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Joyce Oates: Ave del paraíso

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Joyce Oates Ave del paraíso

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Situada en la mítica ciudad de Sparta, en Nueva York, Ave del paraíso es una punzante y vívida combinación de romance erótico y violencia trágica en la Norteamérica de finales del siglo XX. Cuando Zoe Kruller, una joven esposa y madre, aparece brutalmente asesinada, la policía de Sparta se centra en dos principales sospechosos, su marido, Delray, del que estaba separada, y su amante desde hace tiempo, Eddy Diehl. Mientras tanto, el hijo de los Kruller, Aaron, y la hija de Eddy, Krista, adquieren una mutua obsesión, y cada uno cree que el padre del otro es culpable. Una clásica novela de Oates, autora también de La hija del sepulturero, Mamá, Infiel, Puro fuego y Un jardín de poderes terrenales, en la que el lirismo del intenso amor sexual está entrelazado con la angustia de la pérdida y es difícil diferenciar la ternura de la crueldad

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– … tu padre, Eddy Diehl, un hombre tan atractivo, Krista, recuerdo la primera vez que lo vi, en el antiguo Tip Top Club… -Jacky DeLucca hablaba con voz ronca, entusiasta, sujetándome la mano con sus dedos fríos, enflaquecidos, mirándome con ojos inquisitivos, como si esperase reconocerme. En algún otro lugar de la residencia había un chirriante ruido de voces, de patas de sillas que se arrastraban, de música pop- rock transmitida por radio. Un olor a desayuno: a grasa de beicon, a panqueques, a huevos demasiado fritos. A bollería empalagosamente dulce. Y también el olor del cuerpo deteriorado de Jacky DeLucca hizo que se me encogieran las ventanas de la nariz-, no llegué a conocer a tu pobre madre, Krista querida. Espero que esté bien, ¿no es así? Espero que haya sido una «superviviente»… de aquella época tan triste y tan dura -Jacky suspiró, turbada, al parecer. Le apreté la mano, con la esperanza de calentársela. El chándal de color rosa parecía ser, en realidad, ropa para estar en la cama. La peluca plateada se le había torcido un poco y sentí deseos de colocársela bien. Que Aaron Kruller se agitara en su asiento a pocos centímetros del mío me estaba poniendo nerviosa-… mi época más feliz ha sido trabajar aquí. En la cocina. ¡Me encanta cocinar! Panqueques y gofres son mi especialidad. Por supuesto, no basta con tener una masa azucarada, yo le añado bayas, manzanas, almendras. Antes de venir aquí era lo que se podría llamar una «mujer de la limpieza», pero enfermé, sí, ¡ya lo creo que enfermé!: hepatitis B. ¡Qué débil estaba mi hígado! ¡Y qué «susceptible» yo! Para entonces Jesús había entrado en mi corazón. De no haber sido por Él no habría superado aquella época tan terrible, y gracias a que tuve al reverendo Diggs para mostrarme el camino, y a las personas maravillosas de aquí, en Haven House, que me han dado un hogar; el reverendo Diggs ha dicho que me conseguirá un hospital para enfermos terminales «cuando llegue el momento pero ni un solo día antes». ¡Ah, este cáncer de hígado! Han intentado toda clase de quimioterapias, que son una cosa tan terrible, cariño, espero que no llegues a comprobarlo nunca, un día me dijeron que el cáncer me había «metistado» en los huesos y que ya no me darían más quimio. El médico dijo: «Ya no podemos hacer nada más por ti, Jacky. Tienes que hacer las paces con tu alma». El doctor Waldrop es un buen cristiano y un buen hombre. Y el reverendo Diggs… -Jacky hizo una pausa, y se enjugó los ojos. Me apretó la mano una última vez y la soltó. Aaron se levantó bruscamente de la silla de rota para forcejear intentando abrir la única ventana de aquella habitación mal ventilada, pero parecían haberla repintado para impedir que se abriera, aunque con la pura fuerza de la desesperación Aaron consiguió levantarla un exiguo par de centímetros, provocando las protestas de Jacky-: ¡Una corriente no, cariño! No soporto las corrientes, empezaré a toser, corazón. No me queda más remedio que estar siempre abrigada dentro de casa y echarme un edredón encima de las piernas, los pies los tengo siempre fríos, la circulación no es nada buena. El doctor Waldrop dijo… -Aaron procedió a cerrar la ventana, tirando de ella hacia abajo. Me arriesgué a mirarle a la cara, y su expresión era tensa y cautelosa e indiferente, si bien, cuando me miró a los ojos, lo que vi fue pura desesperación y rabia silenciosas.

Consigue que hable. ¡Haz que empiece!¡Dios del cielo!

Por mi trabajo de asesora disponía de abundante experiencia con clientes que tenían historias cruciales que transmitir pero que no parecían encontrar la manera de hacerlo, que se peleaban casi a brazo partido con su cuerpo para decir lo que era dolorosamente evidente y, en consecuencia, indecible; había aprendido a tener paciencia y una buena dosis de comprensión; había aprendido la humildad del fracaso repetido. Con toda la amabilidad de que fui capaz le pregunté a Jacky DeLucca si nos había invitado a visitarla aquella mañana porque tenía «algo muy importante» que contarnos. ¿Al hijo de Zoe Kruller y a mí? ¿Se… acordaba de nosotros?

Con un gesto de fingido dolor, Jacky me dio una palmada en el brazo.

– ¡Cómo! ¡Por supuesto que te recuerdo! Eres Kristine, ¿Krista?, la hija de Eddy Diehl, hecha toda una mujer, que se marchó de Sparta y que ha vuelto sólo para verme. Y tú eres -la voz de Jacky se alzó en una débil tentativa de reproche coqueto- Aaron, el hijo crecido de Zoe. ¿Os he dado las gracias por estas…? -había sido idea mía traer flores a aquella mujer enferma: un pesado tiesto de hortensias de un rosa encendido. En la floristería las hortensias habían parecido menos espectaculares, pero en aquella habitación desolada, con su destartalado sofá cama, muebles maltrechos de segunda mano y restos de alfombra llenos de manchas, se desprendía de aquella espléndida profusión de flores un aire de burla sutil- ¿… hermosas flores que parecen… algo así como papel para hacer claveles… papel crepé…? ¿ Te he dado las gracias, corazón? A veces me olvido de lo que estoy diciendo, ¡es esta medicina! ¡Tantas condenadas píldoras! Zoe decía que le gustaban mucho las flores pero nunca tenía tiempo para ocuparse de ellas. Flores recién cortadas que le regalaba algún hombre, una docena de rosas que son tan caras ahora que casi resulta un chiste, o tal vez flores de Pascua en navidades, Zoe me las pasaba: «Jacky, ocúpate de ellas, ¿querrás?» como si ya tuviera demasiadas responsabilidades. Zoe iba siempre con prisas. Yo no era muy distinta de más joven. Dios me libre de hacer juicios sobre mi amiga. Por lo que a mí respecta estaba completamente ciega, tenía un velo que me tapaba los ojos, no era quién para juzgar a los demás y tampoco lo soy ahora. Jesús ha dicho: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Jesús ha dicho: «No juzgues y no serás juzgado».

»En aquellos años antes de que Jesús entrara en mi corazón, no juzgaba a los demás, y tampoco era cruel ni vengativa. Al morir Zoe, de la forma en que lo hizo, entré en el Valle de la Sombra de la Muerte y atravesé una época muy oscura, me hice adicta a la heroína, y la adicción me costaba doscientos dólares diarios y más… Sí, me prostituía y me importaba un pimiento la salud. ¡Tan culpable me sabía de que Zoe hubiera muerto de aquella manera terrible! -Jacky hizo una pausa, respirando con fuerza. No me atrevía a mirar a Aaron Kruller, todavía de pie, junto a la ventana que había tenido que cerrar-. No me refiero a que fuese yo quien presentó a Zoe a su asesino, no es eso. Aquel hombre, el propietario de Chet's, que se llamaba Antón Csaba, habría conocido a Zoe de cualquier otra manera sin necesidad de que yo interviniera, eso lo sé. Pero fui amiga de Antón antes que Zoe, dado que Antón era amigo de muchas mujeres. Cuando Zoe se vino a vivir conmigo, las dos empezamos a trabajar en Chet's. Antón dejaba cantar a Zoe algunas veces en el club, y nos tomábamos unas rayas de coca juntas, si algún fulano nos la proporcionaba, cosa que pasaba con frecuencia. Era lo que hacía todo el mundo. Malditos polis hipócritas, los «detectives» vinieron a interrogarme comportándose como si nadie hubiera tomado nunca coca ni hubiese fumado hachís, veías a aquellos hijos de puta en The Strip, cuando no estaban de servicio, fingiendo trabajar de incógnito, ¡sandeces! Me avergüenza decirlo, pero me gustaba que Zoe fuese amiga mía porque era más glamurosa que nadie y, además, cuando cantaba con aquel grupo suyo, no había nadie más sexy. Y Zoe era una verdadera amiga, como por ejemplo a la hora de compartir drogas, Zoe me buscaba, puede ser peligroso, necesitas una persona en la que confíes por si algo sale mal. De un hombre no te puedes fiar… Algunas personas dicen que si te mantienes bien de salud, si tomas vitaminas, ¡puedes consumir heroína durante toda la vida si no aumentas la dosis y si las venas no se te vienen abajo! Incluso ahora, me avergüenza confesar que sigo teniendo el mono. Zoe decía: "El sexo es para gente que no dispone de heroína" -Jacky rió ante aquella observación ingeniosa sin prestar atención a la manera que tenía Aaron de mirarla. Desde otra parte de la residencia llegó en sordina un ruido atronador como de pies bajando por escaleras en una corriente que era más bien una cascada. A toda prisa Jacky añadió-: Zoe por supuesto no era "adicta" (no era una yonqui), ni muchísimo menos. Y tampoco yo, a decir verdad. Hay hombres que proporcionan drogas a las mujeres para controlar su alma, pero Zoe era demasiado independiente, le importaba su "carrera" y tenía miedo de no llegar nunca, a su edad. Por entonces, me avergüenza decirlo, a veces sentía celos de Zoe, porque si quería llevarse a un hombre, no le importaba a quién tuviera que apartar para conseguirlo. Y se salía con la suya mucho más a menudo que el resto de nosotras. Si pedía dinero prestado, por ejemplo. Un hombre le "perdonaba" el préstamo, cuando a mí nunca me lo perdonaría. Antón Csaba era uno de ésos. La equivocación de Zoe fue pensar que Antón se lo iba a consentir todo. Os sentiríais inclinados a creerlo si lo hubierais conocido, porque Antón era una persona afable que nunca alzaba la voz. Como estaba enamorado de ella, Zoe pensó que le estaba permitido todo y cometió algunas equivocaciones. Antón le había prometido algunas cosas. Zoe tenía sin embargo a aquel otro hombre, "agente musical" era como se definía, algún tipo de empresario, cuyo negocio era contratar a grupos. No sé con seguridad cómo lo conoció Zoe. Imagino que la oyó cantar alguna noche en Chet's. Ahora bien, yo sabía que Antón podía ser peligroso, ya había hecho daño antes a otras mujeres que lo habían traicionado. Era la manera de hablar de Antón, que usaba la palabra traicionar. Hay que explicar que tenía todo el aspecto de un caballero. Los modales de un caballero. Había nacido en Budapest, decía. Que está en Hungría, la parte de Europa realmente más antigua. Antón se vestía con mucho estilo, llevaba un abrigo de piel de foca, sombrero de fieltro y guantes hechos con la piel de "corderos nonatos". (¿Habéis oído hablar alguna vez de pieles de corderos nonatos}) Sólo conducía Cadillac y Lincoln y nunca más de un año, siempre eran coches de lujo con todos los extras imaginables. También tenía una manera de "ser propietario" de las mujeres. Cuando se cansaba de ti ya no quería volver a verte y te hacía un "regalo de despedida", pero si aún no se había cansado, no te podías marchar por las buenas. Yo le caía bien, "mi chica Jacky", me llamaba, cuando había que hacer alguna sustitución en el club sabía que podía contar conmigo, y eso era una suerte para mí, que "le cayera bien", pero nada más. Zoe fue la que "lo volvía loco". Antón hablaba de Zoe como de una enfermedad infecciosa, como los piojos, una cosa que no había manera de quitarse de encima. Llevaba trajes muy caros que no acababan de sentarle bien, hacían que pareciese un cadáver vestido por los empleados de una funeraria. Zoe se reía de él a sus espaldas. "Mi diminuto maniquí", lo llamaba. "Mi Boris Karloff." Y nos reíamos. Y quizá alguien se lo contó a Antón. He olvidado decir que Antón podía ser muy generoso. En ese sentido nadie en Sparta era como Antón Csaba. Si trabajabas para él y cumplías, te hacía regalos, si le caías bien. Por supuesto si te quejabas o dabas problemas, te ibas a la calle. Alguna de la ropa tan bonita que llevé a tu casa, Aaron, aquella vez, Antón se la había regalado a Zoe, y ella siempre le daba las gracias muy sinceramente pero al cabo de pocos días, ya sabéis cómo era Zoe, se olvidaba… Y luego estaban los polis que frecuentaban Chet's. El "jefe de policía" de entonces era amigo de Antón. Podías verlos fumándose puros juntos. Era sabido que Antón pagaba a la policía de Sparta para que no se entrometiera en su negocio, que tenía muchas facetas. Cuando mataron a Zoe, "Antón Csaba" fue un nombre que algunas personas mencionaron a la policía, pero la cosa nunca fue mucho más allá. Los detectives sabían que no podía ser Eddy Diehl quien la había matado porque las huellas de Eddy estaban por todas partes en la habitación de Zoe, pero ninguna de ellas con sangre. Eso lo oí. Era una cosa que se sabía. Que el asesino de Zoe tenía que llevar guantes. Sabían que Eddy no había estado allí en ese momento. En el momento en que mataron a Zoe. Fueron a buscar a Eddy y le interrogaron y le hicieron la vida imposible pero no porque pensaran que era él quien había matado a Zoe, fue sólo porque no les caía bien personalmente. Si les haces la puñeta a los polis, se vengan como pueden. Habían tratado de detener a Delray, pero el sentimiento general en Sparta era que a Delray ya lo había tratado Zoe suficientemente mal portándose como se portaba, y el hijo de Delray, es decir, Aaron, a quien llegué a conocer, declaró bajo juramento que su padre y él habían pasado la noche juntos, que habían estado juntos toda la noche. De manera que si se llegaba a un juicio con jurado supusieron que Delray acabaría por ser declarado "inocente", así que no detuvieron a nadie. Todas las preguntas que aquel condenado Martineau me hacía tenían truco. Intentaba por todos los medios que dijera "Eddy Diehl". Pero no estaba dispuesta. Y tampoco decía "Antón Csaba", porque no hubiera vivido más de una semana. En Sparta, no. ¿Y adonde podría haberme ido? ¿Adonde, sin que Antón me encontrara? Aquel hijo de puta de Martineau me mandaba llamar, o se pasaba por donde vivía, acabé marchándome de la casa donde había muerto la pobre Zoe, y me fui a Towaga, y él, según decía, se dejaba caer por allí de camino a su casa, y también, según decía, cuando ya no estaba de servicio, y entonces el muy pervertido hijo de puta, con su voz falsamente amable, me preguntaba "Qué tal, Jacqueline? ¿Te pusieron ese nombre por Jacqueline Kennedy? ¿ A ti te pusieron su nombre?". Las cosas que aquel cabrón me obligó a hacer, se necesitaba estar colocada o más borracha que una cuba para soportarlas, y ¿creéis que semejante malnacido mostró alguna vez la menor gratitud? "Tienes la suerte de no estar en la cárcel, gorda del carajo, por obstaculizar la justicia, por ayudar e instigar a un homicida, y por tener drogas en casa." Me dejaba como una especie de juguete roto en la cama o en el suelo. Nunca me dio un condenado céntimo. Un hombre así, y el "jefe de policía" también, Schnabel, Schnagel, las cosas que se decían, nunca pondría su firma para investigar a Antón Csaba, y no digamos nada de detenerlo. Oh, no. Claro que no.

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