Giorgio Faletti - Yo soy Dios

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Un asesino en serie tiene en vilo a la ciudad de Nueva York. Sus acciones no entran en los esquemas conocidos por los criminalistas. No elige a sus víctimas. No las mira a los ojos mientras mueren… No elimina a una persona en cada asesinato. Golpea masivamente. La explosión de un edificio de veinte plantas, seguida del descubrimiento casual de una vieja carta, conduce a la policía a enfrentar una realidad espantosa… Y las pocas pistas sobre las que los detectives trabajan terminan en callejones sin salida: el criminal desaparece como un fantasma.
Vivien Light, una joven detective que esconde sus dramas personales detrás de una apariencia dura, y un antiguo reportero gráfico, con un pasado que prefiere olvidar, son la única esperanza para detener a este homicida. Un viejo veterano de guerra llevado por el odio. Un hombre que se cree Dios.

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El coche de la policía estaba aparcado junto a la acera, protegida por el cercado de plástico naranja que delimitaba la parte del área de las obras que invadía la calzada. Bowman y Salinas, los agentes enviados por Bellew, no estaban a la vista. Quizá se hallaran dentro, circunscribiendo con cintas amarillas la zona donde había sido descubierto el cadáver.

Los obreros estaban reunidos junto a la puerta de uno de los barracones que había a ambos lados de la obra. De pie, un poco separados del resto, había otros dos hombres. Uno era negro, alto y grande, el otro era blanco y llevaba una chaqueta azul de trabajo. En todos los presentes parecía que los nervios eran el único motor de sus movimientos. Vivien comprendía muy bien ese estado de ánimo. No todos los días sucede que al derribar una pared uno se encuentre con un cadáver.

Se acercó a esos dos y les mostró su placa.

– Buenos días. Creo que me están esperando, soy la detective Vivien Light.

Si les sorprendió ver que llegaba a pie, no lo demostraron. El alivio debido a su presencia, por tener al fin a alguien a quien referir los hechos, superaba otras consideraciones.

El blanco habló en nombre de los dos.

– Soy Jeremy Cortese, jefe de obras. El señor es Ronald Freeman, el segundo jefe.

Vivien abordó el asunto sin dilación, consciente de que los dos hombres esperaban que lo hiciera.

– ¿Quién ha descubierto el cadáver?

Cortese señaló al grupo de obreros que estaba detrás.

– Jeff Sefakias. Estaba derribando la pared y…

– Está bien. Después hablaré con él. Ahora quiero hacer un reconocimiento.

Cortese dio un paso hacia la entrada de las obras.

– Venga por aquí. Yo le indico.

Freeman se quedó donde estaba.

– Si fuera posible quisiera evitar volver a ver ese… esa cosa.

A Vivien le costó disimular un gesto de simpatía. Lo hizo porque podía ser interpretado como una burla. No debía humillar a quien le parecía una buena persona. Una vez más pensó en lo impreciso que era siempre emparejar el cuerpo y la mente de una persona. La pinta de aquel hombre le habría dado miedo a cualquiera, en cambio era él quien estaba impresionado por una escena cruenta.

En ese momento un gran automóvil se detuvo a su lado. El chófer abrió la puerta trasera y salió una mujer. Era alta, rubia, y pudo haber sido guapa en el pasado. Ahora era la manifestación viviente de la inútil batalla de algunas mujeres contra la imparcialidad del tiempo. Aun cuando vestía de modo informal, toda su ropa era de marca. Delataba tiendas de la Quinta Avenida, Sacks, sesiones de masajes en spa exclusivos, perfume francés y gesto de desprecio por el prójimo. Se dirigió a Cortese sin dedicarle una mirada a Vivien.

– Jeremy, ¿qué está pasando aquí?

– Como ya le he dicho por teléfono, hemos encontrado el cuerpo de un hombre durante las excavaciones.

– De acuerdo, pero los trabajos no pueden pararse por eso. ¿Tiene idea de cuánto cuesta a la empresa cada día que se detienen los trabajos?

Cortese encogió los hombros y dirigió a Vivien un gesto espontáneo con las manos.

– Estábamos esperando la llegada de la policía.

En ese momento la mujer pareció advertir la presencia de Vivien. La miró de arriba abajo con una expresión que la detective decidió que no merecía ser descifrada. Cualquiera que fuera el tema del examen, ropa o aspecto o edad, sabía que no obtendría una buena nota.

– Agente, tratemos de resolver lo antes posible este desagradable accidente.

Vivien ladeó la cabeza y sonrió.

– ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

La mujer usó un tono de proclama:

– Elizabeth Brokens. Mi marido es Charles Brokens, propietario de la empresa.

– Bien, señora Elizabeth Brokens, mujer de Charles Brokens, propietario de la empresa: un desagradable accidente podría ser, por ejemplo, la nariz que su cirujano plástico le ha colocado en medio de la cara. Lo que ha sucedido en este lugar es lo que todo el mundo suele llamar homicidio, ¿le suena? Y como bien sabrá usted, es una práctica perseguida por la ley. Me permito recordarle que es la misma ley que investiga la contabilidad de la empresa de su marido, señora. -Abandonó la sonrisa y cambió de tono-. Y si usted no desaparece ya mismo, la hago arrestar por obstaculizar una investigación de la policía de Nueva York.

– ¿Cómo se permite? Mi marido es amigo personal del jefe de policía y…

– Entonces vaya a quejarse a él, estimada señora Elizabeth Brokens, mujer de Charles Brokens, propietario de la empresa y amigo personal del jefe de policía. Y déjeme hacer mi trabajo de una puta vez.

Le dio la espalda, dejándola helada y quizás imaginando sanciones y terribles castigos para ella. Se dirigió hacia la abertura en el cercado que según intuyó daría acceso a las obras.

Jeremy Cortese se le puso al lado. Su expresión era de incredulidad.

– Señorita, si alguna vez tiene unas reformas para hacer, le haría el trabajo gratis con todo gusto. La cara de la señora Brokens después de su discurso me quedará como uno de los mejores recuerdos de mi vida.

Pero Vivien casi no oyó esas palabras. Ya tenía el pensamiento en otra parte. Apenas llegaron al lugar, de un vistazo se percató de cuál era la situación. Un poco más allá de sus pies, delimitado por una red de protección, se abría un agujero en el terreno. Era de unas tres cuartas partes de la medida total de la excavación y profundo como un sótano. El fondo eran los suelos de dos edificios diferentes y estaba dividido por la mitad mediante una línea de materiales desiguales. En la parte opuesta todavía había algo de la planta baja, pendiente de demolición, pero la mayor parte del trabajo había sido hecho. Abajo, los dos agentes estaban terminando de cercar el área en su parte izquierda. Un obrero estaba detrás de ellos, apoyado contra una pared, esperando.

Cortese le dio respuestas antes de que Vivien formulara preguntas.

– Había dos viejos edificios, uno pegado al otro. Los estamos derribando para construir un rascacielos.

– ¿Qué había antes aquí?

– De este lado, apartamentos y un restaurante que daba a la calle, creo. Hemos encontrado muchos viejos utensilios. Del otro lado, un pequeño garaje. Creo que fue instalado después de la construcción del edificio, porque hemos encontrado trazas de reestructuración.

– ¿Sabe quiénes eran los propietarios?

– No, pero seguro que la empresa tiene toda la documentación que necesita.

Cortese se movió y Vivien lo siguió. Llegaron a la esquina de la derecha, donde una escalera de cemento, los restos de una construcción precedente, conducía al nivel inferior. La excavación desierta daba sensación de desolación, con los martillos neumáticos en el suelo y la gran perforadora amarilla aparcada a un lado con el motor apagado. Imperaba el gris malestar de la destrucción sin la brillante promesa de una restauración.

Dos técnicos de la Científica aparecieron cuando ya estaban en la escalera. Traían un montón de instrumentos. Vivien les indicó que la siguieran.

La detective y Cortese bajaron por la escalera y llegaron en silencio a donde esperaban los dos agentes. Cortese se detuvo a dos pasos de la cinta amarilla. Víctor Salinas, un joven alto y moreno que tenía debilidad por Vivien, cuya mirada no lo disimulaba, esperó a que ella llegara y después levantó la cinta amarilla para dejarla pasar.

– ¿Cómo están las cosas?

– A primera vista, diría que normal y complicada al mismo tiempo. Ven a echar un vistazo.

Al final de la pared había una especie de abertura cuadrada. Vivien se dio la vuelta y comprobó que en la parte opuesta había otra abertura igual. Probablemente una o dos vigas, ya demolidas, habían seguido esa línea.

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