Michael Connelly - Deuda De Sangre

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Tras dos años a la espera de un donante compatible, Terry McCaleb se recupera de un trasplante de corazón que le ha obligado a cambiar por completo de estilo de vida. Su única meta es reparar el velero en el que se ha retirado y dejar definitivamente atrás sus días como agente del FBI especializado en casos de asesinos en serie. Sin embargo, antes de empezar una nueva vida deberá zanjar un asunto pendiente: resolver el asesinato de Gloria Rivers, la mujer cuyo corazón late en su pecho.

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Esta horquilla horaria, por supuesto, se contradecía con la hora (22.41.37) que mostraba la cinta de la cámara de vigilancia al iniciarse los disparos.

McCaleb revisó de nuevo los informes, con la esperanza de haberse saltado alguna página que explicara esta discrepancia. No había nada. Tamborileó la mesa durante unos instantes mientras recapitulaba. Miró el reloj y vio que eran casi las cinco. Parecía poco probable que alguno de los detectives siguiera en comisaría.

Volvió a estudiar el cronograma que había elaborado en busca de una explicación. Su mirada se clavó en el segundo aviso a emergencias. Ellen Taaffe, la mujer que había escuchado los disparos, había llamado desde el teléfono del coche a las 22.43.21 y le dijeron que ya estaban al corriente.

Pensó en ello. Los detectives habían utilizado su información para fijar el inicio de los disparos a las 22.40, el inicio del boletín de noticias. No obstante, cuando llamó al 911, ya sabían de los disparos. ¿Por qué había tardado más de dos minutos en hacer la llamada? ¿Y le preguntaron alguna vez si había visto al buen samaritano?

McCaleb pasó rápidamente la pila de informes hasta que localizó la declaración de la testigo Ellen Taaffe. Una sola hoja con una firma bajo una declaración de cinco líneas. La declaración no decía nada respecto al tiempo transcurrido entre que oyó los disparos y efectuó la llamada al 911. Sí mencionaba que creía haber visto dos coches aparcados ante la tienda, pero que no podía identificar el tipo de vehículos ni recordaba si había alguien en su interior.

Miró el recuadro de información personal. Taaffe tenía treinta y cinco años y estaba casada. Vivía en Northridge y era ejecutiva en una empresa de selección de personal especializado. Regresaba en coche a su casa después de ver una película en Topanga Plaza cuando oyó los disparos. Los números de teléfono de su domicilio y de su trabajo constaban en los datos del testigo. McCaleb se acercó al teléfono y marcó el número de la oficina. Contestó una secretaria que le corrigió la pronunciación del apellido y le dijo que la había pillado saliendo.

– Soy Ellen Taaffe -dijo una voz.

– Sí, hola, señora Taaffe. Usted no me conoce. Me llamo McCaleb. Estoy investigando el asesinato de hace dos meses en Sherman Way, el que usted denunció a la policía.

McCaleb oyó que la respiración de ella se aceleraba de un modo que revelaba que la llamada le había molestado.

– No entiendo, ya hablé con los detectives. ¿Es usted policía?

– No, yo… Yo trabajo para la familia de la mujer que murió allí. ¿Es un mal momento?

– Sí, me estaba yendo. No quiero encontrarme con todo el tráfico y, francamente, no sé qué más puedo decirle. Se lo conté todo a la policía.

– Será un minuto. Sólo tengo que hacerle unas preguntas rápidas. La mujer tenía un hijo pequeño y trato de detener al individuo que la mató.

Oyó que la respiración de la mujer se aceleraba de nuevo.

– De acuerdo, intentaré ayudar. ¿Cuáles son las preguntas?

– Vamos allá. La primera, ¿cuánto tiempo esperó desde que oyó los disparos y llamó al 911 desde el teléfono del coche?

– No esperé nada, llamé de inmediato. Crecí rodeada de pistolas. Mi padre era agente de policía y a veces lo acompañaba al campo de tiro. Sabía que lo que había oído era un disparo. Llamé de inmediato.

– Verá, estoy viendo los informes de la policía y aquí dice que usted cree haber oído los disparos hacia las diez cuarenta, pero no llamó hasta las diez cuarenta y tres. No…

– Lo que no han puesto en esos informes es que me saltó el contestador. Llamé enseguida, pero me contestó una grabación. Todas las líneas del 911 estaban ocupadas y me pusieron en espera. No sé cuánto tiempo. Fue exasperante. Y cuando por fin entró mi llamada me dijeron que ya estaban informados de los disparos.

– ¿Cuánto tiempo cree que estuvo en espera?

– Acabo de decirle que no estoy segura. Quizás un minuto. Quizá menos, quizá más. No lo sé.

– De acuerdo. El informe dice que escuchó usted un disparo y miró por la ventana a la tienda. Entonces oyó otro disparo. Vio dos coches en el aparcamiento. La siguiente pregunta es, ¿vio a alguien en el exterior?

– No, no había nadie. Ya se lo dije a la policía.

– Parece que el interior de la tienda estaba iluminado, quizá vio si había alguien en los coches.

– Si había alguien en alguno de los coches, no recuerdo haberlo visto.

– ¿Alguno de los coches era un todoterreno, como un Cherokee?

– No lo sé. La policía ya me lo preguntó, pero mi atención estaba en la tienda. Miré por encima de los coches.

– ¿Cree que eran de color oscuro o claro?

– No lo sé. Acabo de decirle que ya he hablado de eso con la policía. Ellos tienen todos…

– ¿Escuchó un tercer disparo?

– ¿Un tercer disparo? No, sólo dos.

– Pero se produjeron tres disparos. Así que no sabe si oyó los dos primeros o los dos últimos.

– Eso es.

McCaleb consideró esto durante un instante, y concluyó que sería imposible determinar con seguridad si ella había oído los dos primeros disparos o los dos últimos.

– Señora Taaffe, eso es todo. Muchas gracias por su ayuda y disculpe las molestias.

La breve conversación ayudó a esclarecer la cuestión del retraso en la llamada al 911, pero aún no sabía a qué se debía el desfase entre el aviso del buen samaritano y la hora que mostraba la cinta de la cámara de vigilancia. McCaleb volvió a consultar su reloj. Ya eran más de las cinco. Todos los detectives se habrían marchado ya, pero decidió probar de todos modos.

Para su sorpresa, cuando llamó a la división de West Valley le dijeron que tanto Arrango como Walters estaban en el despacho. Decidió probar con Walters, ya que el día anterior le había parecido más receptivo a su situación. Walters contestó al tercer timbrazo.

– Soy Terry McCaleb… por lo de Gloria Torres.

– Sí, sí.

– Supongo que ya sabe que tengo los expedientes de Winston, del departamento del sheriff.

– Sí, no nos ha hecho ninguna gracia. También hemos recibido una llamada del maldito Times, una periodista. Eso no estuvo bien. No sé con quién ha estado hablando…

– Mire, su compañero me colocó en una posición en la que tenía que buscar información de donde pudiera sacarla. No se preocupe por el Times. No publicarán nada, porque no hay nada que publicar. Al menos de momento.

– Y mejor que siga así. Es igual, estoy muy ocupado. ¿Qué quiere?

– ¿Tiene un caso?

– Sí. No paran de matar gente en este valle.

– Bueno, mire, no quiero molestarle. Sólo tengo una pregunta que quizá pueda contestarme.

McCaleb esperó. Walters no dijo nada. Parecía distinto que el día anterior. McCaleb se preguntó si Arrango estaría sentado por allí cerca, escuchando. Decidió seguir adelante.

– Quería saber algo acerca de la hora -dijo-. Cuando empiezan los disparos, el reloj del vídeo de la tienda marca las -consultó rápidamente su cronograma-, veamos, las veintidós cuarenta y uno treinta y siete. Luego tenemos que según los registros el buen samaritano telefoneó a las veintidós cuarenta y uno cero tres. ¿Ve a lo que voy? ¿Cómo iba a llamar el tipo treinta y cuatro segundos antes de que empezaran los disparos?

– Es muy sencillo. El reloj de la cámara de vigilancia iba adelantado.

– Oh, vale -dijo McCaleb como si no hubiera considerado esta posibilidad-. ¿Lo comprobaron?

– Mi compañero lo hizo.

– ¿De verdad? No había constancia de eso en el expediente.

– Mire, hizo una llamada a la compañía de seguridad, lo comprobó y no lo puso en el informe, ¿vale? El tipo que instaló el sistema lo hizo hace más de un año, justo después de que atracaran al señor Kang por primera vez. Eddie habló con él. Ajustó el reloj de la cámara con su propio reloj y no había vuelto desde entonces. Le enseñó al señor Kang a ponerlo en hora por si había un corte de luz o algo así.

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