– A lo mejor está asustado.
– Tendría razones de sobra para estarlo.
– ¿Por qué lo dices?
– Roger Quincy se encontraba en el estadio el día del asesinato.
– ¿Tenéis testigos?
– Sí, varios.
Aquello hizo que Myron empezara a aflojar la marcha.
– ¿Qué más?
– Le dispararon con una del treinta y ocho. Desde muy corta distancia. Encontramos el arma en un cubo de la basura a nueve metros de donde se efectuó el disparo. Es una Smith & Wesson. Estaba dentro de una bolsa de Feron's y la bolsa tenía un agujero de bala.
Feron's. Otro de los patrocinadores del torneo. Tenían la licencia para vender «merchandising oficial del torneo». Feron's disponía por lo menos de seis puestos en los que vendía productos a trillones de personas. Era imposible saber dónde habían adquirido la bolsa.
– Así que el asesino se acercó a ella -dijo Myron-, le disparó a través de la bolsa, siguió andando, tiró la pistola en el cubo de la basura y se marchó.
– Ésa es nuestra teoría -dijo Gerard.
– Menudo cliente.
– Y que lo digas.
– ¿Había alguna huella en la pistola?
– No.
– ¿Hubo algún testigo del asesinato?
– Cientos. Pero por desgracia todo lo que recuerdan es el ruido del disparo y ver a Valerie desplomarse en el suelo.
Myron negó con la cabeza y luego dijo:
– El asesino se arriesgó muchísimo al dispararle en público de esa manera.
– Sí. Los tiene bien puestos.
– ¿Alguna cosa más?
– Tengo una pregunta.
– Dime.
– ¿Por dónde quedan nuestros asientos para el partido del sábado que viene?
Esperanza le había dejado a Myron sobre la mesa dos pilas de recortes de prensa de hacía seis años. La pila de la derecha, la más alta de las dos, era de artículos sobre el asesinato de Alexander Cross. La más pequeña era sobre el ingreso de Valerie Simpson en el centro psiquiátrico.
Myron hizo caso omiso de un montón que contenía los mensajes recibidos, y comenzó a hacer una criba de los artículos sobre Valerie. Ya sabía lo que decían. La familia había declarado que «se estaba tomando un tiempo de descanso», pero una fuente cercana había revelado la verdad: la estrella adolescente del tenis había ingresado en la famosa Clínica Psiquiátrica de Dilworth. La familia lo negó durante varios días, hasta que los periódicos publicaron una foto de la chica andando por el recinto ajardinado de la clínica. Más tarde, la familia declaró que Valerie estaba «recuperándose del cansancio provocado por las presiones externas», aunque no quedaba muy claro qué significaba aquello exactamente.
Los medios de comunicación se ocuparon levemente del caso. Valerie ya era un nombre del pasado en el mundo del tenis. Se le prestó algún interés, pero no demasiado. De todas maneras, abundaron los rumores, sobre todo en ciertas publicaciones marginales. Según una de ellas, el origen de la crisis nerviosa de la muchacha era debido a un intento de violación. Otra afirmaba que Valerie había asesinado a alguien a sangre fría, aunque el artículo no se molestaba en ofrecer al lector ningún detalle ni siquiera superficial, por ejemplo el nombre de la víctima, cómo había sido asesinada o por qué la policía no había arrestado a la autora. Eran minucias sin importancia.
Sin embargo, el rumor más interesante de todos, el que de verdad llamó la atención de Myron, aparecía en dos periódicos distintos. Según «varias fuentes sin identificar», Valerie Simpson se había retirado del tenis para ocultar un embarazo.
Podía ser cierto o no. Cuando una chica se retiraba siempre aparecían rumores de embarazo. Pero aun así…
Myron pasó entonces a centrarse en los artículos sobre el asesinato de Alexander Cross. Esperanza había limitado la búsqueda a los periódicos de la zona de Filadelfia, pero la cantidad de material seguía siendo inmensa. La mayoría de artículos no hacía más que repetir la versión policial. Alexander Cross había estado en una fiesta en su selecto club de tenis. Se había topado con dos ladrones, Errol Swade y Curtis Yeller. Los había perseguido y se había enfrentado a ellos en la pista de tenis de hierba, y Errol Swade lo había apuñalado. La navaja atravesó el corazón de Alexander y murió en el acto.
El senador Cross y su familia no habían hecho ninguna declaración sobre el caso. Según el portavoz del senador, la familia se había «recluido» y «confiaba en los agentes de la ley y en el sistema judicial», aunque tampoco estaba muy claro qué quería decir eso exactamente.
La prensa se centró en la búsqueda y captura de Errol Swade. La policía estaba tan segura de sí misma que llegó a afirmar que iban a encontrarlo en cuestión de horas. Sin embargo, las horas se convirtieron en días. En los editoriales se criticó sin piedad a la policía por ser incapaz de atrapar a un drogadicto de diecinueve años, pero la familia Cross seguía sin hacer ninguna declaración. El caso provocó la típica indignación de las masas. Los periódicos querían saber por qué se le había concedido la libertad condicional a un delincuente como Errol Swade.
No obstante, la ira fue apagándose con el tiempo como suele ocurrir en estos casos y empezó a prestarse más atención a otras noticias. El asunto pasó de ocupar las primeras páginas a las últimas, y de ahí al olvido.
Myron volvió a repasar la pila. La foto de la ficha policial de Curtis Yeller casi no aparecía. En ningún lado decía que se hubiera realizado una investigación privada del crimen. Ninguno de los que solían reaccionar protestó contra la «brutalidad» policial, lo cual resultaba muy extraño. Normalmente, algún chiflado conseguía salir en televisión fueran cuales fueran los hechos, sobre todo en el caso de un adolescente negro abatido a tiros por un policía blanco. Pero en aquella ocasión no. O por lo menos la prensa no habló de ello.
Un momento. Manténgase a la espera.
Había un artículo sobre Curtis Yeller. Myron no lo había visto la primera vez porque se había publicado justo al día siguiente del asesinato, muy pronto para aquel tipo de artículo. Probablemente lo hubiesen publicado antes de que el senador Cross lograra intervenir; aunque también podía deberse a la habitual paranoia conspirativa de Myron. No era fácil decirlo.
Era un articulito muy breve en la parte inferior de la página 12 de la sección de noticias locales. Myron lo leyó dos veces y después una tercera. El artículo no hablaba del tiroteo en la zona oeste de Filadelfia ni del papel que había representado la policía, sino del mismísimo Curtis Yeller.
Empezaba como cualquier otro artículo sensacionalista, ya que pintaba a Curtis Yeller como un «estudiante destacado». Tampoco es que fuera muy importante, porque hasta a un pederasta psicótico con el coeficiente intelectual de una limonada se le llamaba estudiante destacado cuando alguien lo mataba prematuramente. Como en La hoguera de las vanidades. Sin embargo, el artículo iba un poco más lejos. La señora Lucinda Elright, profesora de historia de Curtis, le llamaba «su mejor alumno» y alguien «a quien no tuvimos que castigar ni una sola vez». El señor Bernard Johnson, su profesor de lengua inglesa, había dicho que Curtis era «increíblemente inteligente y preguntón», «uno entre un millón» y «un hijo para mí».
¿Se trataría de la típica exageración de las virtudes de un difunto?
Tal vez. Pero el registro escolar apoyaba la opinión de los profesores. A Curtis nunca se le había llamado la atención por mal comportamiento. Además, tenía el nivel de asistencia a clase más alto de su curso. Por si fuera poco, la media de su expediente era de 3,9 y la única nota por debajo del «Excelente» que había sacado pertenecía a algún tipo de asignatura como «salud». Los dos profesores estaban firmemente convencidos de que Curtis Yeller era incapaz de cometer ningún acto violento. La señora Elright culpaba a Errol Swade, el primo de Curtis, pero sin dar más detalles.
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