En la última pared había fotografías de los clientes de Myron. Dentro de poco, Christian Steele iba a unirse al grupo vestido con el traje azul de los Titans.
Myron marcó el número de Madelaine Gordon y le salió el contestador. Volver a escuchar aquella voz tan sedosa hizo que se le secara la garganta y colgó sin dejar ningún mensaje. Miró la hora en el reloj que había en la pared opuesta. Tenía forma de reloj de pulsera gigante con el emblema de los Boston Celtics en el centro.
Eran las tres y media.
Todavía tenía tiempo de llegar a la universidad. Madelaine le daba igual, pero Myron tenía muchas ganas de hablar con el decano. Y quería presentarse allí de improviso.
Fue hacia la mesa de Esperanza y le dijo:
– Me marcho un rato. Si recibo alguna llamada me la pasas al coche.
– ¿Vas cojo? -le preguntó su secretaria.
– Un poco. Los hombres de Ache me han dado una paliza.
– Ah. Bueno, pues hasta luego.
– Me duele muchísimo, pero puedo resistirlo.
– Ya.
– No me montes un numerito.
– En lo más profundo de mi ser me muero de tristeza y compasión -dijo Esperanza.
– Mira a ver si puedes hablar con Chaz Landreaux, por favor, y le dices que tenemos que hablar.
– De acuerdo.
Myron se marchó de la oficina y fue al garaje a buscar el coche. Win sabía bastante de coches y le encantaba su Jaguar color verde. En cambio, Myron tenía un Ford Taurus1 azul. No era lo que podría llamarse un amante de los coches. Para él, el coche era una herramienta capaz de llevarlo del punto A al punto B y ya está. No era un símbolo de posición social, ni un segundo hogar ni tampoco «su chica».
Llegó en muy poco tiempo. Myron fue por el túnel Lincoln y pasó por delante del célebre York Motel. En la pared había una gran pancarta en la que se leía:
11,99 $ POR HORA
95 $ POR SEMANA
HABITACIONES CON ESPEJOS
¡Y AHORA CON SÁBANAS!
Al pasar por el peaje, la mujer de la caseta fue muy amable con él y al darle el cambio estuvo a punto de mirarle.
Llamó a su madre desde el teléfono del coche para decirle que estaba bien. Ella le dijo que llamara a su padre, que era él el que estaba preocupado, así que Myron llamó a su padre y le dijo que estaba bien, y éste le dijo que llamara a su madre, que era ella la que estaba preocupada. Una gran comunicación, la clave para un matrimonio feliz.
Entonces se puso a pensar en Kathy Culver. Después en Adam Culver y luego en Nancy Serat. Intentó trazar líneas para conectarlos entre sí, pero todas las líneas eran, como mucho, tenues. Estaba seguro de que Fred Nickler, Mr. Revista Guarra, era una de las conexiones. Aquella foto no se había colado sola en Pezones. Fred parecía tener un negocio limpio, pero seguro que sabía más de lo que le había contado. Win había empezado a hurgar en su pasado para ver qué podía descubrir.
Media hora más tarde, Myron llegó a la universidad. Ese día estaba completamente desierta. No había nadie en todo el campus y había muy pocos coches. Aparcó el suyo cerca de la casa del decano y llamó a la puerta. Madelaine (cuyo nombre le seguía gustando mucho a Myron) lo recibió. Esbozó una sonrisa de clara satisfacción al verle y ladeó la cabeza.
– Vaya, hola, Myron.
– Hola -dijo Myron haciendo gala de su gran don de gentes.
Madelaine Gordon iba vestida para jugar a tenis y llevaba una falda corta y blanca. Menudas piernas. También llevaba una camiseta blanca semitransparente. Qué gran vista la suya, señal indefectible de todo gran investigador. Madelaine se percató de que él se había dado cuenta de aquel hecho, pero no pareció ofenderle demasiado.
– Siento molestarle -se disculpó Myron.
– No es ninguna molestia -dijo ella-. Estaba a punto de ducharme.
Mmmm.
– ¿No estará su marido, verdad?
– No, aún tardará varias horas -dijo Madelaine cruzando los brazos por debajo de los pechos-. ¿Ha recibido mi mensaje?
Myron asintió con la cabeza.
– ¿Le importaría pasar adentro?
– Señora Robinson, usted está tratando de seducirme, ¿no?
– Perdón, ¿cómo dice?
– Era de El graduado.
– Ah -dijo Madelaine lamiéndose los labios. Tenía una boca muy sexy. La gente no suele fijarse en la boca. Se fijan en la nariz, en la barbilla, en los ojos, en las mejillas, pero Myron se fijaba siempre en la boca-. Entonces supongo que debería ofenderme -prosiguió Madelaine-, porque la verdad es que no soy mucho mayor que usted, señor Bolitar.
– Tiene razón. Retiro lo dicho.
– Entonces se lo preguntaré de nuevo -dijo ella-. ¿Quiere pasar adentro?
– Claro -contestó Myron dejándola pasmada con su gran ingenio.
Aquella mujer no tenía ninguna posibilidad frente a los comentarios chispeantes de Myron.
Madelaine se fue hacia el interior de la casa dejando un vacío tras de sí que obligó a Myron a seguirla, en contra de su voluntad, claro. El interior de la casa era sumamente agradable, parecía el tipo de casa que recibía muchas visitas. Tenía una gran sala abierta a la izquierda, con lámparas Tiffany, alfombras persas, bustos de gente francesa de pelo largo y rizado, reloj de pie y cuadros de retratos de hombres de rostro muy serio.
– Siéntese, si quiere -dijo Madelaine.
– Gracias.
Sensual. Ésa era la palabra que Esperanza había utilizado. Y encajaba muy bien. No sólo por la voz de Madelaine, sino también por sus gestos, por la manera de andar, los ojos y por su imagen en general.
– ¿Le apetece beber algo? -le preguntó ella.
Myron se dio cuenta de que Madelaine ya se había servido una copa.
– Sí, y tanto, lo mismo que esté tomando usted.
– Una tónica con vodka.
– Suena bastante bien -dijo Myron, a pesar de que odiaba el vodka.
Madelaine le sirvió la bebida y Myron dio un sorbo intentando no hacer una mueca de asco, aunque no estuvo seguro de haberlo conseguido. Ella se sentó a su lado y le dijo:
– Nunca había sido tan directa.
– ¿En serio?
– Es que me siento profundamente atraída por usted. Es una de las razones por las que me gustaba verle jugar. Es usted muy guapo. Estoy segura de que está harto de que se lo digan.
– Bueno, no sé si harto sería la palabra.
Madelaine se cruzó de piernas. No era como el cruce de piernas de Jessica, pero aun así estaba muy bien.
– Cuando llamó ayer a la puerta no quise dejar escapar la oportunidad, así que decidí echar la precaución por la borda y lanzarme.
– Ya veo -dijo Myron sin poder dejar de sonreír.
– ¿Qué le parece una ducha? -le propuso Madelaine tras ponerse de pie y tenderle la mano.
– Esto…, ¿podemos hablar un poco primero?
– ¿Tiene algún problema? -preguntó Madelaine con cara de extrañeza.
– ¿No está usted casada? -dijo Myron fingiendo bochorno.
– ¿Y eso le preocupa?
– Sí, supongo que sí -respondió Myron mientras pensaba: «No mucho».
– Es admirable -dijo ella.
– Gracias.
– Y tonto.
– Gracias.
– En realidad es encantador -dijo Madelaine tras soltar una carcajada-. Pero el señor Gordon y yo mantenemos lo que denominamos un matrimonio medio libre.
– ¿Podría explicarme eso un poco mejor?
– ¿ Explicárselo?
– Sólo para hacerme sentir más cómodo sobre este asunto.
La mujer del decano volvió a sentarse haciendo totalmente innecesaria la presencia de la falda blanca. Tenía unas piernas que podían describirse como: «Para chuparse los dedos».
– Nunca me he visto obligada a explicárselo a nadie.
– Sí, ya me lo imagino, pero es que yo lo encuentro muy interesante.
– ¿Por? -dijo Madelaine.
– ¿Podría empezar por su definición de «medio libre»?
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