Lee Child - El Inductor

Здесь есть возможность читать онлайн «Lee Child - El Inductor» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Inductor: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Inductor»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Clandestino: sin duda la situación más solitaria y vulnerable para trabajar. Sin embargo, Jack Reacher está dispuesto a actuar en esas condiciones cuando un equipo extraoficial de la DEA le propone una misión de alto riesgo. Reputado por su destreza e inteligencia y la experiencia adquirida durante sus años como polícia militar, Reacher trabaja ahora por libre aceptando casos que la mayoría rechazan.

El Inductor — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Inductor», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Bajé en el ascensor al aparcamiento y salí por la puerta de incendios de la parte trasera. El guardia no me vio. Rodeé el bloque y llegué hasta Duffy y Villanueva por detrás. Tenían el coche aparcado en la esquina y estaban en los asientos delanteros, mirando por el parabrisas. Supuse que esperaban ver a dos personas bajando la calle y dirigiéndose a ellos. Abrí la puerta y me deslicé en el asiento trasero, y ellos se volvieron y mostraron su semblante decepcionado.

– Ninguno de los dos -dije.

– Alguien ha cogido el teléfono -señaló Duffy.

– Una mujer llamada Emily Smith -expliqué-. La directora de operaciones. No me ha contado nada.

– ¿Qué has hecho con ella?

– La encerré en el cuarto de baño. Estará fuera de juego hasta el lunes.

– Tenías que hacerla cantar -soltó Villanueva-. Arrancarle las uñas.

– Eso no va conmigo. Pero puedes hacerlo tú, si quieres. Aún está allí dentro. No va a ir a ninguna parte.

Villanueva se limitó a menear la cabeza.

– ¿Y ahora, qué? -preguntó Duffy.

– ¿Y ahora, qué? -preguntó Kohl.

Todavía estábamos dentro de la furgoneta. Kohl, el auditor militar y yo. Frasconi se había llevado al sirio. Kohl y yo nos devanábamos los sesos y el auditor estaba en vías de desentenderse de todo.

– Yo he venido sólo para observar -indicó-. No puedo ofrecerles asesoramiento legal. No sería adecuado. Y, sinceramente, tampoco sabría qué decirles.

Nos fulminó con la mirada, salió por la puerta de atrás y se marchó andando. No miró hacia atrás. Supongo que era el bajón que le pilla a un observador después de haber estado perdiendo el tiempo miserablemente. Eran consecuencias no deseadas.

– Vamos a ver, ¿qué ha pasado? -dijo Kohl-. ¿Qué ha sucedido exactamente?

– Sólo hay dos posibilidades -señalé-. Una, que simple y llanamente estaba estafando al tío. El clásico truco de la confianza. Vas pasando poco a poco el material poco importante, y de pronto retienes el último plazo. Dos, que estaba trabajando como agente legal de contraespionaje. Demostrando que Gorowski era fácil de sobornar, o que los sirios estaban dispuestos a pagar una buena pasta por cierto material.

– Secuestró a la hija de Gorowski -apuntó ella-. Imposible que esto estuviera autorizado.

– Cosas peores se han visto.

– Los estaba engañando.

Asentí.

– Estoy de acuerdo. Los estaba timando.

– Entonces ¿qué podemos hacer al respecto?

– Nada -repuse-. Porque si seguimos adelante y lo acusamos de chanchullos para obtener un beneficio personal, él dirá que no, que no es cierto, que en realidad estaba poniendo un cebo, y nos invitará a demostrar lo contrario. Y encima, nos dirá que no metamos las narices en los asuntos de contraespionaje.

Kohl se quedó callada.

– ¿Y sabe otra cosa? -añadí-. Aunque los estuviera estafando, yo no sabría de qué acusarle. ¿El Código Penal Militar impide a uno aceptar dinero de extranjeros idiotas a cambio de maletines llenos de aire?

– No lo sé.

– Yo tampoco.

– En todo caso, los sirios se pondrán hechos un basilisco, ¿no? -dijo ella-. A ver, le han pagado medio millón de dólares. Reaccionarán. Está en juego su orgullo. Aunque fuera un agente legal, corrió muchísimo peligro. Corrió con medio millón de peligros. Irán por él. Y no puede desaparecer sin más. Tendrá que quedarse en su puesto.

Me tomé un respiro. La miré.

– Si no va a desaparecer, ¿por qué estaba transfiriendo todo ese dinero?

Kohl no contestó. Miré la hora. Pensé: «Esto, no lo otro.» O quizás, y sólo por una vez, esto y lo otro.

– Medio millón es demasiado dinero -dije.

– ¿En qué sentido?

– Para que lo pagaran los sirios. Simplemente esa cosa no lo vale. Pronto habrá un prototipo. Después se fabricará una remesa de preproducción. En cuestión de meses tendremos en intendencia cien armas terminadas. Seguramente podrían comprar una por diez mil dólares. Algún cabo corrupto se la vendería. Incluso podrían conseguir alguna gratis. Y luego simplemente aplicar la ingeniería invertida.

– Vale, o sea que como negociantes son idiotas -dijo Kohl-. Pero hemos oído a Quinn en la cinta. Metió medio kilo en el banco.

Miré otra vez el reloj.

– Lo sé. Es un hecho incontestable.

– Entonces ¿qué?

– Sigue siendo mucho dinero. Los sirios no son más idiotas que las demás personas. Nadie valoraría un dardo estrambótico en medio millón de dólares.

– Pero sabemos que eso es lo que han pagado. Acaba de decir que es un hecho incontestable.

– No -objeté-. Sabemos que Quinn ingresó medio millón en el banco. El hecho es éste. Lo que no demuestra que se lo pagaran los sirios. Eso es sólo una conjetura.

– ¿Cómo?

– Quinn es un experto en Oriente Medio. Es un tipo listo, y también mal bicho. Me parece que usted dejó de buscar demasiado pronto.

– ¿Buscar dónde?

– En él. Adónde va, con quién anda. ¿Cuántos regímenes sospechosos hay en Oriente Medio? Al menos cuatro o cinco. Supongamos que se mete en la cama con dos o tres, al mismo tiempo o por separado. Y que cada uno cree que es el único. Supongamos que ha efectuado la operación tres o cuatro veces. Eso explicaría por qué ha logrado meter medio millón en el banco a cambio de algo que no lo vale ni de lejos.

– ¿Y los está timando a todos?

Volví a mirar el reloj.

– Es posible -respondí-. O acaso vaya en serio con uno de ellos. A lo mejor todo empezó así. Quizá Quinn quería que fuera en serio desde el principio, con un cliente predilecto. Pero como no le sacaba todo el dinero que quería, decidió ensanchar el campo.

– Tenía que haber mirado en más cafés -dijo-. Y no conformarme con el sirio.

– Probablemente tiene una ruta fija. Varias citas distintas, una tras otra. Como un maldito mensajero.

Kohl miró la hora.

– Muy bien -dijo-. Pues ahora mismo está llevándose a casa el dinero del sirio.

Asentí.

– Y luego saldrá otra vez enseguida para encontrarse con el siguiente tío. Así que coja a Frasconi y monten más vigilancia. Localicen a Quinn cuando vuelva a la ciudad. Detengan a cualquiera que intercambie un maletín con él. Quizás acaben ustedes juntando un montón de maletines vacíos, pero igual alguno no lo está, en cuyo caso reanudaremos las operaciones.

Ella miró el interior de la furgoneta. Bajó la vista al magnetófono.

– Déjelo correr -señalé-. No hay tiempo para conseguir material inteligente. Sólo usted y Frasconi, en la misma calle.

– El almacén -indiqué-. Tendremos que inspeccionarlo.

– Necesitamos refuerzos -dijo Duffy-. Estarán todos allí.

– Espero que así sea.

– Es demasiado peligroso. Sólo somos tres.

– De hecho, creo que tienen que ir a algún sitio. Es posible que ya hayan salido.

– ¿Adónde han de ir?

– Luego -dije-. Vayamos paso a paso.

Villanueva arrancó y se alejó del bordillo.

– Espera -dije-. Dobla a la derecha. Antes quiero comprobar algo.

Le indiqué el camino a lo largo de dos bloques y luego otro hacia arriba y llegamos al aparcamiento público donde yo había dejado a Angel Doll en el maletero de su coche. Villanueva se detuvo junto a una boca de riego y yo bajé. Caminé hacia la entrada de vehículos y dejé que mis ojos se adaptaran a la penumbra. Me acerqué al sitio. Había un coche. Pero no era el Lincoln negro de Angel Doll, sino un Subaru Legacy de color verde metalizado. Era la versión Outback, con los refuerzos en el techo y los neumáticos grandes. En la ventanilla de atrás tenía un adhesivo con las barras y las estrellas. Un conductor patriota. Pero no lo bastante para comprar un coche americano.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Inductor»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Inductor» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Inductor»

Обсуждение, отзывы о книге «El Inductor» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x