– No mucho -contestó Myron.
No era del todo cierto, pero tampoco iba a contarle las aventuras de Duane con Valerie.
Wanda asintió de nuevo con la cabeza. No paraba de mover las manos, buscando desesperadamente algo que las mantuviera ocupadas.
– Duane está actuando de modo cada vez más extraño.
– ¿Cómo?
– Pues más de lo mismo, diría. Está todo el día nervioso y no para de recibir llamadas que no me deja escuchar. Cuando soy yo la que contesto el teléfono, quien llama cuelga de inmediato. Y anoche volvió a esfumarse. Me dijo que necesitaba tomar aire, pero tardó dos horas en volver.
– ¿Tienes alguna teoría?
Wanda negó con la cabeza.
– ¿Puede ser que haya alguien más? -dijo Myron en un tono de voz lo más suave posible.
Wanda dejó de mirar para todos lados y centró los ojos en él.
– Oye, yo no soy una cualquiera que se haya encontrado por la calle.
– Ya lo sé.
– Nos queremos.
– Eso también lo sé. Pero conozco muchos tipos que están muy enamorados y aun así hacen tonterías…
Y mujeres también. Jessica, por ejemplo. Hacía cuatro años, con un tipo llamado Doug. A Myron todavía le dolía. Y encima con un tipo que se llamaba Doug. ¿Puede haber algo peor?
Wanda volvió a negar firmemente con la cabeza. ¿Estaría tratando de convencerle a él o a sí misma?
– En nuestro caso no es así. Ya sé que puedo parecer tonta e ingenua, pero lo sé y punto. No sé cómo explicarlo.
– No hace falta. Sólo trataba de averiguar lo que pensabas.
– Duane no está teniendo una aventura.
– De acuerdo.
Wanda tenía los ojos llorosos. Inspiró profundamente dos veces y dijo:
– No duerme por las noches. No para de dar vueltas todo el tiempo. Le pregunto qué es lo que le pasa, pero no quiere decírmelo. Un día intenté escuchar lo que decía en una de sus conversaciones telefónicas y lo único que pude distinguir fue tu nombre.
– ¿Mi nombre?
Wanda asintió con la cabeza.
– Lo dijo dos veces, pero no logré entender nada más.
Myron se quedó un momento pensativo y luego dijo:
– ¿Y si te pincho el teléfono?
– Hazlo.
– ¿No te importaría?
– No. -Los ojos llorosos se transformaron en llanto. Dejó escapar dos sollozos y después se obligó a sí misma a contenerse-. Esto está empeorando, Myron. Tenemos que descubrir qué es lo que está pasando.
– Haré todo lo que pueda.
Wanda le dio un breve abrazo. A Myron le entraron ganas de acariciarle el pelo y decirle algo que la tranquilizara, pero no hizo ninguna de las dos cosas. Wanda se dirigió hacia la puerta lentamente y con la cabeza alta. Se quedó mirándola y, tan pronto como hubo desaparecido de la vista, apareció Win.
– ¿Y bien? -dijo.
– Me gusta -contestó Myron.
– Tiene un trasero muy bonito -dijo Win asintiendo con la cabeza.
– No era eso a lo que me refería. Es una buena chica. Y tiene miedo.
– Pues claro que tiene miedo. Su fuente de ingresos está a punto de irse al garete.
El retorno del señor Comprensión.
– No es eso, Win. Ella le quiere.
Win hizo como si tocara unas notas con un violín imaginario. Myron no podía hablarle de cosas como aquéllas, Win era incapaz de entenderlas.
– ¿Qué quería?
Myron le informó de toda la conversación. Win extendió las piernas hasta quedar totalmente despatarrado en el suelo y luego volvió a ponerse en pie de un salto. Repitió el movimiento varias veces, cada vez más rápidamente. Damas y caballeros, el Padrino del Soul, el señor James Brown.
– Parece ser que Duane está tratando de ocultar algo más que una simple aventura -dijo Win cuando Myron terminó de contarle la conversación con Wanda.
– Es justamente lo que yo pienso.
– ¿Quieres que lo vigile?
– Podemos hacer turnos.
– Él te conoce -dijo Win negando con la cabeza.
– Y a ti también.
– Ya, pero yo soy invisible. Soy como el viento.
– ¿No querrás decir como una ventosidad?
Win puso cara de desagrado y dijo:
– Ése ha estado bien, voy a estar riéndome durante días.
Lo cierto era que Win era capaz de esconderse dentro de tu ropa interior durante una semana seguida sin que siquiera te dieras cuenta.
– ¿Puedes empezar esta misma noche? -preguntó Myron.
– Voy volando -contestó Win.
Myron practicaba lanzamientos sobre el pavimento del porche de su casa. El largo día de verano ya empezaba a oscurecer, pero la cesta estaba iluminada con focos. Su padre y él la habían instalado cuando Myron iba a sexto de básica. Una variedad de olores flotaban en el aire luchando por imponerse a los demás. Pollo en casa de los Dempsey. Hamburguesas en la de los Weinstein. Kebab en la de los Ruskin.
Myron tiró a la cesta, cogió el rebote y volvió a tirar. La pelota tardó tiempo en caer, girando suavemente por el aro hasta colarse finalmente dentro. Llevaba la camiseta gris, estaba manchada de sudor hasta el pecho y, en aquel momento, tenía la mente en blanco. No existía nada más aparte del aro, el balón y la suave trayectoria curvilínea al lanzarlo. Se sentía en completa armonía.
– Hola, Myron.
Era Timmy, de la casa de al lado. Tenía diez años.
– Media vuelta chaval, me estás molestando.
Timmy soltó una carcajada y cogió el rebote. Era una broma entre ellos. La madre de Timmy estaba convencida de que su hijo lo molestaba y que lo que tenía que hacer era mandarlo a casa en cuanto lo viera aparecer, pero el chico no se frenaba en absoluto. Sus amigos y él siempre iban a ver a Myron cuando hacía tiros libres. De vez en cuando, si necesitaban a un jugador más, llamaban a la puerta y le preguntaban a su madre si podía salir a jugar.
Myron y Timmy lanzaron varios tiros libres y hablaron de lo usual en niños de diez años. Luego llegaron otros. El hijo de los Daley, la hija de los Cohen y después varios más, que iban aparcando las bicis en el camino de entrada. Empezaron a jugar un partido y a Myron le tocó hacer de pasapelotas. Nadie llevaba la cuenta de los puntos con demasiada precisión, pero todos se reían mucho. Más tarde llegaron algunos padres y se unieron al partido. Arnie Stollman, Fred Dempsey… Llevaban bastante tiempo sin hacer cosas semejantes. A algunos podía parecerles demasiado cliché, pero a Myron le gustaba mucho.
Ya eran casi las diez cuando las madres empezaron a llamar a sus hijos y saludaron a Myron desde la entrada de sus respectivas casas dedicándole amplias sonrisas. Él les devolvió el saludo. Los chavales pusieron caras de aflicción por tener que dejar de jugar, pero les hicieron caso.
Las vacaciones de verano todavía conservaban un toque de inocencia. En teoría, los chicos de ahora eran diferentes. Tenían que vivir con el peligro de las pistolas, de las drogas, de la delincuencia y del sida. Sin embargo, una noche de verano en un barrio residencial de clase media a las afueras de la ciudad era muy provechosa para reducir la brecha generacional lejos de los tipos como Aaron y los hermanos Ache. Un lugar muy alejado del asesinato de una joven tenista.
Valerie lo había pasado en grande aquella noche.
La madre de Myron apareció en la puerta y se limitó a decir:
– Teléfono.
– ¿Quién es?
– Jessica -contestó en tono tenso y poniendo cara de desagrado, como si el nombre le supiera mal al pasar por la boca.
Myron intentó no correr al teléfono. Subió los peldaños de la entrada a zancadas y entró en la cocina. El año anterior la habían reformado por completo, aunque no sabía por qué. En su casa no cocinaba nadie, a menos que meter pizzas congeladas en el microondas se considerara cocinar.
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