Harlan Coben - Motivo de ruptura

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El agente deportivo Myron Bolitar está a punto de llegar a lo más alto. Lo mismo pude decirse de Christian Steele, un quarterback recién llegado a la liga profesional y su cliente más importante. Sin embargo, la llamada de una ex novia de Chistian, una chica a quien todo el mundo cree muerta, incluso la policía, pone en peligro la firma de un contrato. Myron, de pronto, se ve envuelto en una intriga relacionada con sexo y chantajes, y mientras trata de descubrir la verdad sobre una tragedia familiar, una mujer y las mentiras de un hombre se enfrenta al lado oscuro de su profesión.

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– Windsor Lockwood y Myron Bolitar.

La chica habló un segundo por teléfono y, al cabo de un momento, les dijo:

– Por esa puerta de ahí.

Nickler los recibió con un fuerte apretón de manos. Iba vestido con un traje azul, corbata roja, camisa blanca… tan conservador como un candidato republicano al Senado. Ésa fue la sorpresa número tres. Myron esperaba encontrarse con cadenas de oro o un pendiente, o por lo menos un anillo en el dedo meñique, pero Fred Nickler no llevaba joyas a excepción de un anillo de boda muy sencillo. Tenía el pelo gris y la piel pálida.

– Se parece a tu tío Sid -le susurró Win a Myron.

Tenía razón. El editor de la revista Pezones se parecía a Sidney Griffin, el conocido ortodoncista de las afueras de la ciudad.

– Siéntense, por favor -dijo Nickler mientras se situaba tras su mesa-. Yo estuve en las Final Fours cuando ustedes ganaron a Kansas. Veintisiete puntos y ganador del partido. Menuda actuación. Increíble -añadió sonriendo.

– Gracias -dijo Myron.

– Nunca he vuelto a ver algo como aquello. La forma en que el balón tocó el tablero en aquel último tiro…

– Gracias.

– Fue sencillamente increíble. -Nickler volvió a esbozar una sonrisa y zarandeó ligeramente la cabeza, como sobrecogido por aquel recuerdo. Luego se sentó-. En fin, ¿qué puedo hacer por ustedes?

– Tenemos un par de preguntas que hacerle sobre uno de los anuncios que aparece en una de sus… ehm… publicaciones.

– ¿Cuál de ellas?

Pezones -dijo Myron intentando no cambiar de expresión.

Pronunciar aquella palabra le hacía sentirse un guarro.

– Qué curioso -repuso Nickler.

– ¿Por qué?

Pezones es una publicación relativamente nueva y no está teniendo mucho éxito. Es la peor publicación mensual de HDP. Vamos a darle un mes o dos más y luego la cerraremos.

– ¿Cuántas revistas publican?

– Seis.

– ¿Y todas son como Pezones?

– Sí, todas son revistas pornográficas. Y legales -dijo Nickler soltando una breve carcajada.

– ¿Cuándo publicaron esto? -le preguntó Myron entregándole la revista que les había dado Christian.

– Hace cuatro días -respondió Nickler sin apenas echarle un vistazo.

– ¿Sólo cuatro días?

– Es el último número que hemos publicado y acaba de llegar a los quioscos. Me sorprende que hayan podido encontrar un ejemplar.

– Nos gustaría saber quién pagó para poner este anuncio -dijo Myron abriendo la revista por la página marcada.

– ¿Cuál? -preguntó Nickler mientras se ponía unas gafas de media luna.

– El de la fila de abajo del todo. La Línea Lujuria.

– Ah -dijo-, un teléfono erótico.

– ¿Hay algún problema?

– No, pero este anuncio no lo han pagado.

– ¿A qué se refiere?

– Es como funciona este negocio -les explicó Nickler-. Me llama alguien para poner un anuncio de una línea de teléfono pornográfica. Yo le digo que cuesta tanto y él me dice: «Uf, es que estoy empezando, no me lo puedo permitir». Y si me parece una buena idea, nos repartimos los costes al cincuenta por ciento. Dicho de otra manera, yo me ocupo del marketing, por así decirlo, y mi socio se ocupa de la infraestructura: los teléfonos, las conexiones, las chicas, todo lo demás. Y entonces nos lo partimos a medias. De esta forma limitamos los riesgos tanto del uno como del otro.

– ¿Y lo hace muy a menudo?

– Sí -asintió Nickler-, el noventa por ciento de los anuncios son de líneas eróticas. Y diría que participo en tres cuartas partes de todas ellas.

– ¿Podría facilitarnos el nombre de su socio en esta línea en concreto?

– No serán de la policía, ¿no? -dijo Nickler mirando la fotografía de la revista.

– No.

– ¿Ni investigadores privados?

– No.

– Miren -dijo quitándose las gafas-, mi empresa no es de mucha envergadura. Tengo mi propio reducto y así es como me gusta. Nadie me molesta y yo no molesto a nadie. No tengo ningún interés en la publicidad.

Myron echó una mirada rápida a Win. Nickler tenía familia, tal vez una casa bonita en Tenafly y le habría dicho a sus vecinos que trabajaba en una editorial. Se le podía presionar.

– Le seré franco -dijo Myron-. Si no nos ayuda con esto, puede que acabe convirtiéndose en todo un espectáculo: periódicos, televisión y toda la historia.

– ¿Me está amenazando?

– De ninguna manera -contestó Myron, quien acto seguido cogió su cartera y sacó un billete de cincuenta dólares que puso sobre la mesa-. Lo único que queremos es saber quién puso ese anuncio.

Nickler retiró el billete de vuelta hacia Myron con expresión irritada.

– ¿Dónde se creen que están? ¿En una película? No necesito que me sobornen. Si ese tipo ha hecho algo malo no quiero saber nada de él. Este negocio ya me da bastantes problemas. Mi negocio está limpio. No hay menores de edad ni nada ilegal.

– Ya te dije que sería todo un encanto -dijo Myron mirando a Win.

– Piense lo que usted quiera -dijo Nickler con un tono de voz que indicaba que ya había pasado por esto muchas veces-. Ésta es una empresa como cualquier otra. Soy un tipo honesto tratando de ganarme la vida honestamente.

– Muy americano por su parte.

– Mire -dijo encogiéndose de hombros-, no es que defienda a ultranza todo lo referente a este negocio, pero hay otros mucho peores. Piense en IBM, Exxon, Union Carbide… Ésos son los verdaderos monstruos, los que de verdad explotan a la gente. No robo a nadie. No miento. Sólo me ocupo de satisfacer una necesidad social.

Myron iba a decirle algo, pero Win lo detuvo haciéndole un gesto negativo con la cabeza. Tenía razón. ¿Qué sentido tenía ponerse a discutir con aquel hombre?

– ¿Podría darnos el nombre y la dirección, por favor? -preguntó Myron.

Nickler abrió un cajón y sacó una hoja de archivo.

– ¿Está metido en algún lío?

– Sólo queremos hablar con él.

– ¿Podrían decirme por qué?

– Es mejor que no lo sepa -dijo Win dirigiéndose a Nickler por primera vez.

Fred Nickler vaciló, vio la mirada firme de Win y asintió.

– La compañía se llama ABC. Tienen un apartado de correos en Hoboken, número 785. El tipo se llama Jerry. No sé nada más sobre él.

– Gracias -dijo Myron poniéndose en pie-. Una última pregunta, si no le importa: ¿Le suena de algo la chica que aparece en el anuncio?

– No.

– ¿Está seguro?

– Del todo.

– En caso de no ser así o que se le ocurra algo más, ¿podría llamarme? -dijo Myron dándole una tarjeta.

Nickler hizo ademán de preguntar algo más sin dejar de mirar la foto de Kathy, pero al final se limitó a decir:

– Descuide.

Al salir, Win le preguntó a Myron:

– ¿Qué opinas?

– Que nos ha mentido.

– ¿Puedo usar tu teléfono? -dijo Myron mientras volvían en coche.

Win asintió sin aflojar el acelerador. El velocímetro rondaba los ciento veinte. Myron lo miró fijamente como si fuera un taxímetro en una carrera larga para no tener que ver lo rápido que pasaban las calles al otro lado de la ventanilla.

Myron telefoneó a su despacho; Esperanza contestó al cabo de un tono de llamada.

– MB Representante Deportivo.

MB Representante Deportivo. «M» de Myron y «B» de Bolitar. A Myron se le había ocurrido sin ayuda de nadie, aunque casi nunca presumía de ello.

– ¿Ha llamado Otto Burke o Larry Hanson?

– No, pero tienes un montón de mensajes.

– ¿Y ninguno de Burke o Hanson?

– ¿Estás sordo o qué?

– Iré para allá dentro de un rato.

Myron colgó el teléfono. Otto y Larry ya deberían haberlo llamado. Estaban evitándolo; la cuestión era: ¿por qué?

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