Joseph Finder - Paranoia

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Adam Cassidy tiene veintiséis años y odia su empleo miserable en una compañía tecnológica, pero su vida cambia por completo cuando le ofrecen convertirse en espía infiltrado en la Trion Systems, el principal competidor de su empresa. Sus superiores le preparan, le proporcionan información sobre su nueva empresa y, en cuanto empieza a trabajar en ella, se convierte en empleado estrella ascendiendo rápidamente a puestos de gran responsabilidad. Ahora su vida es perfecta: adora su trabajo, conduce un Porsche y tiene una novia que quita el sueño; lo único que tiene que hacer para mantener las cosas como están es traicionar a todos los que le rodean.
«Ha llegado el nuevo Grisham… Paranoia es un thriller magistralmente narrado y tremendamente absorbente» People Magazine

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– No estoy tan seguro -dije en voz baja.

– Yo sí -dijo Goddard-. Porque yo lo estaría.

Séptima Parte. Control

Control: Poder ejercido sobre un agente o doble agente para evitar su defección o doble defección (la así llamada «triple actividad»).

Diccionario internacional de inteligencia

Capítulo 66

A la mañana siguiente revisé mi correo electrónico desde casa y encontré un mensaje de «Arthur».

El jefe está muy impresionado por su presentación y quiere ver más de inmediato.

Lo miré durante un minuto y decidí no responder.

Poco después llegué sin anunciarme al piso de mi padre. Llevaba una caja de rosquillas Krispy Kreme. Aparqué en un espacio que había justo enfrente del edificio. Sabía que mi padre se pasaba el día mirando por la ventana (eso cuando no estaba viendo la televisión). No se perdía nada de lo que ocurría en la calle.

Yo venía del tren de lavado, y el Porsche era un luminoso trozo de obsidiana, algo verdaderamente bello. Me sentía avivado: mi padre no lo había visto todavía. Su hijo «fracasado», que ya había dejado de serlo, llegaba a lo grande: en un carruaje de 450 caballos de fuerza.

Mi padre estaba instalado en su lugar habitual frente al televisor, viendo una especie de programa de investigación de bajo presupuesto acerca de los escándalos empresariales. Antwoine estaba sentado a su lado, en la silla más incómoda, leyendo uno de esos coloridos tabloides de supermercado que parecen todos iguales; creo que era el Star.

Mi padre levantó la mirada, vio la caja de rosquillas que yo agitaba en el aire, y sacudió la cabeza.

– No -dijo.

– Estoy seguro de que hay uno cubierto de chocolate -le dije-. Tu favorito.

– Ya no puedo comer esa mierda. Aquí el Africano me tiene amenazado de muerte. ¿Por qué no le ofreces uno a él?

Antwoine también se negó.

– No, gracias, trato de bajar unos kilos. Es usted un verdadero diablo.

– Pero ¿qué es esto -pregunté-, el programa de Jenny Craig?

Puse la caja de rosquillas sobre la mesa de chapa de arce que había junto a Antwoine. Mi padre todavía no había dicho nada acerca del coche, pero supuse que habría estado demasiado absorto en su programa de televisión. Además, su visión ya no era óptima.

– En cuanto te vayas, este tío sacará el látigo y me hará dar vueltas alrededor de la habitación -dijo mi padre.

– No para, ¿no es cierto? -le dije.

En la cara de mi padre había más diversión que enfado.

– Que haga lo que le dé la gana -dijo mi padre-. Aunque parece que nada le gusta tanto como quitarme los cigarrillos.

La tensión entre los dos parecía haber cedido, llegado a la resignación de un punto muerto.

– Estás mucho mejor -le mentí.

– Y una mierda -dijo, los ojos clavados en la historia pseudo-investigativa de la televisión-. ¿Todavía trabajas en el sitio aquel?

– Sí -dije. Sonreí tímidamente, pensé que era el momento de darle las buenas noticias-. De hecho…

– Déjame que te diga algo -dijo, apartando por fin los ojos de la pantalla y dedicándome una mirada legañosa. Señaló la televisión sin mirarla-. Si les dejas, esos desgraciados te robarán hasta el último centavo.

– ¿Quiénes, las empresas?

– Las empresas, los presidentes, con sus opciones de compra de acciones y sus inmensas pensiones y sus acuerdos de enamorados. Todos barren para su propia casa, todos, hasta el último de ellos. Que no se te olvide.

Bajé la mirada, la fijé en la alfombra.

– Bueno -dije en voz baja-, no todos.

– No te engañes, Adam.

– Escucha a tu padre -dijo Antwoine, sin levantar la cara del Star . Casi parecía haber un poco de cariño en su voz-. Este tío es una fuente de sabiduría.

– De hecho, papá, algo sé yo de los presidentes. Me acaban de dar un gran ascenso: me acaban de nombrar asistente ejecutivo del presidente de Trion.

Sólo hubo silencio. Pensé que no me había escuchado. Tenía la mirada fija en la pantalla. Pensaba que podía haber sonado un poco arrogante, así que intenté suavizarlo un poco.

– Para mí es muy importante, papá.

Más silencio. Estaba a punto de repetirlo cuando mi padre dijo:

– ¿Asistente ejecutivo? ¿Y eso qué es, como una secretaria?

– No, no. Es algo de muy alto nivel. Sesiones creativas, cosas así.

– ¿Y qué es lo que haces todo el día, exactamente?

Con enfisema y todo, el viejo aun sabía muy bien cómo desinflarme.

– No importa, papá -dije-. Siento haberlo mencionado. -Y sí que lo sentía: ¿qué coño me importaba su opinión?

– No, de verdad. Tengo curiosidad por saber qué has hecho para conseguir ese coche tan lujoso.

Así que después de todo se había dado cuenta.

– Está bien, ¿no?

– ¿Cuánto te ha costado?

– Pues en realidad…

– Al mes, quiero decir -tomó una bocanada de oxígeno.

– Nada.

– Nada -repitió como si no entendiera.

– Nada. Trion paga el alquiler. Es uno de los incentivos de mi nuevo empleo. Respiró de nuevo.

– Un incentivo.

– Como el piso nuevo.

– ¿Te has mudado?

– Pensé que te lo había dicho. Ciento ochenta metros cuadrados en ese edificio nuevo, Harbor Suites. Y Trion se encarga de la hipoteca.

Otra bocanada de aire.

– ¿Estás orgulloso de todo esto?

Me sorprendió. Nunca antes lo había oído pronunciar esa palabra.

– Sí -dije, ruborizándome.

– ¿Orgulloso de que sean dueños de tu vida?

Debí haberlo visto venir.

– Nadie es dueño de mi vida, papá -dije de manera cortante-. Me parece que se llama «tener éxito». Busca el término. Lo encontrarás en el diccionario de ideas afines, está junto a «la vida en la cumbre», «suite ejecutiva» e «individuos de perfil alto».

No podía creer lo que me salía de la boca. Tanto tiempo quejándome de ser el más sufrido, y ahora estaba haciendo alarde de mi riqueza. «¿Ves lo que me obligas a hacer?»

Antwoine puso el periódico sobre la mesa y se disculpó prudentemente, fingiendo que tenía algo que hacer en la cocina.

Mi padre se rió con fuerza y se giró para mirarme:

– A ver si lo entiendo. -Chupó un poco más de oxígeno-. No eres dueño del coche, no eres dueño del piso. ¿A eso llamas incentivo? -Respiró-. Te diré lo que eso significa. Todo lo que te han dado te lo pueden quitar, y lo harán, ya lo creo que lo harán. Conduces un puto coche de la empresa, vives en una casa de la empresa, llevas el uniforme de la empresa, y nada de esto es tuyo. Tu vida no es tuya.

Me mordí el labio. Perder el control no traería nada bueno. El viejo se estaba muriendo, me dije por millonésima vez. Toma esteroides. Es un hombre infeliz y cáustico. Pero se me escapó, simplemente.

– ¿Sabes, papá? Hay padres que se sienten orgullosos del éxito de sus hijos.

Succionó. Sus diminutos ojos brillaban.

– ¿Eso es todo esto para ti, «éxito»? Cada vez me recuerdas más a tu madre, Adam.

– ¿Ah, sí? -Me dije: guárdatelo, controla tu ira, no pierdas el control. De lo contrario, él gana.

– Sí. Te pareces a ella. Eres igual de sociable que ella. Le caía bien a todo el mundo, encajaba en cualquier parte, habría podido casarse con un ricachón, le habría podido ir mejor en la vida. Y no creas que no me lo dijo. Esas reuniones de padres de familia, en Bartholomew Browning… se hacía la simpática con esos ricos de mierda, se vestía para ellos, prácticamente les ponía las tetas en la cara. ¿Crees que no me daba cuenta?

– Vale, papá. Muy bien, te felicito. Qué pena no ser un poco más como tú, ¿sabes?

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