Goddard negó con la cabeza. Parecía aturdido.
– El maldito mercado ha cambiado mucho. Todo es «e-esto», «i-aquello», toda la tecnología converge hacia un mismo punto. Es la era del todo-en-uno. Los consumidores no quieren tener una televisión y un aparato de vídeo y un fax y un ordenador y un equipo de sonido y un teléfono y un largo etcétera -dijo. Me miró con el rabillo del ojo. Era obvio que estaba soltando la idea sólo para ver qué opinaba yo-. El futuro está en la convergencia, ¿no cree usted?
Puse cara de escepticismo, respiré hondo y dije:
– La respuesta larga es… no.
Tras unos segundos de silencio, sonrió. Yo había hecho mis deberes. Había leído la trascripción de unos comentarios informales que Goddard había hecho el año anterior, en Palo Alto, en una de esas conferencias sobre tecnología del futuro. Había soltado una diatriba contra la «fiebre de las prestaciones», como la llamaba, y yo había memorizado sus palabras, pensando que podría usarlas en alguna reunión.
– Explíquese.
– No es más que una inflación de prestaciones. Echar capas de policromado a costa de la facilidad de uso, de la simplicidad, de la elegancia. Creo que todos nos estamos cansando de tener que presionar treinta y seis botones de veintidós mandos a distancia sólo para poder ver las noticias de la tarde. Creo que ahora mismo hay gente que se enfurece cada vez que enciende el coche y sale la señal de revise el motor, porque uno no es capaz de abrir el capó, simplemente, y revisarlo, no, uno tiene que llamar a un mecánico especializado que viene con su ordenador de diagnósticos y su título de ingeniero del MIT.
– Incluso si uno es fanático de los coches -dijo Goddard con sonrisa sarcástica.
– Así es. Además, todo este asunto de la convergencia es un mito, la palabra de moda, muy peligrosa si uno se la toma en serio. Mal negocio. El teléfono-fax de Canon fue un fracaso: un fax mediocre y un teléfono aún peor. Nadie ha visto una lavadora que converja con la secadora, ni un microondas que converja con el horno de gas. Nadie quiere una combinación microondas-nevera-cocina-televisión si lo único que desea es tener frías las Coca-Colas. Cincuenta años después de la invención del ordenador, ¿con qué ha convergido? Con nada. En mi opinión, toda esta basura de la convergencia es una nueva versión de la liebrélope.
– ¿La qué?
– La liebrélope. La creación mítica de un taxidermista chiflado, mezcla de una liebre y un antílope. Hay tarjetas postales por todo el oeste.
– Usted no tiene pelos en la lengua, ¿verdad?
– No cuando creo tener la razón, señor.
Dejó el archivo sobre la mesa y se recostó dé nuevo en su silla.
– ¿Y qué me dice de la vista cenital?
– ¿Señor?
– Trion en conjunto. ¿Tiene alguna otra opinión contundente?
– Varias, seguro.
– Bien, oigámoslas.
Wyatt solía pedir análisis competitivos de Trion, y yo me los había aprendido de memoria.
– Pues bien, Trion Medical Systems es un portafolio bastante robusto, tecnologías de primera clase en resonancia magnética, medicina nuclear y ultrasonidos, pero es un poco débil en servicios, como información para el paciente y gestión de activos.
Sonrió, asintió.
– De acuerdo. Continúe.
– La unidad de Soluciones Empresariales obviamente es una porquería, no tengo que decírselo, pero ahí están las piezas necesarias para una penetración en el mercado en toda regla, especialmente en servicios basados en teléfono Internet, en voz activada por circuito, en ethernet. Sí, soy consciente de que la fibra óptica pasa por un mal momento, pero el futuro está en los servicios de banda ancha, de manera que tenemos que aguantar. La división de Aeroespacio ha tenido un par de años bastante duros, pero sigue siendo un magnífico portafolio de productos informáticos.
– ¿Y la Electrónica de Consumo?
– Obviamente es nuestra principal área, razón por la cual vine a trabajar aquí. Es decir, nuestros reproductores de DVD de gama más alta vencen a los de Sony sin esfuerzo. Los teléfonos inalámbricos son sólidos, siempre lo han sido. Los móviles son los reyes: el mercado nos pertenece. Tenemos la marca, podemos cobrar hasta un treinta por ciento más por nuestros productos sólo por el hecho de que ponga Trion en la etiqueta. Pero lo cierto es que hay demasiados puntos débiles.
– ¿Por ejemplo?
– Por ejemplo, es absurdo que no tengamos una forma de acabar con Blackberry. Los sistemas de comunicación inalámbrica deberían ser terreno nuestro. En cambio, estamos cediendo espacio a RIM y a Handspring y a Palm. Necesitamos un sistema inalámbrico de última generación.
– Estamos trabajando en ello. Hay un producto bastante interesante en la sala de espera.
– Buena noticia -dije-. La verdad, me parece que se nos está escapando el tren en cuanto a tecnología y productos para transmitir música y vídeo digital a través de Internet. Deberíamos concentrarnos en Investigación y Desarrollo, tal vez con empresas asociadas. Veo ahí un inmenso potencial de generación de ingresos.
– Creo que tiene razón.
– Y perdóneme por decirlo, pero me parece casi patético que no tengamos una línea seria de productos para niños. Fíjese en Sony: la consola PlayStation puede hacer la diferencia entre números rojos y números negros en según qué épocas. La demanda de ordenadores y electrodomésticos parece bajar cada dos años, ¿no? Aquí luchamos contra fabricantes de Taiwán y Corea del Sur, libramos guerras de precios en artículos como monitores de cristal líquido, vídeo digital y teléfonos móviles: todo eso es parte de la vida. Así que deberíamos vender para niños, ya que a los niños no les importa la recesión. Sony tiene su PlayStation, Microsoft tiene su Xbox, Nintendo tiene GameCube, pero ¿qué tenemos nosotros en el área de videojuegos? Cero coma cero. En una línea de productos orientada al consumidor, esto es una debilidad de talla mayor.
Otra vez se había erguido sobre su asiento, y había una sonrisa críptica en su cara arrugada.
– ¿Qué le parecería hacerse cargo de la reforma del Maestro?
– Nora manda ahí. Francamente, no me sentiría cómodo.
– Usted estaría a sus órdenes.
– No sé si le gustaría.
Su sonrisa se torció.
– Se le pasaría en un par de días. Nora sabe cuál es la mano que la alimenta.
– Por supuesto que no voy a oponerme, señor, pero creo que sería malo para la moral.
– Bien, y entonces ¿qué le parecería venir a trabajar para mí?
– ¿No es eso lo que hago?
– Quiero decir aquí, en el séptimo piso. Asistente especial del presidente en Estrategias de Nuevos Productos. Responsable con firma ante la unidad de Tecnologías Avanzadas. Le daría una oficina en este corredor. Eso sí, no más grande que la mía. ¿Le interesa?
No podía creer lo que oía. Creí que iba a estallar de excitación nerviosa.
– Claro que sí. ¿Estaría a sus órdenes?
– Así es. ¿Trato hecho?
Sonreí lentamente. Ya que estamos, pensé.
– Creo, señor, que a más responsabilidad, más dinero, ¿no es así?
Soltó una carcajada.
– ¿Ah, sí?
– Me gustaría recibir los cincuenta mil adicionales que debí haber pedido cuando entré a trabajar aquí. Y quisiera recibir cuarenta mil más en opciones de compra de acciones.
Se rió de nuevo: un jo-jo robusto, casi al estilo Papá Noel.
– Qué cojones, jovencito.
– Gracias.
– Le diré lo que haremos. No le voy a dar los cincuenta mil más, porque no creo en los «incrementos». Voy a doblar su sueldo. Más los cuarenta mil en opciones. Así se sentirá obligado a ir de culo por mí.
Me mordí el labio para no soltar un grito. ¡Dios mío!
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