Giorgio Faletti - Yo Mato

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Un locutor de Radio Montecarlo recibe una noche durante su programa una llamada telefónica asombrosa alguien revela que es un asesino El hecho se pasa por alto, como una broma de pésimo gusto, sin embargo, al día siguiente un famoso piloto de formula uno y su novia aparecen en su barco, muertos y horrendamente mutilados Se inicia así una serie de asesinatos, cada uno precedido de una llamada a Radio Montecarlo con una pista musical sobre la próxima victima, cada uno subrayado por un mensaje escrito con sangre en el escenario del crimen, que es al mismo tiempo una firma y una provocación «Yo mato»
Para Frank Ottobre, agente del FBI, y Nicolás Hulot, comisario de la Sürete monegasca, comienza la caza de un escurridizo fantasma que tiene aterrorizada a la opinión publica nunca hubo un asesino en serie en el principado de Monaco Ahora lo hay, y de su búsqueda nadie va a salir indemne Yo mato es un thriller pleno de acción e intriga, con un desarrollo narrativo tan maduro como absorbente Eso ha bastado -y ha sobrado- para situar a su autor entre los nombres mas importantes del genero y a su obra como un autentico fenómeno editorial

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– Ya veré qué puedo hacer -dijo Roncaille-. Puedo pedir refuerzos a la policía francesa. No hace falta que les diga que el principado prescindiría gustosamente de este asunto. Siempre hemos dado una imagen de seguridad, de isla feliz en medio de los horrores que ocurren en otras partes del mundo. Ahora que este loco nos desafía con estos asesinatos, debemos demostrar una eficacia acorde a esa imagen. En pocas palabras, debemos atraparle lo más deprisa posible. Antes de que mate a otras personas.

Roncaille se levantó y alisó las arrugas de sus pantalones de lino

– Bien, los dejo trabajar. Les confieso que muy pronto tendré que comunicar al procurador general la información que acaban de darme. Es un deber del que me libraría de buena gana… Hulot manténganos informados a cualquier hora del día o de la noche. Suerte, señores.

Se dirigió a la puerta, la abrió, salió del despacho y la cerró con delicadeza a sus espaldas. El sentido de sus palabras, pero en particular el tono de su voz, dejaban muy claro lo que quería decir ese «debemos atraparle». El significado exacto era: «ustedes deben atraparlo»; tampoco pasaba inadvertida la amenaza de represalias en caso de que fracasaran.

21

Frank, Hulot y Morelli se quedaron en la habitación, sintiendo el gusto amargo de la derrota. Habían tenido una pista y no la habían descifrado. Habían tenido la posibilidad de detener a un asesino, y ahora tenían tan solo otro cadáver con el cráneo desollado tendido en la mesa del depósito de cadáveres. De momento, Roncaille solo había ido a explorar, a dar una vuelta de reconocimiento a la espera de la verdadera batalla, a advertirles que de allí en adelante se desatarían fuerzas que tal vez exigirían cortar muchas cabezas. Y que la suya no caería sola. Punto y aparte.

Llamaron a la puerta.

– Adelante.

Por la puerta entornada asomó el rostro de Claude Froben.

– Comisario Froben, vengo a dar el parte.

– Ah, hola Claude, pasa.

Froben se dio cuenta enseguida del ambiente de derrota que se respiraba en la estancia.

– Buen día a todos. Me he cruzado con Roncaille, ahí fuera. Mal momento, ¿eh?

– Peor no podría ser.

– Ten, Nicolás, te he traído un regalo. Revelado en tiempo récord exclusivamente para ti. Para lo demás, lo lamento; tendrás que esperar todavía un poco.

Dejo en el escritorio el sobre marrón que llevaba en la mano. Frank se levantó del sillón y fue a abrirlo. Contenía unas fotos en blanco y negro, una versión estática de lo que ya habían visto en el vídeo, una habitación vacía que era la imagen metafísica de un crimen. La habitación donde una figura de negro había matado a un hombre de alma más negra aún.

Miró rápidamente las fotos y se las pasó a Hulot, que las dejó en el escritorio sin siquiera mirarlas.

– ¿Habéis encontrado algo? -preguntó a Froben, sin mucha esperanza.

– Mis muchachos han registrado esa habitación, y la casa en general, con sumo cuidado. Hay muchas huellas, pero ya sabes que a veces tener muchas huellas es como no tener ninguna. Si me das las del cadáver, podemos compararlas para intentar una identificación definitiva. Hemos encontrado cabellos en el sillón, y aunque es casi seguro que pertenecen a Yoshida…

– De eso no hay la menor duda. Y el muerto es él -le interrumpió Hulot.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro?

– Antes de continuar, me parece justo que veas algo.

– ¿Qué?

Hulot se apoyó en el respaldo y se volvió hacia Morelli.

– Siéntate y agárrate fuerte. Morelli, pon la cinta, por favor.

El inspector apuntó el mando a distancia y de nuevo la pantalla se llenó con aquella danza macabra. Su puñal parecía una aguja que cosía la muerte en la ropa de Yoshida, un traje rojo de sangre para el carnaval del infierno. Froben miraba con los ojos muy abiertos. Cuando la película terminó, con la reverencia satisfecha del hombre de negro, tardó algunos instantes en encontrar las palabras.

– ¡Cielo santo! ¡Aquí ya no estamos en la tierra!… Casi he sentido el impulso de hacer la señal de la cruz. ¿Qué puede haber en la cabeza de ese hombre?

– Todo el talento que la locura puede poner a disposición de la maldad: sangre fría, inteligencia y astucia. Y ni siquiera el menor atisbo de piedad.

Las palabras de Frank contenían su propia condena tanto corno la condena al asesino al que se enfrentaban. Ninguno de los dos podía detenerse. Uno continuaría matando hasta que el otro lo atrapara. Y, para lograrlo, Frank debía dejar a un lado su mente de hombre racional para ponerse, también él, un traje negro.

– Froben, ¿qué nos dices de las cintas encontradas en la casa de Yoshida?

Por un instante Froben pareció aliviado de que la conversación hubiera cambiado de rumbo. En los ojos del estadounidense había una luz que le intimidaba. Por momentos su voz tenía el sonido del que susurra fórmulas mágicas para evocar fantasmas.

– Se parece a lo que acabamos de ver: cosas que hielan la sangre en las venas. Hemos comenzado una investigación, ya veremos adonde nos lleva. Las cosas que hay allí dentro me hacen pensar que el difunto señor Yoshida no era en vida un tipo mucho mejor que el hombre que le ha matado. Cosas para perder por completo la fe en los seres humanos… En mi opinión, ese sádico ha tenido el fin que se merecía.

Hulot, sentado al escritorio, dio al fin voz a sus pensamientos:

– Según vosotros, ¿por qué el asesino ha sentido la necesidad de grabar esta cinta?

Frank se acercó a la ventana y se apoyó en el alféizar de mármol; miraba una calle que no veía.

– No la ha hecho para nosotros.

– ¿Qué quieres decir?

– Hay un momento, hacia el final de la grabación, en el que el asesino se ha bloqueado. Solo en ese momento ha pensado en nosotros. Entonces se ha girado y nos ha hecho la reverencia. No, no ha grabado la cinta para nosotros… ¿Y para quién, entonces?

Froben se dio vuelta, pero solo vio la espalda y la nuca del estadounidense.

– La ha hecho para Yoshida.

– ¿Para Yoshida?

Frank volvió lentamente al centro de la habitación.

– Está muy claro. Ya han visto ustedes que le hirió de modo que ninguno de los cortes fuera mortal. A veces el mal utiliza una extraña forma de homeopatía. El asesino le hizo volver a ver en esta cinta su propia muerte.

Quinto carnaval

El hombre ha regresado.

Ha cerrado con cuidado tras de sí la puerta hermética de su guarida de paredes de metal. Silencioso y solo, como siempre. Ahora de nuevo se ha encerrado lejos del mundo, tal como el mundo se ha cerrado lejos de él.

Sonríe mientras apoya con suavidad una bolsa de tela oscura en la mesa de madera que está contra la pared. Esta vez está seguro de no haber cometido errores. Se sienta y enciende la lámpara con gesto solemne y ritual. Hace saltar las hebillas de la mochila y abre la bolsa con los mismos movimientos ceremoniosos. Saca una caja negra de cartón encerado. La apoya en la superficie y la contempla un instante, como si fuera un regalo que uno no abre enseguida para prolongar el placer de descubrir qué hay dentro.

La noche no ha transcurrido en vano. El tiempo se ha sometido dócilmente a sus necesidades. También otro hombre inútil se ha sometido a sus necesidades y le ha proporcionado lo que él buscaba. Ahora la música se ha liberado, y en su cabeza resuena la marcha triunfal de la victoria.

Abre la caja e introduce con cuidado las manos. La luz de la lámpara ilumina la cara de Alien Yoshida mientras la extrae con delicadeza del embalaje de cartón. Caen unas gotas de sangre, que se juntan con otras en el fondo de la caja. La sonrisa del hombre se ensancha. Esta vez ha sido muy precavido. Ha usado como soporte para su trofeo la cabeza de un maniquí de plástico ligero, como los que usan los peluqueros para poner las pelucas.

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