Andrew Klavan - Ensayo De Una Ejecución
Здесь есть возможность читать онлайн «Andrew Klavan - Ensayo De Una Ejecución» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Ensayo De Una Ejecución
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Ensayo De Una Ejecución: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Ensayo De Una Ejecución»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Ensayo De Una Ejecución — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Ensayo De Una Ejecución», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Sí -fue todo lo que Frank pudo pronunciar-. Entendido.
– Sí -respondió Tryon con su voz aguda-. Lo siento, Frank. Vas a tener que prepararte para lo peor. No te voy a engañar.
– No -contestó Frank secamente.
En medio de una oscura confusión, intentaba convencerse de que era real, de que iba a ocurrir, tragarse lo que le acababan de decir. Pero al mismo tiempo pensaba: Todavía nos queda el gobernador. Todavía nos queda el gobernador . No porque lo creía, sino porque el peso de la muerte era imposible de soportar.
– De acuerdo -manifestó tras un largo silencio-. Gracias.
– Lo siento de verdad, Frank.
– Sí.
Devolvió el teléfono a Benson y permaneció aferrado a los barrotes, dando la espalda a su familia. Observó cómo el oficial de guardia llevaba el teléfono despacio por la sala, mientras el cable enrollado se aflojaba y se arrastraba por el suelo. Esperaba que le subiera la sangre a la cara antes de girarse, pues se había sentido palidecer cuando Tryon le había comunicarlo la noticia.
Entonces se giró. Bonnie estaba ahí, mirándole, con los ojos húmedos. esperanzada. La mirada pequeña y preocupada de su hija iba de uno a otro sin cesar, presintiendo un acontecimiento. Frank volvió a desear que nunca hubieran venirlo, que nunca se hubiera casado, no haber tenido ninguna hija y pasar solo por todo aquello. Paso a paso. Cada uno cumpliendo con su trabajo. Pasar por todo aquello solo, le parecía más sencillo. Frunció los labios.
– Lo siento -se disculpó con voz ronca. Soy un tipo muy conocido por aquí, ¿qué más puedo decir?
– ¿Hay algo…? -preguntó Bonnie.
Frank hizo un movimiento con la mano.
– No, todavía no se sabe nada. Ya sabes cómo son estas historias legales. Tardan una eternidad.
Bonnie se mordió los labios y asintió. Frank se acercó a ella, esbozando una sonrisa forzada. Se puso en cuclillas frente a su hija. Se puso derecha y levantó el rostro. Movió la mano en el extremo del dibujo, sosteniéndolo frente a él.
– Bueno -anunció Frank-, echémosle un vistazo a esa obra de arte.
5
El Hombre Chocho estaba esperando en la esquina de Pine Street. Una figura oscura arrastrando los pies por entre los callejones, del centro de la ciudad, entre ladrillo rojo, hormigón blanco y cristal antirreflejante. Un negro de mediana edad con un gabán sucio de color gris, a pesar del clima, un gabán manchado y desgastado. Apestaba a vino y a orina. Tenía cara de pocos amigos, con barba de tres días, y los ojos amarillos y con las venas rojas muy visibles. Pero estaba atento y vigilante de modo feroz: movía la cabeza, la mirada, rápidamente de un lado a otro. Y mantenía un parloteo constante dirigiéndose a todos y cada uno de los últimos peatones del mediodía.
Cuando se acercaban hombres, les pedía dinero.
– Dame pasta -espetaba-. Tú tienes pasta. Cantidad de pasta. Yo no tengo pasta, dame algo de tu pasta, tienes pasta mogollón tío, veo que tienes pasta -proseguía.
Y cuando las mujeres pasaban, cuando huían de él apretando los labios con rabia y disgusto, les pedía sexo del mismo modo.
– Dame un poco de ese chocho, cielo, quiero un poco de ese chocho que tienes, tienes chocho mogollón, para quién guardas todo ese chocho, necesito ese chocho con pan, cielo, dame tu chocho con pan.
Había aparcado en un garaje cercano y me dirigía hacia Bread Factor , a toda prisa. El Hombre Chocho me abordó al acercarme a la esquina con la boca abierta y una sonrisa de rapiña, mostrando los dientes grises.
– ¡Steve! -gritó-. ¡Steve! ¿Eres tú, viejo periodista? ¿Eres el viejo periodista? Sé que tú tienes mi dinero, Steve. Sé que tienes dinero mogollón. Dame algo de ese dinero.
Pude sentir el hedor cuando se acercó, con la cabeza mirando al suelo y la mano tendida. Todavía tenía el llanto miserable de mi hijo en la memoria, y un malestar que me resultaba demasiado familiar se arremolinaba en mi interior como si fuera una bomba de gas. No estaba de humor para el Hombre Chocho. Por el hedor a meados que desprendía y la nube de vómito y alcohol en su aliento. Por la mirada de las mujeres al pasar, y no sólo las muecas de rabia y disgusto, sino también el miedo que se deducía al ver cómo aceleraban el paso. Odiaba al vagabundo. Me daba náuseas.
– Dame algo de ese dinero, Ste… -pidió. Pero entonces una chica con un vestido de topos trató de escabullirse por el otro lado. Agarró el bolso, acelerando el paso hacia el restaurante. Pero el Hombre Chocho la descubrió en seguida.
– ¡Ey, hermana! -gritó (la llamó hermana porque también era negra)-. ¡Ey, hermana! Sé que tienes un chocho muy dulce, tienes un chocho dulce con pan, dame un poco de ese chocho.
– Toma -dije-. Cierra ese jodido pico.
Se giró hacia mí y su hermana se escurrió con la boca encogida. Yo había sacado mi cartera y ojeaba rápidamente los billetes. Siempre le daba un billete de cinco a ese bastardo cuando le veía, porque así se largaba a otra parte. En el mismo instante en que recibía los cinco pavos se iba a buscar una botella y desaparecía durante horas, tragando y engullendo detrás de algún contenedor en un callejón cualquiera.
– Aquí está la pasta gruñó, husmeando alrededor de mi cartera cono un buitre nervioso-. Dame cinco, dame diez, dame veinte, veinte dólares, Steve, veinte dólares con pan.
Saqué uno de cinco se lo lancé, girando la cara para evitar su aliento.
– No lo gastes en comida, cara de culo -espeté.
La mano que tenía en el bolsillo hizo un gesto rápido y el billete desapareció.
– ¿Cinco dólares? -preguntó-. ¿Eso es todo lo que vas a darme?
– ¿Cinco podridos dólares? Podrías darme veinte. Podrías darme cien, tienes mucho dinero. Tienes dinero con pan, Steve.
Pero ya se alejaba poco a poco, hablando de espaldas a mí por encima del hombro. Doblando el billete por la mitad y luego en cuartos y deslizándolo en el bolsillo de su abrigo aferrado en su puño. Unos segundos más tarde andaba por la acera, cabizbajo y concentrado, ignorando a los transeúntes, ignorándolo todo excepto el sueño dorado de la tienda de licores al Final del día. Deseé que se emborrachara lo suficiente como para caer de bruces delante de un camión.
Avancé unos pasos, haciendo una mueca, hasta llegar a Bread Factory.
Era un pequeño restaurante de comida rápida muy vistoso, emplazado en la esquina rodeado de cristales. Empujé la puerta con el hombro y me llego el olor de la pasta fermentada, que me hizo olvidar el mal olor del hombre Chocho. La cola propia de la hora de comer había mermado, pero la gente detrás del mostrador todavía repartía panecillos redondos y platos de ensalada. Los clientes se sentaban aquí y allí masticando entre las mesas ribeteadas con linóleo. Exploré la sala con la vista y localicé a Porterhouse en una esquina. Estaba sentado solo en una mesa para dos, con una taza vacía delante de él. Me vio y me saludó con gesto tímido.
Su aspecto era como su voz. Lo cual no suele ser así (eso es algo que se aprende al trabajar como periodista, por teléfono, gran parte del tiempo). Sin embargo, él era la viva imagen de su propio trémolo titubeante. Unos cuarenta y pocos años. Bajito, calvo y con una cabeza redonda como una moneda de cinco centavos. Llevaba un pequeño bigote que escondía una boca delgada y pálida, y sus ojos parecían los de una víctima, inquietos y asustados tras la gruesa montura cuadrada de las gafas. A primera vista no me gustó. Pero en ese momento, y con mi estado anímico, seguramente nadie me habría gustado.
Le hice una señal levantando el dedo, indicándole que esperara un instante. Estaba hambriento como un lobo y, cuando el último cliente retiró su bandeja del mostrador, me detuve y pedí un panecillo y un café.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Ensayo De Una Ejecución»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Ensayo De Una Ejecución» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Ensayo De Una Ejecución» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.