Win se acercó a Nike/Reebok. Enarcó una ceja y se dirigió a él con su mejor tono de Largo, el mayordomo de la familia Addams.
– ¿Ha llamado?
– ¿Cómo te llamas, bollicao?
– Thurgood Marshall -respondió Win.
La respuesta no le cayó bien a la multitud. Comenzaron los murmullos.
– ¿Estás haciendo un comentario racista?
– ¿Como opuesto a, digamos, llamar a alguien bollicao?
Win miró a Myron y levantó el pulgar. Myron le devolvió el gesto. Si éste hubiese sido un debate escolar, Win se habría marcado un tanto.
– ¿Eres poli, Thurgood?
Win frunció el entrecejo.
– ¿Con este traje? -Se tiró de las solapas-. ¿Pasma?
– ¿Entonces qué queréis aquí?
– Queremos hablar con un tal Clay Jackson.
– ¿De qué?
– De la energía solar y su potencial en el siglo XXI.
Nike/Reebok inspeccionó sus tropas. Las tropas apretaron el lazo. Myron sintió un zumbido en los oídos. Mantuvo la mirada fija en Win y esperó.
– A mí me parece -continuó el líder- que habéis venido para herir de nuevo a Clay. -Se acercó más. Cara a cara-. A mí me parece que tenemos el derecho de utilizar la fuerza letal para protegerle. ¿No es así, muchachos?
Las tropas gruñeron su asentimiento, levantaron los bates.
El movimiento de Win fue súbito e inesperado. Tendió la mano y sencillamente le arrebató el bate a Nike/Reebok. La boca del gran gigantón formó una O de sorpresa. Se miró las manos como si esperase que el bate volviese a materializarse en cualquier momento. No lo hizo. Win arrojó el bate a una esquina del patio.
Entonces Win invitó al gigantón a que se acercase.
– ¿Bailamos un tango, bombón?
– Win -dijo Myron.
Pero Win mantuvo los ojos en su oponente.
– Estoy esperando.
Nike/Reebok sonrió. Después se frotó las manos y humedeció los labios.
– Es todo mío, chicos.
Sí, una presa fácil.
El gigantón se lanzó hacia delante como el monstruo de Frankenstein, sus gruesos dedos buscando el cuello de Win. Win permaneció inmóvil hasta el último instante posible. Luego se lanzó hacia delante con las puntas de sus dedos apretadas, para transformar su mano en algo parecido a una lanza. La lanza golpeó rápida y profundamente en la laringe del gigantón, un movimiento como el de un pájaro que da un rápido picotazo. Un sonido ahogado muy parecido al de una bomba de succión escapó de la boca del tipo; sus manos instintivamente subieron a su garganta. Win se agachó y movió el pie en una semicircunferencia. El talón enganchó las piernas de Nike/Reebok. El gigantón dio una voltereta y aterrizó con la nuca.
Win apretó su 44 en el rostro del hombre. Aún seguía sonriendo.
– A mí me parece -dijo Win- que me acaba de atacar con un bate de béisbol. A mí me parece que dispararle en el ojo derecho sería considerado como algo del todo justificado.
Myron también había desenfundado su arma. Les ordenó a todos que soltasen los bates. Lo hicieron. Luego les ordenó que se tendiesen boca abajo, las manos detrás de la nuca, los dedos entrelazados. Tardaron un minuto o dos, pero obedecieron.
Nike/Reebok estaba ahora también tumbado boca abajo. Torció el cuello y farfulló:
– Otra vez no.
Win se llevó la mano libre a la oreja.
– ¿Perdón?
– No dejaremos que le hagan daño a ese chico de nuevo.
Win se echó a reír y tocó la cabeza del hombre con la punta del zapato. Myron cruzó una mirada con Win y negó con la cabeza. Win se encogió de hombros y se detuvo.
– No queremos hacerle daño a nadie -afirmó Win-. Sólo estamos intentando averiguar quién atacó a Clay en aquella azotea.
– ¿Por qué? -preguntó una voz.
Myron se volvió hacia la puerta mosquitera. Apareció un joven apoyado en unas muletas. El yeso que protegía el tendón parecía como una hinchada criatura de mar en el proceso de tragarse todo su pie.
– Porque todos creen que Horace Slaughter lo hizo -respondió Myron.
Clay Jackson se balanceó sobre una pierna.
– ¿Y qué?
– ¿Lo hizo él?
– ¿Por qué le importa?
– Porque le han asesinado.
Clay se encogió de hombros.
– ¿Y?
Myron abrió la boca, la cerró, exhaló un suspiro.
– Es una larga historia, Clay. Sólo quiero saber quién te cortó el tendón.
El chico meneó la cabeza.
– No voy a hablar de eso.
– ¿Por qué no?
– Me dijeron que no lo hiciese.
Win le habló al chico por primera vez.
– ¿Y tú has escogido obedecerles?
Ahora el chico miró a Win.
– Sí.
– El hombre que te hizo esto -continuó Win-. ¿Crees que da miedo?
La nuez de Clay Adams bailó.
– Mierda, sí.
Win sonrió.
– Yo doy más miedo.
Nadie se movió.
– ¿Quieres que te haga una demostración?
– Win -advirtió Myron.
Nike/Reebok decidió correr el riesgo. Comenzó a levantarse apoyándose sobre los codos. Win levantó un pie y descargó un golpe de hacha en el punto donde la columna vertebral se une con el cuello. Nike/Reebok cayó de nuevo en el suelo como arena mojada, los brazos abiertos. No se movió en absoluto. Win apoyó el pie en el cráneo del hombre. La gorra Nike se había caído. Win empujó el rostro inmóvil contra el suelo fangoso como si estuviese aplastando una colilla.
– Win -dijo Myron.
– ¡Basta! -gritó Clay Jackson. Miró a Myron en busca de ayuda, con los ojos muy abiertos y desesperados-. Es mi tío, hombre. Sólo quiere defenderme.
– Y está haciendo un magnífico trabajo -añadió Win.
Se levantó sobre el cráneo para aumentar la presión. El rostro del tío se hundió todavía más en la tierra blanda. Sus facciones estaban ahora totalmente enterradas en el fango, la boca y la nariz tapadas.
El gigantón ya no podía respirar.
Uno de los otros hombres comenzó a levantarse. Win le apuntó con su arma a la cabeza.
– Un consejo importante -dijo Win-. No soy muy dado a los disparos de advertencia.
El hombre volvió a tumbarse.
Con el pie todavía bien puesto en la cabeza del tío, Win volvió su atención a Clay Jackson. El chico trataba de mostrarse duro, pero a todas luces se estaba acobardando. Para ser sinceros, también Myron.
– Temes a una posibilidad -le dijo Win al chico-, cuando deberías temerle a una certeza.
Win levantó el pie, y dobló la rodilla. Se preparó para el golpe de tacón.
Myron comenzó a moverse hacia él, pero Win lo detuvo con una mirada. Entonces Win mostró de nuevo aquella sonrisa, la pequeña. Era un tanto divertida, despreocupada. La sonrisa decía que lo haría. La sonrisa insinuaba que quizás incluso disfrutaría. Myron había visto la sonrisa muchas veces, pero nunca dejaba de helarle la sangre.
– Contaré hasta cinco -le dijo Win al chico-, pero lo más probable es que le aplaste el cráneo antes de que llegue a tres.
– Dos tipos blancos -se apresuró a decir Clay Jackson-. Con armas. Un grandullón nos ató. Era joven y tenía el físico de un levantador de pesas. El tipo viejo y flacucho era el jefe. Fue él quien nos cortó.
Win se volvió hacia Myron. Separó las manos.
– ¿Podemos irnos ya?
De vuelta en el coche, Myron dijo:
– Has ido demasiado lejos.
– Ajá.
– Lo digo de verdad, Win.
– Tú querías la información. Te la conseguí.
– No de esa manera.
– Oh, por favor. El hombre vino a mí con un bate de béisbol.
– Estaba asustado. Creía que intentábamos hacerle daño a su sobrino.
Win tocó un violín imaginario.
Myron sacudió la cabeza.
– El chico hubiese acabado por decirlo.
– Dudoso. El tal Sam tiene al chico asustado.
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