Joseph Finder - Paranoia

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Adam Cassidy tiene veintiséis años y odia su empleo miserable en una compañía tecnológica, pero su vida cambia por completo cuando le ofrecen convertirse en espía infiltrado en la Trion Systems, el principal competidor de su empresa. Sus superiores le preparan, le proporcionan información sobre su nueva empresa y, en cuanto empieza a trabajar en ella, se convierte en empleado estrella ascendiendo rápidamente a puestos de gran responsabilidad. Ahora su vida es perfecta: adora su trabajo, conduce un Porsche y tiene una novia que quita el sueño; lo único que tiene que hacer para mantener las cosas como están es traicionar a todos los que le rodean.
«Ha llegado el nuevo Grisham… Paranoia es un thriller magistralmente narrado y tremendamente absorbente» People Magazine

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Me dio un apretón triturador.

– Adam, soy Tom Lundgren.

– Mucho gusto.

– El gusto es mío. He oído hablar muy bien de usted.

Sonreí, me encogí modestamente de hombros. Lundgren ni siquiera llevaba corbata, pensé, y yo parecía el director de una funeraria. Judith Bolton me había advertido que eso podía pasar, pero dijo que era mejor ir a una entrevista demasiado elegante que vestido de manera informal. Era una señal de respeto, etcétera.

Se sentó a mi lado y se giró hacia mí. Stephanie cerró la puerta suavemente al salir.

– Me imagino que el trabajo en Wyatt es muy intenso, ¿no?

Tenía los labios delgados, muy delgados, y una sonrisa rápida que aparecía y desaparecía constantemente. Tenía la cara irritada, colorada, como si jugara demasiado al golf o tuviera rosácea o algo así. Su pierna derecha se movía como un pistón. Era un atado de energía nerviosa, un ganglio; parecía llevar una sobredosis de cafeína, y me hizo comenzar a hablar rápido. Entonces recordé que era mormón y no bebía cafeína. No me gustaría encontrármelo después de una taza de café, pensé. Una taza de café lo pondría probablemente en órbita.

– Así es como me gusta -dije.

– Me alegro. A nosotros también. -Su sonrisa apareció, desapareció-. Yo creo que aquí hay más gente clase A que en cualquier otra parte. Todos llevamos un ritmo más acelerado. -Destapó la botella de agua y bebió un sorbo-. Siempre digo que Trion es un gran sitio para trabajar si estás de vacaciones. Tienes tiempo para responder los correos electrónicos, los mensajes de voz, terminar mil cosas distintas, pero caramba, si te tomas un descanso, pagas el precio. Después vuelves, te encuentras con el correo lleno, te exprimen como una uva.

Asentí, sonreí con aire conspirador. Incluso a un encargado de marketing en una gran empresa tecnológica le gusta hablar como si fuera ingeniero, así que respondí en esos términos.

– Sé de qué me habla -le dije-. Tienes tantos ciclos, debes decidir en qué los gastas.

Estaba imitando su lenguaje corporal, casi remedándolo, pero él no parecía darse por enterado.

– Exactamente. Bien, ahora mismo no estamos en etapa de contrataciones. Nadie está en etapa de contrataciones. Pero uno de nuestros directores de nuevos productos acaba de ser transferido repentinamente.

Asentí de nuevo.

– Lo del Lucid es genial. De verdad le salvó la vida a Wyatt durante un trimestre más bien pobre. Es invento suyo, ¿no?

– De mi equipo, en cualquier caso.

Eso pareció gustarle.

– Bien, pues debe usted ser bueno, ya que ha logrado pasar de la puerta aquí.

– Eso no lo sé. Trabajo duro y me gusta lo que hago, y me encontré en el lugar adecuado en el momento adecuado.

– Es usted demasiado modesto.

– Tal vez.

Sonreí. Se lo creía todo. Se había tragado la falsa modestia y el tono directo.

– ¿Cómo lo hizo? ¿Cuál es el secreto?

Fruncí los labios y solté un soplo de aire, como si me acordara de una maratón en la que había corrido. Sacudí la cabeza.

– No hay secretos. Trabajo de equipo. Lograr consenso, motivar a la gente.

– Sea más preciso.

– Para ser honesto, la idea básica fue producir algo para eliminar al Palm. -Me refería al PDA inalámbrico de Wyatt, el que enterró a los Palm Pilots-. En las primeras sesiones de planificación conceptual, reunimos un grupo polifuncional: ingenieros, marketing, DI de adentro, DI de afuera -DI es la jerga para referirse a los diseñadores industriales. Estaba de suerte; conocía esta respuesta de memoria-. Miramos el estudio de marketing, los fallos del producto de Trion. Lo mismo hicimos con Palm, Handspring, Blackberry.

– ¿Y cuál era el error de nuestro producto?

– La velocidad. El inalámbrico es una porquería. Pero eso usted lo sabe.

Era una pulla cuidadosamente planeada: Judith se había bajado de la web unas declaraciones demasiado sinceras que Lundgren había hecho en conferencias industriales, en las cuales confesaba esas cosas. Lundgren criticaba con virulencia los esfuerzos de Trion cuando no llegaban a su objetivo. Mi franqueza era un riesgo calculado de parte de Judith. A partir del estudio del estilo ejecutivo de Lundgren, Judith había concluido que este hombre despreciaba a los aduladores, le gustaba la conversación directa.

– Correcto -dijo. Me sonrió durante un milisegundo.

– La cuestión es que contemplamos toda una serie de posibilidades. Qué buscaría realmente una madre que va a ver los partidos de sus hijos, un ejecutivo de una compañía, un capataz de construcción. Hablamos de características, configuración física, todo eso. Las discusiones eran bastante informales. Mi gran aportación fue la elegancia del diseño unida a la simplicidad.

– Me pregunto si no se habrán escorado demasiado hacia el lado del diseño, sacrificando funcionalidad -dijo Lundgren.

– ¿Qué quiere decir?

– Falta de un puerto para flash. Desde mi punto de vista, es la única carencia importante del producto.

Era un buen lanzamiento. Valía la pena batearlo.

– Estoy totalmente de acuerdo. -Me había preparado perfectamente con historias acerca de «mis» éxitos y mis falsos fracasos, que manejaba tan bien que parecían batallas victoriosas-. Una metedura de pata. Definitivamente, ésa fue la característica más importante que acabó sacrificada. Estaba en el proyecto general, pero hacía que la configuración física se saliera de nuestras intenciones, así que acabó echada por la borda en mitad del proceso.

Toma ya.

– ¿Y se va a hacer algo en la siguiente generación?

Negué la cabeza.

– Lo siento, no puedo hablar de ello. No es un capricho jurídico; conmigo, es cuestión de moral. Cuando uno da su palabra, tiene que significar algo. Si para usted es problema…

Me sonrió con una sonrisa que parecía genuina y apreciativa. Pensé: la he clavado.

– Ningún problema. Yo eso lo respeto. Alguien que filtrara información propiedad de su última empresa, me haría lo mismo después.

Noté las palabras «última empresa». Lundgren acababa de firmar; se había delatado.

Sacó el buscador y lo consultó rápidamente. Había recibido varias llamadas -lo tenía en modo silencioso, con vibrador-, mientras hablábamos.

– No necesito quitarle más tiempo, Adam. Quiero presentarle a Nora.

Capítulo 10

Nora Sommers era rubia, rozaba los cincuenta años, y tenía los ojos muy abiertos y observadores. Tenía el aspecto carnívoro de un animal de manada salvaje. Tal vez me influenciaba su expediente, que la describía como implacable y tiránica. Era directora, líder del equipo del proyecto Maestro, una especie de imitación del Blackberry que estaba a punto de irse al traste. Tenía fama de convocar reuniones a las siete de la mañana. Nadie quería estar en su equipo, razón por la cual les costaba trabajo llenar la vacante con alguien de adentro.

– No debe de ser muy agradable trabajar para Nick Wyatt -comenzó.

No era necesario que Judith Bolton me dijera que uno nunca se queja de su anterior jefe.

– La verdad -dije- es que es muy exigente, pero me hizo sacar lo mejor que había en mí. Es un perfeccionista. No tengo más que admiración por él.

Asintió con prudencia, sonrió como si yo hubiera escogido la respuesta correcta de una pregunta tipo test.

– Alimenta la ambición, ¿eh?

¿Qué esperaba, que dijera la verdad sobre Nick Wyatt? ¿Que era un zafio y un gilipollas? De ninguna manera. Me extendí un poco más:

– Trabajar en Wyatt es como ganar diez años de experiencia en un año de trabajo. En lugar de un año de experiencia en diez años de trabajo.

– Buena respuesta -dijo-. Me gusta que mi gente de marketing trate de convencerme. Es un componente clave en la lista de talentos. Si me pueden convencer a mí, pueden convencer al Journal.

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