Lee Child - El Inductor
Здесь есть возможность читать онлайн «Lee Child - El Inductor» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Inductor
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Inductor: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Inductor»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Inductor — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Inductor», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
No hablamos mucho. La cocinera era una mujer desabrida de unos sesenta años. La criada era tímida. Tuve la impresión de que llevaba allí poco tiempo. No estaba segura de cómo comportarse. Era joven y poco agraciada. Llevaba un vestido de algodón sin cintura y una rebeca de lana. Calzaba zapatos anticuados y sin tacón. El mecánico era un tío de mediana edad, delgado, gris y reservado. Duke también permanecía callado porque estaba pensando. Beck le había encargado un cometido, y él no estaba muy seguro de cómo abordarlo. ¿Podía utilizarme? ¿Podía confiar en mí? No era estúpido, eso estaba claro. Enfocaba todos los aspectos del asunto y estaba dispuesto a dedicar tiempo a cada uno. Tenía más o menos mi edad. Quizás algo mayor o algo más joven. Era de esos tipos fuertes bien alimentados con cereales, que disimulan bien la edad. Aproximadamente de mi talla. Seguramente de huesos más sólidos, y un poco más voluminoso. Pesaríamos igual, kilo arriba kilo abajo. Me senté a su lado y traté de elegir con cuidado el tipo de preguntas que se esperarían de una persona normal.
– Bueno, háblame del negocio de las alfombras -dije, el tono lo bastante elocuente para darle a entender mi suposición de que Beck estaba metido de lleno en algo más.
– Ahora no -replicó, como si quisiera decir: «No delante del personal de servicio.» Y luego me miró de un modo que significaba «en todo caso no estoy seguro de querer hablar con un tío lo bastante loco para arriesgarse a dispararse en la cabeza seis veces seguidas».
– La bala era falsa, ¿verdad? -dije.
– ¿Qué?
– No tenía pólvora. Seguramente sólo relleno de algodón.
– ¿Por qué iba a ser falsa?
– Podría haberle disparado.
– ¿Por qué ibas a hacer eso?
– No lo habría hecho, pero en todo caso él es un tipo precavido. No habría corrido el riesgo.
– Yo te estaba apuntando.
– Te podría haber dado a ti primero. Y después usar tu arma contra él.
Se puso algo rígido, pero no respondió. «Competitivo.» No me caía muy bien. Lo cual me convenía, porque supuse que más pronto que tarde Duke iba a causar baja.
– Sostén esto -dijo. Sacó la bala del bolsillo y me la dio-. Espera aquí -añadió.
Se levantó de la silla y salió de la cocina. La coloqué derecha en la mesa, como había hecho Beck. Terminé de comer. No había postre. Ni café. Duke regresó con uno de mis Colt. Se dirigió a la puerta trasera y me hizo señas de que lo siguiese. Cogí la bala y lo seguí. La puerta de atrás dio un pitido cuando la cruzamos. Otro detector de metales. Estaba ingeniosamente integrado en el marco. Sin embargo, no había alarma antirrobo. La seguridad dependía del mar y del muro con alambre de espino.
Después de la puerta trasera había un porche frío y húmedo y a continuación una desvencijada contrapuerta que daba al patio, apenas la yema del dedo rocoso. Se extendía ante nosotros en forma semicircular. Estaba oscuro y las luces de la casa captaban el tono gris del granito. Soplaba el viento y alcancé a ver la luminiscencia de las cabrillas en el agua. El oleaje rompía y formaba remolinos. Había luna y bajas nubes rotas que se desplazaban deprisa. El horizonte era inmenso y negro. El aire, frío. Volví la cabeza y distinguí la ventana de mi habitación muy arriba.
– La bala -dijo Duke.
Se la entregué.
– Mira -indicó.
La cargó en el Colt. Sacudió la mano para cerrar el tambor de golpe. Miró con ojos entrecerrados e hizo girar el tambor hasta que la recámara cargada se encontró en la posición de las diez en punto.
– Mira -repitió.
Estiró el brazo, apuntando a las rocas donde éstas llegaban al mar. Apretó el gatillo. El barrilete giró, el percutor cayó y el arma dio un culatazo, lanzando un destello y rugiendo. En las rocas se apreció una chispa simultánea y el inconfundible sonido de un rebote, que se desvaneció hasta quedar todo en silencio. La bala seguramente saltó un centenar de metros en el Atlántico. Tal vez mató a un pez.
– No era falsa -dijo.
– Muy bien -dije.
Abrió el tambor y lo sacudió para hacer caer el casquillo vacío. Tintineó en las rocas a sus pies.
– Eres un capullo -soltó-. Un capullo asesino de polis.
– ¿Eras policía?
– Hace siglos -respondió, asintiendo.
– ¿Duke es nombre de pila o apellido?
– Apellido.
– ¿Por qué un importador de alfombras necesita seguridad?
– Ya te lo ha dicho él, es un negocio complicado. Hay mucho dinero metido.
– ¿Quieres que me quede?
Se encogió de hombros.
– No sé. Si viene alguien a husmear, quizá necesitemos carnaza. Mejor tú que yo.
– Yo he salvado al chico.
– ¿Y qué? Ponte en la cola, oye. Todos hemos salvado al chaval alguna vez. O al señor Beck, o la propia señora Beck.
– ¿Cuántos tíos tienes?
– No los suficientes -respondió-. Al menos si sufrimos un ataque.
– ¿Qué es esto? ¿Una guerra?
No contestó. Se limitó a pasar delante de mí en dirección a la casa. Di la espalda al agitado mar y fui tras él.
En la cocina apenas si había actividad. El mecánico había desaparecido y la cocinera y la criada estaban limpiando. Apilaban platos en una máquina lo bastante grande para un restaurante. La criada era bastante torpe. No sabía dónde iba nada. Busqué café. En vano. Duke volvió a sentarse a la mesa de pino. No había nada que hacer. Ninguna urgencia. Yo era consciente de que el tiempo corría. No confiaba en los cinco días de gracia estimados por Susan Duffy. Habría preferido que hubiera dicho tres días. Su realismo me habría dejado más convencido.
– Ve a acostarte -dijo Duke-. Estarás de servicio a partir de la seis y media de la mañana.
– ¿Para hacer qué?
– Lo que yo te diga.
– ¿Mi puerta va a estar cerrada?
– Por supuesto -dijo-. La abriré a las seis y cuarto. Has de estar aquí abajo a las seis y media.
Esperé sentado en el borde de la cama hasta que lo oí cerrar la puerta. Después aguardé un poco más hasta estar seguro de que no iba a volver. Acto seguido me quité el zapato para ver si había mensajes. El pequeño dispositivo se encendió y en la minúscula pantalla verde apareció un alegre aviso: «¡Tienes correo!» Sólo había un mensaje. De Susan Duffy. Era una pregunta que constaba de una palabra: «¿Posición?» Pulsé «responder» y escribí: «Abbot, Maine, costa, 20m S de Portland, casa solitaria en un largo saliente rocoso.» Eso serviría. No tenía las señas de correo ni las coordenadas GPS. Pero ella podría encontrarlo si se entretenía un rato con un mapa del área a gran escala. Pulsé «enviar».
Después miré fijamente la pantalla. No estaba del todo seguro de cómo funcionaba el correo electrónico. ¿Era una comunicación instantánea, como una llamada telefónica? ¿O mi respuesta pasaría un tiempo en una especie de limbo antes de que ella la recibiera? Di por sentado que Susan estaría esperando. Supuse que ella y Eliot se relevarían las veinticuatro horas.
Transcurridos noventa segundos, la pantalla anunció otra vez «¡Tienes correo!». Sonreí. El sistema funcionaba. Esta vez el mensaje era más largo. Eran sólo veintiuna palabras, pero para leerlo todo tuve que hacer avanzar y retroceder el texto en la diminuta pantalla. Decía lo siguiente: «Consultaremos los mapas. Gracias. Según las huellas, los dos guardaespaldas pertenecían al ejército. Aquí todo controlado. ¿Y por ahí? ¿Algún progreso?»
Pulsé «responder» y escribí: «Contratado, seguramente.» Después pensé unos instantes y visualicé a Quinn y Teresa Daniel y añadí: «Por lo demás, ningún progreso todavía.» Después reflexioné un poco más y escribí: «Dos guardaespaldas. Pregunten de mi parte al PM Powell por 10-29, 10-30, 10-24, 10-36.» Después pulsé «enviar». Observé que el aparato ponía «mensaje enviado» y dirigí la vista a la oscuridad más allá de la ventana, rogando que la generación de Powell aún hablara el mismo lenguaje que la mía. 10-29, 10-30, 10-24 y 10-36 eran cuatro códigos de radio de la policía militar que por sí mismos no significaban gran cosa. 10-29 quería decir «señal débil». Era una reclamación procedimental sobre material defectuoso. 10-30 significaba «solicito ayuda no urgente». 10-24, «persona sospechosa». 10-36, «por favor remitan mis mensajes». La llamada no urgente 10-30 implicaba que la serie completa no despertaría la curiosidad de nadie. Sería registrada y archivada en algún sitio y pasada por alto para siempre jamás. Sin embargo, la serie completa era una suerte de código secreto. O al menos solía serlo mucho tiempo atrás, cuando yo llevaba uniforme. La «señal débil» equivalía a «dejen esto tranquilo pero bajo el radar». La petición de ayuda no urgente la reforzaba: «Mantengan esto alejado de los expedientes delicados.» La frase «persona sospechosa» no precisa explicación. «Por favor remitan mis mensajes» significaba «pónganme en el bucle». De modo que si Powell era espabilado entendería que aquello significaba «haz averiguaciones sobre estos tíos con disimulo y dime algo». Esperaba que fuera espabilado, porque me la debía. Me debía una buena. Me había traicionado. Supuse que buscaría la manera de compensarme.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Inductor»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Inductor» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Inductor» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.