John Gardner - Scorpius

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James Bond

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Avanzaron a lo largo del pasillo, pasando por delante de la puerta metálica deslizante que daba acceso a la habitación donde se encontraban los miembros del equipo de vigilancia, quienes en aquel momento estarían operando sus cámaras y barriendo con sus objetivos los terrenos circundantes, el patio y las zonas interiores, así como los pasillos y las salidas de la clínica. Probablemente tenían ahora enfocadas sus pantallas en Molony y a sus tres visitantes, y, desde luego, debieron de haberlos seguido desde el Bentley, vigilado en la recepción, e incluso grabado todo cuanto dijeron hasta entonces.

Molony seguía hablando. Le habían impresionado las medidas de seguridad adoptadas al traer al terrorista de Kilburn desde la London Clinic. Describió la operación como «tan fácil como un trasplante de riñón». Sir James era famoso por su uso de términos médicos cuando hablaba con la gente y se decía que en cierta ocasión había escandalizado a los asistentes a una cena al comentar que el budín parecía una vesícula biliar.

Se habían quitado muchos vendajes de la cara del paciente, reemplazándolos por tiritas de esparadrapo. Las cortinas de la ventana estaban corridas y dos lámparas ajustables habían quedado colocadas de tal modo que su luz fuera a dar sobre la cabecera de la cama. Molony señaló una silla junto al paciente.

– Parece como si lo hubiera afeitado un barbero loco, ¿verdad? -preguntó sonriendo de nuevo, conforme Bond se sentaba en la silla.

– Me parece que sobramos aquí -comentó Harriett con un tono ligeramente amoscado, muy cerca de convertirse en colérico.

– Jefe, usted confía en nosotros, ¿verdad? -preguntó Pearlman.

– Desde luego -respondió Bond rápidamente-. Y no sobran aquí. Nada más lejos de la verdad. Harry, usted ha tratado ya a esa gente. En cuanto a Pearly ya se le tomó declaración. Si surge algo que consideren interesante, quiero que me lo digan. Pueden ayudar en nuestro interrogatorio. -Torció un poco el cuerpo para mirar a Harriett-. Fíjese en ese hombre. ¿Lo ha visto alguna vez con anterioridad?

Ella se acercó un poco y miró por encima del hombro de Bond. Se produjo una larga pausa antes de que contestara.

– Su cara me parece conocida. Dos hombres me interrogaron cuando aspiraba al puesto en el Avante Carte: Hathaway y otro más alto y de una complexión mucho más amplia. Cuando llegué para la entrevista no vi ninguna mujer. Había otras personas por allí. Me parecieron ejecutivos, y éste era uno de ellos. Me acuerdo que estaba muy elegante, con su traje gris a rayas y su voz suave. Parecía uno de esos hombres de negocios cuando han terminado su tarea diaria en una poderosa entidad de crédito. Y, ahora que me acuerdo, lo vi otra vez. Yo entraba en un taxi frente a las oficinas y lo distinguí cuando subía en otro coche tras de mí.

– ¿Lo vigilaste? Me refiero al coche. ¿Te siguió?

– Podría ser. Pero era una hora punta y me resultaba difícil comprobarlo.

Bond se preguntó si aquello sería cierto o si se trataba sólo de una tentativa de Harriett para reforzar su posición.

– Debía de ser una tarea de seguimiento general -dijo casi para sí mismo. Y añadió-: De acuerdo, sir James. Empecemos si es que está usted dispuesto.

La inyección tardó un par de minutos en surtir efecto. El paciente estaba tendido, inmóvil, con la cabeza sobre la almohada, cuando de pronto se observó un ligero temblor en sus párpados. Un minuto después parecía haberse despertado por completo y miraba al techo con los ojos muy abiertos, sin parpadear. Bond respiró profundamente y luego dijo:

– «Los humildes heredarán la tierra.»

– «La sangre de los padres caerá sobre los hijos. Y la sangre de las madres se derramará también.»

La voz sonaba natural y tranquila con su ligero acento extranjero que Bond ya había notado en la London Clinic.

– Dime tu nombre -le pidió.

– ¿Mi nombre en el mundo o mi nombre en la muerte?

Bond sintió cómo un leve estremecimiento le recorría el cuerpo. El horror latente que habían puesto al descubierto empezaba a insinuarse en su mente. «¡Dios mío!» -exclamó una voz en lo más profundo de su ser-. «Si esto es lo pienso, nos acercamos a tiempos de verdadera aflicción.»

– Los dos -contestó por fin-. Primero tu nombre el mundo.

– Mi verdadero nombre es Ahmed. Ahmed el Kadar.

– ¿De dónde eres?

– Mi país se llama Libia. Pero, corno es natural, he renegado de él. Soy un ciudadano del mundo de los Humildes; es decir, del mundo en su estremecimiento final.

– ¿Y tu nombre en la muerte?

– Mi nombre en la muerte es Joseph.

– ¿Tiene algún significado? -Al ver que no recibía respuesta repitió-: «Los humildes heredarán la tierra.»

– Si sabe usted eso, también sabrá que los nombres de muerte son escogidos al azar. La muerte es lo único que tiene un sentido concreto.

Pensando que todo aquello procedía quizá de alguna forma de catecismo básico, Bond preguntó:

– ¿Por qué la muerte es lo único que tiene un sentido concreto?

– La muerte en si no tiene significado alguno. Sólo lo posee el modo en que un Humilde muere; el valor que demuestra como verdadero creyente, en su camino hacia el paraíso. Los Humildes sólo heredarán si nosotros, los escogidos para marchar en cabeza, cambiamos la situación del mundo.

– Bien -aprobó Bond como si celebrara las respuestas de un estudiante aventajado-. ¿Y cómo van a cambiar el mundo los Humildes?

– Por la muerte. Provocando la revolución final que liberará a hombres, mujeres y niños de los yugos que les imponen los ideales políticos humanos. El mundo sólo florecerá cuando quienes gobiernan justa e injustamente queden eliminados y todos sigan el camino verdadero.

– ¿Sólo entonces?

– Cuando esos ideales corruptos que los hombres llaman política queden aplastados y deshechos como los huevos de una araña mortal. Sólo entonces el mundo florecerá y la gente será libre. Hasta llegar ese momento, todas las revoluciones habrán sido falsas, del mismo modo que lo son el poder y la ambición para obtenerlo, en nuestro mundo imperfecto. Los Humildes heredarán, pero sólo cuando la interminable rueda de la venganza haya completado un círculo entero.

– ¿Están dispuestos a eso los Humildes?

– Quienes han sido escogidos y han visto la verdad están dispuestos y esperan.

– ¿Dónde esperan?

– En los lugares señalados. Los solteros y los que no tienen hijos realizarán las tareas más sencillas. Los casados, con hijos que marchen tras ellos, realizarán los grandes hechos. Todos tienen sus órdenes o las recibirán cuando llegue el momento. Ahora están desparramados por los cuatro puntos cardinales. Pero serán instruidos y morirán para que sus hijos puedan morir también por la verdad hasta que la rueda haya descrito un circulo completo.

– ¿Qué órdenes tienes?

– Yo ya he realizado mi primera misión y he fracasado en ella.

– Joseph, ¿cuál era esa primera misión?

– Destruir a la serpiente hembra que vino a matar a nuestro padre. Nuestro padre Valentine está con frecuencia expuesto al ataque de sus enemigos. Pero todos serán aniquilados. Yo fracasé, pero la próxima vez no voy a fallar.

– ¿Tienes una nueva tarea asignada, Joseph?

– Sí. Me darán otra.

– ¿A la manera usual?

– Desde luego.

– Es decir, ¿por conducto de nuestro padre Valentine?

– Directamente de él y sólo de su boca o de una que pueda pronunciar su nombre de muerte.

– ¿Y cuál es el nombre de muerte del padre Valentine?

Se produjo un largo silencio.

– El padre Valentine, Joseph -insistió Bond -¿cuál es su nombre de muerte?

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