Joseph Finder - Paranoia

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Adam Cassidy tiene veintiséis años y odia su empleo miserable en una compañía tecnológica, pero su vida cambia por completo cuando le ofrecen convertirse en espía infiltrado en la Trion Systems, el principal competidor de su empresa. Sus superiores le preparan, le proporcionan información sobre su nueva empresa y, en cuanto empieza a trabajar en ella, se convierte en empleado estrella ascendiendo rápidamente a puestos de gran responsabilidad. Ahora su vida es perfecta: adora su trabajo, conduce un Porsche y tiene una novia que quita el sueño; lo único que tiene que hacer para mantener las cosas como están es traicionar a todos los que le rodean.
«Ha llegado el nuevo Grisham… Paranoia es un thriller magistralmente narrado y tremendamente absorbente» People Magazine

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Chad se aclaró la voz y dijo:

– Vamos, Adam, mira las investigaciones de mercado. La seguridad de datos está en el puesto setenta y cinco de la lista de prioridades de los consumidores -sonrió-. A menos que pienses que el consumidor promedio es Austin Powers, Hombre Internacional del Misterio.

Hubo risillas en el extremo lejano de la mesa. Sonreí con amabilidad.

– No, Chad, tienes razón: al consumidor medio no le interesa la seguridad de datos. Pero no hablo del consumidor medio. Hablo de los militares.

– Los militares -Goddard ladeó una ceja.

– Adam -interrumpió Nora con voz plana, de advertencia.

Goddard movió una mano hacia ella.

– No, quiero oír esto. ¿Los militares, dices?

Respiré hondo, traté de no parecer tan asustado como estaba.

– Mire, el Ejército, la Fuerza Aérea, los canadienses, los ingleses, todas las instalaciones de defensa de Estados Unidos, el Reino Unido y Canadá, acaban de revisar su sistema de comunicaciones, ¿no es cierto?

Saqué recortes de Defense News, Federal Computer Week -esas revistas que siempre tengo a mano en mi piso, ¿no?- y las sostuve en el aire. Sentía que me temblaba la mano y esperé que nadie lo notara. Wyatt me había preparado para esto, y esperé tener detalles correctos.

– Se llama Sistema de Mensajes de Defensa, SMD. El sistema de mensajes de alta seguridad para millones de funcionarios de defensa de todo el mundo. Todo se hace vía ordenadores personales, y el Pentágono está desesperado por algo inalámbrico. Imagínese la diferencia que eso haría: acceso inalámbrico, remoto y seguro a datos confidenciales y a comunicaciones, con autentificación de remitentes y destinatarios, cifrado de principio a fin, protección de la información, integridad de los mensajes. ¡Nadie posee todavía este mercado!

Goddard inclinó la cabeza, escuchando con atención.

– Y el Maestro es el producto perfecto para este espacio. Es pequeño, robusto, prácticamente indestructible y totalmente fiable. De esta forma tomamos algo negativo y lo convertimos en positivo: el hecho de que el Maestro sea tecnología anticuada, heredada, es un plus para los militares, pues es totalmente compatible con esos protocolos de transferencia inalámbrica suyos, que tienen ya cinco años. Sólo necesitamos añadir seguridad de datos. El costo es mínimo, y el mercado potencial es inmenso, realmente gigantesco.

Goddard me miraba fijamente, aunque yo no lograba saber si le había causado buena impresión o si pensaba que me había vuelto loco. Continué:

– Así que en lugar de intentar maquillar este producto viejo y francamente inferior, le cambiamos el mercado. Le ponemos encima una cubierta rígida, le metemos cifrados de seguridad, y nos hacemos de oro. Si nos movemos con rapidez, seremos los dueños de este nicho del mercado. Olvídense de la cancelación de cincuenta millones. Ahora estamos hablando de cientos de millones en ingresos adicionales al año.

– Dios mío -dijo Camilletti desde su extremo de la mesa. Estaba garabateando notas sobre un bloc.

Goddard comenzó a asentir, primero despacio, luego con más fuerza.

– Muy intrigante -dijo. Se dirigió a Nora-. ¿Cómo dices que se llama? ¿Elijah?

– Adam -dijo Nora con brusquedad.

– Gracias, Adam -dijo-. Eso no ha estado nada mal.

No me lo agradezcas, pensé. Dale las gracias a Nick Wyatt.

Y entonces sorprendí a Nora mirándome con expresión de puro y manifiesto odio.

Capítulo 34

La decisión oficial nos llegó por correo electrónico antes de la comida: Goddard había ordenado una suspensión de la sentencia contra el Maestro. Se le ordenaba al equipo del Maestro que presentara una propuesta de reforma y reembalaje que cumpliera los requerimientos del Ejército. Mientras tanto, Relaciones Gubernamentales de Trion comenzaría a negociar un contrato con el Departamento de Adquisición y Logística de Sistemas de Información para la Defensa del Pentágono.

Traducción: la habíamos clavado. No sólo habían sacado el producto de Cuidados Intensivos, sino que le habían hecho un trasplante de corazón y una completa transfusión sanguínea.

Y la mierda había llegado hasta el techo.

Estaba en el baño de hombres, parado frente al urinario y bajándome la bragueta, cuando entró Chad, caminando con desparpajo. Me había dado cuenta de que Chad parecía entender, por una especie de sexto sentido, que yo era un orinador tímido. Siempre me seguía al baño para hablar del trabajo o de deportes, y efectivamente se me cerraba el chorro. Esta vez llegó hasta el urinario de al lado con la cara iluminada, como si le diera gusto verme. Oí cómo se bajaba la bragueta y la vejiga se me quedó atornillada. Volví a poner la mirada sobre los azulejos que había encima del urinario.

– Buen trabajo, campeón -dijo-. ¡Así se suben puestos! -Sacudió lentamente la cabeza, hizo un ruido como de escupitajo. Su orina salpicó ruidosamente el pequeño rombo del fondo del urinario-. Dios mío.

Rezumaba sarcasmo. Había cruzado una línea invisible: ni siquiera se molestaba en disimular.

Pensé: ¿Podrías irte ya, para que pueda hacer mis necesidades?

– He salvado el producto -señalé.

– Sí, y al hacerlo has quemado a Nora. ¿Valía la pena, a cambio de marcarte unos cuantos puntos ante el presidente, a cambio de un poco de protagonismo? Aquí no funciona así, tío. Acabas de cagarla.

Se sacudió, se subió la bragueta y salió del lugar sin lavarse las manos.

Cuando regresé a mi cubículo, me había llegado un mensaje de Nora.

– Nora -dije al entrar a su oficina.

– Adam -dijo suavemente-. Siéntese, por favor.

Estaba sonriente: una sonrisa triste, amable. Era un mal presagio.

– Nora, ¿puedo decir…?

– Adam, como usted sabe, una de las cosas que nos enorgullece en Trion es tratar de adecuar el trabajador a su trabajo: asegurarnos de que nuestra gente de más alto potencial siempre reciba las responsabilidades que mejor le convengan. -Sonrió de nuevo y sus ojos brillaron-. Es por eso que acabo de solicitar una transferencia, y le he pedido a Tom que le dé prioridad.

– ¿Una transferencia?

– Estamos muy impresionados con su talento, su inventiva, la profundidad de sus conocimientos. La reunión de esta mañana lo ilustró todo muy bien. Creemos que alguien de su calibre podría hacer mucho bien en nuestro complejo RTP. Allí, un jugador como usted, un jugador con espíritu de equipo, le sería muy útil a la unidad de administración de suministros.

– ¿RTP?

– Nuestra oficina satélite en el Research Triangle Park. [12]En Raleigh-Durham, Carolina del Norte.

– ¿Carolina del Norte? -¿Era posible lo que estaba oyendo?-. ¿Está usted hablando de transferirme a Carolina del Norte?

– Adam, lo dice como si fuera Siberia. ¿Ha estado alguna vez en Raleigh-Durham? Es una zona bellísima, de verdad.

– Yo… Pero no me puedo mudar, tengo responsabilidades aquí, tengo…

– Reubicación Laboral lo coordinará todo por usted. Cubrirán todos los gastos de la mudanza, dentro de límites razonables, claro. Ya he puesto el asunto en marcha con los de Recursos Humanos. Toda mudanza es un poco problemática, por supuesto, pero ellos lo hacen de forma sorprendentemente indolora. -Sonrió de oreja a oreja-. ¡Le va a encantar ese sitio, y usted les va a encantar a ellos!

– Nora -dije-, Goddard me pidió mi más honesta opinión, y a mí me gusta mucho todo lo que usted ha hecho con la línea Maestro, no iba a negarlo. Lo último que quería era contrariarla.

– ¿Contrariarme? -dijo-. Al contrario, Adam: agradecí mucho su intervención. Sólo que hubiera preferido que compartiera sus ideas conmigo antes de la reunión. Pero todo eso es cosa del pasado. Se nos aproximan cosas mejores y más grandes. ¡Y a usted también!

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