– Otros se la dieron -replicó Dixon-. Tres, entre 1948 y 2002.
Stephanie captó lo tajante del tono de Dixon.
– Pero tu gobierno se ocupó de ellos, ¿no? ¿Por eso había que eliminar a Haddad?
Dixon no respondió.
Cassiopeia intervino.
– Todo esto viene por la argumentación de que Dios hizo un pacto con Abraham y le entregó Tierra Santa, ¿no? El Génesis afirma que el pacto pasó de Isaac, hijo de Abraham, a los judíos.
– Durante siglos se ha supuesto que la tierra que Dios otorgó a Abraham se halla en lo que conocemos como Palestina -dijo Daley-. Pero ¿y si no fuese así? ¿Y si la tierra que Dios identificó estuviese en otra parte? ¿En algún lugar lejos de Palestina? ¿En el oeste de Arabia?
Cassiopeia soltó una risita.
– Estás chiflado. ¿Quieres decir que el Antiguo Testamento tiene allí sus raíces? ¿En el corazón del Islam? ¿La tierra de los judíos, la que Dios les prometió, incluye La Meca? Hace unos años unos islamistas la armaron gorda en el mundo entero por una viñeta de Mahoma. ¿Te imaginas lo que harían con esto?
Daley parecía impasible.
– Por eso saudíes e israelíes querían muerto a Haddad. Según él, las pruebas de su teoría se encontraban en la desaparecida Biblioteca de Alejandría. Y eso se lo dijo alguien que se hacía llamar Guardián.
– Lo mismo que a los otros tres individuos -aclaró Dixon-. A cada uno de ellos lo visitó un emisario, que se hacía llamar Guardián, que les ofreció la forma de dar con la biblioteca.
– ¿Qué clase de pruebas se podrían encontrar? -quiso saber Stephanie.
Daley empezaba a impacientarse.
– Hace cinco años Haddad les dijo a las autoridades palestinas que creía que se podían utilizar antiguos documentos para confirmar sus conclusiones. Un solo Antiguo Testamento escrito antes de la llegada de Cristo, en su hebreo original, podría resultar decisivo.
En la actualidad no hay ninguno anterior al siglo x. Haddad sabía por otros escritos que se han conservado que en la Biblioteca de Alejandría existían textos bíblicos. Dar con uno de ellos puede que sea la única manera de demostrar su teoría, ya que los saudíes no permitirán que se realicen investigaciones arqueológicas en Asir.
Stephanie recordó lo que Green le contó la madrugada del martes.
– Por eso arrasaron esas aldeas. Tenían miedo. No querían que se encontrase nada.
– Y por eso te quieren muerta -aclaró Dixon-. Te estás entrometiendo en sus asuntos. Y no quieren correr riesgos.
Stephanie contempló el Salón del Espacio. Los cohetes expuestos apuntaban al techo. Colegiales nerviosos correteaban. Ella lanzó una mirada furiosa a Dixon.
– ¿Tu gobierno se cree todo esto?
– Por eso murieron esos tres hombres. Por eso Haddad estuvo en el punto de mira.
Stephanie señaló a Daley.
– Él no es amigo de Israel. Utilizaría cualquier cosa para someter a tu gobierno.
Dixon rompió a reír.
– Stephanie, desvarías.
– No cabe duda de que le mueve eso.
– No tienes ni idea de qué me mueve -le espetó Daley, cada vez más indignado.
– Sé que eres un mentiroso.
Daley la miró con incertidumbre. Casi parecía confuso, lo cual la sorprendió, de manera que preguntó:
– ¿Qué está pasando, Larry?
– Más de lo que tú crees.
Lisboa
20:45
Malone entró de nuevo en la tienda, pero con la atención fija en los tres hombres armados que avanzaban por la galería inferior con movimientos disciplinados. Profesionales. Estupendo.
Utilizó momentáneamente como escudo una de las vitrinas de cristal contiguas a la puerta, Pam a su lado, y volvió a asomarse al claustro. McCollum se hallaba agachado tras el mostrador central.
– Ellos están abajo y nosotros arriba. Eso debería darnos unos minutos. La iglesia y las galerías son grandes, les llevará su tiempo registrarlas. ¿Están cerradas ésas? -le preguntó a McCollum mientras señalaba las otras puertas de cristal.
– Me temo que sí. Por ellas se baja y se sale, así que deben de cerrarlas por precaución.
A Malone no le gustó la posición en que se encontraban.
– Tenemos que salir de aquí.
– Cotton -dijo Pam, y él se fijó de nuevo en la galería superior. Uno de los tipos había aparecido por la escalera y empezaba a dirigirse hacia la tienda de regalos.
McCollum se situó tras él y susurró:
– Llévela a la registradora y métanse detrás del mostrador.
Alguien capaz de dispararles en la cabeza a dos hombres y disfrutar después del desayuno se merecía cierto respeto, así que decidió no discutir. Cogió a Pam del brazo y se la llevó hacia el mostrador.
Vio que McCollum empuñaba la navaja.
Los tres expositores se sucedían dejando un hueco en medio lo bastante ancho para que cupiera McCollum. La oscuridad lo protegería, al menos hasta que fuera demasiado tarde para que su víctima pudiera reaccionar.
El tipo armado se acercó más.
Stephanie estaba perdiendo la paciencia con Larry Daley.
– ¿Qué es eso de más-de-lo-que-yo-me-creo?
– En la Administración hay quien quiere demostrar la teoría de Haddad -contestó él.
Ella recordó lo que Daley le había dicho a Brent Green cuando creía que estaban a solas.
– Incluido tú.
– Eso no es verdad.
No coló.
– Baja de las nubes, Larry. Sólo estás aquí porque tengo esa información que te compromete.
Daley se quedó como si nada.
– Es hora de que te enfrentes a la realidad, Stephanie. Nuestros chicos de la prensa conseguirán que lo que hagas parezca una patraña urdida por una empleada fuera de control que intentaba salvar su cargo. Claro que no nos libraremos de cierto bochorno, preguntas, pero no tienes bastante para hundirme, ni a mí ni a nadie. Yo no le di un solo centavo a nadie. Todo el mundo jurará y perjurará que no recibió ni un centavo. Es una batalla que perderás.
– Tal vez. Pero tú estarás quemado. Tu carrera habrá terminado.
Daley se encogió de hombros.
– Gajes del oficio.
Cassiopeia escudriñaba el salón, y Stephanie percibió su nerviosismo, de manera que le dijo a Daley:
– Ve al grano.
– El grano es que queremos que todo esto termine -respondió Dixon-. Pero alguien de tu gobierno no lo quiere.
– Es cierto, él. -Y Stephanie señaló a Daley.
Cassiopeia se acercó al módulo lunar y al aluvión de chavales que se aglomeraba alrededor.
– Stephanie -dijo Daley-, me echaste la culpa de la filtración sobre la Conexión Alejandría, pero no distingues a tus amigos de tus enemigos. Odias a esta administración, crees que el presidente es un idiota. Sin embargo hay otros mucho peores. Gente peligrosa.
– No -puntualizó ella-. Son todos unos fanáticos. Gente leal al partido que lleva años hablando más de la cuenta. Ahora están en situación de hacer algo.
– Y por el momento Israel encabeza su lista.
– Déjate de acertijos, Larry. Dime lo que quieres que sepa.
– El vicepresidente está detrás de esto.
¿Había oído bien?
– Anda ya.
– Posee contactos con los saudíes; llevan mucho tiempo financiándolo. Tiene mucho mundo: unos mandatos en el Congreso, tres años de secretario del Tesoro, ahora la vicepresidencia. Quiere llegar a lo más alto, no lo oculta, y los leales al partido le han prometido el nombramiento. Cuenta con amigos que necesitan cultivar buenas relaciones con los saudíes, y esos amigos serán los que le proporcionen dinero. Él y el presidente discrepan en lo tocante a Oriente Próximo. Mantiene estrechos vínculos con la familia real saudí, pero lo guarda en secreto. Públicamente les ha dado por el culo unas cuantas veces, pero se aseguró de que los saudíes supieran de la Conexión Alejandría, en señal de agradecimiento por su buena voluntad.
Читать дальше