Harlan Coben - Motivo de ruptura

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El agente deportivo Myron Bolitar está a punto de llegar a lo más alto. Lo mismo pude decirse de Christian Steele, un quarterback recién llegado a la liga profesional y su cliente más importante. Sin embargo, la llamada de una ex novia de Chistian, una chica a quien todo el mundo cree muerta, incluso la policía, pone en peligro la firma de un contrato. Myron, de pronto, se ve envuelto en una intriga relacionada con sexo y chantajes, y mientras trata de descubrir la verdad sobre una tragedia familiar, una mujer y las mentiras de un hombre se enfrenta al lado oscuro de su profesión.

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– ¿Y descubrió algo?

– No. No que yo sepa.

Myron miró en otra dirección. Hacia la pared del fondo. Tenía colgada una fotografía de la película de los Hermanos Marx Una noche en la ópera, desde la que Groucho lo observaba sin ofrecerle ninguna respuesta.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella.

– Nada, tú sigue.

– Pues no hay mucho más que contar. Lo único que te puedo decir es que mi padre se comportó de un modo muy extraño durante sus últimas semanas de vida. Empezó a llamarme a cada momento cuando antes solíamos hablar tres veces al año, y su voz sonaba un poco triste. Era como si estuviera interpretando el papel del padre perfecto con un vigor renovado. No sabría decir si fue un cambio de verdad o algo temporal.

Myron asintió y volvió a dejar la mirada perdida sin decir nada. Jessica casi llegó a pensar que se había ido a la Luna, cuando, de repente, con una voz tan suave que apenas se podía oír, preguntó:

– ¿Qué crees que le pasó a Kathy?

– No lo sé.

– ¿Crees que está muerta?

– Yo… -Jessica se detuvo un instante-, la echo de menos. Es… No quiero pensar que está muerta.

Myron volvió a asentir y dijo:

– Bueno, y entonces, ¿qué quieres que haga?

– Investigar. Descubrir lo que está pasando.

– Suponiendo que esté pasando algo.

– Correcto.

– ¿Y por qué yo?

Jessica se quedó pensativa un instante y finalmente contestó:

– No estoy segura -respondió-. Pensé que me creerías. Que querrías ayudarme.

– Te ayudaré -dijo él-, pero quiero que entiendas una cosa: tengo un interés comercial en resolver este asunto.

– ¿Christian?

– Soy su representante -continuó-. Soy el responsable de que todo le vaya bien.

– Todavía echa de menos a mi hermana -dijo ella.

– Sí.

– ¿Está bien?

– Sí, está bien -contestó Myron sin cambiar de expresión.

– Es un buen chico. Me cae bien -dijo Jessica.

Myron se limitó a asentir con la cabeza.

Jessica se levantó y se dirigió hacia la ventana. Myron apartó la vista de ella. No le gustaba mirarla demasiado rato y ella comprendía por qué, aunque también le dolía. Jessica contempló Park Avenue, doce plantas abajo. Un taxista con turbante agitaba el puño hacia una anciana que andaba con bastón. La viejecita le golpeó con el bastón y salió corriendo. El taxista cayó al suelo pero el turbante ni se le movió.

– Ocultar tus sentimientos nunca ha sido tu punto fuerte -dijo ella mientras seguía mirando por la ventana-. ¿Qué es lo que no te atreves a decirme?

Myron no contestó.

– Myron… -rogó ella.

En ese momento, Esperanza lo salvó al aparecer por la puerta sin llamar y afirmar:

– Larry Hanson no está en la oficina.

Win apareció detrás de ella y dijo:

– He descubierto algo en la revista… -empezó a anunciar, pero se detuvo de inmediato al ver a Jessica.

– Hola, Win -saludó ella.

– Hola, Jessica Culver -y tras decir eso los dos se dieron un abrazo-. Madre mía, estás fantástica. El otro día leí un artículo sobre ti en el que te llamaban la sex symbol literaria.

– No deberías leer esas porquerías.

– Pues estaba en la sala de espera del dentista, de verdad.

En ese momento se produjo una pausa incómoda, que Esperanza deshizo al señalar a Jessica y hacer un gesto de vómito colocándose el dedo en la boca para luego salir del despacho.

– Tan dulce como siempre -dijo Jessica entre dientes.

– ¿Dónde te hospedas? -preguntó Myron levantándose de la silla.

– En casa de mi madre -respondió Jessica.

– ¿Todavía tenéis el mismo número de teléfono?

– Sí.

– Te llamaré más tarde, entonces. Ahora tengo que irme con Win.

Jessica se quedó mirando a Win fijamente y éste le respondió con una sonrisa y una expresión neutra, como siempre.

– Esta tarde tengo una reunión con mi editor -dijo ella-, pero estaré en casa toda la noche.

– Perfecto. Te llamaré entonces.

Se produjo un punto muerto en el que nadie sabía muy bien cómo despedirse. ¿Con un ademán? ¿Con un apretón de manos? ¿Con un beso?

– Tenemos que irnos -dijo Myron finalmente, y acto seguido pasó junto a ella sin acercarse demasiado.

Win se encogió de hombros como queriendo decir «¡qué le vamos a hacer!» y se fue detrás de Myron. Jessica se quedó mirando cómo desaparecían por la puerta, como si fueran Batman y Robin yendo a la baticueva.

Luego también ella se marchó. Ya había visto a Myron dos veces y aún no se habían tocado, ni siquiera se habían rozado.

Era un detalle curioso en el que pensar.

Capítulo 6

– ¿Qué has descubierto? -preguntó Myron.

Win giró rápidamente hacia la derecha y su Jaguar XJR respondió sin apenas un chirrido. Llevaban diez minutos en el coche sin decir nada. Sólo el reproductor de CD de Win rompía el silencio. A Win le gustaban las canciones de musicales y en ese momento sonaba la parte de El hombre de La Mancha en la que don Quijote le canta a Dulcinea.

– La revista Pezones la pública HDP -respondió Win.

– ¿HDP?

– Hot Desire Press -contestó Win, y tomó otra batcurva con el Jaguar a ciento treinta.

– ¿Has oído hablar alguna vez de los límites de velocidad? -se quejó Myron.

– Las oficinas de la editorial están en Fort Lee, Nueva Jersey -dijo Win haciendo caso omiso de la queja de su amigo.

– ¿Las oficinas de la editorial?

– Sí, tenemos una cita con el señor Fred Nickler, el editor jefe.

– Su madre debe sentirse muy orgullosa de él.

«Ya está moralizando -pensó Win-, qué bien.»

– ¿Y qué le has dicho al señor Nickler? -inquirió Myron.

– Nada. Llamé y pregunté si podíamos hablar con él. Y dijo que sí. Parecía un tipo muy amable.

– Estoy seguro de que es un encanto -dijo Myron mirando por la ventanilla. Los edificios pasaban por su lado como una mancha informe. Se hizo el silencio de nuevo, y luego Myron añadió-: Probablemente te estés preguntando qué hacía Jessica en mi despacho.

Win le contestó encogiendo los hombros con cierta desgana. No le gustaba ser cotilla.

– Es por el asesinato de su padre. La policía dice que fue un robo, pero ella no lo cree.

– ¿Y qué cree que ocurrió?

– Cree que el asesinato y la desaparición de Kathy están relacionados.

– Esto se pone cada vez más interesante. ¿Vamos a ayudarla?

– Sí.

– Bieeen. ¿Y nosotros creemos que hay una relación entre ambos hechos?

– Sí.

– Sí -asintió Win.

Aparcaron en la entrada de un edificio que tanto podía haber sido un bonito almacén como un espacio de oficinas de alquiler barato. No había ascensor, pero daba igual porque sólo tenía tres plantas y HDP, Inc. estaba en la segunda. Cuando entraron en la recepción, Myron se quedó un poco sorprendido. No tenía muy claro lo que esperaba encontrarse, pero nunca se hubiera imaginado que la casa de un comerciante sórdido pudiera ser tan… anodina. Las paredes eran blancas y de ellas colgaban pósters de arte baratos pero bien enmarcados: McKnight, Fanch, Behrens. La mayoría de ellos paisajes de playas y puestas de sol. Nada de pechos al aire. Ésa fue la primera sorpresa. La segunda fue encontrarse con aquella recepcionista tan normal. Era una chica común y corriente y no una vieja estrella del porno teñida y fofa, de risa tonta entrecortada y guiños seductores.

Myron casi estaba decepcionado.

– ¿Puedo ayudarles en algo? -preguntó la recepcionista.

– Hemos venido a ver al señor Nickler -respondió Myron.

– ¿Sus nombres, por favor?

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