Harlan Coben - Alta tensión

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Myron Bolitar siempre ha soñado con la voluptuosa mujer fatal que acaba de entrar en su despacho para pedirle ayuda. Tiene unas curvas de locura, pero está embarazada de ocho meses, y eso pone fin a todas las posibles fantasías de Bolitar. La antigua estrella del tenis Suzze T y su marido, Lex, una estrella del rock, son clientes, y a lo largo de los años Myron ha negociado multitud de contratos para la preciosa pareja. Pero ahora Lex ha desaparecido y la muy embarazada Suzze llora, convencida de que los rumores colgados en la red poniendo en duda la paternidad del bebé hayan alejado al hombre que ella jura es el padre de su hijo.
“Harlan Coben es el maestro moderno del “agárrate y no te menees” desde la primera página, para dejarte completamente noqueado en la última.” Dan Brown

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Fishman comenzó a gimotear de nuevo, ahora con el llavero en alto como si fuese una ristra de ajos para apartar a un vampiro. Myron esperó, considerando sus opciones. Se levantó, cruzó la habitación y recogió el arma.

– Voy a entregarte a la policía, Joel.

Cesó el llanto.

– ¿Qué?

– No te creo.

– Le estoy diciendo la verdad.

Myron se encogió de hombros y acercó la mano al pomo de la puerta.

– Tampoco me estás ayudando. Ése era el trato.

– ¿Qué puedo hacer? No sé nada. ¿Por qué me castiga?

Myron se encogió de hombros.

– Me estoy cansando.

Giró el pomo.

– Espere.

Myron no esperó.

– Escúcheme, ¿vale? Sólo un segundo.

– No tengo tiempo.

– ¿Me promete no decir nada?

– ¿Qué es lo que tienes, Joel?

– Su número de móvil. Pero mantenga su palabra, ¿vale?

13

– Es un móvil de prepago -dijo Esperanza-. No hay manera de rastrearlo.

Maldición. Myron salió con el Ford Taurus del aparcamiento del cementerio. Big Cyndi estaba encajada en el asiento y parecía como si se hubiese disparado el airbag. Sí, un Ford Taurus de color verde metalizado. Cuando Myron pasaba, las supermodelos babeaban.

– El punto de compra es una tienda de móviles en Edison, Nueva Jersey -añadió Esperanza-. Pagado en efectivo.

Myron comenzó a dar la vuelta. Era hora de visitar a Joel Fishman para pedirle otro favor. El bueno de Crush estaría encantado de volver a verle.

– Otra cosa más -dijo Esperanza.

– Te escucho.

– ¿Recuerdas aquel símbolo extraño junto a las palabras «No es suyo»?

– Sí.

– Como sugeriste, lo colgué en una página de fans de HorsePower para ver si alguien lo conocía. Respondió una mujer llamada Evelyn Stackman, pero no quiere hablar por teléfono.

– ¿Por qué no?

– No lo dijo. Quiere hablar en persona.

Myron hizo una mueca.

– ¿Por un símbolo?

– Correcto.

– ¿Cómo quieres llevarlo? -preguntó Myron.

– Quizá no me has oído bien -respondió Esperanza-. He dicho «ella», como si fuera una mujer poco dispuesta a hablar.

– Ah -dijo Myron-. Y supones que puedo utilizar mis artimañas y mi encanto masculino para seducirla y sacarle la información.

– Sí -asintió Esperanza-, vamos a probar por ese lado.

– Suponte que sea gay.

– Creía que tu encanto masculino y tu apariencia funcionaban con todas las preferencias.

– Sí, por supuesto. Ha sido un error.

– Evelyn Spackman vive en Fort Lee. He concertado una cita para esta tarde.

Colgó. Myron apagó el motor.

– Vamos -le dijo a Big Cyndi-. Fingiremos que somos los padres de un alumno.

– Qué divertido. -Big Cyndi adoptó una actitud pensativa-. Un momento, ¿tenemos un chico o una chica?

– ¿Tú qué prefieres?

– En realidad no me importa, siempre que él o ella estén sanos.

Volvieron a la escuela. Dos padres esperaban fuera del aula. Big Cyndi les mostró las lágrimas, afirmando que su pequeña Sasha tenía una emergencia en francés y que sólo iban a tardar unos segundos. Myron aprovechó la distracción para entrar en el aula solo. No había ninguna razón para que Joel viese a Big Cyndi y se quedase de piedra.

Como era de esperar, Joel Fishman no se mostró muy contento de verle.

– ¿Qué demonios quiere?

– Necesito que la llames y arregles un encuentro.

– ¿Para qué vamos a reunimos?

– ¿Qué te parece, no sé, fingir que eres un camello y preguntarle si necesita más droga?

Joel frunció el entrecejo. Iba a protestar, pero Myron sacudió la cabeza. Joel hizo un cálculo rápido y comprendió que la mejor manera de acabar con todo eso era cooperar. Sacó el móvil. La tenía en la agenda como Kitty; sin apellidos. Myron mantuvo la oreja cerca del teléfono. Cuando oyó el titubeante hola en el otro extremo de la línea, su rostro se descompuso. No cabía la menor duda: era la voz de su cuñada.

Fishman cumplió su parte con el perfeccionismo de un psicópata. Le preguntó si quería encontrarse con él. Ella dijo que sí. Myron le hizo un gesto a Fishman.

– Vale, guay -dijo Fishman-. Iré a tu casa. ¿Dónde vives?

– No funcionará -afirmó Kitty.

– ¿Por qué no?

Entonces Kitty susurró algo que le heló el corazón de Myron.

– Mi hijo está aquí.

Fishman era bueno. Dijo que podía dejar el paquete donde ella quisiera, pero Kitty era muy desconfiada. Por fin acordaron que se encontrarían cerca del tiovivo, en el centro comercial Garden State Plaza, en Paramus. Myron consultó su reloj. Calculó que tendría tiempo más que suficiente para hablar con Evelyn Stackman del símbolo enviado junto a las palabras «No es suyo» y de regresar para ver a Kitty.

Myron se preguntó qué haría cuando eso ocurriese, cuando se encontrase con Kitty. ¿Se le echaría encima y se enfrentaría con ella? ¿Le haría preguntas amables? Podría ser que ella no apareciese. Quizá lo mejor sería pedirle a Fishman que cancelase la cita después de que ella apareciese, para poder seguirla hasta su casa.

Media hora más tarde Myron aparcaba el coche delante de una casa en Lemoine Avenue, en Fort Lee. Big Cyndi se quedó en el vehículo, jugando con su iPod. Myron caminó por el sendero de entrada. Evelyn Stackman abrió la puerta antes de que Myron pudiese tocar el timbre. Parecía tener unos cincuenta y tantos años, y llevaba el pelo rizado de un modo que le recordó a Barbra Streisand en Ha nacido una estrella.

– ¿Señora Stackman? Soy Myron Bolitar. Gracias por recibirme.

Ella le invitó a entrar. En la sala había un viejo sofá verde, un piano vertical de cerezo claro y carteles de los conciertos de HorsePower. Uno era de su primera actuación en el Hollywood Bowl hacía más de dos décadas. El cartel estaba firmado por Lex Ryder y Gabriel Wire. La dedicatoria -en letra de Gabriel- decía «Para Horace y Evelyn, rockeros».

– ¡Caray! -exclamó Myron.

– Me han ofrecido diez mil dólares por él. Me vendría bien el dinero, pero… -Se detuvo-. Le busqué en Google. No sigo el baloncesto, así que no conocía su nombre.

– De todas maneras, fue hace mucho tiempo.

– ¿Ahora dirige a Lex Ryder?

– Soy su agente. Hay una pequeña diferencia. Pero trabajo para él.

Ella pensó en eso.

– Sígame. -Le precedió al bajar las escaleras hacia el sótano-. Mi esposo Horace. Él era el verdadero fan.

El pequeño sótano tenía el techo tan bajo que Myron no podía mantenerse erguido. Había un futón gris y un viejo televisor sobre un pie de fibra de vidrio negra. El resto del sótano, era, bueno, HorsePower. Una mesa plegable estaba cubierta con detalles de HorsePower: fotografías, álbumes, pentagramas, anuncios de conciertos, púas de guitarra, palillos de batería, camisas, muñecas. Myron reconoció una camisa negra con broches.

– Gabriel la llevaba durante un concierto en Houston -dijo ella.

Había también dos sillas plegables. Myron vio varias fotos de Wire recortadas de los tabloides.

– Lamento el desorden. Después de la tragedia de Alista Snow, bueno, Horace estaba destrozado. Solía examinar las instantáneas de Gabriel fotografiado por los paparazzi. Verá, Horace era ingeniero. Era muy bueno con las matemáticas y los rompecabezas. -Señaló los periódicos-. Son falsas.

– ¿A qué se refiere?

– Horace siempre encontraba la manera de demostrar que las imágenes no eran de Gabriel. Como ésta. Gabriel Wire tiene una cicatriz en el dorso de la mano derecha. Horace consiguió el negativo original y lo amplió. No había tal cicatriz. En ésta utilizó una ecuación matemática, pero no me pida que se lo explique, y dedujo que este hombre calzaba un cuarenta y tres. Gabriel Wire usa un cuarenta y seis.

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