Giorgio Faletti - Yo Mato

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Un locutor de Radio Montecarlo recibe una noche durante su programa una llamada telefónica asombrosa alguien revela que es un asesino El hecho se pasa por alto, como una broma de pésimo gusto, sin embargo, al día siguiente un famoso piloto de formula uno y su novia aparecen en su barco, muertos y horrendamente mutilados Se inicia así una serie de asesinatos, cada uno precedido de una llamada a Radio Montecarlo con una pista musical sobre la próxima victima, cada uno subrayado por un mensaje escrito con sangre en el escenario del crimen, que es al mismo tiempo una firma y una provocación «Yo mato»
Para Frank Ottobre, agente del FBI, y Nicolás Hulot, comisario de la Sürete monegasca, comienza la caza de un escurridizo fantasma que tiene aterrorizada a la opinión publica nunca hubo un asesino en serie en el principado de Monaco Ahora lo hay, y de su búsqueda nadie va a salir indemne Yo mato es un thriller pleno de acción e intriga, con un desarrollo narrativo tan maduro como absorbente Eso ha bastado -y ha sobrado- para situar a su autor entre los nombres mas importantes del genero y a su obra como un autentico fenómeno editorial

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Hulot se apoyó en la pared de metal del ascensor.

– Los puntos en común más evidentes son la fama y la edad, ya que los dos rondaban los treinta y cinco años. Y quizá también el atractivo físico.

– De acuerdo. Entonces, ¿cómo encaja Arijane Parker? ¿Por qué una mujer?

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Hulot bloqueó la célula fotoeléctrica en la mano.

– Tal vez al asesino le interesaba Jochen Welder, pero ella se cruzó en su camino y se vio obligado a matarla.

– También en eso estoy de acuerdo. Pero, entonces, ¿por qué utilizó con ella el mismo procedimiento?

Atravesaron el pasillo hasta el despacho de Hulot. Las personas con las que se cruzaban los miraban como a dos veteranos.

– No lo sé, Frank. No sé qué decir. Tenemos tres muertos y ninguna pista que valga la pena. La única que teníamos no logramos descifrarla a tiempo, por lo que ahora cargamos con un muerto más en la conciencia. Aunque, pensándolo ahora, era bastante simple.

– Una vez leí que todos los enigmas son simples una vez que se conoce la solución.

Entraron en el despacho. La luz del sol dibujaba unos cuadrados de luz en el suelo. Fuera era casi verano, pero dentro parecía que el invierno se resistía a marcharse.

Hulot fue al escritorio, cogió el teléfono y marcó el número directo de Froben, el comisario de Niza. Frank se sentó en el sillón, en la misma postura que pocas horas antes.

– ¿Claude? Habla Nicolás. Escucha, ha habido un problema… Mejor dicho, tengo un problema más, para ser exactos. Hemos encontrado otro cadáver, en un coche. El mismo procedimiento que los otros dos. La cabeza completamente desollada. En los documentos el coche figura a nombre de Zen Electronics, la sociedad de Alien Yoshida, ya sabes, el…

El comisario calló, interrumpido por su interlocutor.

– ¿Cómo? Espera., estoy aquí con Frank. Pondré el manos libres, así también lo oirá él. Repite lo que has dicho.

Pulsó un botón del teléfono y se oyó la voz de Froben, algo distorsionada por el amplificador.

– He dicho que estoy en la casa de Yoshida, en Beaulieu. Casas de mil millones. Megamultimillonarios. Servicio de vigilancia y cámaras por todas partes. Nos llamaron esta mañana, alrededor de las siete. El personal de servicio no vive aquí; vienen todos alrededor de las seis y media. Hoy, en cuanto llegaron, comenzaron a poner orden después de una fiesta que el dueño de la casa había dado anoche. Cuando bajaron a la planta inferior encontraron abierta la puerta de una habitación cuya existencia ignoraban.

– ¿Qué significa «cuya existencia ignoraban»?

– Significa lo que he dicho, Nicolás. Una habitación cuya existencia ignoraban, un cuarto secreto que se abre mediante una cerradura de combinación que está escondida en la base de una estatua.

– Disculpa. Continúa.

– Cuando entraron, encontraron un sillón completamente cubierto de sangre. También había sangre en el suelo y en las paredes. Un lago, como ha dicho literalmente el hombre de seguridad que nos llamó, y te aseguro que no exageraba. Estamos aquí desde hace un buen rato, y la brigada científica todavía sigue trabajando. Ya he comenzado a interrogar a algunos miembros del servicio, pero hasta ahora no he obtenido nada.

– Le ha matado allí, Claude. Llegó, mató a Yoshida, hizo su trabajo de mierda, lo cargó en el coche y después abandonó coche y cadáver en el aparcamiento del casino.

– El jefe de seguridad, un ex policía llamado Valmeere, me ha dicho que esta noche, alrededor de las cuatro, vio salir el coche de Yoshida.

– ¿Y no vio quién conducía?

– No. Dice que el coche tiene cristales ahumados y no se puede ver el interior. Además era de noche y con el reflejo de las luces es peor todavía.

– ¿Y no le ha parecido extraño que Yoshida saliera solo a esa hora de la madrugada?

– Lo mismo le he preguntado yo. Valmeere me ha respondido que Yoshida era un tío extraño. De vez en cuando salía solo. Valmeere le había advertido que no era seguro andar solo por ahí, pero no logró hacérselo entender. ¿Quieres saber hasta qué punto era extraño el señor Yoshida?

– Dime.

– En la habitación encontramos una colección de cintas snuff como para darte escalofríos. Con cosas que ni siquiera imaginas. Uno de mis muchachos las vio y tuvo que salir a vomitar. ¿Quieres que te diga algo?

Froben continuó sin esperar la respuesta.

– Si a Yoshida le gustaba ese tipo de películas, ha tenido el fin que merecía.

Las palabras de Froben reflejaban con claridad su repugnancia. Así era la vida de un policía. Siempre se creía haber tocado fondo, y cada vez sucedía algo que desbarataba esa convicción.

– Está bien, Claude. Hazme llegar cuanto antes los resultados del registro del lugar: fotos, huellas, si las hay, y todo lo demás. Y haz lo posible para que podamos efectuar una inspección más tarde. Te lo agradezco.

– No hay de qué. Nicolás…

– ¿Sí?

– El otro día solo lo pensé, pero ahora te lo confieso abiertamente. ¿Me creerías si te dijera que no querría estar en tu lugar?

– Te creo, amigo mío. Claro que te creo…

Hulot colgó el auricular como si fuera extremadamente frágil.

Frank, apoyado en el respaldo del sillón, miraba por la ventana un trozo de cielo azul, sin verlo. Su voz parecía llegar desde mil kilómetros y mil años de distancia.

– ¿Sabes, Nicolás? A veces, cuando pienso en las cosas que suceden en el mundo, cosas como esta, o como lo del World Trade Center, las guerras y todo lo demás, pienso en los dinosaurios.

El comisario lo miró sin hablar. No comprendía adonde quería llegar.

– Desde hace mucho, todos tratan de entender por qué se extinguieron. Se preguntan por qué unos animales que dominaban el mundo desaparecieron de golpe. Quizá de todas las explicaciones la más válida sea también la más simple. Quizá murieron porque todos enloquecieron. Igual que nosotros. Eso es lo que somos: solo pequeños dinosaurios. Y nuestra locura, tarde o temprano, será la causa de nuestro fin.

20

Morelli introdujo la cinta en el vídeo y casi de inmediato aparecieron en la pantalla las barras coloreadas del inicio de la grabación. Hulot bajó las persianas para eliminar los reflejos. Frank, sentado en su solitario sillón, miraba hacia el aparato, instalado en la pared frente al escritorio.

A su lado se hallaba Luc Roncaille, director de la Süreté Publique del principado de Monaco; había llegado de improviso al despacho de Hulot mientras Morelli y un agente montaban el televisor y el vídeo en una mesita con ruedas.

Era un hombre alto, bronceado, con las sienes canosas, una versión europea de Stewart Granger. Frank lo había mirado con instintiva desconfianza. El hombre tenía más aspecto de político que de policía. Un bello rostro que reflejaba una carrera basada más en las relaciones públicas que en la práctica sobre el terreno. Cuando Hulot lo presentó, él y Frank se estudiaron un instante, evaluándose mutuamente. Al mirarlo a los ojos, el estadounidense llegó a la conclusión de que Roncaille no era estúpido. Quizá un oportunista, pero desde luego no era estúpido. Frank tuvo la clara sensación e que, si tuviera que arrojar a alguien al mar para no ahogarse él, lo haría sin el menor problema. O, en todo caso, no se ahogaría solo, apenas se había enterado del hallazgo del cadáver de Yoshida, se les había echado encima. Por el momento no había causado dificultades, pero sin duda había acudido allí con la intención de obtener información suficiente para quedar bien parado ante sus superiores. El principado de Monaco era un pañuelo, sí, pero no era un país de opereta. Había reglas estrictas que respetar y una buena organización estatal que era la envidia de muchas otras naciones.

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