John Gardner - Scorpius

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James Bond

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– Las cazas de brujas raras veces sirven para algo. Pero puede que tenga razón… hasta cierto punto. Pearlman parece el más sospechoso. Dice usted que nadie le siguió a la casa de Kilburn y también asegura que Pearlman mostró sorpresa ante el cambio de planes. Pero ¿y si actuara sólo como pantalla? Una llamada clandestina procedente de él les hace recibir información. Pero hay un equipo realmente bueno trabajando a sus espaldas. Ustedes habrían sido seguidos hasta Surrey. O mejor dicho, el trío que visitó a la joven Shrivenham recibió un mensaje a tiempo. ¿Ha pensado en ello?

– Podríamos comprobarlo.

M alargó la mano hasta el teléfono, marcó un número y empezó una larga conversación en voz baja durante la cual Bond trató de reajustar y de ensamblar la lógica de todo el conjunto.

Finalmente M dejó el teléfono y se quedó mirando a Bond.

– Debíamos haber pensado antes en esto. El que se hizo pasar por hermano de la joven Shrivenham recibió una llamada cosa de quince minutos antes de que llegara usted. El pobre chico de la recepción la anotó, pero nadie pensó en hacer averiguaciones.

Bond estaba a punto de conseguir que sus ideas se concretaran. Abría la boca para decir algo cuando el teléfono volvió a sonar. Tres veces y se detuvo; luego dos y volvió a detenerse. A la tercera serie de llamadas, M tomó el auricular. Hubo otra conversación en voz baja. Cuando volvió a dejar el aparato, M se quedó mirando fijamente a Bond.

– Han encontrado el Audi -anunció sin excesivo entusiasmo- en una zanja, cubierto con ramas y hojas. Junto a una carretera de segundo orden en Kent. Fuera de toda ruta habitual, a cinco millas de un antiguo campo de aterrizaje.

– ¿Cuándo? -preguntó Bond deseoso de saber el momento preciso en que el coche había sido hallado.

– Lo encontraron accidentalmente hace cosa de una hora. En condiciones normales no lo hubieran localizado hasta dentro de un día o dos, porque esa carretera es poco transitada. Pero al parecer un granjero borracho que andaba por allí como si llevara el piloto automático en dirección a su casa, se desplazó un tanto hacia la izquierda y metió en una zanja a su bonito Range Rover. Nada de particular, pero lo suficiente como para que tuviera que llamar al garaje pidiendo que lo sacaran del apuro. Por casualidad el agente local estaba llenando el depósito de su Panda cuando se recibió la llamada y decidió ir a ver lo que ocurría.

– ¿Qué hay de ese aeropuerto?

M asintió tristemente:

– Ha dado en el clavo, 007. Un avión en la noche. Cosa poco usual por aquellos contornos. El aeropuerto consta de una sola pista y no tiene edificios ni hay torre de control. No se llevan a cabo vuelos nocturnos, aunque la pista está en condiciones bastante decentes. Por supuesto, la hicieron durante la guerra. Se la utilizaba como campo auxiliar de Manston. Y aun sigue siendo así hasta cierto punto. Algunas escuelas de aviación locales la usan para que sus alumnos practiquen aterrizajes difíciles.

– Se refería a los aterrizajes que en tiempo de guerra la Royal Air Force denominaba «de tumbos y sacudidas».

– ¿Y esta noche un avión partió de allí?

M hizo una señal de asentimiento.

– Acierta de nuevo. Un miembro del club local vive justamente al otro lado. A última hora de la tarde un pequeño y muy pulcro Piper Comanche de dos motores…

– ¿De los de seis pasajeros un poco apretados?

– En efecto. Sea como quiera, el caso es que empezaba a oscurecer y el aparato llegó volando con sólo un motor. Nuestro hombre del club aéreo sale corriendo a ver si puede prestar ayuda. El piloto es un chico simpático. Va en vuelo hacia Francia, pero tiene problemas con el motor. Dice que necesita alguna pieza de recambio y pide al otro que le deje telefonear. Llama a alguien diciéndole que le traiga determinada pieza y rehusa la comida y el cobijo que le ofrecen. «Tengo que quedarme en el avión», es todo lo que explica. Al llegar la noche despega. Al del club aéreo por poco le da un ataque al corazón. Porque el aparato debió de elevarse a ciegas.

– ¿De modo que se nos ha escapado?

– Así parece. ¿Usted qué cree?

– Lo mismo -repuso Bond. Tras de lo cual continuó con su anterior razonamiento. Había estado pensando en ello muy a fondo y sus conclusiones eran preocupantes. ¿Y si permitieron que Emma Dupré se les escapara? -preguntó-. ¿Y si mi número de teléfono lo escribió alguien en su agenda?

M enarcó una ceja como si se hubiera hecho la composición de lugar de que cualquier teoría procedente de Bond era una estupidez.

– ¡Adelante! -le animó, aunque tras aquella exclamación se notaba que estaba perplejo.

Para empezar, Bond no podía comprender que se hubieran fijado precisamente en él.

– Durante largo tiempo me ha intrigado la idea de por qué un grupo con intenciones agresivas me siguió durante mi viaje a Londres. Es una pregunta que no ceso de hacerme.

Añadió que si habían permitido intencionadamente que Emma se fuera llevando en su agenda el teléfono de Bond, sólo podía ser por un motivo.

– Si Scorpius y quienes trabajan para su Sociedad de los Humildes estaban a punto de empezar su horrorosa campaña, necesitaban asegurarse de que ciertas informaciones les llegaran desde dentro. Querían saber por adelantado qué acción se iba a adoptar. En consecuencia, señor, la agenda de Emma con mi número de teléfono constituía un cebo personal. Eso ha estado bien claro todo el tiempo. Incluso es posible que no quisieran que la chica muriese. Pero murió. A Scorpius le era igual una cosa que otra. Pero una vez se identificara mi número yo quedaría involucrado en el asunto. Y si me dejaba involucrar, nuestro servicio también lo estaría. Sume todos estos factores y el resultado es fácil. Tenían que disponer de un agente de penetración que pudiera informar directamente a Scorpius o a quien él designara. De alguien próximo al Servicio o capaz de acercarse a éste o a mí o a quien tome parte en la operación. ERMF. O como mi tutor solía decir: «En Realidad Muy Fácil».

– Debo admitir que tiene sentido -aprobó M frunciendo el entrecejo. Mientras Bond hablaba no había dejado de mirar su reloj de pulsera-. Scorpius tenía que atraernos a su trampa porque disponía de alguien próximo a nosotros. De alguien con el oído fino como el de usted o quizá como el mío.

– De alguien con fácil acceso a nuestro entorno.

– ¡Hum! -gruñó M, que se estaba poniendo nervioso por momentos.

Se levantó y dirigióse a la ventana, advirtiendo a Bond que apagara las dos lamparitas de estudiante que arrojaban una tenue claridad verdosa por la habitación.

M volvió cuidadosamente el borde de la cortina para echar una mirada al exterior y durante unos momentos se quedó perfectamente inmóvil. De pronto exclamó:

– ¡Ah, por fin!

Fuera se oía el sonido de un coche al aparcar. M advirtió a Bond que mantuviera las luces extintas hasta que su visitante hubiera entrado. Y enseguida se dirigió a la puerta. Se oyeron voces suaves y un rozar de pies.

– Está bien. Venga de nuevo la luz.

M estaba dando a todo aquello un tono francamente melodramático.

Bill Tanner acababa de entrar. Y cogida a su brazo iba la deliciosa Ann Reilly conocida en todo el servicio como la bella Q . Sus ojos estaban tapados por un vendaje negro.

– Se lo puede quitar, querida -le indicó M con voz meliflua-. La señorita Reilly no figura en el círculo mágico de los que conocen nuestro refugio secreto. De ahí la necesidad de esta comedia de capa y espada.

La bella Q parpadeó tratando de acostumbrar sus pupilas a la tenue claridad.

– ¡Hola, James! -saludó a Bond, muy animada. Debí haber sabido que era a usted a quien tenía que informar. ¿Porque qué otra persona estaría escondida en un lugar donde ninguna joven apasionada pueda hallarlo?

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