John Gardner - Scorpius

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James Bond

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Mientras iba completando su rutina matinal, empezó a componer las piezas de la manera más lógica posible con la esperanza de que le condujeran a la verdad y le revelaran algunas claves o respuestas.

Emma Dupré había muerto ahogada. El único número de teléfono que figuraba en su libreta de apuntes era el de él. ¿Y si hubiera alguna intención en aquello? Alguien debió haberse puesto a actuar en contra suya en el momento en que M había dado instrucciones para que regresara a Londres. Sopesó la posibilidad de que la muerte de la Dupré constituyera parte de una trama elaborada. Nunca hubiera podido saber si el número le había sido apuntado allí con alguna intención. Pero ¿y si…? Las dudas se sucedían interminables.

¿Y si hubieran soltado a Trilby Shrivenham en un estado de semiinconsciencia con la mente llena de oscuras frases proféticas? Pero ¿por qué motivo? ¿Por qué un individuo como el padre Valentine… o Vladimir Scorpius, su verdadero nombre, habría querido poner un cebo a Bond o al servicio en el que trabajaba? ¿Estaría alardeando de algo? «Le estoy dando un aviso. Mire lo que soy capaz de hacer. Matar después de haberle hablado en acertijos. Escuche bien. Escuche más enigmas.»

Podía muy bien ocurrir así, especialmente si Scorpius era el criminal complejo y desalmado que constaba en su ficha. Sin embargo, fuese como fuese, alguien debió de saber que Bond sería llamado a Londres del mismo modo que alguien había sabido que iría a visitar las oficinas de Avante Carte.

Aparte eso, se habían enterado también de que Harriett, o Harry, se encontraba en el refugio secreto de Kilburn. ¿Habían ido allí para eliminarla o para rescatarla? Después de todo, la vida no parecía ser muy sagrada para ellos. ¿Un sacrificio? Se preguntó aquello del mismo modo que había estado ponderando quién había sido el chivato. ¿Pearlman? ¿Harry? ¿Alguna otra persona? ¿Wolkovsky? La mente de Bond era un caos.

Reflexionó sobre la situación del refugio de Kilburn Priory. Todd Sweeney había insistido, con toda firmeza, en que Harry no había hecho llamadas desde allí. Pero ¿podía estar seguro de ello? En realidad había existido un breve período de tiempo en el que Danny estuvo fuera mientras Todd seguía en la sala de control. Bond sabia que era posible utilizar una línea de comunicación externa que los monitores no registraran ni fuera recogida por los detectores de sonido. Empezó entonces a pensar en Todd y tomó nota mental de revisar su expediente. De una cosa estaba seguro: no se podía fiar de nadie. Ni siquiera de sí mismo, se dijo al pensar en la noche anterior mientras sentía el perfume y el contacto del cuerpo de Harry entre sus brazos. Una mujer muy deseable. Sería fácil perder el dominio de la situación si no tomaba precauciones.

Una vez se hubo terminado el desayuno, Bond volvió a su dormitorio, se quitó el albornoz y se puso unos pantalones cómodos, una camisa y una chaqueta ligera, no sin antes haberse colocado la sobaquera para su pistola ASP 9 mm y la funda para la pequeña y eficaz porra telescópica, instrumento práctico y seguro capaz de dejar inconsciente a cualquier agresor, romperle los huesos o matarle si era usado por una mano diestra.

Antes de bajar al aparcamiento subterráneo, hizo una llamada telefónica. Estuvo hablando con Bill Tanner durante tres minutos. Sí, el terrorista herido en el atentado a la casa Kilburn había sido trasladado con todas las precauciones posibles a la clínica de Surrey, donde la tarde anterior él estuvo visitando a sir James Molony y a Trilby Shrivenham. Además, según le aseguró Tanner, un equipo vigilaba a Manderson Hall. Las palabras clave eran conocidas y estaban bien guardadas dentro de un comité secreto del servicio. Como sospechaban, M seguía en el COBRA.

– Puedes estar seguro de que no se alcanzará ningún acuerdo sobre las operaciones hasta última hora de hoy -le aseguró Bill Tanner riendo, tras de lo cual la comunicación quedó cortada.

Bond dijo a May que no sabía a qué hora iba a volver a casa, si es que volvía, a lo que la señora contestó dándole una conferencia sobre la necesidad que tiene el cuerpo de descansar y de dormir así como de hacer ejercicio.

– Sé perfectamente, señor James, la clase de ejercicio que hizo usted anoche. Tenía pintura de labios en el cuello de la camisa. No es preciso que me diga nada. Es usted un pervertido.

Bond recogió a Pearlman a la hora convenida y el sargento del SAS se acomodó a su lado. Se había afeitado e iba muy pulcro vestido con un pantalón de sarga de los que se usan en la caballería, un jersey de algodón de cuello alto y un blazer .

– ¿Le parece que le gustará al jefe, señor? -preguntó sonriendo.

– ¡Admirable! -respondió Bond sonriendo a su vez y apreciando el aspecto cuidado del sargento mientras intentaba detectar alguna señal de malicia en su expresión.

La furgoneta de seguridad seguía en el mismo sitio junto al bloque de edificios en el que habitaba Harry. Esta salió con un aspecto radiante, luciendo un atavío negro consistente en pantalones vaqueros y una chaqueta que a juicio de Bond debían ser de Calvin Klein, así como una camisa blanca de alguna otra firma lujosa.

Volvía a ser la misma de siempre y recibió a Bond con una deslumbradora sonrisa y esa clase de mirada que se suele intercambiar entre amantes. Harry y Pearlman fueron presentados, y Bond se metió por entre el tráfico, siguiendo la carretera que llevaba a la plaza circular de Hoggarth, encaminándose después hacia Guildford. Cuando pasaban por Hampton Court, cuyos muros de ladrillo albergan tantos recuerdos felices y trágicos, Pearlman se extrañó por parecerle que no seguían la dirección adecuada.

– Por regla general, siempre paso por aquí cuando tengo que ir a Surrey. Bushy Park y Hampton Court son lugares tan buenos como otro cualquiera. Un bonito trayecto.

– Yo pensé que íbamos a Pangbourne -expresó Harry desde la trasera del coche con una voz en la que se notaba cierto tono de alarma.

– Yo también creí que había dicho Pangbourne, jefe -afirmó Pearly en un tono parecido.

– Hay un pequeño cambio de planes -contestó Bond, manteniendo la mirada fija en la carretera-. No iremos a Pangbourne. Nuestros dueños y señores decidieron que era mejor proceder a un pequeño interrogatorio.

– ¿Interrogatorio? -preguntó Harry elevando un poco el tono de su voz.

– ¿Y a quién se va a interrogar, jefe? -preguntó Pearlman con acento casi amenazador.

– Al individuo que fue herido cuando intentaba matar o secuestrar a Harry en Kilburn -contestó Bond con voz tranquila. Y casi en el momento de terminar la frase la radio empezó a funcionar.

– Harvester Uno. Oddball a Harvester Uno.

Bond alargó una mano negligentemente hacia el micrófono.

– Oddball. Aquí Harvester Uno. Le oigo bien. Hable, Oddball.

– Oddball a Harvester Uno. Terremoto. Repito. Terremoto.

– Harvester Uno. Enterado Oddball. Seguiremos en contacto. Recibido y fuera.

– Gracias, Harvester Uno. Corto.

Bond lo había entendido todo perfectamente bien. «Terremoto» era la palabra clave convenida en caso de que hubiera surgido algún incidente durante la mañana, en Manderson Hall, Pangbourne, donde un equipo había estado de vigilancia desde las primeras horas del día. Era, pues, evidente que algo extraño había pasado. Lo que significaba que alguien había dado el soplo a los Humildes o a Scorpius sobre la propuesta visita de Bond y de sus acompañantes.

Dentro del Bentley reinaba ahora una repentina y desagradable tensión.

12. Nombre de muerte

– ¿Se trata de un juego privado, jefe, o podemos participar también en él? -preguntó Pearlman unos quince minutos después de haberse recibido la llamada de atención.

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