– Correcto, otra conexión -asintió Myron-. Suzze también está vinculada de alguna manera con lo que sucedió aquella noche. Quizás a través de Lex, o quizás a través de su amante secreto, Gabriel Wire. No estoy seguro. Por las razones que fuese, ella necesitaba confesar la verdad. Fue a ver a Kitty y admitió haber cambiado las pastillas anticonceptivas. Luego fue a visitar a Karl Snow. Quizá le dijo lo que le había pasado en realidad a su hija, no lo sé.
Myron se detuvo. De nuevo había algo que no cuadraba. Win lo dedujo.
– Entonces, después de limpiar su conciencia, ¿la embarazada Suzze T compró heroína, volvió a su ático y se suicidó?
Myron sacudió la cabeza.
– No me importa lo que indican las pruebas. No tiene sentido.
– ¿Tienes una teoría alternativa?
– La tengo. Herman Ache la mandó matar. Fue, a todas luces, un trabajo de profesionales. Yo diría que fue Crisp quien lo hizo. Es muy bueno haciendo que los asesinatos parezcan casos de muerte natural.
– ¿Motivo?
Myron todavía no estaba seguro.
– Suzze sabía algo, con toda probabilidad algo que perjudicaría a Wire, quizá podía servir de base a los cargos criminales por la muerte de Alista Snow. Así que ordena matarla. Luego envía a dos hombres a buscar a Kitty, para que la maten también.
– ¿Por qué a Kitty?
– No lo sé. Tal vez quería hacer limpieza. Herman supuso que ella sabía algo, o quizá temía que Suzze hubiese hablado con ella. Fuera lo que fuese, Herman decidió no correr riesgos. Tierra quemada. Eliminar a Suzze y a Kitty.
– Y a ti -acabó Win por él.
– Sí.
– ¿Qué pasa con tu hermano? ¿Cómo encaja en todo esto?
– No lo sé.
– Todavía hay mucho que no sabemos.
– Casi todo -asintió Myron-. Pero hay otro detalle: Si Brad volvió a Perú, ¿por qué estaba su pasaporte en la caravana?
– ¿La respuesta más probable? No fue a Perú. En ese caso, ¿cuál sería la conclusión lógica?
– Que Kitty mintió -dijo Myron.
– Kitty mintió -repitió Win-. ¿No era una canción de Steely Dan?
– Katy minti ó . Era el nombre de un álbum, no de una canción.
– Oh, claro. Me encantaba aquel álbum.
Myron intentó apagar su cerebro sólo por un rato para poder descansar antes de asaltar el castillo. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás cuando el avión empezó a descender. Cinco minutos más tarde estaban en tierra. Myron consultó su reloj. Habían llegado al aeropuerto de Peterboro cuarenta minutos antes.
Sí. Era bueno ser rico.
Las cortinas del avión estaban echadas para que nadie pudiese ver el interior. La familia Sinthorpe desembarcó. Los pilotos aparcaron el avión, apagaron las luces y descendieron. Myron y Win permanecieron en el aparato. Ya era de noche.
Myron llamó al hospital con el móvil por satélite. Esta vez el doctor Ellis se puso al teléfono.
– Su padre ha salido de cirugía, pero ha sido muy duro. Su corazón se detuvo dos veces en el quirófano.
Las lágrimas afloraron de nuevo, pero Myron las contuvo.
– ¿Puedo hablar con mi madre?
– Le dimos un sedante y está durmiendo en una habitación. Su sobrino duerme en una silla. Ha sido una noche larga.
– Gracias.
Win salió del baño, vestido de negro de pies a cabeza.
– Hay una muda de ropa ahí dentro -dijo-. También hay una ducha. Te ayudará a despejarte. La ayuda local llegará en diez minutos.
La ducha del avión no estaba diseñada para personas altas, pero la presión del agua era muy fuerte. Myron se agachó, pasó nueve de los diez minutos debajo del chorro y dedicó el minuto restante a. secarse y vestirse con las prendas negras. Win tenía razón: se sentía renovado.
– Nuestro transporte nos espera -dijo Win-. Pero primero…
Le dio a Myron dos armas. La más grande tenía una funda sobaquera y la más pequeña era para llevarla sujeta al tobillo. Myron las abrochó en su lugar. Win abrió la marcha. Los escalones de la escalerilla estaban resbaladizos. Llovía a cántaros. Win se colocó debajo del avión para protegerse. Sacó las gafas de visión nocturna de la funda y se las fijó al rostro como si fuesen una máscara de buceo. Dio una vuelta completa poco a poco.
– Todo despejado -anunció.
Guardó las gafas en el estuche. Luego cogió el móvil y pulsó una tecla. Se encendió la pantalla. Myron vio que alguien encendía y apagaba los faros de un coche. Win echó a andar hacia el vehículo. Myron le siguió. El aeropuerto sólo tenía una pista de aterrizaje y un edificio de cemento. No había nada más. Una carretera pasaba por delante de la pista. No había luces de tráfico, ni siquiera una reja para impedir que los coches entrasen; había que adivinar, supuso Myron, cuándo aterrizaba un avión. O quizá formaba parte de la mística de Biddle Island. Así, «sabías» cuándo alguien llegaba.
La lluvia continuaba arreciando. Un relámpago cruzó el cielo. Win llegó al coche primero y abrió la puerta de atrás. Myron entró y se tumbo en el asiento trasero. Miró hacia delante y se sorprendió al ver a Billings y Blakely.
– ¿Nuestra ayuda local?
Win sonrió.
– ¿Quién mejor?
El interior del coche olía como un narguile viejo.
– El primo Windsor dijo que quieres entrar en la casa de Wire -dijo el mellizo que iba al volante.
– ¿Quién eres tú? -preguntó Myron.
Él pareció ofenderse.
– Soy Billings.
– Y yo soy Blakely.
– Correcto, lo siento.
– Blakely y yo hemos pasado todos los veranos en esta isla desde que tenemos uso de razón. Puede llegar a ser aburrido.
– No hay bastantes chicas -añadió Blakely.
– Muy cierto -afirmó Billings. Puso el coche en marcha. No había más coches en la carretera-. El año pasado nos inventamos unas historias crueles sobre algunas de las au pairs más feas.
– Para que las despidiesen -explicó Blakely.
– Exacto.
– Ninguna de esas mamas quieren cuidar de sus pequeños retoños.
– Cielos, no.
– Así que tuvieron que cambiar las au pairs.
– A menudo por otras más atractivas.
– ¿Ves qué astucia?
Myron observó a Win. Win sonrió.
– Finge que sí -dijo Myron.
– En cualquier caso, esta isla puede ser aburrida -manifestó Blakely.
– Aburrilandia -añadió Billings.
– Tediosa.
– Agotadora.
– De verdad, te puedes morir de aburrimiento. Y en realidad, nadie sabe siquiera si Gabriel Wire vive en aquella mansión.
– Nunca le hemos visto.
– Pero hemos estado cerca de la casa.
– La hemos tocado.
Blakely se volvió y le sonrió a Myron.
– Verás, aquí traemos a las chicas. Les decimos que la casa pertenece a Gabriel Wire y que está muy vigilada.
– Porque el peligro es afrodisíaco.
– Si les mencionas el peligro a las chicas, se les caen las bragas, ¿oyes lo que digo?
Myron miró de nuevo a Win. Win seguía sonriendo.
– Finge que sí -repitió Myron.
– Nos llevó algún tiempo hacerlo -continuó Billings-, por el sistema de ensayo y error, pero al final encontramos un sendero seguro hasta la playa que hay junto a la casa de Wire.
– Y ya nunca nos volvieron a pillar.
– Al menos en los dos últimos veranos.
– Vamos a la playa. Algunas veces llevamos chicas.
– En tus tiempos -dijo Billings, mirando a Myron- es probable que lo llamasen el Sendero de los Enamorados o algo así.
– Como en una peli antigua.
– Así es. Como cuando las llevabais a una granja y después ibais al Sendero de los Enamorados, ¿no?
– Sí -asintió Myron-. Después del viaje en calesa.
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