Lee Child - El Inductor
Здесь есть возможность читать онлайн «Lee Child - El Inductor» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Inductor
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Inductor: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Inductor»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Inductor — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Inductor», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Caminé por los dos pasillos adyacentes sólo para asegurarme del todo, pese a que no tenía ya esperanzas. No el Saab, sino el Lincoln. No las desaparecidas notas de la criada, sino los ya inexistentes latidos de Angel Doll. Nadie lo sabe todo de una persona, pero me pareció que ahora él sabía de mí lo suficiente para que yo me sintiera incómodo. Volví sobre mis pasos. Subí la rampa de entrada y salí a la luz exterior. Era un día gris y oscuro, nublado, y caían las sombras de los altos edificios, pero sentí como si me iluminara un reflector. Regresé al Taurus, subí y cerré la puerta sin hacer ruido.
– ¿Todo bien? -preguntó Duffy.
No contesté. Ella se volvió en su asiento y me miró.
– ¿Todo bien? -repitió.
– Hemos de sacar a Eliot de allí -expliqué.
– ¿Por qué?
– Encontraron a Angel Doll.
– ¿Quiénes?
– Los hombres de Quinn.
– ¿Cómo?
– No lo sé.
– ¿Estás seguro? -preguntó ella-. Podría haber sido la policía de Portland. Un vehículo sospechoso. Demasiado tiempo aparcado.
Negué con la cabeza.
– Habrían abierto el maletero. Ahora considerarían todo el aparcamiento como escenario de un crimen. Habrían cortado los accesos con cinta. Habría polis por todas partes.
Duffy no respondió.
– Ahora todo se ha descontrolado -proseguí-. Así que llama a Eliot. Al móvil. Dile que se largue de allí. Y que se traiga con él a los Beck y la cocinera. Dile que si es preciso los arrastre a punta de pistola. Y que busque otro motel y se esconda.
Ella sacó el Nokia del bolso. Pulsó un botón de marcado rápido. Esperó. Cronometré mentalmente. Un tono. Dos tonos. Tres. Cuatro. Duffy me miró inquieta. Entonces Eliot contestó. Duffy exhaló un suspiro y le dio las instrucciones, con voz alta, clara y apremiante. Luego desconectó.
– ¿Todo bien? -pregunté.
Asintió.
– Parecía muy aliviado.
Yo también hice un gesto de asentimiento. Eliot se sentiría aliviado, sin duda. No es nada divertido permanecer agachado junto a la culata de una ametralladora, de espaldas al mar, mirando fijamente el paisaje gris, sin saber qué se te viene encima, ni cuándo.
– Pues vamos -dije-. Al almacén.
Villanueva arrancó de nuevo. Ya conocía el camino. Había vigilado el almacén en dos ocasiones acompañado de Eliot. Dos largos días. Puso rumbo al sudeste a través de la ciudad y se acercó al puerto desde el noroeste. Nos quedamos callados. Intenté evaluar los daños. Un desastre. No obstante, aquello también era una liberación. Todo había quedado claro. Se había acabado lo de fingir. El chanchullo se había disuelto como un azucarillo. Ahora su enemigo era simple y llanamente yo. Qué descanso.
Villanueva era un conductor muy listo. Todo lo hacía bien. Rodeó el almacén a una distancia de tres bloques. Cubrimos los cuatro lados. Nos limitamos a breves vislumbres por los callejones y los huecos entre edificios. Cuatro lados, cuatro vistazos. No se veían coches. La puerta corredera estaba cerrada a cal y canto. En las ventanas no había luz.
– ¿Dónde están todos? -dijo Duffy-. Se supone que iba a ser un fin de semana movido.
– Y lo es -repuse-. Creo que es muy movido. Y lo que están haciendo tiene mucho sentido.
– ¿Qué están haciendo?
– Luego -respondí-. Echemos un vistazo a las Persuader. Y veamos qué les dan a cambio.
Villanueva aparcó dos edificios más allá, frente a una puerta que ponía: «Taxidermia Fina Importada Brian.» Cerró el Taurus y a continuación dimos un rodeo para llegar al edificio de Beck desde el lado ciego, donde no había ventanas. La puerta del personal que daba a la oficina del almacén estaba cerrada. Miré por la ventana trasera y no vi a nadie. Doblé la esquina y miré en el área administrativa. Nadie. Llegamos a la desconchada puerta gris y nos paramos. Estaba cerrada.
– ¿Cómo entramos? -inquirió Villanueva.
– Con esto -dije.
Saqué las llaves de Angel Doll y abrí la puerta. La alarma empezó a pitar. Entré y hojeé los papeles del tablón de anuncios, encontré el código y lo introduje. La luz roja cambió a verde, los pitidos cesaron y el edificio quedó en silencio.
– No están aquí -dijo Duffy-. No tenemos tiempo para registrar a fondo. Hemos de encontrar a Teresa.
Yo ya olía el lubricante de las armas. Flotaba en el ambiente, por encima del olor a lana cruda de las alfombras.
– Cinco minutos -indiqué-. Y luego la ATF os pondrá una medalla.
– Deberían darle una medalla -dijo Kohl.
Estaba llamándome desde un teléfono público del campus de la Universidad de Georgetown.
– ¿Ah, sí?
– Lo tenemos. Podemos cazarlo con un tridente. El tío está totalmente acabado.
– Entonces ¿qué era?
– Los iraquíes -explicó-. Inaudito, ¿no?
– Supongo que tiene su lógica -señalé-. Los están jodiendo y quieren estar preparados para la próxima.
– Pues vaya descaro.
– ¿Cómo ha ido todo?
– Igual que la otra vez. Pero con Samsonites, no Halliburtons. De un libanés y de un iraní sólo obtuvimos maletines vacíos. Y luego encontramos el filón en el del iraquí. El original verdadero.
– ¿Está segura?
– Del todo. He llamado a Gorowski y él lo ha autentificado por el número del rincón inferior.
– ¿Quién ha presenciado el intercambio?
– Los dos, Frasconi y yo. Y también algunos estudiantes. Lo han hecho en una cafetería de la facultad.
– ¿Qué facultad?
– Contamos con un profesor de derecho.
– ¿Qué ha visto?
– Todo. Aunque no puede jurar que haya visto el verdadero canje. Han sido hábiles de veras, como los trileros. Los maletines eran idénticos. ¿Es suficiente?
Preguntas que ojalá hubiera respondido de otra manera. Acaso Quinn afirmara que el iraquí habría conseguido el original por medios desconocidos. Acaso apuntara que al tío le gustaba llevar el maletín encima. Tal vez llegara incluso a negar que hubiera habido intercambio alguno. Pero entonces pensé en el sirio, y en el libanés, y en el iraní. Y en todo el dinero que Quinn tenía en el banco. Los estafados se sentirían resentidos. Quizás estarían dispuestos a declarar en una sesión a puerta cerrada. El Departamento de Estado tal vez podría ofrecerles alguna suerte de quid pro quo. Además las huellas dactilares de Quinn estarían en el maletín del iraquí. A una cita no habría ido con guantes. Demasiado sospechoso. Pensé que en conjunto era suficiente. Teníamos un patrón claro, unos dólares inexplicables en una cuenta bancaria de Quinn, un proyecto militar de alto secreto en manos de un agente iraquí, y dos PM y un profesor de derecho para explicar cómo sucedió todo, y también huellas dactilares en el asa de una cartera.
– Con eso basta -dije-. Practique la detención.
– ¿Adónde voy? -preguntó Duffy.
– Ya te lo diré -respondí.
Me dirigí a la zona despejada. Al despacho del fondo. Crucé la puerta y entré en el cubículo del almacén. En la mesa seguía el ordenador de Angel Doll. De la silla continuaba desprendiéndose el relleno. Encontré el interruptor bueno e iluminé el almacén. A través de las mamparas de vidrio alcanzaba a verlo todo. Allí seguían los estantes de alfombras. También estaba la carretilla elevadora. Pero en el centro se veían cinco montones de cajones de embalaje que llegaban a la altura de la cabeza. Estaban apilados en dos grupos. Los más alejados de la puerta corredera eran tres montones de abolladas cajas de madera, todas con signos estarcidos de alfabetos extraños, la mayoría del cirílico, cubiertos por garabatos de derecha a izquierda correspondientes a una especie de lengua árabe. Supuse que eran las importaciones de Bizarre Bazaar. Más cerca de la puerta había dos montones de cajones nuevos con las palabras «Mossberg Connecticut». Debía de ser el cargamento de la Empresa de Exportación Xavier que había que embarcar. Importación-exportación, máximo exponente del trueque. «El intercambio equitativo no constituye un robo», habría dicho Leon Garber.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Inductor»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Inductor» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Inductor» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.