John Gardner -
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– Eres todo un caballero, Jacko. Hasta mañana entonces.
Bond colgó el teléfono y se disponía a subir a la habitación cuando se le ocurrió otra cosa. Tal vez fuera un mal pensado, pero no podía evitar sentir cierta inquietud. Antes de subir al ascensor, se detuvo junto al teléfono interno de los clientes y marcó el número de la habitación. Frunció el ceño al oír que comunicaba. Heather le había desobedecido. Al llegar al dormitorio, Bond llamó dos veces a la puerta en Morse V. Se abrió la puerta y una figura en blanco y rosa regresó corriendo a la cama. Bond cerró la puerta, puso la cadena y se volvió a mirar a Heather, tendida en la cama con una leve sonrisa en los labios. Al ver que el teléfono de la mesilla de noche estaba descolgado, Bond lo señaló con la cabeza.
– Ah -dijo Heather, ensanchando la sonrisa mientras apartaba las sábanas para dejar al descubierto un brazo desnudo, un hombro y parte del escote-. Soy terrible con los teléfonos, James. No puedo soportar que suenen sin ponerme, y he preferido descolgarlo -colgó el aparato y, mirando a Bond desde la cama, apartó un poco más la ropa-. Si quieres dormir aquí, James, no me quejaré.
Se la veía tan vulnerable que Bond tuvo que hacer un enorme esfuerzo de voluntad para rechazar el ofrecimiento.
– Eres un encanto, Heather, y me siento muy halagado. Exhausto, pero halagado, y mañana será otro día. Por si fuera poco, será un día muy duro.
– Es que me siento tan… sola y desdichada.
Dicho esto, Heather se volvió de lado, hundió la cabeza en la almohada y se la cubrió con la sábana.
Bond tomó con mucho cuidado una de las almohadas sobrantes de la cama y se quitó la chaqueta y los pantalones. Después se envolvió en una corta bata de seda que llevaba en la maleta de huida y en una manta que sacó del armario. Tras lo cual, se tendió en el suelo pegado a la puerta, con una mano ligeramente apoyada en la culata de su pistola automática.
Al fin, se quedó dormido.
De repente, se despertó sobresaltado. Eran las cinco de la madrugada y alguien manipulaba con extremo cuidado el tirador de la puerta.
6. Basilisco
James Bond apartó en silencio la manta que lo cubría, sacando al mismo tiempo la pistola. El tirador de la puerta giró muy despacio y se detuvo, pero, para entonces. Bond ya se encontraba junto a la cama donde dormía Heather, y le sacudió el hombro desnudo con la mano en la que sostenía el arma mientras le tapaba suavemente la boca con la otra. Ella emitió unos pequeños gemidos entrecortados y Bond se inclinó, diciéndole en voz baja que tenían visita y que convendría que se levantara y se escondiera. Heather asintió en silencio y él retiró la mano y regresó a la puerta, manteniéndose a un lado. Más de una vez había visto lo que eran capaces de hacer las balas a través de las puertas. Colocó cuidadosamente la cadena y después se apartó todo lo que pudo y abrió bruscamente la puerta.
– ¿Jacko? Hola, hombre.
A la escasa luz del pasillo, Bond reconoció la alta figura y el astuto rostro sonriente del inspector Murray, mirando hacia el interior de la habitación.
– Pero, ¿qué es eso?
Bond se situó de un salto a su espalda. De un rápido movimiento, cerró la puerta y encendió la luz, empujando al hombre de la Rama Especial de la Garda lo justo para hacerle perder el equilibrio. Murray cayó hacia adelante, tratando de agarrarse a la cama, pero Bond le aplicó una llave en el cuello, apoyando el cañón de la ASP justo detrás de su oreja derecha.
– ¿A qué estás jugando, Norman? Conseguirás que te maten como andes reptando por ahí de esta manera. ¿O acaso tienes una cuadrilla armada, rodeando el hotel?
– ¡Ya basta, Jacko! ¡Ya basta! Vengo en son de paz… Solo y con carácter extraoficial.
Heather salió lentamente de debajo de la cama y contempló, asustada, el sonriente rostro del inspector.
– Ah -dijo Murray, esbozando una amistosa sonrisa mientras Bond aflojaba ligeramente la presa-, ésta debe ser miss Arlington, ¿verdad, mister Boldman? ¿O prefiere que le llame Jacko B?
Sin apartar la pistola de la cabeza de Murray, Bond soltó la presa. Con la mano libre, localizó el revólver Walther PPK creado especialmente para la Garda, lo sacó de la funda y lo hizo resbalar por el suelo, lejos del alcance del inspector.
– Pues, para ser un hombre de paz, vienes muy bien preparado, Norman.
– Vamos, Jacko, tú sabes que siempre tengo que llevar el cañón. Lo sabes tan bien como yo… y, además, ¿qué es una pistolita de nada entre amigos?
– Podría ser la muerte -contestó cínicamente Bond-. Entonces, ¿sabías desde un principio que yo estaba aquí? ¿Y miss Arlington?
– Pues, claro, hombre. Pero me guardo el secreto. Resulta que tenemos casualmente una alerta roja en estos momentos y tu cara apareció en el aeropuerto. Por suerte, yo estaba de guardia en el castillo cuando salió en la pantalla. Telefoneé al jefe de los fantasmas británicos, el viejo Grimshawe, en Merrion Road y le pregunté si tenía algún equipo extraordinario por aquí o si esperaba la llegada de alguno. Grimshawe me dice siempre la verdad. Trabajamos mejor de esta manera y nos ahorramos mucho tiempo. Me contestó que no tenía a nadie y que no se desarrollaba ninguna actividad extraoficial, y yo le creí. Entonces, tú me llamaste y la cosa empezó a interesarme -Murray parpadeó maliciosamente, mirando a Heather-. ¿No será usted por un casual la amiga de miss Larke, ¿verdad, miss Sharke?
– ¿Cómo? -exclamó Heather, boquiabierta de asombro.
– Porque, si lo fuera, sería mal asunto para su seguridad. No nos gustan demasiado estas cosas. Los apellidos como Larke y Sharke llaman la atención porque son estúpidos, cosa que nosotros no somos.
– Fíjese bien, querida, porque no tiene un pelo de estúpido -dijo Bond, imitando el acento de Murray, más propio de las tierras bajas de Escocia que de Dublín.
Tal como el inspector solía decir: «Nací en el norte, me eduqué en el sur, paso mis vacaciones en Escocia o España y trabajo en la República de Irlanda. No me siento en casa en ningún sitio.»
– Has cometido una tontería, tratando de abrir mi puerta a estas horas de la noche.
– ¿Y a qué hora querías que lo hiciera? En pleno día no puedo porque tengo que dar cuenta de todos mis movimientos.
– Hubieras podido llamar.
– Me disponía a hacerlo, Jacko. Treinta segundos más, y lo hubiera hecho. Tap, tap, tap.
Los dos hombres se miraron con recelo.
– No he venido aquí por gusto -dijo el inspector Murray, esbozando una sonrisa-, sino porque estoy en deuda contigo y siempre pago mis deudas.
Era cierto. Hacía cuatro años, Bond le había salvado la vida en el lado irlandés de la frontera, cerca de Crossmaglen, aunque el incidente permanecería siempre oculto en los archivos secretos del Servicio.
Heather tomó la colcha de la cama y se cubrió con ella, tratando al mismo tiempo de alisarse el cabello. La interesante y reveladora serie de movimientos hizo que ambos hombres se la quedaran mirando en silencio. Tras lo cual, Murray se sentó en la cama, girando el cuerpo en un infructuoso intento de vigilar simultáneamente a Bond y Heather.
– Mire, joven -añadió Murray-, Jacko le dirá que puede confiar en mí.
– No confíe en nadie, miss Arlington -dijo Bond con rostro impasible.
– Muy bien -Murray lanzó un suspiro-. Te expondré simplemente los hechos. Después, me iré a casa y me tomaré una taza de chocolate antes de acostarme.
Bond y el inspector se miraron mutuamente en silencio, como si trataran de adivinarse las intenciones.
– Resulta que ahora la tal miss Larke… -prosiguió diciendo Murray-…la que le prestó el impermeable y el pañuelo a la pobre chica…
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