– ¿Qué les ha pasado a Sam y a Mario? -preguntó Bradford.
– Mario. -Myron asintió-. Ése tiene que ser el gigantón, ¿no?
– Se suponía que Sam y Mario debían escoltarle hasta aquí.
– Ya soy mayorcito, Artie. No necesito una escolta.
Bradford por supuesto les había enviado para intimidarlo; Myron necesitaba demostrarle que no había producido el efecto deseado.
– De acuerdo -dijo Bradford, con la voz tensa-. Tengo que nadar otras seis piscinas. ¿Le importa?
Myron hizo un gesto de despreocupación.
– Hey -dijo-. Adelante. No se me ocurre nada más placentero que ver nadar a otro hombre. Se me ha ocurrido una idea. ¿Qué tal si filmamos aquí un anuncio de campaña? El eslogan: Vote por Art, tiene una piscina cubierta.
Bradford casi sonrió.
– De acuerdo. -Salió de la piscina con un movimiento grácil. Su cuerpo era largo, delgado y con la piel lustrosa. Cogió una toalla y señaló dos tumbonas. Myron se sentó en una, pero no se recostó. Arthur Bradford hizo lo mismo-. Ha sido un día largo -comentó Arthur-. Ya llevo hechos cuatro actos de campaña, y todavía tengo tres más esta tarde.
Myron asintió a través de la charla, una manera de alentar a Bradford para que continuase. Bradford captó la indirecta. Se dio una palmada en los muslos.
– Muy bien, usted es un hombre ocupado. Yo soy un hombre ocupado. ¿Vamos al grano?
– Por supuesto.
Bradford se inclinó un poco hacia delante.
– Quiero hablar de su anterior visita.
Myron intentó mantener la expresión neutra.
– ¿Estará de acuerdo conmigo, no, de que fue un tanto extraña?
Myron soltó un sonido. Algo así como un ajá, pero más leve.
– Para decirlo de una forma sencilla, me gustaría saber qué pretendían usted y Win.
– Buscaba respuestas a algunas preguntas -dijo Myron.
– Sí, eso lo entiendo. Mi pregunta es: ¿por qué?
– ¿Por qué, qué?
– ¿Por qué preguntó por una mujer que no ha estado a mi servicio durante veinte años?
– ¿Cuál es la diferencia? Apenas si la recuerda, ¿no?
Arthur Bradford sonrió. La sonrisa dijo que ambos sabían que no era así.
– Me gustaría ayudarle -manifestó Bradford-. Pero primero debo preguntar por sus motivos. -Abrió los brazos-. Después de todo, se trata de unas elecciones importantes.
– ¿Cree que trabajo para Davison?
– Usted y Windsor vinieron a mi casa con falsas pretensiones. Comenzaron a formular preguntas extrañas sobre mi pasado. Le pagó a un agente de policía para que robase el expediente de la muerte de mi esposa. Está relacionado con un hombre que hace poco intentó chantajearme. Y se le ha visto hablando con conocidos criminales vinculados con Davison. -Mostró la sonrisa política, aquella que no puede evitar ser un tanto condescendiente-. Si estuviese en mi lugar, ¿qué pensaría?
– Volvamos atrás -dijo Myron-. Primero, yo no le pagué a nadie para robar un expediente.
– La agente Francine Neagly. ¿Niega haberse reunido con ella en el Ritz Diner?
– No. -Demasiado largo explicar la verdad, ¿y qué sentido tenía?-. Vale, olvídese de ella por ahora. ¿Quién intentó hacerle chantaje?
El mayordomo entró en la sala.
– ¿Té frío, señor?
Bradford se lo pensó un momento.
– Limonada, Mattius. Un vaso de limonada sería divino.
– Muy bien, señor. ¿Señor Bolitar?
Myron dudaba que Bradford tuviese Yoo-Hoo.
– Yo también, Mattius. Pero que la mía que sea extradivina.
Mattius asintió.
– Muy bien, señor.
Salió por la puerta marcha atrás.
Arthur Bradford se envolvió los hombros con una toalla. Después se recostó en la tumbona. Eran tan largas que sus piernas no colgaban por el extremo. Cerró los ojos.
– Ambos sabemos que recuerdo a Anita Slaughter. Como usted señaló, un hombre no olvida el nombre de la persona que encontró el cadáver de su mujer.
– ¿Es ésa la única razón?
Bradford abrió un ojo.
– ¿Perdón?
– He visto fotos de ella -dijo Myron-. Es difícil olvidar a una mujer con su aspecto.
Bradford cerró el ojo. Por un momento no habló.
– Hay muchísimas mujeres atractivas en el mundo.
– Claro que sí.
– ¿Cree que tuve una relación con ella?
– No he dicho tal cosa. Sólo dije que era atractiva. Los hombres recuerdan a las mujeres atractivas.
– Es verdad -admitió Bradford-. Pero verá, ésa es la clase de falso rumor que a Davison le encantaría tener en sus manos. ¿Comprende mi preocupación? Esto es política, y la política es soltar rollos. Cree erróneamente que mi preocupación por este asunto demuestra que tengo algo que esconder. Pero no es el caso. La verdad es que estoy preocupado por la percepción. Sólo porque yo no haya hecho nada no significa que mi oponente no intente hacer ver que lo hice. ¿Me sigue?
– Como un político al soborno -asintió Myron. Pero Bradford tenía razón. Se presentaba a gobernador. Incluso si no había nada, se pondría a la defensiva-. ¿Quién intentó hacerle chantaje?
Bradford esperó un segundo, hizo un cálculo mental, sumó los pros y los contras de decírselo a Myron. El ordenador interno calculó los escenarios. Ganaron los pros.
– Horace Slaughter -contestó.
– ¿Con qué? -preguntó Myron.
Bradford no respondió a la pregunta de forma directa.
– Llamó a mis oficinas de campaña.
– ¿Y le pasaron con usted?
– Dijo que tenía una información incriminatoria sobre Anita Slaughter. Me dije que se trataría de un chiflado, pero el hecho de que supiese el nombre de Anita me preocupó.
«Lo supongo», pensó Myron.
– ¿Qué dijo?
– Quería saber qué había hecho con su esposa. Me acusó de haberla ayudado a fugarse.
– ¿Ayudarla, cómo?
Bradford agitó las manos.
– Dándole apoyo, ayudándola, echándola. No lo sé. Desvariaba.
– Pero ¿qué dijo?
Bradford se sentó. Pasó las piernas por encima del borde de la tumbona. Durante varios segundos observó a Myron como si fuese una hamburguesa y no supiese si era el momento de darle la vuelta.
– Quiero saber cuál es su interés en esto.
Das un poco, recibes un poco. Parte del juego.
– La hija.
– ¿Perdón?
– La hija de Anita Slaughter.
Bradford asintió con un gesto lento.
– ¿No es la jugadora de baloncesto?
– Sí.
– ¿La representa?
– Sí. También era amigo de su padre. ¿Sabe que le han asesinado?
– Salió en el periódico -respondió Bradford. En el periódico. Nunca una respuesta directa. Nunca un sí o un no con este tipo. Después añadió-: ¿Cuál es su relación con la familia Ache?
Algo hizo clic en el fondo de la cabeza de Myron.
– ¿Son los socios criminales de Davison? -preguntó Myron.
– Sí.
– ¿O sea que los Ache tienen interés en que él gane las elecciones?
– Por supuesto. Por eso quiero saber si tiene alguna relación con ellos.
– Ninguna relación -respondió Myron-. Están montando una segunda liga de baloncesto femenino. Quieren contratar a Brenda.
Pero ahora Myron se estaba preguntando cosas. Los Ache se habían reunido con Horace Slaughter. Según FJ, incluso había firmado para que su hija jugase con ellos. Luego Horace incordiaba a Bradford por su mujer muerta. ¿Podía Horace haber estado trabajando para los Ache? Era algo que debía meditar.
Mattius reapareció con las limonadas. Acabadas de exprimir. Frías. Deliciosas, aunque no divinas. De nuevo los ricos. Cuando Mattius dejó la habitación, Bradford se sumergió en aquella fingida expresión de ensimismamiento, que había mostrado con tanta frecuencia en su anterior encuentro. Myron esperó.
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