gusto. Tuvo ganas de sonreír. Parecía que su mayor talento era, y siempre había sido, el de desentonar en todas partes.

De pronto le vinieron a la mente las palabras de Vivien la noche que él la había besado: «Lo único que sé es que no quiero complicaciones.» Él había dicho lo mismo, pero a sabiendas de que mentía. Sentía que Vivien era una historia nueva. Un puente que exigía ser cruzado para descubrir quién estaba del otro lado. Por primera vez en su vida no había escapado. Y había pagado en su propia carne lo que a menudo había hecho sufrir a otras mujeres. Con el amargo sabor de la ironía en la boca, había oído unas palabras que también él había pronunciado algunas veces, antes de darse la vuelta e irse. Ni siquiera había dejado que Vivien terminara de explicarse. Para no ser herido, había preferido herir. Después, en el coche, se había dedicado a mirar por la ventanilla sintiéndose solo e inútil, combatiendo con la única verdad: esa noche podía haber sido gloriosa, pero al final todo se había complicado.

Al menos para él.

Cuando ante sus ojos Vivien se transformó en otra, una persona a la que no conocía, se marchó del apartamento presa de la desilusión y el rencor. Después fue a un bar de mala muerte con la intención de beber algo, algo fuerte que disolviese esa piedra fría que sentía en el estómago. Todos sus propósitos naufragaron en el tiempo que el camarero tardó en acercarse a él. Pidió un café y empezó a pensar en qué pasos dar. No tenía ninguna intención de renunciar a su investigación, pero era consciente de las dificultades que tendría si quería llevarla adelante por sí solo. De mala gana, había tenido que admitir que la única vía posible era recurrir a su familia.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Yo soy Dios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Yo soy Dios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Giorgio Faletti - Io sono Dio
Giorgio Faletti
libcat.ru: книга без обложки
Giorgio Faletti
Giorgio Faletti - I'm God
Giorgio Faletti
Giorgio Faletti - I Kill
Giorgio Faletti
Georgius Anastolsky - Sie haben Zahnarztangst
Georgius Anastolsky
Viviana Endelman Zapata - Estoy en el mundo, soy de Dios
Viviana Endelman Zapata
Georgia Hill - Say it with Sequins
Georgia Hill
Отзывы о книге «Yo soy Dios»

Обсуждение, отзывы о книге «Yo soy Dios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x