Giorgio Faletti - Yo soy Dios

Здесь есть возможность читать онлайн «Giorgio Faletti - Yo soy Dios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Yo soy Dios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Yo soy Dios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un asesino en serie tiene en vilo a la ciudad de Nueva York. Sus acciones no entran en los esquemas conocidos por los criminalistas. No elige a sus víctimas. No las mira a los ojos mientras mueren… No elimina a una persona en cada asesinato. Golpea masivamente. La explosión de un edificio de veinte plantas, seguida del descubrimiento casual de una vieja carta, conduce a la policía a enfrentar una realidad espantosa… Y las pocas pistas sobre las que los detectives trabajan terminan en callejones sin salida: el criminal desaparece como un fantasma.
Vivien Light, una joven detective que esconde sus dramas personales detrás de una apariencia dura, y un antiguo reportero gráfico, con un pasado que prefiere olvidar, son la única esperanza para detener a este homicida. Un viejo veterano de guerra llevado por el odio. Un hombre que se cree Dios.

Yo soy Dios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Yo soy Dios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Con una admirable sincronización, al final del sermón los sonidos evocativos del órgano se propagaron por la iglesia, apoyando a un coro que entonaba un canto que hablaba del mundo y de su necesidad de amor. Cada vez que el padre McKean escuchaba las voces congeniadas de los cantores en esa perfecta fusión de armonía, no podía dejar de sentir un escalofrío. Pensó que la música era uno de los más grandes regalos hechos a los seres humanos, algo que repercutía tanto en el espíritu que llegaba a afectar el cuerpo. Se alejó del atril y alcanzó su sitio en la otra parte del altar, junto a los monaguillos. Se quedó de pie, siguiendo el ritual de la misa a la vez que observaba a los fieles que llenaban la iglesia.

Sus chicos, aparte de los que estaban de turno para trabajar en Joy, estaban sentados en las primeras filas. Como para todo, McKean había dejado libre elección sobre los rezos y la presencia en misa. Joy era un lugar de transformación humana, antes que de conversión religiosa. El responsable de la comunidad era un sacerdote católico, y ese mismo sacerdote había decidido que no tendría influencia en la elección de los chicos. Pero era consciente de que todos venían a la iglesia porque estaba él y porque sabían que le gustaba verlos participar en un momento de relación colectiva.

Por el momento, eso le era suficiente.

La iglesia de Saint Benedict estaba en el centro de un barrio de viviendas del Bronx llamado Country Club, en su mayor parte poblado por personas de origen hispano o italiano, cuyas características físicas eran fácilmente reconocibles en la mayoría de los presentes. En la entrada de la iglesia, pegadas al muro junto a la imagen de la Virgen María, había unas chapas de bronce colocadas allí en recuerdo de los fieles de la parroquia fallecidos. Casi todas mostraban apellidos españoles e italianos. En efecto, al final del día y en consideración de las dos etnias, se celebraban misas en ambos idiomas.

En el momento de la comunión, el padre McKean se acercó al altar y recibió la hostia de manos del párroco, que no disimuló una mirada de satisfacción por el sermón. Entre la magia de la música que subrayaba el intercambio de deseos de paz y el aroma del incienso que se esparcía en el aire, la voz del padre Paul Smith condujo la misa en plegaria hasta su conclusión.

Poco después, como de costumbre, los sacerdotes se encontraron a la salida de la iglesia para saludar a los feligreses, intercambiar impresiones, escuchar historias y discutir iniciativas de la parroquia. En los meses de invierno, estos encuentros se producían en el claustro, pero en ese hermoso día las puertas estaban abiertas y todos se reunieron en la escalinata exterior.

El padre McKean recibió felicitaciones por su comentario del Evangelio. Y Helen Carraro, la hermana mayor de la cocinera, no dudó en presentarse con los ojos húmedos para expresarle su conmoción y recordarle que sufría de artritis. Roger Brodie, un carpintero jubilado que a veces hacía trabajos gratis para la parroquia, prometió que al día siguiente iría a Joy para hacer una reparación. Poco a poco los grupos se disolvieron y las personas volvieron a sus coches y sus casas. Muchos habían venido a pie porque vivían cerca.

El párroco y el padre McKean se quedaron solos.

– Hoy has estado emocionante. Eres una gran persona, Michael. Por lo que dices y por cómo lo dices. Por lo que haces y por cómo lo haces.

– Gracias, Paul.

Paul Smith se volvió y dirigió la mirada a John Kortighan y los chicos que estaban en la acera esperando para regresar a Joy. Cuando volvió a mirarlo, McKean leyó en sus ojos cierto pudor.

– Debo pedirte un sacrificio, si no te pesa mucho.

– Dime.

– Ángelo no está bien. Sé que los domingos son muy importantes para ti y tus chicos, pero ¿podrías sustituirlo en la misa de las doce y media?

– No hay problema.

Los chicos sentirían su ausencia, pero en un día tan especial sabía que no estaría de humor como para compartir la mesa con ellos. El sentimiento de opresión no lo había abandonado del todo y pensaba que quizá sería mejor no estar presente que estarlo de mal humor.

Bajó la escalinata y se acercó a los chicos que lo estaban esperando.

– Lo siento, pero me temo que deberéis comer sin mí. Tengo un compromiso en la parroquia. Os alcanzaré más tarde. Decidle a la señora Carraro que me espere con algo caliente… si antes no os lo acabáis todo.

Captó la desilusión en los rostros de algunos chicos. Jerry Romero, el más veterano, el que llevaba más tiempo como huésped en Joy, y que para muchos de sus compañeros era un punto de referencia, se erigió en portavoz del descontento general.

– Creo que para lograr el perdón esta vez tendrás que concedernos una sesión de Fastflyx.

Fastflyx era un servicio de alquiler de películas por correo que Joy había obtenido gratuitamente gracias a la diplomacia de John Kortighan. En un lugar de fatigas y renuncias, como era la comunidad, una simple película era un pequeño lujo.

McKean señaló al muchacho con el índice.

– Esto es un chantaje indecente, Jerry. Y os lo digo a ti y a tus cómplices. No obstante, me veo obligado a ceder bajo el peso de la voluntad general. Además, creo que ayer llegó una sorpresa. Es más: una sorpresa doble.

Hizo un gesto como para parar en seco las preguntas de los chicos.

– Luego hablaremos. Ahora iros que los otros están esperando.

En medio de una discusión, los chicos se dirigieron al batmóvil, que era como llamaban al transporte de Joy. McKean los observó alejarse. Eran una colorida masa de ropa con un cúmulo de problemas demasiado grande para su edad. Algunos eran individuos con los que no era fácil relacionarse. Pero eran la familia del sacerdote y durante un período de sus vidas Joy sería la de ellos.

John habló con McKean antes de alcanzarlos.

– Quieres que venga a buscarte?

– No te preocupes, me haré llevar por alguien.

– De acuerdo. Entonces hasta luego.

Se quedó en la calle hasta que el vehículo desapareció en la esquina. Después subió la escalinata y entró otra vez en la iglesia, ya vacía. Sólo dos mujeres se habían quedado, en un banco cerca del altar, por una continuidad personal del contacto con Dios que había sido la misa.

A la derecha, después de la entrada, estaba el confesionario. Era de madera clara y brillante con las dos entradas tapadas con cortinas burdeos. Un piloto rojo, encendido o apagado, indicaba la presencia o no de un sacerdote. Y uno más pequeño al costado indicaba si estaba libre o no. La parte dedicada al confesor era un espacio estrecho con la única comodidad de una silla de mimbre, bajo un aplique con pantalla que desde arriba difundía una luz tenue sobre la tapicería azul. La parte del penitente era aun más espartana, con reclinatorio y un enrejado que permitía la intimidad que muchos necesitaban en un momento tan íntimo.

A veces el padre McKean se refugiaba allí, sin encender la luz ni señalar en modo alguno su presencia. Se quedaba un buen rato para reflexionar, por ejemplo sobre las necesidades económicas de su obra o concentrarse en sus ideas, que a veces eran como aves migratorias, o a pensar en qué hacer con un chico especialmente difícil. Y llegaba a la conclusión de que todos lo eran y que, por lo tanto, merecían la misma atención. Pensaba que con el dinero disponible en Joy obraban auténticos milagros y seguirían haciéndolo. Y que sus ideas, aun las más difíciles de concretar, tarde o temprano mostraban el lugar donde habían anidado.

Como tantas otras veces, ese día el sacerdote corrió la cortinilla, entró y se sentó sin encender la luz pequeña. La silla era vieja pero cómoda, y la oscuridad una aliada. Estiró las piernas y las apoyó en el tabique. Las imágenes mostradas por la televisión para desorbitar los ojos y sacudir las conciencias tenían un precio para todo el mundo, incluso para los no afectados directamente por la tragedia. Por el solo hecho de existir. Había momentos en los que la vida se situaba en una balanza y, entonces, la dificultad mayor consistía en entender. A pesar de lo que había dicho durante la misa, no sólo era difícil entender a los hombres, sino también la voluntad de Dios. A veces se preguntaba cómo habría sido su existencia de no haber seguido la llamada de eso que el mundo eclesiástico llamaba vocación. Tener una mujer, hijos, un trabajo, una vida normal. Tenía treinta y ocho años y muchos años antes, en el momento de la decisión, le habían recordado las cosas a las que renunciaba. Era sólo una advertencia. Ahora, a veces sentía un vacío al que no sabía ponerle nombre, pero también sabía que un vacío como ése formaba parte de la experiencia de cada ser humano que caminara sobre la Tierra. Él tenía su pequeña revancha cotidiana sobre la nada, viviendo en contacto con sus muchachos y ayudándolos a salir de lo peor. Finalmente concluyó que entender no era lo más difícil, que lo más difícil era continuar después de haber entendido. Y seguir recorriendo el camino a pesar del cansancio. Eso era, en ese momento, lo más parecido a la fe que podía ofrecer a los otros y a sí mismo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Yo soy Dios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Yo soy Dios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Giorgio Faletti - Io sono Dio
Giorgio Faletti
libcat.ru: книга без обложки
Giorgio Faletti
Giorgio Faletti - I'm God
Giorgio Faletti
Giorgio Faletti - I Kill
Giorgio Faletti
Georgius Anastolsky - Sie haben Zahnarztangst
Georgius Anastolsky
Viviana Endelman Zapata - Estoy en el mundo, soy de Dios
Viviana Endelman Zapata
Georgia Hill - Say it with Sequins
Georgia Hill
Отзывы о книге «Yo soy Dios»

Обсуждение, отзывы о книге «Yo soy Dios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x