El padre Amaro apareció de nuevo y habló brevemente con el don. Cuando regresó junto a Simón Draco parecía sorprendido.
– Ha impresionado usted al don, que no se impresiona fácilmente -comentó cuando abandonaron la finca y enfilaron el camino de regreso.
El padre Amaro detuvo el vehículo en la plaza de los Caídos, junto al hotel Ponte.
– Bueno, señor Draco, espero que su estancia en Sicilia haya sido satisfactoria. ¿Quiere que lo lleve mañana al aeropuerto?
– No será necesario. Muchas gracias.
Al estrecharle la mano al padre Amaro, Draco vio asomar la culata de una pistola bajo la chaqueta. Quizá no era tan fraile como parecía.
Draco cenó en la cercana pizzería La Massaría, instalada en un antiguo molino de aceite, y se acostó pronto. El recepcionista siniestro se mostró servicial con el inglés al que don Antonio Sebastiani había recibido, y le concertó el traslado al aeropuerto, a la mañana siguiente, en un autobús de turistas españoles para que se ahorrara el taxi.
Camino del aeropuerto, las turistas, casi todas mujeres solteras, viudas o separadas, charlaban animadamente de los lugares exóticos a los que habían ido en anteriores viajes. En la expedición había también un salchichero gordo cuyo tema de conversación eran las chacinas que se comen en cada lugar, mientras que su señora, rubia teñida, aún de buen ver, enumeraba las joyas, piedras preciosas y semipreciosas que adquiría en cada viaje. Mientras, Draco pensaba en su siguiente movimiento. El monasterio griego de Meteora, quizá.
Vaticano
El arquiatra, o médico oficial del papa, informó a la curia de que el deterioro de la salud del pontífice era ya irreversible. Los cardenales reunidos bajo los frescos de Miguel Ángel rezaron unas rutinarias preces por la salud del pontífice y se retiraron cada cual a sus asuntos, todos especialmente urgentes si el papa estaba a punto de morir y nadie sabía a ciencia cierta de qué cuerda sería el sucesor elegido por el Espíritu Santo para timonear la nave de la Iglesia, dado que sus designios son inescrutables. Media hora después, el cardenal Gian Carlo Leoni recibió al arzobispo Sebastiano Foscolo en su oficina del Collegio Cardinalizio.
– Hemos estado analizando el asunto del mercenario -dijo Foscolo-. Draco parece conocer todos nuestros movimientos en el pasado y en el presente y a eso se debe que sigue pistas que creíamos borradas desde el comienzo de la operación Mercur. La única explicación racional es que cuenta con una infraestructura de investigación muy avanzada, una persona o un equipo que rastrea información por Internet.
– ¿Internet? Eso es como buscar una aguja en un pajar.
– En efecto, eminencia. Dificilísimo para un profano, pero no tan difícil para el que domina el espacio de la red. Después de analizar los datos exhaustivamente hemos llegado a la conclusión de que Draco carece del conocimiento necesario para navegar por la red a ese nivel. Eso indica que le está ayudando alguien, probablemente un hacker, un pirata informático. Por su modo de operar es posible incluso que sea el legendario Snake.
– Snake -dijo Leoni-. ¿De qué me suena?
– Es una leyenda en el mundo de los hackers. Hace unos diez años se coló en los sistemas de la reserva federal del tesoro americano y se dedicó a transferir grandes cantidades de dinero a ONG y a organizaciones de ayuda al Tercer Mundo.
– ¿Es posible?
– También se coló en el centro de mando del misil estratégico ruso y los dejó plagados de falsas puertas, detrás de las cuales se ocultaba el Pato Donald. Todo un sistema que a los rusos les había costado ímprobos esfuerzos construir con su tecnología insuficiente.
– O sea, que nuestro amigo es proamericano.
– No estoy tan seguro. Por aquel tiempo también visitó la dirección de satélites del Pentágono y docenas de ellos abandonaron sus labores de vigilancia estratégica y se pusieron a observar las focas del polo en la época de apareamiento. Fue un ridículo tan sonado que no trascendió del nivel diplomático. Después de aquello, Snake desapareció como si se lo hubiera tragado la tierra y no se volvió a saber de él. Seguramente sentó cabeza y se convirtió en un ciudadano responsable. Ahora es una leyenda en la cofradía de los hackers.
– Creía que teníamos un sistema seguro -dijo Leoni.
– Y lo tenemos. El mejor que existe, el URSUS, que es prácticamente inexpugnable.
– Bien, entonces ¿dónde está el problema?
– El URSUS está equipado con una trampa ingeniosa que atrapa al hacker y no lo deja salir, pero el muy taimado ha tenido la precaución de descoser los puntos de programación que el diseñador utilizó para proteger su base de datos. Sólo sabemos que trabaja con un potente ordenador de doscientos terahercios y sale del sistema metódicamente sin dejar rastro. Seguramente, su sistema está equipado con un protector Cerbero de diseño avanzado que le lanza un mensaje de advertencia, un punto que parpadea en rojo en medio de la pantalla y le avisa, que quedan tres segundos para que la puerta de la trampa se cierre tras él.
– ¿Cómo es posible, entonces, que no lo atrapemos?
– Desgraciadamente sólo necesita dos segundos para saltar treinta o cuarenta veces de satélite en satélite y dejarnos atrás mientras intentamos descifrar el origen del pirateo.
– O sea, que no hay nada que hacer -concluyó Leoni con un suspiro.
– Me temo que por los procedimientos informáticos comunes no, pero tenemos a varias agencias investigando en el mundo de los hackers. No creo que haya más de una docena de ellos capaces de hacer lo que Snake ha hecho. Por otra parte he recurrido al arzobispo de Chicago, que tiene mucha influencia en ciertos medios del gobierno americano y se ha ofrecido a ayudar.
– ¿De qué modo?
– La CIA dispone de un sistema de seguridad denominado Echelon, una red electrónica global de proporciones asombrosas, capaz de interferir las comunicaciones por satélite y conectarlas con una serie de ordenadores paralelos de alta velocidad que desde un centro de comunicaciones de Fort Meade, en Maryland, interceptan y decodifican cualquier comunicación en tiempo real.
– ¿Y cómo pueden detectar al Serpiente entre los millones de comunicaciones que constantemente surcan el aire?
– La máquina selecciona aquellas que siguen una pauta especialmente compleja diseñada para borrar pistas, lo que las reduce a unas pocas docenas y dentro de eso, si lo reducimos por zonas, conociendo el paradero de Draco, se reducirá a dos o tres casos como mucho. Es fácil investigar a dos o tres emisores.
– Bien -dijo Leoni-. Adelante con el asunto. Quiero resultados y los quiero pronto.
Suiza
Adolfo Morel Kurtz, alias Petisú, se empinó sobre el estribo del vagón de primera clase en la estación de Berna y enarcó una ceja con gesto displicente oteando el gentío hasta que divisó a un mozo de estación. Su mano blanca y manicurada que nadie se imaginaría partiendo dos ladrillos en un golpe de kárate lo llamó con un gesto autoritario.
El baúl y las dos maletas del antiguo teniente del ejército chileno lucían los sellos de las aerolíneas de Bolivia, donde ahora era consejero militar. A Petisú no le entusiasmaban los viajes al extranjero. La justicia chilena lo reclamaba por crímenes de guerra durante la dictadura de Pinochet y se veía obligado a circular con pasaporte falso. En esta ocasión se había arriesgado porque no podía negarle el favor a su padrino, don Jorge Herring, que lo había convocado urgentemente en Suiza.
Petisú tomó un taxi, después de rechazar otro porque le pareció que olía a tabaco, y le indicó al conductor que se dirigiera al hotel Excelsior, donde don Jorge le había reservado una suite. Después de instalarse, se dio un baño reparador, con sales y aceite aromático, se puso uno de los cinco trajes que traía, el gris oscuro, que le pareció más adecuado para la ocasión, y volvió a tomar otro taxi que lo dejó frente al palacio federal. Admiró un momento la excesiva fachada del edificio decimonónico antes de dirigirse a la caseta de control, junto a la verja forjada que rodeaba el palacio.
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