Lee Child - El Enemigo

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Año nuevo, 1990. El muro de Berlín acaba de caer, y con él, termina la guerra fría. El mundo se enfrenta a una nueva era político-militar. Ese mismo día, Jack Reacher, un oficial de la polícia militar destinado en Carolina del Norte, recibe una llamada que le comunica la muerte de uno de los soldados de la base en un motel de la zona. Aparentemente, se trata de una muerte natural: sin embargo, cuando se descubre que la víctima era un general influyente, Reacher, ayudado por una joven afroamericana, que también es soldado, iniciará una investigación.

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– No recuerdo haberlo hecho.

– Usted personalmente no -puntualizó-. Su gente. La chavala menuda, negra, que conocí en el lugar del crimen. Su teniente. Yo estaba demasiado atareado para hablar y ella me dejó el número, pero lo habré extraviado. Así que he llamado al que usted me dio en su día. ¿He hecho mal?

– No -dije-. Lo ha hecho muy bien. Lamento no poder ayudarle.

Colgamos. Me quedé inmóvil unos momentos y luego llamé al cabo por el interfono.

– Diga a la teniente Summer que venga a verme.

Summer compareció al cabo de diez minutos, en uniforme de campaña. Por su cara y su lenguaje corporal reparé en que me tenía un poco de miedo y a la vez también me despreciaba un poco. Le dije que se sentara y empecé sin rodeos.

– Ha llamado el detective Clark -dije.

Ella no abrió la boca.

– Ha desobedecido usted una orden directa -dije.

No contestó.

– ¿Por qué? -inquirí.

– ¿Por qué me dio la orden?

– ¿Por qué cree?

– Porque está usted bailando al compás que le marca Willard.

– Es el oficial al mando -le recordé-. Es un buen compás para bailar.

– No estoy de acuerdo.

– Summer, esto es el ejército. Uno no obedece las órdenes sólo si está de acuerdo con ellas.

– Tampoco tapamos cosas sólo porque nos ordenen hacerlo -replicó.

– Sí lo hacemos -objeté-. Lo hacemos continuamente. Tenemos que hacerlo.

– Pues no deberíamos.

– Vaya, ¿quién la ha nombrado jefe del Estado Mayor?

– No es justo para Carbone y la señora Kramer -indicó-. Son víctimas inocentes.

Hice una pausa.

– ¿Por qué ha empezado por la señora Kramer? ¿La considera más importante que Carbone?

Summer negó con la cabeza.

– No he comenzado por la señora Kramer. Primero me he ocupado de Carbone. He repasado los registros de la entrada y he marcado quién estaba aquí y quién no a aquella hora.

– Usted me dio aquellos papeles.

– Primero hice una copia.

– Es usted una idiota -solté.

– ¿Por qué? ¿Porque no soy cobarde?

– ¿Cuántos años tiene?

– Veinticinco.

– Muy bien -dije-. O sea que el año que viene cumplirá veintiséis. Será una mujer negra de veintiséis años dada de baja con deshonor del único trabajo que ha tenido. Entretanto, el mercado civil del empleo estará inundado debido a la reducción de efectivos militares y usted se encontrará compitiendo con gente que tiene el pecho a rebosar de medallas y los bolsillos llenos de cartas de recomendación. Entonces ¿qué va a hacer? ¿Morirse de hambre? ¿Ir a pedir trabajo al local de striptease de Sin?

Summer no respondió.

– Tenía que habérmelo dejado a mí -dije.

– Usted no iba a hacer nada.

– Me alegra que piense eso -solté-. Ése era el plan.

– ¿Cómo?

– Voy a enfrentarme con Willard -expliqué-. O él o yo.

Guardó silencio.

– Trabajo para el ejército -proseguí-, no para Willard. Creo en el ejército. No creo en Willard. No voy a dejar que él lo estropee todo.

Summer siguió callada.

– Le dije que no me convirtiera en su enemigo. Pero él no me escuchó.

– Un paso importante -señaló ella.

– Un paso que ya dio usted -le recordé.

– ¿Por qué quería dejarme fuera?

– Porque si las cosas vienen mal dadas no quiero arrastrar a nadie conmigo.

– ¿Estaba usted protegiéndome?

Asentí.

– Pues no lo haga -soltó-. Sé pensar por mi cuenta.

No respondí.

– ¿Cuántos años tiene usted? -preguntó.

– Veintinueve.

– O sea que el año que viene cumplirá treinta. Será un hombre blanco de treinta años dado de baja con deshonor del único trabajo que ha tenido. Y mientras yo soy lo bastante joven para comenzar de nuevo, usted no. Usted está marcado por su estancia en esta institución, carece de habilidades sociales, nunca ha estado en el mundo civil y no sabe hacer nada. Así que quizá debería ser usted quien se quedara cruzado de brazos, no yo.

No respondí.

– Usted debería haber destapado todo el asunto -me reprochó.

– Es una decisión personal -dije.

– Yo también he tomado mi decisión -dijo ella-. Me parece que ahora ya lo sabe. Es como si el detective Clark me hubiera denunciado sin querer.

– Eso es exactamente lo que quiero decir -solté-. Una simple llamada y usted se va a la calle. Esto es un deporte de riesgo.

– Y yo lo voy a practicar con usted, Reacher. Así que póngame al tanto.

Al cabo de cinco minutos supo todo lo que yo sabía. Todas las preguntas, ninguna respuesta.

– La firma de Garber es una falsificación -dijo.

Asentí.

– ¿Y qué pasa con la de Carbone en la denuncia? ¿También falsa?

– Tal vez -dije. Cogí del cajón la copia que me había dado Willard. La alisé sobre el cartapacio y se la tendí a Summer. Ella la dobló cuidadosamente y se la guardó en el bolsillo.

– Haré que verifiquen la letra -dijo-. Es más fácil para mí que para usted.

– Ahora ya no hay nada fácil para ninguno de los dos -observé-. Ha de tener muy claro lo que está haciendo.

– Lo tengo -dijo-. Hay que llegar al fondo del asunto.

Guardé silencio un minuto, tan sólo mirándola. Summer esbozaba una ligera sonrisa. Era muy fuerte. No obstante, había crecido pobre en una casucha de Alabama con iglesias ardiendo y explosiones alrededor. Pensé que guardarle las espaldas frente a Willard y un grupo de vigilantes delta supondría una especie de progreso en su vida.

– Gracias -dije-. Por estar de mi parte.

– Yo no estoy de su parte -corrigió-. Usted está de la mía.

Sonó el teléfono. Era el cabo de Luisiana, que llamaba desde la mesa de fuera.

– La policía estatal al teléfono -dijo-. Preguntan por un oficial de guardia. ¿Quiere contestar?

– La verdad es que no. Pero es mejor que lo haga, supongo.

Se oyó un clic, pareció que la comunicación se había cortado, y luego otro clic. A continuación alguien habló para comunicar que un agente que patrullaba por la I-95 había encontrado abandonado un maletín de lona verde en el arcén de la autopista. Dijo que dentro había una cartera que identificaba a su propietario como el general Kenneth R. Kramer. Precisó que llamaba a Fort Bird porque había calculado que era la instalación militar más próxima al lugar donde había sido hallado el maletín. Y también para decirme dónde guardarían el maletín por si yo tenía interés en mandar a alguien a recogerlo.

12

Conducía Summer. Habíamos cogido el Humvee que yo había aparcado junto al bordillo. No queríamos perder tiempo pidiendo un sedán. Pero el Humvee le cortaba la inspiración a la teniente. Son vehículos grandes y lentos ideales para montones de cosas, entre las que no se cuenta recorrer carreteras asfaltadas. Al volante Summer parecía diminuta. Era un vehículo muy ruidoso; el motor resonaba y los neumáticos gemían con desespero. Eran las cuatro de un día desapacible y empezaba a oscurecer.

Fuimos hacia el norte, pasamos frente al motel de Kramer y giramos al este, por el cruce en trébol, y luego pusimos otra vez rumbo norte por la misma I-95. Recorrimos veinticinco kilómetros, dejamos atrás una área de descanso y empezamos a buscar el edificio de la policía estatal. Lo encontramos al cabo de otros veinte kilómetros. Era una estructura de ladrillo, larga y de poca altura, de una planta, con el tejado a rebosar de antenas repetidoras de radio. Aparentaba unos cuarenta años. El ladrillo era de un marrón apagado; imposible saber si, inicialmente amarillo, se había decolorado por el sol, o si, en principio blanco, lo había ido oscureciendo el humo de los coches. En letras metálicas estilo art déco que abarcaban toda la fachada se leía: Policía Estatal de Carolina del Norte.

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