La gente no se quedó demasiado tiempo. Todos fueron deteniéndose ante Helen y Kenneth Van Slyke, no tanto para pretender consolarlos como para asegurarse de ser vistos y reconocidos, en realidad el único motivo para haber acudido al funeral. Helen Van Slyke estrechaba manos con la cabeza bien alta. Sin pestañear. Sin sonreír. Sin llorar. Tenía la mandíbula fija. Myron se puso en la cola con Win. Al acercarse, empezaron a oír a Helen repetir sin cesar las mismas frases, «gracias por haber venido», «gracias por venir», «me alegro de que hayáis venido», «gracias por venir», con un tono de voz parecido al sonsonete del auxiliar de vuelo al aterrizar.
Cuando le tocó el turno a Myron, Helen le cogió la mano con fuerza y le dijo:
– ¿Ya sabe quién le hizo daño a Valerie?
– Sí -respondió Myron.
Al fin y al cabo, había dicho hacer daño, no matar.
Helen Van Slyke miró a Win para confirmar la aserción de Myron y Win asintió con la cabeza.
– Venga a casa -comentó Helen-. Recibiremos a los amigos.
Luego se volvió hacia el siguiente asistente al funeral y apretó el «PLAY» de su grabadora interna: «gracias por haber venido», «gracias por venir», «gracias por haber venido…»Myron y Win aceptaron la invitación. El ambiente en Brentman Hall no era el de un velatorio irlandés ni el del dolor devastador. Nadie lloraba ni reía, pero cualquiera de las dos cosas habría sido más agradable que aquella sala carente en absoluto de emoción alguna. Los «dolientes» iban de aquí para allá, como en un cóctel de empresa.
– A todo el mundo le da igual -dijo Myron-. Valerie ha muerto y a todo el mundo le da igual.
– Siempre es así -dijo Win encogiéndose de hombros.
Él siempre tan optimista.
La primera persona que se acercó a saludarlos fue Kenneth. Iba vestido con el traje negro de rigor y zapatos perfectamente pulidos. Saludó a Win con un golpe en la espalda y un firme apretón de manos e hizo como si no hubiera visto a Myron.
– ¿Cómo lo llevas? -preguntó Win fingiendo interés.
– Bueno, estoy bien -contestó Kenneth con un profundo suspiro, haciéndose el valiente-. Pero Helen me tiene preocupado. Hemos tenido que medicarla.
– Lo lamento muchísimo -dijo Myron.
Kenneth se volvió hacia él como si no lo hubiera visto antes, puso la misma cara que si acabara de chupar un limón y le preguntó:
– ¿Lo dice en serio?
Myron y Win intercambiaron miradas. El primero dijo:
– Sí, muy en serio, señor Van Slyke.
– Pues entonces hágame el favor de mantenerse alejado de mi esposa. Se quedó muy afectada después de su visita del otro día.
– No era mi intención hacerle ningún daño.
– Pues sepa que se lo hizo y mucho, créame. Ya sería hora de que mostrara un poco de respeto, señor Bolitar. Deje en paz a mi mujer. Aquí estamos todos muy afligidos. Ella ha perdido a su hija y yo he perdido a mi hijastra.
Win puso los ojos en blanco.
– Le doy mi palabra, señor Van Slyke -le prometió Myron.
Kenneth asintió con gesto muy viril y se alejó.
– Su hijastra -dijo Win con cara de asco-, ¡bah!
Myron vio a Helen Van Slyke al otro lado del salón. Helen le señaló una puerta que tenía a mano derecha y entró por ella. Parecía que fueran a encontrarse para tener una aventura clandestina.
– Distrae a Kenneth -le dijo Myron a Win.
– Pero si le acabas de dar tu palabra de honor -dijo Win fingiendo sorpresa.
– ¡Bah! -dijo Myron.
No quedó claro qué quiso decir.
Luego se coló por la puerta en pos de Helen. Ella también iba de luto, con un vestido que tenía la rara condición de que la falda fuera bastante corta para ser sexy y a la vez adecuada para la ocasión. Myron vio que tenía bonitas piernas y se sintió un descarado por pensar semejante cosa en un momento como aquél. Helen lo condujo a una habitación pequeña al final del pasillo y cerró la puerta. Esa sala parecía una versión en miniatura del salón, con la araña de luces, el sofá, la chimenea, incluso el retrato que había sobre la repisa de la chimenea, todo igual pero más pequeño.
– Ésta es la salita de estar -le explicó Helen Van Slyke.
– Aaah -dijo Myron.
Siempre había querido saber cómo sería la sala de estar de típicas mansiones señoriales como aquella, aunque, ahora que por fin estaba allí, no tenía ni idea de para qué podía servir.
– ¿Quiere una taza de té?
– No, gracias.
– ¿Le importa que tome yo una?
– En absoluto.
Helen se sentó recatadamente y se sirvió una taza de té con el juego de plata que había en la mesa. Myron vio que había dos juegos de té sobre la mesa y se preguntó si aquél sería un detalle característico de la típica salita de estar de las casas señoriales.
– Kenneth me ha dicho que está usted medicándose -dijo Myron.
– Kenneth no dice más que gilipolleces.
Se quedó pasmado al oír aquello.
– ¿Sigue investigando el asesinato de Valerie? -preguntó Helen.
Su voz tenía un tono casi de burla. Además, a Myron le pareció que había arrastrado un poco las palabras, por lo que se preguntó si realmente se estaría medicando o si acaso le habría añadido un poco de mezcla casera a aquel té.
– Sí.
– ¿Todavía siente por ella alguna responsabilidad digna de un caballero?
– Nunca la he sentido.
– Entonces, ¿por qué lo hace?
– Porque alguien tiene que hacerlo -dijo Myron encogiéndose de hombros.
Helen le miró a los ojos tratando de encontrar alguna señal de sarcasmo en ellos y luego dijo:
– Ya. Entonces dígame: ¿qué ha descubierto con su investigación?
– Que Pavel Menansi abusó de su hija.
Myron estuvo atento a la reacción de Helen, pero ésta esbozó una sonrisa semisocarrona y echó un terrón de azúcar en el té. No era precisamente la reacción que Myron esperaba.
– No lo dirá en serio -dijo Helen.
– Sí.
– ¿Qué quiere decir con eso de que abusó de mi hija?
– Que abusó de ella sexualmente.
– ¿Quiere decir que la violó?
– Puede llamarlo así, sí.
– Vamos, señor Bolitar -repuso Helen medio mofándose de él-. ¿No cree que está usted exagerando un poco?
– No.
– Tampoco es que Pavel la forzara, ¿no? Sí, estuvieron liados, pero tampoco es algo fuera de lo común.
– ¿Usted ya lo sabía?
– Pues claro. Y, francamente, no me hizo demasiada gracia. Pavel demostró tener muy poco juicio. Pero mi hija ya tenía dieciséis años, quizá diecisiete. Ahora no estoy segura. Sea como fuera, ya estaba en edad legal. Y llamarlo violación o abuso sexual, sinceramente, me parece que es exagerar un poco, ¿no cree?
Era posible que aquella mujer no sólo se hubiera medicado, sino que también hubiera estado empinando el codo de mala manera. Era incluso posible que hubiera mezclado ambas cosas.
– Valerie era una niña -dijo Myron-. Pavel Menansi era su entrenador, un hombre de casi cincuenta años.
– ¿Y habría sido muy distinto si hubiese tenido cuarenta? ¿O treinta?
– No.
– Pues entonces ¿por qué me habla de la diferencia de edad? -Helen dejó la taza sobre la mesa y volvió a esbozar una sonrisa un tanto juguetona-. Déjeme que le haga una pregunta, señor Bolitar. Si Valerie hubiera sido un chico de dieciséis años y hubiese tenido una aventura con una hermosa entrenadora de, digamos, treinta años, ¿lo habría llamado abuso sexual? ¿Lo habría considerado violación?
Myron dudó durante un segundo, pero fue un segundo demasiado largo.
– Me lo imaginaba -dijo ella en tono triunfal-. Es usted machista, señor Bolitar. Valerie tuvo una aventura con un hombre mayor, pero eso le pasa a todo el mundo -Helen volvió a esbozar aquella sonrisa-, incluso a mí.
Читать дальше