Si Deon estuviera con él, hablarían, bromearían y soñarían con las cosas que iban a poder comprar. Le gustaría saber dónde estaba y por qué no contestaba al móvil. Deon había sido su chico, y ahora parecía ser que se había levantado y se había largado. Lo único que le quedaba era Charles Baker.
Kruger había tirado su pistola a una alcantarilla del aparcamiento de la casa donde vivía Dominique después de trasladar la hierba de la camioneta blanca a su Honda. Le puso enfermo encañonar con un arma a un chaval de su edad mientras el señor Charles hacía lo que hacía. No quería volver a tener una pistola. No quería volver a hacer nada semejante.
Se le empezó a pasar el colocón. Sabía que el señor Charles no iba a olvidarse de que él tenía que llevarlo a Maryland. No tardaría en volver, golpe, golpe, pausa, golpe. Cuando al señor Charles se le metía algo en la cabeza, no había manera de negárselo. Lo llevaría a ver a aquel tipo que le debía dinero porque, con Deon desaparecido, el señor Charles era el único amigo que tenía. Kruger estaba atontado y cocido, y no veía ninguna otra cosa que pudiera hacer.
Raymond Monroe, en el interior del taller de Gavin, cerró la tapa de su móvil y se guardó éste en el pantalón del vaquero. James Monroe se encontraba bajo el capó de un Caprice Classic del 89, aflojando una bomba de agua averiada que pretendía sustituir. Al borde de la aleta se sostenía en equilibrio una lata de Pabst Blue Ribbon. James se incorporó, cogió la lata y bebió un largo trago de cerveza.
– Acaba de llamar Rodney Draper -dijo Raymond.
– Rod el Gallito -dijo James sonriente, recordando el apodo que le habían puesto de pequeño, por culpa de la curiosa nariz que tenía-. ¿Quién iba a pensar que un día aquel chaval iba a dirigir una empresa?
– Rodney siempre trabajó mucho. No me sorprende.
– ¿Qué quería?
– Hoy ha recibido una llamada de Alex Pappas. Le dijo que deseaba hacerle una consulta histórica. Rodney no le dio una respuesta directa, antes quería hablar conmigo.
James miró dentro de su lata de cerveza, la agitó y luego bebió otro trago.
– Alex está intentando dar con la señorita Elaine -dijo Raymond.
– ¿Para qué?
– Para hablar con ella, supongo. Imagino que está intentando acabar de una vez con todo esto.
– ¿Qué le has dicho a Rod?
– Que espere.
– Ray…
– ¿Qué?
– Hoy se ha puesto en contacto conmigo Charles Baker. Buscaba alguien que lo llevara a la casa de Pappas. Quería que yo lo acompañase, me dijo. Pero no dijo por qué.
– ¿Te ha contado qué tal le fue con Whitten?
– No.
– Eso quiere decir que le fue mal. Así que ahora va a intentar sacarle algo a Pappas. Esta vez no será comiendo en ningún restaurante elegante; esta vez Charles va a hacerlo a su manera.
– Pues yo le he dicho que no estaba dispuesto -dijo James-. Le he dicho que no es asunto mío.
– Sí que lo es si Charles le hace algo a ese hombre o a su familia. Y es asunto mío si continúa intentando meter a mi hermano en algo sucio.
– Charles no puede evitar ser lo que es.
– Hay mucha gente que ha tenido una infancia difícil, y ha encontrado la forma de superarlo.
– Charles nunca ha matado a nadie -apuntó James.
– No -respondió Raymond sosteniendo la mirada de su hermano-. Nunca.
– Voy a seguir con esta bomba.
– Muy bien -dijo Raymond Monroe.
Calvin Dixon y su amigo Markos estaban sentados en sendos sillones del salón del lujoso piso de Calvin, ubicado en la calle V, detrás del Lincoln Theater, en el corazón de Shaw. Estaban fumando puros y bebiendo bourbon del bueno, con agua, con la botella entre ambos, apoyada en una mesa de acero y cristal. Tenían todo lo que pueden desear los jóvenes: mujeres, dinero, buena presencia, vehículos que corrían mucho. Pero esta noche no parecían muy felices.
– ¿Has hecho la llamada? -preguntó Markos, un joven atractivo que había heredado la piel etíope de su padre y las facciones leoninas de su madre.
– Estaba esperando a hablar contigo -contestó Calvin, una versión de Dominique más grande y más ruda.
– ¿Quieres un poco más de agua? Voy a buscar más.
– Claro.
Markos se levantó y fue a la cocina, que estaba incorporada al salón y equipada con quemadores y horno Wolf, un lavavajillas Asko y un frigorífico Sub Zero de dos puertas. Vertió agua filtrada en dos vasos de un dispensador empotrado en una encimera de mármol y regresó al sillón con ellos. Con la mano, cogió hielo de un cubo y lo echó al agua.
Calvin sirvió más bourbon de una botella numerada de Blanton's. Chocaron los vasos y bebieron.
– ¿Qué te parece ese tronquito? -dijo Markos, refiriéndose al puro Padrón que estaba fumando Calvin.
– Bueno -contestó Calvin-. El sesenta y cuatro tiene la fuerza del veintitrés, si quieres saber mi opinión.
En aquel momento se abrió la puerta del dormitorio y apareció una mujer en el umbral. Era muy joven, morena y sobrealimentada, una mezcla de Bolivia y África. Los pechos tensaban la tela de la camisa y tenía ese culito en forma de corazón al revés que tantas veces se invoca pero raramente se encuentra. Se llamaba Rita. Calvin la había retirado de una peluquería de Wheaton después de que ella le hubiera lavado la cabeza con champú y le hubiera dado un masaje en el cuero cabelludo.
– ¿Me llamabas? -dijo Rita a Calvin.
– No, nena. Déjanos un poco de intimidad un ratito más, ¿quieres?
Ella hizo un gesto mohíno, y acto seguido volvió a meterse en el dormitorio y cerró la puerta.
– Esa chica debe de haber creído que estábamos pronunciando su nombre -comentó Calvin.
– Yo te he preguntado qué te parecía ese tronquito -dijo Markos-. No he dicho «chochito».
Calvin sonrió apenas, sin ofenderse. Rita era despampanante, y también una furcia. Los dos tenían la misma opinión respecto de las mujeres, incluso de las novias ocasionales que tuviera el uno o el otro.
– ¿Qué tal está Dominique? -dijo Markos.
– Actualmente vive en casa de mis padres. No quiere estar en su apartamento. Y puede que no vuelva nunca. No lo sé.
– Podemos encontrar a otra persona que nos mueva la mercancía.
– Estoy de acuerdo.
– La cuestión es qué vamos a hacer con nuestro problema. -Ese viejo ha estado a punto de violar por el culo a mi hermano pequeño. Y el blanco lo tenía encañonado y miraba.
– Estar a punto no es violar.
– La diferencia es tan pequeña que casi no se ve. Dile esa gilipollez a Dominique.
– ¿Y qué pasa con el otro que los acompañaba en el negocio?
– ¿Deon? Dominique dice que no participó. Hemos intentado dar con él para confirmarlo, pero no coge las llamadas. Lo más probable es que a estas alturas su móvil esté sonando en el fondo del río Anacostia. Si es inteligente, lo habrá tirado al marcharse de la ciudad. Pero él no me preocupa. Son los otros dos.
– Lo cual nos lleva a la pregunta del principio: ¿qué vamos a hacer?
Markos dio una calada al puro y miró a su amigo. Los dos eran luchadores duros y diestros que en su juventud habían llevado a casa con cierta regularidad trofeos de The Capitol Classic, el torneo anual de artes marciales que se celebraba en el Centro de Convenciones. Nunca se habían arredrado ante ningún tipo de confrontación o reto físico, pero esto era diferente, un paso que aún no habían dado. Ninguno de los dos lo consideraba una decisión moral. Simplemente adoraban su estilo de vida y no deseaban ponerlo en peligro con la posibilidad de ir a prisión.
– He hablado con Alvin -dijo Calvin. Alvin trabajaba en la gerencia de seguridad de un local que ellos frecuentaban. Tenía un historial personal que lo relacionaba con el inframundo de la ciudad al norte.
Читать дальше