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Stella Rimington: La invisible

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Stella Rimington La invisible

La invisible: краткое содержание, описание и аннотация

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La impactante novela escrita por la directora del servicio de inteligencia británico. Cuando la agente Liz Carlyle se dirige a la reunión semanal del servicio de antiterrorismo del MI5 -el servicio de inteligencia británico- no puede imaginarse la noticia que va a abrir la mañana: el Sindicato Islámico del Terror puede estar preparando a un invisible, un terrorista originario del país objetivo, en este caso Gran Bretaña. Carlyle y su equipo se embarcarán en una carrera contra el reloj para evitar un atentado terrorista en Inglaterra. El personaje de M, jefa de James Bond, está claramente inspirado en Stella Rimington.Con sus novelas, Rimington nos da una visión realista del trabajo de los servicios de inteligencia británicos.

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– Nada que vaya a ocuparnos demasiado tiempo esta mañana. ¿Cómo está su madre?

– Molesta porque no hace suficiente frío -contestó Liz-. Quiere que las heladas maten las malas hierbas.

– No hay nada como una buena helada, aborrezco esta uniformidad de las estaciones. -Se atusó el cabello gris-. Parece que el Seis nos traerá alguien nuevo, uno de sus hombres de Pakistán.

– ¿Alguien que conozcamos?

– Mackay. Bruno Mackay.

– ¿Y qué se cuenta del señor Mackay?

– Es un antiguo alumno de Harrow.

– Conozco un viejo chiste sobre Harrow. Una mujer entra en una habitación donde hay tres ex alumnos de prestigiosos colegios. El de Eton le pregunta si desea sentarse, el de Winchester le ofrece una silla y el de Harrow…

– … se sienta en la silla -terminó Wetherby con una ligera sonrisa-. Exacto.

Liz volvió a concentrarse en el río, agradecida por contar con un superior con el que poder intercambiar bromas. En la ribera opuesta del Támesis vislumbraba los oscuros muros del palacio Lambeth. ¿Sabría Wetherby algo acerca de Mark? Casi seguro. Lo sabía casi todo sobre ella.

– Creo que por fin estamos todos -susurró él, mirando por encima del hombro de Liz.

El MI6 estaba representado por Geoffrey Fane, su coordinador de Operaciones Contraterroristas y por el recién llegado Bruno Mackay. Se estrecharon las manos, y Wetherby se movió por la sala en dirección a las puertas. Cada asistente tenía un resumen de los informes del fin de semana de los servicios secretos extranjeros.

Mackay recibió una ceremoniosa bienvenida a Thames House y fue presentado oficialmente al equipo. Wetherby informó que el agente del MI6 acababa de volver de Islamabad, donde era un jefe de sección muy valorado.

Mackay alzó las manos con modestia. Bronceado y de ojos grises, su traje de franela hablaba de Savile Row y le daba un toque glamuroso a aquella reunión generalmente anodina. Mientras se inclinaba hacia delante para replicar a Wetherby, Geoffrey Fane lo contempló con fría aprobación. Era obvio que había invertido ciertos esfuerzos en maniobrar para que el joven fuera incluido en el equipo.

A Liz, imbuida de la sobria y desaprobadora cultura de Thames House, Mackay le parecía ligeramente prepotente. Para un hombre de su edad, y no podía tener más de treinta y dos o treinta y tres años, era demasiado ostentoso. Su buen aspecto -bronceado profundo, mirada con un exacto tono de gris, nariz y boca esculpidas- resultaba en exceso enfático. Era un individuo que la gente indudablemente recordaría, y cada gramo de su experiencia profesional se rebelaba contra esa idea. Por un momento, y aunque manteniendo su rostro vacío de toda expresión, sus ojos se encontraron con los de Wetherby.

Cumplidas las cortesías, el grupo empezó a repasar los informes recibidos del extranjero. Geoffrey Fane fue el primero en hablar. Alto y aquilino -Liz siempre había pensado que era como una garza listada-, Fane había hecho su carrera en el Departamento de Oriente Próximo del MI6, donde consiguió una reputación de despiadada firmeza. El campo que dominaba era el SIT (Sindicato Islámico del Terror), el nombre genérico que utilizaban para grupos como Al Qaeda, la Yihad Islámica, Hamás y la miríada de grupúsculos que compartían su ideología y sus métodos de actuación.

Cuando terminó, desvió su patricia mirada hacia su joven colega. Inclinándose hacia delante, Bruno Mackay se estiró los puños de la camisa y leyó sus notas:

– Si puedo volver brevemente al terreno que mejor conozco, nuestro enlace paquistaní nos ha informado que han descubierto a Dawood al Safa. Su informe sugiere que Safa visitó un campo de entrenamiento cerca de Takht-i-Suleiman, en la zona tribal situada al noroeste del país, y puede que mantuviera contactos con un grupo conocido como Hijos del Paraíso, que se sospecha involucrado en el asesinato de un guardia de la embajada estadounidense en Islamabad hace seis meses.

Ante la aguda irritación de Liz, Mackay pronunciaba los nombres islámicos de una forma que dejaba claro que hablaba el árabe con fluidez. «¿Qué le pasa a esa gente? -se preguntó-. ¿Por qué se creen T. E. Lawrence o el Ralph Fiennes de El paciente inglés ?» Un guiño cómplice de Wetherby le informó que compartía sus sentimientos sobre aquel tema.

– La sensación que tenemos en Vauxhall es que su actividad resulta muy significativa -seguía Mackay cortésmente-. Por dos razones. Una, el papel principal de Safa es el de cartero, mueve dinero entre Riad y los grupos terroristas asiáticos; y cuando entra en juego es que están preparando algo desagradable. Y dos, los Hijos del Paraíso es uno de los pocos grupos del SIT que admite caucásicos en sus filas. Un informe de la inteligencia paquistaní de hace unos seis meses indicó la presencia en el campo de entrenamiento, y cito textualmente, de dos, quizá tres individuos de aspecto claramente occidental.

Extendió frente a él unos dedos manicurados y bronceados que apoyó sobre la mesa.

– Nuestra preocupación, y así se lo hemos comunicado este fin de semana a todas nuestras delegaciones, es que la oposición pueda estar preparando un invisible…

Dejó la frase suspendida en el aire unos segundos. La calculada teatralidad de la revelación no disminuyó su impacto. Un «invisible» era el nombre dado por la CIA a la peor pesadilla de un servicio de inteligencia: un o una terrorista que, gracias a pertenecer a la etnia nativa del país objetivo, podía cruzar sus fronteras impunemente, moverse por todo su territorio sin levantar ninguna sospecha e infiltrarse con facilidad en sus instituciones. Un «invisible» era la peor noticia posible.

– De ser ése el caso -prosiguió Mackay-, sugerimos que se incluya a Inmigración en este grupo.

El hombre del Ministerio del Interior frunció el ceño:

– ¿Cuál suponen que puede ser su objetivo y en qué fecha piensan atentar contra él? Probablemente tendremos que elevar el nivel de alerta de seguridad a rojo en los edificios gubernamentales, pero eso provocará problemas administrativos y no quiero precipitarme.

Mackay echó un vistazo a sus notas.

– Pakistán asegura estar revisando todas las listas de los pasajeros que salen del país, con especial énfasis en… veamos, turistas de menos de treinta y cinco años que no hayan viajado por negocios y cuya estancia no se haya prolongado más de treinta días. Poca cosa, como ven, así que no están mucho por la labor. Ni idea de cuál puede ser el objetivo, pero mantendremos los ojos bien abiertos. -Levantó la vista hacia Wetherby para después desviarla hacia Liz-. Y necesitaremos estar en permanente contacto con los informantes que hayamos logrado infiltrar entre sus filas en ese país.

– Eso ya lo estamos haciendo -aseguró Wetherby-. Si oyen algo, lo que sea, nos informarán, pero de momento… -miró interrogativamente al representante de la Sede de Comunicaciones Gubernamentales, que mantenía sus labios sellados- hemos tenido cierto ruido de fondo, quizás un poco más alto de lo normal pero nada concreto, nada que se acerque siquiera a algo que pudiera asociarse con una operación de envergadura.

Liz echó un disimulado vistazo a la sala. Los agentes del Cuerpo Especial se mantenían en silencio, como de costumbre. Su actitud habitual solía ser la de hombres muy ocupados que malgastan su valioso tiempo en una tertulia de Whitehall; ahora, en cambio, ambos estaban erguidos y atentos.

Sus ojos se encontraron con los de Mackay, que no sonrió ni apartó la mirada, sino que la mantuvo firme. Liz siguió escaneando visualmente la sala, pero sabía que el agente del MI6 mantenía los ojos fijos en ella, sentía la lenta y fría quemadura de su mirada.

A su vez, Wetherby -con sus cansados y olvidables rasgos inexpresivos- vigilaba a Mackay. El circuito se mantuvo durante unos largos y tensos momentos, hasta que Fane hizo una pregunta genérica acerca de los agentes del MI5 infiltrados en las comunidades islámicas militantes del Reino Unido.

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