– ¿Estás mirando las botellas? -preguntó Esperanza.
– Casi.
Esperanza asintió y le sonrió a una camarera muy bien dotada y ataviada con un corsé negro.
– Humm… no me vendría mal un poco de servicio de botella para mí misma, ya sabes a qué me refiero.
Myron pensó en eso.
– En realidad, no -dijo-. Ambas sois mujeres, ¿no? Así que no estoy seguro de entender la referencia a la botella.
– Dios mío, sí que eres literal.
– Me has preguntado si estaba mirando las botellas. ¿Por qué?
– Porque están sirviendo champán Cristal -respondió ella.
– ¿Y?
– ¿Cuántas botellas ves?
Myron echó una ojeada.
– No lo sé, nueve, quizá diez.
– Vale ocho mil cada una, propina aparte.
Myron se llevó las manos al pecho para fingir palpitaciones. Vio a Lex Ryder despatarrado en un sofá, entre un colorido grupo de bellezas. Los otros hombres de la habitación eran músicos o pipas mayorcitos de pelo largo, pañuelos, barba, brazos nervudos y tripas fofas. Myron se abrió paso entre ellos.
– Hola, Lex.
La cabeza de Lex cayó a un lado. Miró y gritó con demasiado entusiasmo:
– ¡Myron!
Lex intentó levantarse y no pudo, así que Myron le ofreció una mano. Lex la utilizó, consiguió ponerse de pie y abrazó a Myron con el entusiasmo que los hombres reservan para cuando beben demasiado.
– Tío, es fantástico verte.
HorsePower había comenzado como una banda en la ciudad natal de Lex y Gabriel, en Melbourne, Australia. El nombre venía del apellido de Lex, Ryder (Horse-Ryder) y el apellido de Gabriel, Wire (Power-Wire), pero desde el momento en que habían comenzado, Gabriel asumió todo el protagonismo. Gabriel Wire tenía una voz magnífica, claro, y era increíblemente guapo, con un carisma casi sobrenatural; pero también tenía aquel intangible aire esquivo, aquella cosa que «la sabes cuando la ves», que elevaba a los grandes a la categoría de legendarios.
Debía de ser duro, pensaba Myron a menudo, para Lex, o para cualquiera, vivir bajo aquella sombra. Claro que Lex era famoso y rico, y, técnicamente, todas las canciones eran producciones Wire-Ryder, pensó Myron. Puesto que él manejaba las finanzas del dúo, sabía que Lex cobraba un veinticinco por ciento contra el setenta y cinco por ciento de Gabriel. Y por supuesto, las mujeres todavía intentaban ligar con él y los hombres todavía querían ser sus amigos, pero Lex también era objeto de las inevitables bromas referentes al eterno segundón.
HorsePower todavía era un grupo importante, quizá más importante que nunca, pese a que Gabriel Wire se había esfumado después de un trágico escándalo ocurrido más de quince años atrás. Con la excepción de unas pocas fotos de paparazzi y muchos rumores, Gabriel Wire no había dado señales de vida en todo aquel tiempo: ninguna gira, ninguna entrevista, ninguna portada, ninguna aparición pública. Todo aquel secretismo hacía que el público desease más que nunca a Wire.
– Creo que es hora de irse a casa, Lex.
– No, Myron -dijo él con la voz pastosa, y Myron deseó que sólo fuese por efecto de la bebida-. Venga. Nos estamos divirtiendo. ¿No nos estamos divirtiendo, peña?
Se oyeron vocalizaciones de asentimiento. Myron miró a su alrededor. Puede que conociera a uno o dos de aquellos tipos, pero sólo reconocía a uno con seguridad: Buzz, el guardaespaldas y asistente personal de Lex. Buzz cruzó la mirada con Myron y se encogió de hombros, como diciendo: «¿Qué puedo hacer?».
Lex pasó un brazo alrededor del cuello de Myron, rodeándolo como si fuera la correa de una cámara de fotos.
– Siéntate, viejo amigo. Tomemos un trago, relájate, descansa.
– Suzze está preocupada por ti.
– ¿Lo está? -Lex enarcó una ceja-. Así que ha enviado a su viejo chico de los recados para que me recoja.
– En sentido estricto, también soy tu chico de los recados, Lex.
– Ah, agentes. La más mercenaria de las ocupaciones.
Lex vestía pantalones negros y un chaleco de cuero negro, y parecía como si hubiese acabado de ir a comprar ropa en el Rocker-R-Us. Tenía el pelo corto gris. Se dejó caer en el sofá de nuevo.
– Siéntate, Myron -repitió.
– ¿Por qué no vamos a dar un paseo, Lex?
– Tú eres también mi chico de los recados, ¿no? He dicho siéntate.
Tenía razón. Myron encontró un lugar y se hundió profunda y lentamente en los cojines. Lex giró una perilla a su derecha y bajó la música. Alguien le dio a Myron una copa de champán derramando un poco al hacerlo. La mayoría de las damas con corsé -aceptémoslo, es un efecto que funciona en cualquier época- habían desaparecido sin que nadie se diese cuenta, como si se hubiesen evaporado a través de las paredes.
Esperanza charlaba con la chica en la que se había fijado cuando entraron en la habitación. Los otros hombres de la sala miraban coquetear a las dos mujeres con la fascinación de cavernícolas viendo arder el fuego por primera vez.
Buzz fumaba un cigarrillo que, bueno, olía raro. Intentó pasárselo a Myron. Myron sacudió la cabeza y se giró hacia Lex, que estaba echado hacia atrás como si alguien le hubiese administrado un relajante muscular.
– ¿Suzze te mostró la página? -preguntó Lex.
– Sí.
– ¿Tú cómo lo ves, Myron?
– Un maníaco que intenta tocar las narices.
Lex bebió un gran trago de champán.
– ¿De verdad lo crees?
– Sí, pero en cualquier caso estamos en el siglo XXI.
– ¿Y eso qué significa?
– Significa que no es tan importante. Puedes pedir una prueba de ADN, si tanto te preocupa, y establecer la paternidad a ciencia cierta.
Lex asintió con lentitud y tomó otro buen sorbo. Myron intentaba mantenerse fuera de su papel de agente, pero cada una de aquellas botellas contenía setecientos cincuenta mililitros, lo que, dividido por ocho mil dólares, equivalía a 10,66 dólares el mililitro.
– He oído que estás prometido -dijo Lex.
– Sí.
– Bebamos por eso.
– O tomemos un sorbo. Sorber es más barato.
– Tranquilo, Myron. Estoy forrado.
Muy cierto. Bebieron.
– Entonces, ¿qué es lo que te preocupa, Lex?
Lex no hizo caso de la pregunta.
– ¿Cómo es que todavía no conozco a tu futura esposa?
– Es una larga historia.
– ¿Dónde está ahora?
Myron contestó con vaguedad.
– En ultramar.
– ¿Puedo darte un consejo sobre el matrimonio?
– ¿Qué te parece: «No creas ningún estúpido rumor en Internet sobre la paternidad»?
Lex sonrió.
– Muy bueno.
– Bah -dijo Myron.
– Este es el consejo: «Que seáis abiertos el uno con el otro». Del todo.
Myron esperó. Al ver que Lex no decía nada más, preguntó:
– ¿Ya está?
– ¿Esperabas algo profundo?
Myron se encogió de hombros.
– Bueno.
– Hay una canción que me encanta -añadió Lex-. La letra dice: «Tu corazón es como un paracaídas». ¿Sabes por qué?
– Creo que la frase habla de que la mente es como un paracaídas: sólo funciona cuando se abre.
– No, ésa la conozco. Ésta es mejor: Tu corazón es como un paracaídas, sólo se abre cuando caes. -Sonrió-. ¿A que es buena?
– Supongo.
– Todos tenemos amigos en nuestras vidas, como por ejemplo mis amigos aquí presentes. Les quiero, voy de fiesta con ellos, hablamos del tiempo, de los deportes y de las tías buenas, pero si no los viera durante un año, o no los volviera a ver nunca más, no significaría una gran diferencia en mi vida. Ocurre con la mayoría de las personas que conocemos.
Bebió otro sorbo. Se abrió la puerta detrás de ellos. Entró un grupo de mujeres que reían. Lex sacudió la cabeza y ellas se marcharon en el acto.
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