John Gardner - Scorpius
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Bajo la foto había una lista de pequeñas notas: el momento y el lugar exactos en que se tomó; el coste estimado de aquellas joyas; detalles de la cadena de oro o brazalete de identidad con la inscripción «Vladimir Scorpius» seguida de unos números que no había podido captar la cámara. El reloj era de oro macizo y estaba fabricado al modo artesanal, con sistema de dígitos y manecillas normales que marcaban los minutos y las horas, pasando por encima de doce purísimos diamantes. Bond se dijo que el buen gusto no era precisamente la cualidad más fuerte de Vladimir Scorpius. Sin embargo, aquel reloj de pulsera debía de costar una fortuna. Sus variadas funciones de tipo digital no sólo habían sido incorporadas mucho antes de que dicho sistema empezara a ofrecerse en el mercado internacional, sino que el objeto tenía además un valor extraordinario por haber sido realizado por un artesano japonés cuyo nombre se convertiría más tarde en una leyenda. Tratábase, pues, de una pieza única, de intrincada labor conocida como el cronómetro de Scorpius.
Bond continuó leyendo. En 1972 Emerald Scorpius había muerto trágicamente en un accidente marítimo. Casi enseguida Vladimir se apartó de su modo de vida usual. Había noticias de sus actividades, la mayor parte en conexión con suministros de armas cada vez mayores a grupos terroristas en todas las partes del mundo; pero el gran yate permanecía abandonado en un dique seco cerca de Cannes, en el sur de Francia. A veces se veía a Scorpius de un modo esporádico en actividades carentes de interés. Tan pronto parecía estar en Berlín como en Teherán, Tel Aviv, Beirut, Belfast, París o Londres. O de pronto se esfumaba como una sombra o un espectro. En 1982 desapareció por completo. Sus observadores secretos y quienes estaban en contacto con los servicios de inteligencia occidentales conocidos y con las agencias de seguridad dejaron de detectar su presencia, perdieron el rastro por completo y cesaron de tener la menor noticia de quien en otros tiempos había sido un rey indiscutible entre los comerciantes de armas.
Bond volvió la página para examinar el material aportado la noche anterior por David Wolkovsky, el agente de la CIA, en Londres. Apenas podía creer lo que estaba viendo. Había allí varias páginas mecanografiadas que aportaban datos, pero las fotografías que llenaban aquella sección eran más explícitas que cualquier palabra.
El padre Valentine, jefe de la Sociedad de los Humildes, nunca se había opuesto a que lo fotografiaran. En realidad, era muy vanidoso, y Bond comprendió inmediatamente que aquello podía significar su ruina. Los norteamericanos, con su dominio de la alta tecnología, se habían encontrado de pronto con un lingote de oro en forma de la furtiva fotografía de Scorpius y de las muchas del padre Valentine. Porque mediante pruebas efectuadas con equipos nuevos y sofisticados, habían puesto en contacto las dos imágenes y pasado muchos días examinando, midiendo y efectuando detallados análisis mediante computadoras. Como resultado de aquellos experimentos se habían descubierto varios datos concernientes a la estructura ósea facial del padre Valentine.
Incluso mirado de cerca, Valentine no se parecía en nada a Scorpius porque tenía un rostro flaco, una nariz casi respingona y el pelo escaso, negro, cuidado y peinado hacia atrás. Sin embargo, los analistas, tras haber colocado una foto al lado de otra, demostraron con toda claridad que ambos hombres podían ser el mismo, ya que la estructura ósea de los dos cráneos encajaba perfectamente. Utilizando imágenes ampliadas tomadas por ordenador se las habían compuesto incluso para demostrar hasta qué punto el rostro de Vladimir Scorpius pudo haber sido modificado hábilmente por un cirujano plástico experto.
Existían además dos detalles concluyentes que confirmaban con claridad la teoría de los expertos. La primera prueba importante, aunque no definitiva, llenaba dos páginas y consistía en fotos ampliadas de la muñeca izquierda, una procedente de la vieja instantánea de Scorpius y la otra de una de las numerosas fotos del padre Valentine. Según los expertos, no existía en el mundo entero un duplicado del fabuloso cronómetro. Con todo, allí se veía llevado por Scorpius a las siete treinta de la noche cuando subía apresuradamente a un automóvil en Portofino en el año 1969, y también en la muñeca del padre Valentine en Londres en el mes de agosto de 1986.
De todos modos, la prueba más convincente residía en los oídos. Llevado de su vanidad, Scorpius habría insistido, probablemente con gran ahínco, en que los cirujanos no le retocaran los pabellones auditivos. Estaba convencido en un noventa y nueve por ciento de que nadie tenía una foto del viejo Scorpius. Ahora bien; los oídos de Valentine y de Scorpius eran idénticos y la prueba se demostraba en ocho páginas de notas médicas con diagramas, fotografías y medidas. Era una prueba positiva.
– Vanidad de vanidades -repitió Bond en voz baja-. Y todo es vanidad.
En aquellos momentos comprendió que tenía ante su vista las imágenes del mismo hombre: del responsable de la muerte de Emma Dupré y de la voz demoniaca que había surgido de la garganta de Trilby Shrivenham. Sólo Dios sabía qué métodos de terror se fraguaban en la mente de Scorpius-Valentine.
Bond cerró la carpeta lentamente y se puso en pie. M tenía más trabajo para él. En lo más profundo de su ser confiaba en que dicha tarea no le llevara a enfrentarse con aquel hombre de doble identidad: Scorpius-Valentine o Valentine-Scorpius.
7. Mister Hathaway y compañía
– ¿Cree usted en la evidencia que aportan los norteamericanos? -preguntó Bond estudiando la cara de M como si intentara leer el futuro de aquel hombre en las líneas de su correosa piel.
– Por completo. Al ciento por ciento. A mi modo de ver, no existe duda alguna de que el padre Valentine y Vladimir Scorpius son la misma persona. Lo que hace nuestra tarea más urgente que nunca.
Bond enarcó las cejas.
– Nadie ha demostrado nada en absoluto contra Scorpius…, por lo menos nada que tenga algún valor. -M dijo aquello como si Bond fuera el culpable del fracaso-. Sin embargo sabemos que ese hombre es responsable de millares de muertes…, la mayoría víctimas inocentes. Cuando el terror hace acto de presencia…, una bomba en el Ulster…, otra en un club nocturno volado en Alemania; una terminal de aeropuerto o una estación de ferrocarril hechas pedazos; una ráfaga de ametralladora en una calle de París; un muchacho que montado en una motocicleta lanza una docena de disparos contra el coche de un político o de un jefe de policía, todo guarda alguna relación con Scorpius por ser éste quien les proporcionó el material. -Empezó a dar golpes sobre su pupitre al mismo ritmo de los latidos de un corazón-. El leopardo nunca cambia sus manchas. Scorpius sabe todo cuanto hay que saber acerca de comerciar con el terror y no dejarse atrapar. probablemente alivia su conciencia diciéndose que no es el responsable del modo en que se usen dichas armas o explosivos. Pero sí lo es. Y ahora se nos ha transformado en el padre Valentine, jefe de una secta que en su aspecto exterior aparece como defensora de la pureza y de la santidad del matrimonio, así como de la exclusión del cuerpo humano de toda sustancia nociva como la nicotina, el alcohol o cualquier otra forma de droga más siniestra aún. Pero debe existir algún punto de unión entre esto y las fuerzas terroristas y el material que utilizan. Porque ese hombre sólo conoce dos cosas: las armas y las mujeres.
– ¿No existe alguna clave relativa a la elección de objetivos específicos? -preguntó Bond-. Estoy de acuerdo en que luego de saber lo que sabemos de Scorpius, la Sociedad de los Humildes debe tener algún objetivo primordial… y no muy agradable, por cierto.
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