John Gardner - Scorpius
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– Nadie me ha informado todavía respecto a «Terremoto».
– ¿Terremoto? -preguntó M como si no lo entendiera.
– Fue la señal que recibí en mi camino hacia la clínica de Surrey, señor. Recuerde que puso a un grupo en Manderson Hall, Pangbourne, para que colaborara con lo que se suponía que yo estaba haciendo.
– ¡Ah, sí! Se trata de algo que usted no sabe todavía. Hemos atrapado a seis miembros de los Humildes a los que se mantiene en custodia bajo la acusación de usar drogas. Eso nos da la oportunidad de interrogarlos.
– ¿Miembros de los Humildes acusados de drogadictos?
M hizo unos breves signos afirmativos.
– Puse a un equipo de vigilancia y a un par de agentes de Bill Tanner para que vigilaran el lugar desde las cuatro de la mañana. Bailey me prestó además a una pareja de sus policías de paisano. Ellos fueron los que vieron al grupito aproximándose a Ja claridad del amanecer. Cuatro hombres y dos mujeres. Armados y dispuestos a morir. Dispararon un par de tiros cuando el grupo entró sobre las nueve. Parecían buscar a alguien, aunque luego lo negaron afirmando que habían vuelto para recoger unas cosas.
– Pero, según parece, Pearlman había realizado ya un examen minucioso del lugar.
– Pues eso no lo vio. En la parte superior de la casa hay una docena de alojamientos: antiguas viviendas de criados convertidas en dormitorios. Bajo una de las camas se encontró una trampilla que llevaba a lo que para la Sección Antidroga ha sido una verdadera cueva del tesoro: heroína, coca; en fin, de todo.
– Parte del dogma de los Humildes consiste en prescindir del alcohol y de las drogas.
– La impresión que tenemos es que aquello no iba destinado al consumo personal. Una de las chicas admite haber transportado allí cargamentos enteros. Al parecer trataban de usarlo más tarde como incentivo a distribuir gratis entre miembros de los servicios armados. Como hicieron los del Vietcong con el personal estadounidense en Vietnam.
– ¿De qué otras cosas no estoy enterado?
M permaneció silencioso unos segundos y luego, mirando su reloj de pulsera, repuso:
– Todo a su tiempo, James. Nos van a traer a alguien más. Tenemos una segunda o quizá una tercera pista.
– ¿Nada del Audi en que vi a ese hombre? ¿A Scorpius y a la chica de la Oficina de Impuestos?
– Hemos alertado a la policía. Usted tomó bien el número, y hemos estado examinando las cintas magnetofónicas. Me figuro que todos los agentes del país están pendientes de ese coche. Pero, James -M adoptó un aire más familiar al llamar a Bond por su nombre de pila, cosa que sólo solía hacer cuando iba a transmitirle alguna instrucción a la que el otro pudiera negarse. En la presente ocasión, su voz estaba desprovista de la habitual brusquedad en tales casos-, James -repitió-, aun cuando logremos atrapar a ese Scorpius, ¿cómo vamos a destruir el nido de víboras que ha creado?
– Será imposible. Al menos hasta que cada uno de ellos, cada hombre, mujer y niño, haya sido puesto en manos de la justicia. En cuanto a Scorpius, la muerte sería demasiado sencilla para él. De todos modos no creo en lo del ojo por ojo. Usted lo sabe. Llevo en este juego demasiado tiempo y hay algo especialmente vil en liquidar a alguien si es que se puede utilizar otro sistema.
– Con frecuencia no existe otro camino -M parecía más calmado como si hubiese recuperado el dominio de sí mismo-. Y más aún por lo que se refiere a Scorpius. En cuanto a sus seguidores, bueno, éstos son distintos.
– Se habrá dado cuenta, señor, de que, aunque echemos mano a Scorpius, es decir, si le agarramos vivo, no habrá modo de evitar que la presente operación siga adelante. En estos momentos la mayor parte de los actos en que han de tomar parte los políticos importantes durante la campaña electoral están ya programados. Los periódicos del país poseen las listas. Cualquiera puede averiguar los itinerarios…
– Lo tenemos previsto en parte -le interrumpió M vivamente-. Los actos públicos más esenciales han sido cambiados de fecha. Los jefes del C3, C7 y Dl1, es decir, los que manejan los fuegos artificiales, si es que me permite la broma, han sido llamados al COBRA. Se han realizado modificaciones en todo el esquema. Los dos partidos políticos más importantes están de acuerdo con ello. Diferentes lugares, diferentes fechas y horarios distintos. Pero esto es sólo un punto de partida. Me imagino que todos cuantos se han puesto ya en movimiento por orden de Scorpius seguirán adelante con sus planes. Los Humildes no son tontos, pero todos incurren en un defecto psicológico particularmente vulnerable.
– ¿Cuál es? -preguntó Bond, que ya se había planteado aquella cuestión y era un tema que le fascinaba.
– El de la gente que profesa ideas políticas o religiosas ambivalentes. El de cuantos no están satisfechos con las normas establecidas. El de quienes desean sacarle más partido a la religión. Los que no tienen nada y creen que las ideologías políticas corrientes, es decir, la izquierda y derecha, son las causantes de su desgracia. Algunos incluso se muestran irritados con la Providencia. Un nuevo ideal y un nuevo Dios les confieren renovadas esperanzas. Se trata de estar presente cuando todo se ponga en movimiento. Morir por la causa que acabará con todas las dificultades actuales. Bueno, todo esto resulta embriagador para gente con resentimientos.
A Bond le pareció muy cierto. ¿De modo que era aquello lo que el COBRA había logrado: reorganizar los programas electorales y escuchar la conferencia de algún tonto psiquiatra de Whitehall?
Los dos quedaron en silencio. Cosa de tres minutos más tarde M volvió a hablar:
– ¿Considera a Scorpius un hombre en su sano juicio?
– ¡Desde luego! -exclamó Bond-. ¿Qué pretendía en aquel momento? -se preguntó-. Es la maldad en persona. Un diestro traficante de armas. Un hombre dotado de un increíble magnetismo personal que obra impulsado por motivos financieros de altos vuelos. Sí, desde luego, hay que tener una mente muy clara.
– ¡Hum! -rezongó M haciendo una señal de asentimiento-. Bond, como hombre en su sano juicio… -añadió. Había descartado el «James» y sostenía su vaso en la mano para que se lo volviera a llenar-. Como hombre en su sano juicio, póngase en el lugar de Scorpius. Ha gustado las delicias del poder. Ha obtenido un contrato masivo que le compromete a desbaratar las elecciones inglesas y posiblemente algo más que eso, y obtenido la promesa de un encargo todavía más importante si éste termina bien, digamos, por ejemplo, un caso semejante en Estados Unidos durante la próxima elección presidencial. ¿Qué haría usted? Si el programa está en movimiento… si las instrucciones han sido cursadas, ¿cuál sería su siguiente paso?
Bond no vaciló.
– Me largaría de aquí -respondió con calma-. Me marcharía lo más lejos posible de las islas británicas. Luego me sentaría a esperar los acontecimientos.
– Exacto. Esa es la opinión también de COBRA. Hemos establecido vigilancia en todos los puertos y aeropuertos, aunque me figuro que ese señor es demasiado listo para emplear vías de transporte normales. Probablemente tiene ya convenido algún sistema para salir del país sin que nadie lo vea.
– Si; del mismo modo que también tiene a alguien situado en posición privilegiada para informarle exactamente de lo que pensamos hacer.
– ¿Sigue creyendo eso?
– Es evidente, señor. Más evidente que nunca si se considera el juego de manos que nos traemos. Mis primeros sospechosos siempre han sido el hombre del SAS, es decir, Pearlman, y la muchacha norteamericana de la Oficina de Impuestos. Pero puede haber otros. De cualquier modo que lo mire, alguien se nos adelanta siempre. -Contó los episodios ya conocidos con la punta de los dedos-. Primero: alguien sabía que me habían mandado venir desde Hereford después de que se encontró el cadáver de Emma Dupré. Segundo: Trilby Shrivenham nos sale con todo ese galimatías, pero aún no sabemos bien de qué se trata. Tercero: esa gente sabía exactamente dónde habíamos guardado a la chica de la Oficina de Impuestos. Cuarto: le digo a Pearlman y a la chica que nos vamos a Manderson Hall, último refugio de los Humildes en este país, cuando en realidad íbamos a Surrey para interrogar a su hombre atrapado en Kilburn, y estoy convencido de que aquello los puso nerviosos. ¿Qué ocurre a continuación? Un asesinato. Una tentativa frustrada para matar a la joven Shrivenham y para rescatar a su secuaz. Hasta cierto punto consiguieron ambas cosas: lo ocurrido en Manderson Hall, a donde todos creían que íbamos (el aviso de «Terremoto» y el asesinato en masa en la clínica de Surrey. Alguien debió de estar enterado. Alguien los informó sobre nosotros. Es a ese alguien a quien de deberíamos estar buscando.
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