– No será fácil de mirar.
Win no era partidario de las hipérboles. Myron se volvió hacia el televisor y esperó a que Win apretase el botón de Play. Sin apartar la mirada de la pantalla, Myron dejó el Yoo-Hoo en un posavasos y tendió la mano. Win tenía a punto la copa de coñac que había servido antes. Myron la aceptó, bebió un sorbo, cerró los ojos, dejó que le quemase la garganta.
– Avanzo unos catorce minutos -añadió Win-. En resumen, esto muestra unos pocos minutos antes de que la vieses entrar en la sala VIP.
Win apretó por fin la tecla de Play. La perspectiva era la misma; aquella pequeña habitación vista desde arriba. Pero esta vez sólo había dos personas en la habitación: Kitty y el hombre de la coleta larga. Hablaban. Myron dirigió una rápida mirada a Win. El rostro de Win, como siempre, no mostraba nada. En la pantalla, Coleta comenzaba a retorcerle el pelo a Kitty con los dedos. Myron sólo miraba. Kitty comenzó a besar el cuello del hombre, continuó por su pecho, le desabrochó la camisa a medida que bajaba, hasta que su cabeza desapareció del encuadre. El hombre echó la cabeza hacia atrás. Había una sonrisa en su rostro.
– Apágalo -dijo Myron.
Win apretó el botón de parada en el mando a distancia. La pantalla se volvió negra. Myron cerró los ojos. La más absoluta tristeza y una profunda rabia le recorrieron el cuerpo en idéntica proporción. Notó latir las sienes. Se sujetó la cabeza con las manos. Win estaba de pie a su lado y le puso una mano sobre el hombro. Win no dijo nada.
Se limitó a esperar. Al cabo de unos minutos, Myron abrió los ojos y se irguió en el asiento.
– La encontraremos -prometió Myron-. Cueste lo que cueste, la encontraremos.
– Seguimos sin tener noticias de Lex -dijo Esperanza.
Tras otra noche de sueño agitado, Myron estaba sentado a su mesa. Le dolía todo el cuerpo. Le martilleaba la cabeza. Esperanza estaba sentada al otro lado de la mesa. Big Cyndi, apoyada en el marco de la puerta, sonreía de una manera que alguien con problemas de visión podría llamar recato. Vestía un resplandeciente traje púrpura de Batgirl, unas cuantas tallas más grande que el que Yvonne Craig había hecho famoso en la vieja serie de televisión. La tela se tensaba en las costuras. Big Cyndi tenía un bolígrafo metido detrás de una de las orejas de gato y un Bluetooth en la otra.
– No hay ningún cargo en su tarjeta de crédito -añadió Esperanza-. Tampoco ninguna llamada de móvil. De hecho, le pedí a nuestro viejo amigo PT que utilizase el GPS en su móvil. Está apagado.
– Vale.
– También tenemos un primer plano muy bueno del tipo de la coleta que parecía tan… mmm… tan amigo de Kitty en el Three Downing. Big Cyndi irá al club dentro de unas horas con la foto y preguntará por él al personal.
Myron observó a Big Cyndi. Big Cyndi movió las pestañas. Imagínense a dos tarántulas tumbadas panza arriba bronceándose al sol del desierto.
– También estamos investigando a tu hermano y a Kitty -continuó Esperanza-. Nada en Estados Unidos. Ni tarjetas de crédito, ni carné de conducir, ni propiedades, devoluciones de impuestos, multas de aparcamiento, ninguna boda o divorcio, nada.
– Tengo otra idea -dijo Myron-. Investiguemos a Buzz.
– ¿El compañero de ruta de Lex?
– Es más que un compañero de ruta. En cualquier caso, el nombre verdadero de Buzz es Alex I. Khowaylo. Probemos con sus tarjetas de crédito y el móvil; quizá lo tenga conectado.
– Perdón -se disculpó Big Cyndi-. Tengo que atender una llamada. -Big Cyndi tecleó en su Bluetooth y puso voz de recepcionista-. ¿Sí, Charlie? Vale, sí, gracias. -Myron sabía que Charlie era el guardia de seguridad de la planta baja. Big Cyndi apagó el Bluetooth y dijo-: Michael Davis, de Shears, sube en el ascensor.
– ¿Le atiendes tú? -le preguntó Esperanza.
Myron asintió.
– Hazle pasar.
Shears, junto con Gillette y Schick, dominaban el mercado de las hojas de afeitar. Michael Davis era vicepresidente del departamento comercial. Big Cyndi esperó junto al ascensor al nuevo visitante. Los nuevos visitantes a menudo soltaban una exclamación cuando el ascensor se abría y Big Cyndi aparecía allí. Michael no lo hizo. Ni siquiera demoró el paso al pasar junto a Big Cyndi y dirigirse sin más preámbulos al despacho de Myron.
– Tenemos un problema -dijo Michael.
Myron abrió los brazos.
– Soy todo oídos.
– Vamos a retirar del mercado la Shears Delight Seven dentro de un mes.
Shears Delight Seven era una hoja de afeitar, pero, si había que creer al departamento de comercialización de Shears, se trataba de lo más nuevo en «innovación tecnológica del afeitado», porque contaba con un mango más ergonómico (¿alguien tenía problemas para sujetar una maquinilla de afeitar?), un «estabilizador de cuchilla profesional» (Myron no tenía ni idea de lo que significaba eso), «siete hojas de precisión más delgadas» (porque las otras hojas debían de ser gordas) y «un funcionamiento por micropulsaciones» (o sea, que vibraba).
Ricky «Smooth» [1]Sules, defensa del All-Pro NFL y cliente de Myron, aparecía en la campaña de publicidad. El eslogan era: «El doble de suave». Myron no lo entendía. En el anuncio de televisión, Ricky se afeitaba, sonreía como si estuviese en pleno acto sexual y decía que Shears Delight Seven le proporcionaba «el rasurado más preciso y cómodo», y después una chica preciosa exclamaba: «Oh, Smooth…», y le pasaba las manos por las mejillas. En resumen, era el mismo anuncio de maquinillas de afeitar que las tres empresas utilizaban desde 1968.
– Ricky y yo teníamos la impresión de que funcionaba bien.
– Oh, sí -asintió Davis-, funcionaba. Me refiero a que la respuesta del público ha superado todas las expectativas.
– ¿Y?
– Funciona demasiado bien.
Myron le observó y esperó que dijese algo más. Al ver que no lo hacía, preguntó:
– ¿Entonces cuál es el problema?
– Vendemos hojas de afeitar.
– Lo sé.
– Es con eso con lo que ganamos el dinero. No lo ganamos vendiendo las maquinillas. Demonios, casi las podríamos regalar. Ganamos vendiendo los recambios: las hojas de afeitar.
– Correcto.
– Así que necesitamos que las personas cambien las hojas, al menos, una vez a la semana. Pero las Shears Delight funcionan mejor de lo esperado. Tenemos informes de que hay personas que usan una misma hoja durante más de seis semanas. No podemos aceptarlo.
– No puede haber hojas que funcionen tan bien.
– Exacto.
– ¿Y por esa razón vais a cancelar la campaña?
– ¿Qué? No, por supuesto que no. Hemos conseguido una tremenda aceptación del producto. El consumidor lo adora. Lo que vamos a hacer es lanzar un nuevo producto mejorado. La Shears Delight Seven Plus con una nueva tira lubricante; para el mejor rasurado de tu vida. La introduciremos en el mercado poco a poco. Con el paso del tiempo, retiraremos las Shears Seven a favor de la versión mejorada Plus.
Myron intentó no exhalar un suspiro.
– Permíteme que me asegure de haberlo entendido bien: las hojas Plus no durarán tanto como las hojas normales.
– Pero -Davis levantó un dedo y sonrió de oreja a oreja- le ofrece al consumidor una tira lubricante. La tira lubricante le proporcionará el mejor afeitado posible. Es como un jacuzzi para la cara.
– Un jacuzzi cuyos recambios se tienen que reponer una vez a la semana y no una vez al mes.
– Es un producto fantástico. A Ricky le encantará.
Myron podría haber adoptado aquí una postura moral, pero, bah, no valía la pena. Su trabajo era velar por los intereses de sus clientes, y en el caso de los patrocinadores, eso significaba conseguir para el cliente la mayor cantidad posible de dinero. Sí, si había que tener en cuenta las cuestiones éticas, él le explicaría con exactitud a Ricky lo que diferenciaba a la Plus del modelo normal. Pero era Ricky quien debía tomar la decisión, y existían pocas dudas acerca de que, si eso significaba más dinero, él debía aceptarlo. Uno podía perder el tiempo lamentándose de que se trataba de un claro intento de estafar al público a través de la publicidad, pero sería muy difícil encontrar un producto o una campaña de comercialización que no hiciese lo mismo.
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