Carlos Sisí - Hades Nebula

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Tras sobrevivir a la devastadora pandemia que ha asolado el mundo y con la esperanza de ahondar en el misterio del Necrosum, el pequeño grupo de supervivientes de Carranque llega finalmente a la Alhambra de Granada, donde el aparato militar ha instalado uno de los últimos bastiones de resistencia de la Humanidad. Sin embargo, una vez allí descubrirán que las cosas no son cómo les habían prometido y los protagonistas deberán afrontar una realidad aún peor que todo lo que habían conocido hasta entonces.
El autor se sirve de los muertos vivientes para describir situaciones de extrema dureza y dramatismo, explorando la complejidad del ser humano cuando se encuentra cara a cara con el terror en un mundo manifiestamente hostil, y lanzando al lector, en definitiva, a una montaña rusa de sensaciones que desemboca en la conclusión final.

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Sus hombres eran otra cosa. Bajo su mando tenía muchos soldados que habían estado a su cargo desde hacía bastante tiempo: hombres duros acostumbrados a las penurias en escenarios donde la miseria humana hedía como un pedo en una habitación sin ventilación. Esos hombres no eran el problema. El problema eran los restos de otras brigadas que había ido parcheando mientras servía en Valencia, hombres que encontraba a su paso que habían quedado aislados sin mando ni canales de comunicación y que había unido a sus filas. Entre ellos había paracaidistas, por ejemplo, que no habían servido nunca en una situación de combate real. Ellos aún tenían dificultades para considerar el cuadro completo, como lo hacía él, y veían con malos ojos que se dejara a los civiles a su suerte. Cuando inició el plan para recluir a los civiles en una especie de gueto, el malestar se hizo patente, pero las órdenes debían ejecutarse a toda costa. Cada pieza de la maquinaria debía funcionar y cumplir su cometido sin preguntas ni dudas, aunque los engranajes que ellos debían representar tuvieran montada una afilada cuchilla en su base.

Sin embargo, el problema de los insurrectos se remontaba a mucho antes. Insurrectos que se movían de forma taimada, por cierto, como amebas en una charca, silenciosas y reptantes, aprovechando la ausencia de luz y el silencio para parasitar entre sus buenos soldados. Sospechaba que alguien entre sus hombres codiciaba liderar la base Orestes y tomar sus propias decisiones. El mundo se había convertido en un lugar extraño: las ciudades se habían vaciado de personas y de cualquier representación de la autoridad y eran un raro objeto de interés para alguien con un puñado de hombres a su cargo. Allí había riquezas esperando en los cubiles más inverosímiles, por ejemplo, y existían lugares paradisíacos donde noventa hombres armados podrían hacerse fuertes y llevar una nueva vida llena de comodidades.

Cuando informó del problema, recibió nuevas instrucciones: Identifique y erradique el problema POR COMPLETO INMEDIATAMENTE . Romero supo, por el énfasis de la directriz y las órdenes de las que ya disponían, que el ejército se enfrentaba, con toda probabilidad, a un problema de facciones. Quizá allá por el norte se fraguaban las bases de un Nuevo Orden y por eso habían preferido mantenerlos lejos de los conflictos. Eso le fastidiaba, le fastidiaba mucho.

Romero había hecho lo posible por averiguar quién tejía oscuros planes de insubordinación, pero sin mucho éxito. Se movían en silencio, cuchicheaban por las esquinas y tramaban, sin que él supiese aún qué clase de planes se formaban en la oscuridad de sus dormitorios. A veces había aparecido algún soldado asesinado en su cama, con el cuello abierto y literalmente anegado por su propia sangre. En todos esos casos había aparecido una palabra escrita, bien con letras de sangre en una pared, o de cualquier otro modo. «TRAUMA.» Para él, estaba claro que TRAUMA era la consigna secreta que usaban los rebeldes. Un claro mensaje lanzado a cualquiera que pensase en traicionarlos, una advertencia de que ellos podían llegar a cualquier lado, que ellos sabían y velaban sus sueños.

Demasiado tarde se dio cuenta de que el problema era mayor de lo que pensaba. Sabía por su operador que la radio había sido utilizada, al menos, en dos ocasiones, por alguien que no debía tener acceso al aparato. Había cosas cambiadas de sitio, la frecuencia estaba desajustada, los cascos colgaban de la mesa sujetos por su cable, describiendo un vaivén suave que indicaba que alguien acababa de salir corriendo. Esa brecha en la seguridad le pareció inexcusable, y lamentó profundamente no haber pensado en ello con anterioridad. Desde entonces vivía un poco más inquieto, pensando que cualquier día podrían recibir la visita de algún grupo armado que los pusiera en entredicho.

La otra cosa que ocupaba una buena parte de su mente en todo momento era Aranda. Después de dejarlo con los doctores, fue a la sala de radio e informó a sus superiores. Envió un mensaje explicando lo que acababa de ver en aquel patio estrecho donde guardaban los zombis que Marín y Barraca utilizaban para sus investigaciones, y fue tan objetivo como le fue posible. En su interior, la excitación hervía como la caldera de un volcán, pero intentó evitar expresiones grandilocuentes para referirse al pequeño milagro que había presenciado. Demasiado bien se daba cuenta de que aquel hombre joven de aspecto desaliñado podía representar el fin del embargo impuesto por los muertos. Esa vez, sorprendentemente, la respuesta tardó varias horas en regresar.

Órdenes prioritarias: garantizar la custodia y seguridad del sujeto a toda costa. Enviaremos comisión tan pronto nos sea posible .

Romero envió otro mensaje, explicando que su personal médico estaba analizando al sujeto, y la respuesta volvió a demorarse. Cuando llegó, frunció el ceño de incredulidad.

Inspección del sujeto vía análisis médicos denegada. Órdenes: garantizar custodia y seguridad del sujeto .

Romero no entendía por qué su personal médico no podía intentar acelerar el proceso. Esa mañana estuvo dando vueltas y fumando en pipa más de lo acostumbrado, porque se había racionado el tabaco en previsión de que tuviera que pasar allí una larga temporada y sólo le correspondía una carga cada cuatro días. Llamó a su enlace para anular el trabajo de los doctores, pero cuando éste se presentó, le mandó irse sin encargarle nada. Luego la duda volvió a acosarle y estuvo tentado de cambiar la orden. Cambiaba de parecer a cada rato. No era hombre que pusiera en duda las órdenes de sus superiores, pero no acababa de entender qué daño podía hacer que los trabajos comenzaran inmediatamente. Lo que Marín y Barraca habían conseguido hasta la fecha era bastante halagüeño. Podían conectar el cerebro de una de aquellas cosas a una corriente eléctrica y activarlos y desactivarlos a voluntad, por ejemplo, y descubrieron algo que a él (a todos) se le había pasado por alto: la restauración .

Le explicaron que el virus tenía increíbles capacidades regenerativas. Actuaba sobre las partes dañadas, reparando y conectando las células perdidas extrayendo la información que faltaba del propio cuerpo. Los doctores se lo explicaron con palabras sencillas.

– La regeneración de órganos es bastante común entre los insectos -le dijeron-, pero no en los vertebrados. En el caso de los lagartos la regeneración se limita a la cola, pero en los urodelos se da de una forma muy potente y sorprendente. No solamente reconstruyen sus colas, también regeneran sus patas, las retinas, los cristalinos, las mandíbulas, los dientes… el tejido cardíaco e incluso partes del cerebro. Se consigue con una masa de células indiferenciadas llamada blastema , que da origen a la nueva extremidad. En el caso de nuestro virus, parece que opera a nivel de la masa cerebral, que en realidad es lo único que necesita para funcionar. En concreto, la parte derecha, que controla la capacidad para solucionar problemas y las facultades espaciales. La clave está en esas células indiferenciadas… son como células madre, activan genes en secuencia en un proceso no muy diferente al que ocurre durante el período embrionario. En cierto modo, teniente, ponen en marcha el mismo mecanismo que formó esa parte inicialmente.

– ¿Qué significa eso realmente?

– Significa que, en un período de tres o cuatro días, los zombis que hemos dado por acabados por haber destruido su cerebro por cualquier medio pueden volver a levantarse. Es el tiempo que necesitan para restituir el material orgánico perdido.

Romero no se sorprendió demasiado por aquel descubrimiento, si bien le pareció sumamente inquietante. Eso explicaba por qué el mundo seguía cuajado de muertos, pese a todas las contiendas que se sucedían (o sucedieron) en todo el planeta. En las situaciones de combate solían limpiar las zonas de muertos empleando ingentes cantidades de munición, y dejaban los cadáveres allí donde caían, dándoles por muertos, destruidos en el más amplio sentido de la palabra. Sin embargo, cuando volvían a pasar al cabo de los días, volvía a estar tan lleno de espectros como al principio. Siempre lo atribuyó a ese efecto ola que los caracterizaba, que los mantenía en constante movimiento. Ellos no dormían, y dedicaban las largas horas de la noche a moverse siguiendo algún instinto invisible, arrastrando los pies lentamente durante horas y horas… Por la mañana, la población de zombis podía haberse duplicado o reducido a la mitad. Ese descubrimiento le pareció muy revelador; de haberlo sabido antes, habrían hecho pilas con los cuerpos y los habrían incinerado, o habrían separado sus cabezas de sus troncos.

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