Steve Berry - La Traición Veneciana

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Hay quién mataría por descubrir el secreto del poder de Alejandro Magno.
Copenhague, Ámsterdam, Venecia, Samarcanda; 7 días, el plazo para cambiar el curso de la historia. El mundo se enfrenta a la mayor amenaza biológica de la historia. Una sola mujer posee el arma defi nitiva para erradicar a sus enemigos. Y un solo hombre conoce la clave para desactivarlos y acabar con las grandes pandemias que asolan el planeta. Ambos carecen de moral y a la vez ambos comparten su talón de Aquiles: la ambición sin límite. ¿Podrán detenerlos dos hombres y dos mujeres a quienes sólo mueve el deseo de justicia y equidad? En el año 323 a. C. murió Alejandro Magno, el hombre que había logrado acaparar más poder que ningún otro. En la actualidad, una mujer dominada por su deseo de emular al gran conquistador busca lo que él se llevó a la tumba: el secreto de su poder.

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Malone miró el estanque. La luz centelleaba en la sala funeraria. Esperaba que la contemplación de la tumba de Alejandro Magno les proporcionara un poco de tiempo.

– ¿Estás lista? -le preguntó a Cassiopeia.

Ella asintió.

Se pusieron en marcha.

Pero en ese mismo instante, Viktor apareció, procedente de la otra estancia.

OCHENTA Y OCHO

Stephanie se percató de que aquel aroma dulzón y nauseabundo no era tan intenso en los pasadizos, pero aun así persistía. Al menos, ya no estaban atrapados. Después de doblar varias esquinas, habían llegado a las partes más recónditas de la casa, y aún no habían hallado otra salida abierta.

– He visto cómo funciona ese mejunje -dijo Thorvaldsen-. Una vez que el fuego griego prenda, estas paredes arderán rápidamente. Debemos salir de aquí antes de que eso suceda.

Ella era consciente de su situación, pero sus opciones era limitadas. Lyndsey aún estaba ansioso; Ely, sorprendentemente calmado. Tenía el aplomo de un agente, y no de un erudito, una tranquilidad que Stephanie admiraba, teniendo en cuenta sus propios problemas. Hubiera deseado poseer ese temple.

– ¿Qué quiere decir con rápidamente? -preguntó Lyndsey dirigiéndose a Thorvaldsen-. ¿A qué velocidad arderá este sitio?

– La suficiente como para que quedemos atrapados.

– Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí?

– ¿Quiere volver a ese almacén? -le espetó ella.

Doblaron otra esquina; el oscuro pasaje le recordaba a Stephanie el corredor de un tren. El camino acababa en la base de una empinada escalera, ascendente.

No había elección.

Así que subieron.

Malone intentaba mantener la calma.

– ¿Van ustedes a alguna parte? -inquirió Viktor.

Cassiopeia se encontraba detrás de él. Se preguntó dónde debía de estar Zovastina. ¿Era la luz centelleante simplemente un cebo para hacerlos salir?

– Hemos pensado que deberíamos salir.

– No puedo dejar que hagan eso.

– Si cree que puede detenerme, lo invito a…

Viktor se abalanzó sobre él. Malone esquivó el movimiento y consiguió detener a su atacante con una llave.

Cayeron al suelo, rodando.

Malone se situó encima de su oponente mientras Viktor forcejeaba debajo de él. Lo agarró por el cuello con fuerza y le clavó la rodilla en el pecho. Luego, rápidamente, con ambas manos, levantó la cabeza de Viktor y la golpeó contra el suelo de piedra.

Cassiopeia se apresuró a arrojarse nuevamente al estanque tan pronto como su amigo se liberó. Pero en el mismo momento en que el cuerpo de Viktor quedaba inconsciente debajo de Malone, captó por el rabillo del ojo un movimiento en la entrada en la que habían estado escondidos.

– ¡Cotton! -gritó.

Zovastina corría hacia ellos.

Malone se zafó de Viktor y se lanzó al agua.

Cassiopeia se sumergió tras él y ambos nadaron a toda velocidad por el túnel.

Stephanie llegó a lo más alto de la escalera y vio que había dos rutas posibles. ¿Izquierda o derecha? Avanzó hacia la izquierda. Ely fue hacia la derecha.

– ¡Por aquí! -gritó él.

Todos corrieron detrás y vieron una puerta abierta.

– Cuidado -advirtió Thorvaldsen-. No dejéis que esas cosas os rocíen. Evitadlas.

Ely asintió, luego señaló a Lyndsey.

– Usted y yo vamos a buscar ese pendrive.

El científico negó con la cabeza.

– Yo no voy.

– No es una buena idea -convino Stephanie.

– Tú no estás enferma -repuso Ely.

– Esos robots están programados para explotar, y no sabemos cuándo -declaró Thorvaldsen.

– Me importa un comino -replicó Ely, alzando la voz-. Este hombre sabe cómo curar el sida. Su jefe, que ha muerto, lo ha sabido durante años y ha dejado morir a millones de personas. Zovastina tiene ahora la cura. No voy a dejar que ella también la manipule. -Ely agarró a Lyndsey por la camisa-. Usted y yo iremos a por ese pendrive.

– Están locos -dijo Lyndsey-. Son ustedes unos malditos locos. Suba al estanque verde y beba el agua. Vincenti dijo que así también era efectivo. No me necesita para nada.

Thorvaldsen contemplaba atentamente al joven. Stephanie pensó que el danés estaba viendo, quizá, a su propio hijo frente a él; joven, en todo su esplendor, desafiante e insensato al mismo tiempo. Su propio hijo, Cal, era así.

– Va a mover su maldito culo hasta el laboratorio -le espetó Ely.

Ella reparó también en algo más.

– Zovastina ha ido tras Cotton y Cassiopeia. Nos ha dejado aquí por alguna razón. La oísteis. Nos dijo a propósito que esas máquinas tardarían un rato.

– O sea, que estamos seguros -dijo Thorvaldsen.

– Era un cebo, probablemente para Cotton y Cassiopeia. Pero este tipo -señaló a Lyndsey-, ella lo quiere. Sus parloteos tienen sentido. Ella no tiene tiempo de asegurarse de que el antígeno funciona o de que está siendo sincero. Aunque no quiera admitirlo, lo necesita. Volverá a por él antes de que este sitio arda. Puedes contar con ello.

Zovastina saltó al estanque. Malone había abatido a Viktor y Cassiopeia había conseguido eludirla.

Si nadaba lo suficientemente de prisa podría atrapar a Vitt en el túnel.

Malone apoyó las manos en la cornisa y tomó impulso para salir del agua. Sintió un remolino junto a él y vio a Cassiopeia salir a la superficie. Emergió ágilmente de las cálidas aguas y, aún chorreando, cogió una de las pistolas que estaban a unos pocos metros de distancia.

– Vamos -dijo él, recuperando sus zapatos y su camisa.

Cassiopeia se dirigió hacia la salida, apuntando con el arma hacia el estanque.

Una sombra oscureció el agua.

La cabeza de la ministra emergió.

Y Cassiopeia disparó.

El primer disparo, más que asustar a Zovastina, la sorprendió. Retiró el agua de sus ojos y vio a Vitt, que la apuntaba directamente con una de las pistolas.

Otro disparo. Insoportablemente atronador.

Se sumergió bajo el agua.

Cassiopeia disparó dos veces al estanque iluminado. La pistola pareció atascarse, así que retiró el cargador y lo volvió a colocar. Entonces se dio cuenta de algo y dirigió su mirada a Malone.

– ¿Ya te sientes mejor? -le preguntó él.

– ¿Balas de fogueo? -inquirió ella.

– Por supuesto. Cartuchos rellenos de cualquier cosa, supongo; eso basta para impulsar la carga, al menos parcialmente. Pero no del todo, claro. ¿No creerías que Viktor nos había dado balas de verdad?

– Lo cierto es que no había pensado en ello.

– Ése es el problema: no estás pensando. ¿Podemos irnos?

Ella tiró el arma.

– Me alegro de trabajar contigo -dijo.

Y abandonaron la estancia a toda velocidad.

Viktor se frotó la parte posterior de la cabeza y esperó. Al cabo de unos minutos se arrastró hacia el estanque, pero Zovastina regresó, jadeando, mientras salía del agua y apoyaba los brazos en el reborde de piedra.

– Había olvidado las pistolas. Estamos atrapados. La única salida está bloqueada.

A Viktor le dolía la cabeza a causa de los golpes, y tuvo que luchar contra una irritante sensación de aturdimiento.

– Ministra, las armas están cargadas con balas de fogueo. Las cambié antes de huir de palacio. No me pareció muy sensato darles armas con munición de verdad.

– ¿Nadie se dio cuenta?

– ¿Y quién comprueba la munición? Simplemente, supusieron que las armas que había en el helicóptero estaban cargadas.

– Bien pensado, pero podrías haberme mencionado ese detalle.

– Todo sucedió muy de prisa. No hubo tiempo y, por desgracia, Malone me propinó un buen golpe en la cabeza contra esas rocas.

– ¿Y qué hay de la pistola que Malone llevaba en el palacio? Ésa sí estaba cargada. ¿Dónde está?

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