John Gardner - Nadie Vive Enternamente

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Durante años, May, el ama de llaves escocesa de James Bond, ha sido la única constante de su agitada existencia. Pero May tiene gravemente dañado el pulmón izquierdo, lo cual provoca en el superagente un paroxismo de preocupación casi filial. Primero un gran especialista londinense y luego la convalecencia en una carísima clínica alemana tranquilizan la conciencia de Bond, pero no consiguen acallar la cáustica lengua del ama de llaves. Bond ha sido advertido de que, en caso de negarse a “colaborar”, la mujer corre el peligro de no celebrar su próximo cumpleaños.
Un incidente en el transbordador del Canal de la Mancha -cuando el buque permanece detenido mientras se busca a un par de jóvenes que, al parecer, han caído por la borda- pone inexplicablemente nervioso al famoso superagente. Y pocas horas después de su desembarco en un puerto belga, se produce el primer movimiento de un desconcertante y mortífero juego del gato y el ratón, en el que la presa es precisamente James Bond. ¿Cuál podrá ser el objetivo de la venganza personal tramada por un atacante que Bond no logra identificar?
Nunca los mecanismos de defensa del superagente 007 han sido sometidos a más dura prueba que en el momento en que comprende que se ha puesto precio a su cabeza…

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Le pareció oír ruido al otro lado de la puerta y acercó el oído al duro metal, tratando de captar el más leve rumor. Comprendió casi por intuición que alguien se acercaba a la puerta.

Se tendió rápidamente en la cama y oyó que abrían y volvían a cerrar la mirilla. Contó cinco minutos y sacó la caja de herramientas, dejando ocultos de momento los explosivos y los detonadores. Por segunda vez descerrajó la puerta y, al abrirla, vio que la cámara estaba casi a oscuras; sólo estaba encendida una lamparilla de noche a cuya luz pudo distinguir la cama electrónica de Tamil Rahani.

Cruzó rápidamente la cámara. Rahani seguía durmiendo. Bond tocó el mando electrónico de la cama, descubrió que el hilo salía de debajo del colchón y lo siguió hasta debajo de la cama. Exhaló un suspiro de alivio y regresó a la celda para recoger la caja de herramientas, los explosivos y la linterna de precisión.

Se deslizó rápidamente bajo la cama, boca arriba, y buscó la cajita del sensor eléctrico que permitía subir y bajar la cabecera de la cama de Rahani. El hilo llegaba hasta una caja de distribución fijada más o menos en el centro de la parte inferior de la cama. De ella partía un cable eléctrico conectado a un enchufe de la pared. De la caja de distribución salían varios hilos hasta los distintos sensores que levantaban la cama en distintos ángulos. A Bond le interesaban de un modo especial los hilos que conectaban la caja de distribución con el sensor de la cabecera. Estirando cautelosamente el brazo, cerró el interior de la pared y empezó a trabajar con los hilos del sensor de la cabecera.

Primero los cortó y les quitó aproximadamente un centímetro de su revestimiento de plástico. A continuación reunió todos los explosivos de plástico que llevaba consigo, los colocó en contacto con el canto del sensor e insertó finalmente el detonador electrónico con los dos hilos colgando.

Ahora ya sólo tenía que trenzar los hilos igual que antes, pero añadiendo un tercer hilo a cada par: los hilos del detonador. En la caja de herramientas había un pequeño rollo de cinta aislante de anchura no superior a la de una cerilla plana. Tardó un poco, pero consiguió aislar las distintas series de hilos para que ninguno pudiera rozar con otro en caso de que alguien moviera la cama.

Por fin, recogió el contenido de la caja de herramientas, volvió a abrir el interruptor, regresó a la celda, cerró la puerta con las ganzúas y escondió, una vez más, la caja de herramientas.

La cantidad relativamente exigua de explosivos estallaría en cuanto alguien pulsara el botón para levantar la cabecera. Cuando el plan diera resultado -si es que lo daba, cosa de la que no estaba muy seguro-, tendría que actuar con la rapidez de un rayo. Ahora sólo podía esperar.

Transcurrió una eternidad antes de que oyera de repente el rumor de la llave en la cerradura de la puerta. El guardián rubio llamado Fin apareció vestido de etiqueta y con guantes blancos. A su espalda y a la derecha, el calvo, también de frac, llevaba una pesada bandeja de plata. Querían hacer las cosas por todo lo alto, pensó Bond. Su cabeza sería presentada al moribundo Tamil Rahani sobre una bandeja de plata, como en los viejos mitos y leyendas.

Detrás del calvo se encontraba Nannie Norrich. Bajo la intensa iluminación, Bond la vio por primera vez tal como era de verdad. Llevaba un largo vestido oscuro, el cabello suelto y el rostro tan maquillado que más parecía una prostituta que la encantadora mujer que él creía haber conocido. Su sonrisa sólo era el reflejo de su perversidad.

– Madame la Guillotine te espera, James Bond -le dijo.

Bond echó los hombros hacia atrás y salió a la cámara, echando un rápido vistazo a su alrededor. Las puertas correderas estaban abiertas y en este instante vio algo que antes le había pasado por alto: una pequeña contraventana en la pared, abierta en aquellos momentos, permitía ver un panel idéntico al del pasillo.

Otros dos corpulentos individuos se habían incorporado al grupo y permanecían de pie junto a la puerta con rostro impasible; uno de ellos iba armado con una pistola y el otro, con la Uzi. Otros dos sujetos, también armados, se encontraban de pie junto al lecho de Rahani, al igual que el doctor McConnell y su enfermera.

– Te está esperando -dijo Nannie.

Bond avanzó otro paso y pensó: «No ha dado resultado». En aquel momento se oyó la débil voz de Rahani desde la cama:

– Ver… -gimoteó-, lo quiero ver. Levántenme. ¡Levántenme! -repitió más fuerte.

Los ojos de Bond recorrieron una vez más el grupo. La mano de la enfermera se acercó al mando.

Bond vio, como en un primer plano, los dedos de la mujer pulsando el botón que iba a levantar la cabecera de la cama. Después, de repente, estalló el infierno.

19 Muerte y destrucción

Por espacio de unos segundos, Bond no estuvo muy seguro de haber oído la explosión, a pesar de la violenta ráfaga de aire caliente que le arrojó hacia atrás. Después de la llamarada, fue como si alguien le hubiera tapado los oídos con las manos.

El tiempo pareció detenerse. Todo adquirió la consistencia de un sueño visto en cámara lenta. En realidad, los acontecimientos se desarrollaban a gran velocidad y dos ideas martilleaban, una y otra vez, en la mente de Bond: sobrevivir y salvar a May y Moneypenny.

Vio los restos de la cama de Rahani ardiendo en el más distante rincón de la derecha. Del propio Rahani no quedaba nada. Diversos fragmentos de su cuerpo se habían esparcido sobre el médico, la enfermera y los dos guardias que se encontraban cerca de donde se produjo la explosión. Bond vio que el médico se inclinaba de súbito hacia las llamas que ardían en el lugar antes ocupado por la cama. La enfermera se encontraba de pie petrificada con la cabeza echada hacia atrás y la ropa arrancada de su cuerpo quemado. De su boca se escapó un prolongado grito estrangulado antes de caer asimismo sobre las llamas.

Los dos guardianes habían sido levantados del suelo y lanzados al otro lado de la estancia; uno, hacia la guillotina y el otro, con un brazo medio arrancado y colgando, hacia el hombre de la Uzi que se encontraba de pie junto a la puerta y que, al recibir el golpe, cayó hacia atrás y extendió el brazo, soltando el arma. Esta resbaló por el suelo y se detuvo frente a la guillotina, precisamente al otro lado de Bond. El cuarto hombre no parecía haber sufrido ningún daño, pero estaba aturdido y la pistola se le cayó de la mano y resbaló dando vueltas hacia Bond.

Bond, en cuanto vio que la enfermera acercaba la mano al mando, retrocedió hacia la celda. Le silbaban los oídos y tenía la visión borrosa, pero se había salvado de la explosión. En este momento, sin poder ver ni oír todavía con normalidad, salió automáticamente de la celda y permaneció de pie como hipnotizado mientras la pistola se deslizaba hacia él. Luego se puso cuerpo a tierra, asió el arma y empezó a rodar por el suelo y a disparar, primero contra el restante guardián junto a la puerta y después contra Fin y el calvo. Dos descargas para cada uno, según el acreditado sistema del servicio.

Los disparos le sonaron como minúsculos chasquidos y en el acto se percató de que todos ellos habían dado en el blanco. El guardián de la puerta cayó rodando hacia atrás. La camisa blanca de Fin se tiñó repentinamente de sangre. El calvo se encontraba sentado en el suelo, sosteniéndose el vientre con expresión desconcentrada.

Bond se volvió súbitamente, buscando a Nannie. Esta pretendía apoderarse de la Uzi, situada al otro lado de la guillotina. Para ello, eligió el camino más corto y, aplastando el cuerpo contra el suelo, introdujo los brazos a través de los potros de la guillotina. Bond vio que sus manos asían el arma y, sin pérdida de tiempo, se abalanzó sobre ella y, levantando los brazos, soltó la palanca de la hoja.

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