Myron permaneció inmóvil.
– Comencé a sangrar. Entonces otra piedra me golpeó en el hombro. No podía creer lo que estaba pasando. Intenté volver al interior, pero me rodearon. No sabía qué hacer. Se me acercaron más. Me agaché. Alguien me golpeó en la cabeza con una botella de cerveza. Mis rodillas golpearon en la acera. Entonces alguien me dio un puntapié en el estómago y otro me tiró del pelo.
Se detuvo. Sus ojos parpadearon unas pocas veces y ella miró a un lado. Myron pensó en tenderle una mano, pero no lo hizo. Más tarde se preguntaría por qué.
– Fue entonces cuando apareció Esperanza -dijo Big Cyndi después de unos momentos-. Saltó por encima de alguien en la multitud y se puso a mi lado. Los imbéciles creyeron que estaba allí para ayudarles a darme una paliza. Pero ella sólo quería protegerme de los golpes. Les dijo que se detuviesen. Pero no la escucharon. Uno de ellos la apartó para poder continuar pegándome. Sentí otro puntapié. Alguien me tiró del pelo tan fuerte que mi cuello se echó hacia atrás. De verdad creí que iban a matarme.
Big Cyndi se detuvo de nuevo y respiró hondo. Myron permaneció donde estaba y esperó.
– ¿Sabe lo que hizo Esperanza entonces? -preguntó.
Myron sacudió la cabeza.
– Anunció que íbamos a ser compañeras de equipo. Así de sencillo. Lo gritó después de que la hubiesen sacado en la camilla, yo la había ido a ver y comprendimos que en realidad éramos como hermanas perdidas. El Volcán Humano se llamaría ahora Mamá Gran Jefe y seríamos compañeras y amigas. Algunos de los espectadores se apartaron. Otros parecían desconfiados. Es una trampa, le advirtieron. El Volcán Humano te está engañando. Pero Esperanza insistió. Me ayudó a levantarme y para entonces apareció la poli y el incidente se acabó. La multitud se dispersó sin problemas.
Big Cyndi levantó los gruesos brazos y sonrió.
– El final.
Myron le devolvió la sonrisa.
– ¿Fue así como os convertisteis en equipo?
– Así fue. Cuando el presidente de la Federación de Luchadoras Femeninas se enteró del episodio, decidió aprovecharlo. El resto, como dicen, es historia.
Se sentaron en silencio, todavía sonriendo. Pasado un rato, Myron dijo:
– A mí me partieron el corazón hace seis años.
Big Cyndi asintió.
– Jessica, ¿no?
– Así es. Entré y la encontré con otro hombre. Un tipo llamado Doug. -Hizo una pausa. No podía creer que le estuviese explicando eso. Todavía le dolía. Después de todo este tiempo todavía le dolía-. Jessica me dejó. ¿No es extraño? Yo no la eché. Ella se marchó. No hablamos en cuatro años hasta que ella volvió y comenzamos de nuevo. Pero tú ya lo sabes.
Big Cyndi hizo una mueca.
– Esperanza odia a Jessica.
– Sí, lo sé. No se toma ninguna molestia en ocultarlo.
– La llama la reina puta.
– Cuando está de buen humor -dijo Myron-. Pero ésa es la razón. Hasta que rompimos aquella primera vez, más o menos se mostraba indiferente. Pero después de eso…
– Esperanza no perdona fácilmente -señaló Big Cyndi-. No cuando se trata de sus amigos.
– Correcto. En cualquier caso, estaba destrozado. Win no era de ninguna ayuda. En los asuntos del corazón, bueno, es cómo explicarle Mozart a un sordo. Así que más o menos una semana después de que Jessie me dejase, fui a la oficina. Esperanza tenía dos pasajes de avión en la mano. «Nos vamos», dijo. «¿Adónde?», pregunté. «No te preocupes por eso», respondió. «Ya he llamado a tus padres. Les he dicho que nos vamos una semana.» -Myron sonrió-. Mis padres adoran a Esperanza.
– Eso tendría que decirle algo -dijo Big Cyndi.
– Le dije que no tenía ninguna prenda. Ella señaló dos maletas en el suelo. «Te he comprado todo lo que necesitas.» Protesté, pero no podía decir mucho más, y ya conoces a Esperanza.
– Testaruda -afirmó Big Cyndi.
– Te quedas corta. ¿Sabes dónde me llevó?
Big Cyndi sonrió.
– A un crucero. Esperanza me lo contó.
– Correcto. Uno de esos grandes barcos nuevos con cuatrocientas comidas al día. Me hizo participar en todas las actividades más imbéciles. Incluso hice una billetera. Bebimos. Bailamos. Jugamos al bingo. Dormimos en la misma cama y ella me abrazaba y ni siquiera llegamos a darnos besos.
Permanecieron sentados en silencio otro largo momento, ambos sonriendo de nuevo.
– Nunca le pedimos su ayuda -señaló Big Cyndi-. Esperanza sólo lo sabe y hace lo correcto.
– Ahora es nuestro turno -dijo Myron.
– Sí.
– Todavía me oculta algo.
Big Cyndi asintió.
– Lo sé.
– ¿Sabes qué es?
– No -respondió ella.
Myron se echó hacia atrás.
– De todas maneras la salvaremos -dijo.
A las ocho de la noche, Win llamó a las oficinas de Myron.
– Reúnete conmigo en el apartamento dentro de una hora. Tengo una sorpresa para ti.
– No estoy de humor para sorpresas, Win.
Clic.
Fantástico. Probó de nuevo con la oficina de FJ. Ninguna respuesta. No le gustaba mucho esperar. FJ era la clave de todo esto, estaba seguro. Pero ¿qué opción tenía? De todas maneras se estaba haciendo tarde. Mejor ir a casa y dejarse sorprender por lo que le tuviese preparado Win y luego descansar.
El metro todavía estaba lleno a las ocho y media; la llamada hora punta de Manhattan se había convertido en cinco o seis. Myron decidió que la gente trabajaba demasiado. Se bajó y fue a pie al Dakota. Estaba el mismo portero. Había recibido instrucciones de dejar entrar a Myron a cualquier hora, que Myron era ahora oficialmente un residente del Dakota, pero el portero continuaba poniendo una cara como si sintiese un mal olor cada vez que pasaba.
Myron subió en el ascensor, buscó la llave y abrió la puerta.
– ¿Win?
– No está aquí.
Myron se volvió. Terese Collins le dirigió una pequeña sonrisa.
– Sorpresa -dijo ella.
Él la miró boquiabierto.
– ¿Has dejado la isla?
Terese se miró en un espejo cercano, luego a él.
– Al parecer.
– Pero…
– Ahora no.
Ella se adelantó y se abrazaron. Él la besó. Comenzaron a forcejear con los botones, las cremalleras y los broches. Ninguno de los dos habló. Llegaron al dormitorio y luego hicieron el amor.
Cuando se acabó, se abrazaron el uno al otro, las sábanas arrugadas y sujetándolos bien juntos. Myron apoyó la mejilla en su suave pecho, oyó los latidos de su corazón. Su pecho se sacudía un poco, y él comprendió que ella lloraba en silencio.
– Dímelo -le pidió.
– No. -La mano de Terese acarició su pelo-. ¿Por qué te marchaste?
– Un amigo está en problemas.
– Suena muy noble.
De nuevo aquella palabra.
– Creía que habíamos acordado no hacer esto -dijo él.
– ¿Te quejas?
– A duras penas. Sólo siento curiosidad por saber por qué cambiaste de opinión.
– ¿Importa?
– No lo creo.
Ella le acarició el pelo un poco más. Myron cerró los ojos, sin moverse, sólo deseando disfrutar de la maravillosa suavidad de su piel contra su mejilla y cabalgar en el subir y bajar de su pecho.
– Tu amigo en problemas. Es Esperanza Díaz.
– ¿Te lo dijo Win?
– Lo leí en los periódicos.
Él mantuvo los ojos cerrados.
– Dímelo -pidió Terese.
– Nunca se nos dio muy bien conversar en la isla.
– Sí, pero aquello fue entonces, y esto es ahora.
– ¿Eso qué significa?
– Significa que se te ve bastante mal. Creo que necesitas un tiempo de recuperación.
Myron sonrió.
– Ostras. La isla tenía ostras.
– Así que cuéntamelo.
Él lo hizo. Todo. Terese le acarició el pelo. Lo interrumpió muchas veces con preguntas, colocándose en el papel más conocido de entrevistadora. A él le llevó casi una hora.
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