Ella le dio los mensajes.
– Ah, llamó Jared Mayor -añadió Big Cyndi-. Parecía muy interesado en hablar con usted.
– Vale, gracias.
Llamó primero a Jared Mayor. Estaba en el despacho de su madre en el estadio de los Yankees. Sophie conectó el altavoz.
– ¿Me ha llamado? -preguntó Myron.
– Confiaba en que nos diese una actualización -respondió Jared.
– Creo que alguien está intentando perjudicar a su madre.
– ¿Perjudicarme cómo? -preguntó Sophie.
– El análisis de dopaje de Clu fue un amaño. Él estaba limpio.
– Sé que quiere creerlo pero…
– Tengo pruebas -dijo Myron.
Silencio.
– ¿Qué clase de pruebas? -quiso saber Jared.
– No hay tiempo para eso. Pero confíe en mí. Clu estaba limpio.
– ¿Quién querría amañar el análisis? -preguntó Sophie.
– Es lo que quiero saber. Los sospechosos lógicos son el doctor Stilwell y Sawyer Wells.
– ¿Por qué querrían perjudicar a Clu?
– A Clu o a Sophie. A usted. Encaja con todo lo demás que tenemos. Levantar el espectro de su hija desaparecida, aprovechar su gran éxito en el béisbol y volverlo contra usted. Creo que hay alguien por allí que quiere hundirla.
– Está sacando conclusiones apresuradas -señaló Sophie.
– Podría ser.
– ¿Quién querría perjudicarme?
– Estoy seguro de que usted tiene su cuota de enemigos. Qué le parece Vincent Riverton, para empezar.
– ¿Riverton? No. Nuestra compra fue mucho más amable de como lo presentó la prensa.
– No obstante, no lo descartaría.
– Escuche, Myron. En realidad no me importa nada de todo eso. Sólo quiero que encuentre a mi hija.
– Es probable que ambos asuntos estén relacionados.
– ¿Cómo?
Myron cambió de oreja.
– Quiere que sea directo, ¿no?
– Por supuesto.
– Entonces permítame recordarle cuáles son las posibilidades de que su hija aún esté viva.
– Pocas -admitió ella.
– Muy pocas.
– No. Me quedo con pocas. De hecho, creo que son mejores que muy pocas.
– ¿De verdad cree que Lucy está viva en alguna parte?
– Sí.
– ¿Está en algún lugar a la espera de que la encuentren?
– Sí.
– Entonces la gran pregunta es: ¿por qué?
– ¿A qué se refiere?
– ¿Por qué no está en casa? -preguntó él-. ¿Cree que alguien la ha tenido secuestrada durante todos estos años?
– No lo sé.
– Bueno, ¿qué otras alternativas hay? Si Lucy todavía está viva, ¿por qué no vuelve a casa? ¿O llama por teléfono? ¿De qué se oculta?
Silencio.
Sophie lo rompió.
– ¿Cree que alguien ha resucitado el recuerdo de mi hija como parte de una venganza contra mí?
Myron no sabía muy bien qué contestar.
– Creo que es una posibilidad que debemos considerar.
– Aprecio su sinceridad, Myron. Quiero que continúe siendo sincero conmigo. No se retenga. Pero yo también quiero mantener la esperanza. Cuando tu hija desaparece de pronto, crea un enorme vacío. Necesito algo para llenarlo, Myron. Así que hasta que no se demuestre lo contrario, lo continuaré llenando con la esperanza.
– Lo comprendo -dijo Myron.
– Entonces continuará buscando.
Llamaron a la puerta. Myron puso una mano sobre el teléfono y dijo adelante. Big Cyndi abrió la puerta. Myron le señaló una silla. Ella se sentó. Con el verde brillante parecía un poco un planeta.
– No estoy seguro de que pueda hacerlo, Sophie.
– Jared investigará el análisis de Clu -manifestó ella-. Si había algo erróneo, él lo descubrirá. Usted siga buscando a mi hija. Puede que esté acertado en el destino de Lucy. Pero también puede estar equivocado. No renuncie.
Antes de que pudiese responder, cortaron la llamada. Myron colgó el teléfono.
– ¿Bien? -preguntó Big Cyndi.
– Ella todavía tiene esperanzas.
Big Cyndi torció el gesto.
– Hay una línea muy fina entre la esperanza y la desilusión, señor Bolitar. Creo que la señora Mayor puede haberla cruzado.
Myron asintió. Se acomodó en la silla.
– ¿Puedo hacer algo por ti? -preguntó.
Big Cyndi sacudió la cabeza. Su cráneo era casi un cubo perfecto y recordó a Myron un viejo juego de montar un robot. No estaba seguro de qué más hacer. Myron cruzó las manos y las apoyó en la mesa. Se preguntó cuántas veces había estado a solas con Big Cyndi como ahora. Menos de un puñado, seguro.
Está mal decirlo, pero ella le ponía nervioso.
Después de pasados unos momentos, Big Cyndi dijo:
– Mi madre era una mujer muy grande y fea.
Myron no tenía respuesta para eso.
– Como la mayoría de las mujeres grandes y feas, era como una violeta marchita. Eso es lo que pasa con las mujeres grandes y feas, señor Bolitar. Se acostumbran a estar a solas en un rincón. Se ocultan. Se ponen furiosas y a la defensiva. Mantienen las cabezas gachas y dejan que las traten con desdén, disgusto y…
Se interrumpió de pronto, movió una zarpa carnosa. Myron permaneció quieto.
– Detestaba a mi madre -prosiguió ella-. Juré que nunca sería así.
Myron arriesgó un gesto de asentimiento.
– Por eso tiene que salvar a Esperanza.
– No estoy seguro de ver la relación.
– Ella es la única que ve más allá de esto.
– ¿Más allá de qué?
Ella se lo pensó un momento.
– ¿Cuál es la primera cosa que piensa cuando me ve, señor Bolitar?
– No lo sé.
– A la gente que te mira fijamente -explicó ella.
– Es difícil culparlos, ¿no te parece? Me refiero a tu manera de vestir y eso.
Ella sonrió.
– Prefiero ver la sorpresa en sus rostros y no la compasión. Y prefiero verlos descarados y escandalizados que asustados, encogidos o tristes. ¿Lo comprende?
– Eso creo.
– Ya no estoy sola en el rincón nunca más. Ya lo he hecho demasiado tiempo.
Sin saber muy bien qué decir, Myron se conformó con otro gesto de asentimiento.
– Cuando tenía diecinueve años, comencé la lucha como profesional. Obviamente, me tocaba el papel de malvada. Me burlaba, hacía muecas, trampas. Golpeaba a las oponentes cuando no miraban. Todo era una actuación, por supuesto. Pero aquél era mi trabajo.
Myron se reclinó y escuchó.
– Una noche me tocó luchar con Esperanza; debería decir la Pequeña Pocahontas. Era la primera vez que nos encontrábamos. Ya era la luchadora más querida del circuito. Bonita, encantadora, pequeña y todas esas cosas… todas las cosas que yo no soy. En cualquier caso, actuábamos en un gimnasio, en un instituto en las afueras de Scranton. El guión era el habitual. Un combate de toma y daca. Esperanza ganando con su habilidad. Yo trampeando. En dos ocasiones se suponía que yo debía tenerla sujeta cuando la multitud se enloquecía y ella comenzaba a golpear con un pie, como si los aplausos le diesen fuerza, y entonces todos comenzaban a aplaudir al ritmo de sus golpes. Ya sabe cómo funciona, ¿no?
Myron asintió.
– Se suponía que ella debía sujetarme con una vuelta atrás en la marca de los quince minutos. Lo hicimos a la perfección. Luego mientras ella levantaba las manos en señal de victoria, se suponía que debía acercarme por detrás y pegarle en la espalda con una silla de metal. De nuevo fue a la perfección. Cayó sobre la lona. La multitud jadeó. Yo, el Volcán Humano, que era como me llamaba entonces, levanté mis manos para proclamar mi triunfo. Comenzaron a gritar y a tirar cosas. Me burlé. Los animadores se mostraron todos preocupados por la Pequeña Pocahontas. Trajeron la camilla. Ha visto el mismo número un millón de veces en la tele.
Él volvió a asentir.
– Así que hubo otros dos combates, y después la multitud se marchó. Decidí no cambiarme hasta no estar en el hotel. Fui hacia donde el autocar unos pocos minutos antes que las otras chicas. Estaba oscuro, por supuesto. Casi medianoche. Pero algunos de los espectadores aún estaban allí. Vinieron a por mí. Debían ser veinte de ellos. Comenzaron a gritarme. Decidí seguirles el juego. Solté mi rugido del cuadrilátero y flexioné los músculos -su voz se quebró- y fue entonces cuando una piedra me golpeó en la boca.
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