Dimonte pareció confuso.
– ¿Quieres decir que acepta clientes y todo eso?
– Sí.
– ¿Por qué coño lo hace?
– Greg está un poco… -Myron buscó la palabra-. Ido.
– Ya. -Dimonte se frotó la cara enérgicamente, como si estuviera sacando brillo a un guardabarros con un trapo. Lo hizo durante varios segundos, sin mirar hacia delante. Por suerte, se encontraban en mitad de un aparcamiento vacío-. ¿Eso hace que se sienta como un tío normal, más cerca de las masas?
– Supongo -dijo Myron.
– Continúa. ¿Qué sabes de sus intereses, de sus aficiones?
– Es un amante de la naturaleza. Le gusta pescar, cazar, caminar y navegar, esa clase de cosas.
– ¿Una especie de ecologista?
– Más o menos.
– ¿Un tipo amante de la vida al aire libre, gregario?
– No; más bien un tío amante de la vida al aire libre, pero solitario.
– ¿Tienes idea de dónde podría estar?
– No.
Dimonte aceleró, rodeó la cancha y se detuvo junto al Ford Taurus de Myron.
– De acuerdo, gracias por la ayuda. Ya hablaremos más tarde.
– Eh, espera un momento. Pensaba que trabajábamos juntos en esto.
– Pues te equivocas.
– ¿No vas a decirme qué está pasando?
– No -respondió Dimonte con voz muy suave.
El lugar estaba en silencio. Los demás jugadores ya se habían marchado. En el aparcamiento no había otro coche que el Taurus.
– ¿Tan malo es? -preguntó Myron.
Dimonte no abrió la boca.
– Sabes quién es ella, ¿verdad? -prosiguió Myron-. La han identificado.
Dimonte se reclinó en el asiento. Volvió a frotarse la cara.
– Nada confirmado -murmuró.
– Tienes que decírmelo, Rolly.
Dimonte negó con la cabeza.
– No puedo.
– No diré nada. Sabes…
– Baja de mi coche enseguida. -Dimonte se inclinó por delante de Myron y abrió la puerta del acompañante-. Ahora mismo.
TC vivía en una mansión de ladrillo rojo de principios de siglo, rodeada por un muro de ladrillo también en tonos rojos, en una de las mejores calles de Englewood, Nueva Jersey.
Eddie Murphy vivía en la misma manzana, y también tres presidentes de empresas que aparecían en la lista de Forbes y varios importantes banqueros japoneses. Había un puesto de seguridad junto a la entrada al camino de acceso. Myron dijo su nombre al guardia, que lo buscó en su lista.
– Haga el favor de aparcar junto al camino. La fiesta es en la parte de atrás.
Levantó la barrera a rayas amarillas y negras y con un ademán le indicó que pasara. Myron aparcó al lado de un BMW negro. Había una docena de coches, todos relucientes y probablemente nuevos. Mercedes Benz, sobre todo. Algunos BMW. Un Bentley. Un Jaguar. Un Rolls. El Taurus de Myron cantaba como un grano en un anuncio de Revlon.
El jardín delantero estaba cuidado hasta el último detalle. Arbustos podados a la perfección custodiaban la fachada de ladrillo. La música rap que atronaba desde los altavoces contrastaba con la majestuosidad del lugar. Era atroz. Los arbustos parecían estar sufriendo a causa del sonido. Y no es que Myron detestara el rap; sabía que había músicas peores. John Tesh y Yanni se lo demostraban día tras día. Myron consideraba atractivos, e incluso profundos, algunos temas de rap. Aunque también era capaz de reconocer que ese tipo de música no había sido escrita para él; la entendía a medias, pero se consolaba con la sospecha de que ésa era la intención última.
La fiesta se celebraba alrededor de la piscina, muy bien iluminada, alrededor de la cual había unas treinta personas vestidas a la última moda. Myron lucía chaqueta cruzada azul, camisa a rayas, corbata floreada y náuticos.
Win se habría sentido orgulloso de él, pero Myron se sintió casi desnudo en comparación con sus compañeros de equipo. A riesgo de parecer racista, los negros del equipo (ahora sólo había otros dos jugadores blancos en los Dragons) sabían vestir con estilo. No con el estilo de Myron (o con su falta de estilo), sino definitivamente con estilo. Daba la impresión de que el grupo se estaba preparando para un pase de modelos: trajes a medida; camisas de seda abotonadas hasta el cuello, sin corbata; zapatos refulgentes como espejos.
TC estaba echado en una tumbona, junto al extremo menos profundo de la piscina. Estaba rodeado por un grupo de chicos blancos que parecían estudiantes universitarios. Se reían de todo lo que decía. Myron también vio a Audrey; a su habitual atuendo de periodista había añadido unas perlas para la ocasión. Avanzó un par de pasos en dirección al grupo cuando una mujer de unos cuarenta años se acercó a él.
– Hola -dijo la mujer.
– Hola -respondió Myron.
– Tú debes de ser Myron Bolitar. Me llamo Maggie Mason.
– Hola, Maggie.
Se dieron la mano. Apretón firme, sonrisa complaciente.
Iba vestida con un estilo muy clásico: blusa blanca, chaqueta cruzada gris marengo, falda roja y mocasines negros. Llevaba el cabello liso y algo desordenado, como si acabara de deshacerse el moño. Era delgada y atractiva, el personaje perfecto para interpretar a la abogado rival en La ley de Los Á ngeles.
– No sabes quién soy, ¿verdad? -preguntó la mujer con una sonrisa.
– No, lo siento.
– Me llaman la Sacudepolvos.
Myron esperó. Como la mujer no añadió nada más, dijo:
– Ya.
– ¿TC no te ha hablado de mí?
– No. Sólo me dijo algo acerca de que me iban a sacudir el pol… -Se detuvo antes de completar la palabra. Ella sonrió y abrió los brazos-. No lo capto -añadió Myron al cabo de unos instantes.
– No hay nada que captar -repuso la mujer-. Me acuesto con todos los tíos del equipo. Tú eres el nuevo, de modo que te toca.
Myron abrió la boca, la cerró, probó de nuevo.
– No pareces una groupie.
– Groupie… -La mujer meneó la cabeza-. Dios, cómo detesto esa palabra.
Myron cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz.
– Vamos a ver si lo he entendido.
– Adelante.
– ¿Te has acostado con todos los tíos de los Dragons?
– Sí.
– ¿Incluidos los casados?
– Sí. Con cualquiera que haya estado en el equipo desde 1993. Fue cuando empecé con los Dragons. En 1991 empecé con los Giants.
– Aguarda un momento. ¿También eres groupie de los Giants? ¿Los Giants de fútbol americano?
– Ya te he dicho que no me gusta la palabra groupie -repuso.
– ¿Con qué palabra te sentirías más… identificada?
La mujer ladeó la cabeza sin dejar de sonreír.
– Escucha, Myron, soy ejecutiva en Wall Street. Trabajo muchísimo. Me gusta recibir clases de cocina y me vuelve loca el aerobic. Dentro de lo que cabe, soy una persona muy normal según los cánones que rigen el mundo. No hago daño a nadie. No quiero casarme ni mantener una relación estable. Sólo me permito esta pequeña debilidad.
– Te acuestas con deportistas profesionales.
La mujer alzó el dedo índice.
– Sólo con los tíos de los Giants y los Dragons.
– Me conmueve tanta fidelidad al equipo, en esta era de libre mercado.
La Sacudepolvos rió.
– Eso ha estado bien.
– ¿Me estás diciendo que te has acostado con todos los jugadores de los Giants?
– Más o menos. Tengo una localidad frente a la línea de las cincuenta yardas. Después de cada partido, me acuesto con dos jugadores, uno de la defensa y otro de la delantera.
– ¿Algo así como los mejores del partido?
– Exacto.
Myron se encogió de hombros.
– Supongo que eso los anima a ganar.
– Sí -admitió Maggie-. Te lo puedo asegurar.
Myron se frotó los párpados. «Control de tierra a comandante Tom.» La estudió por un instante. Tuvo la impresión de que ella estaba haciendo lo mismo.
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